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Después del fracaso de su padre que los llevó a la ruina, “la belleza enmascarada” se convirtió en la identidad que lo salvó del hambre. Cada noche, bajo el cobijo del anonimato, Chu Wanning dejaba de lado sus ropas habituales para vestir una túnica ligera y reveladora, soltaba su largo cabello, pintaba sus labios de bermellón y se colocaba una máscara sobre el rostro para ir al Pabellón de Loto Rojo, el burdel más famoso del distrito.
En palabras de su padre, su trabajo era indigno, una mancha vergonzosa para la familia Chu. Él no lo creía así, no habría forma de insultar a sus antepasados cuando se ganaba la vida como pianista. Aunque le quedaba claro, quienes iban a escucharlo tocar, estaban ahí solo para recibir su “trato especial”.
Chu Wanning estiró el cuerpo dejando escapar un audible gemido de cansancio, estaba exhausto tras la pesada jornada de esa noche; desde la llegada al pueblo del nuevo general de la guarnición, el ambiente se volvió tenso debido al aumento en los saqueos y despojo de bienes, el encarcelamiento de civiles y las ejecuciones públicas de los rebeldes.
En consecuencia, el burdel pasaba por una de sus peores rachas. Con la falta de personal para su seguridad, Wanning fue víctima de múltiples toqueteos durante sus presentaciones, en otras circunstancias habría armado un escándalo, sin embargo, al ser uno de los mayores lujos del establecimiento, no le quedó más remedio que sonreír a los clientes con tal de no enfurecer a la dueña y elevar su deuda.
A primera hora de la mañana, Chu Wanning se preparó para abandonar el burdel. Guardó la máscara dentro de una caja de madera tallada con motivos florales, y se dirigió a la salida donde fue detenido por un joven.
—Para ti, Chu xiansheng. —dijo con una gran sonrisa al tiempo que le ofreció un gran ramo de flores.
—Sabes que esto no es necesario, Mei-er*. Puedes quedarte con los regalos, son para ti, yo estoy bien con la cantidad del dinero que acordamos. —explicó para rechazar el presente.
Shi Mei dejó escapar una carcajada suave y caminó dentro de la habitación para colocar el arreglo en un jarrón. Tomó en sus delgados dedos una de las flores rosas1 y la acomodó tras la oreja del hombre.
—Ninguno de los regalos son para mí. Si fueras tú quien saliera con el general, sabrías cuan enamorado está de “la belleza enmascarada”.
—Tonterías —contradijo con un tono de voz severo—, ¿quién fue el que me enseñó que el amor entre una prostituta y su comprador no existe?
—Chu xiansheng, hasta el maestro más experimentado se puede equivocar alguna vez. —Se defendió con actitud solemne.
—De cualquier manera, no podría presentarme frente a él cuando siempre ha visto a una criatura encantadora como tú. —Pese a no demostrarlo, su ánimo se apagó al pensar en su declaración.2
El joven resopló con aire derrotado, conocía muy bien el carácter testarudo del hombre, no habría forma de convencerlo con palabras bonitas, aun así, decidió advertirle acerca de lo que sabía.
—Con el general no se puede jugar por mucho tiempo, es alguien demasiado persistente. —dijo como despedida antes de volver a salir de la habitación.
Por su puesto que Chu Wanning conocía la clase de hombres que se enrolaban en el ejército imperial, si su inteligencia no era suficiente, obtendrían las cosas a la fuerza, muy a su pesar, tomaría las palabras de Shi Mei en cuenta.
Se ajustó el abrigo al sentir el aire frío y húmedo golpearle el rostro, de no ser porque odiaba más estar en el burdel que el camino fangoso hasta su casa, habría esperado hasta que el sol calentara el ambiente y secara los charcos de lluvia.
—Después de todo, sí era un hombre al que buscaba.
Chu Wanning se detuvo al escuchar la voz profunda detrás de él. No tenía caso ignorarle y huir.
—¿Puedo ayudarle en algo, general?
Lo enfrentó sin titubeos, este era su primer intercambio de palabras y ahora entendía por qué las jóvenes menos experimentadas del burdel quedaban mudas en su presencia: el general no solo imponía respeto, tenía una belleza sin igual. No había visto a un hombre tan guapo como él.
Le sonreía de una forma inocente, casi infantil, aunque sus ojos oscuros, con tonos de violeta, lo escrutaban sin perder detalle a sus movimientos.
—Me temo que usted ha robado las flores de mi jardín. —Dirigió una mano hasta tomar la peonía que adornaba el cabello trenzado de Chu Wanning.
—¿Es un delito poseer una flor que se pudo cortar en cualquier campo? —preguntó en un tono casi sarcástico.
El general rio ante su osadía.
—Muéstrame tus brazos.3 —ordenó sin un atisbo de diversión.
—¿Disculpe? —De modo inconsciente aferró la parte delantera de su abrigo.
—Dejaré pasar tu ignorancia si me muestras tu permiso. Trabajar en un burdel sin la marca del médico, es un delito.
—Yo no…
El rostro de Chu Wanning se puso rojo. La mayoría de los transeúntes eran indiferentes con él, quizás lo veían como un cliente más del burdel, jamás como una prostituta, tal como asumió el general. Se aclaró la garganta y prosiguió mientras soportaba la indignación.
—No pertenezco al burdel. —Solo él sabía que eso también era una mentira.
—Tampoco a los campos, tus manos son suaves y están bien conservadas —aseguró. Se acercó para sostenerlo por el mentón y ver mejor su rostro bajo la luz mortecina de las farolas, Chu Wanning no hizo intentos de alejarse, solo se crispó ante el tacto frío—. Tienes una cara muy bonita, no me decepcionas.
—No entiendo por qué esto es relevante para el arresto, general. —Se esforzó por suavizar su tono y no verse desafiante, eso le provocó otra carcajada al contrario.
En este punto, Chu Wanning estaba seguro de ser una burla para el joven.
—Olvidaré tu delito si aceptas tomar el té conmigo, baobei. —dijo con una actitud más relajada y casual.
—¿Ahora?
El general sonrió y le dedicó una mirada condescendiente acariciándole las ojeras debajo de los ojos.
—Regresa a casa y descansa. Más tarde enviaré a un par de mis hombres por ti.
—Así que estoy bajo vigilancia.
—Simples protocolos para asegurarme que no vas a escapar.
El general se alejó con andar despreocupado, incluso tarareó una melodía alegre. Chu Wanning se quedó en su sitio sin entender qué fue lo que hizo mal para convertirse en la presa de aquel temible depredador.
Por la tarde, Chu Wanning fue conducido en un sedán hasta la zona residencial del distrito. Por un momento lamentó haberse vestido con las sencillas prendas de la moda occidental que reservaba para ocasiones informales.
Dentro de la lujosa casa de té, el general lo esperaba en una mesa privada, bien protegida de cualquier curioso. Al verlo acercarse se puso en pie y ofreció la silla delante de él.
—Viniste. —dijo con entusiasmo cuando ambos estuvieron sentados.
—¿Acaso podía negarme? —preguntó de modo suspicaz.
—Baobei, si no has cometido ningún crimen, no tienes por qué temer. No dejes que las apariencias te engañen, tan solo dame una oportunidad de demostrarte cuán bueno soy.
Antes de que Chu Wanning pudiera responder a tal descaro, una jovencita se acercó con una bandeja llena de platillos de apariencia deliciosa. Supo de inmediato por la expresión alegre del general, que esperaba verlo comer en lugar de continuar hablando, así que guardó silencio y saboreó los alimentos a su alcance.
De vez en cuando Chu Wanning levantaba la mirada de su plato, solo para darse cuenta que el general no le quitaba los ojos de encima y le sonreía embelesado por completo de él. Wanning no pudo evitar pensar en las advertencias de Shi Mei sobre aquel hombre; él no tenía experiencia alguna como prostituta, ni siquiera era una persona sociable, no reconocía esa adoración que decía tenerle. En cualquier caso, todas sus atenciones debían ser dirigidas a otra persona, no a alguien con quien entablaba conversación por primera vez.
—General, no quiero hacerle perder más el tiempo. —habló resuelto a detener aquella tontería.
—Mo Ran —el mayor enarcó una ceja al escuchar su nombre—, simplemente llámame Mo Ran. Y para mí no eres una pérdida de tiempo, es todo lo contrario, mi sueño es pasar el resto de mi vida a tu lado.
Las cejas de Chu Wanning se unieron en un claro gesto de enojo.
—General —enfatizó la palabra, asegurándose de sonar despectivo—, no sé por quién me toma, pero no voy a tolerar sus burlas.
—Sé que trabajas en el Pabellón de Loto Rojo. —dijo con calma y sin rodeos.
—No soy esa clase de persona. —respondió a la defensiva.
—No dije que lo fueras, ¿o sí?
Los ojos violeta brillaron con emoción. Tomó un sorbo de su té, esperando no enfurecer más a su acompañante por su repentina confesión, amaba los retos, pero al menos en esta ocasión, quería hacer las cosas bien, demostrándole que no se trataba de ningún juego.
»Te he estado observando por algún tiempo, sé quién eres y lo que haces. Siento que me volveré loco si paso un día más alejado de ti.
La tensión inicial de Chu Wanning se disipó luego de escucharlo. Se trataba de un malentendido, no era posible que el general, quien compraba con regularidad la compañía de Shi Mei, estuviera interesado en un desconocido carente de dotes de seducción como él. Soltó un quedo suspiro, el cual no pasó desapercibido por Mo Ran.
—General, no sé cómo ha llegado a tal conclusión, pero cometió un error, yo no soy la persona que busca.
—Baobei, no hace falta que sigas con la farsa. Sé que eres el pianista del Pabellón de Loto Rojo.
La expresión de Chu Wanning no se alteró, si bien pretendía mantener un perfil bajo y su otra identidad en secreto, gracias a Shi Mei no subestimó la inteligencia del general.
—Ya veo —habló sin levantar la vista de la mesa, aunque en su corazón le agradeció por no considerarlo una prostituta—, en ese caso, debo pedirle al general que se olvide de mí. No puedo ofrecer mayores servicios a los de un músico.
Fue el turno de Mo Ran fruncir el ceño con enfado, el gesto le hizo lucir más amenazante.
—¿Es así como me ves? ¿Como cualquier hijo de perra que irá al burdel a comprarte para una noche?
Chu Wanning lo miró de inmediato al escuchar su reclamo, ya no parecía estar frente al niño de sonrisa encantadora, sino ante el duro hombre que ha pasado años en el ejército.
—No puedo tomar en serio el afecto de alguien que, aun conociendo la verdad, pasa su tiempo al lado de un impostor. —declaró con voz resuelta antes de ponerse en pie y dar por terminada la conversación.
—Si es así como piensas —se apresuró a interponerse en su camino—, me ganaré tu reconocimiento, voy a demostrarte cuánto te amo pagando tu deuda con la dueña. —exclamó atreviéndose a sostener sus manos entre las suyas.
—Agradezco su gesto, general —rehuyó el contacto físico como si le quemara—, pero no aceptaré su caridad.
Chu Wanning le dio la espalda y caminó hasta la salida sin mirar atrás. Mo Ran simplemente lo vio marchar; no se daría por vencido tan fácil, él conseguía cualquier cosa que quisiera y esta no sería la excepción. Un par de palabras duras y amargas no lo detendrían, avanzaría a pasos pequeños para ganarse la confianza de aquel hombre que se comportaba como un animal herido.
—¡Chu Wanning! ¡Serás mío, ya lo verás! —sentenció desde la distancia.
Las cosas siguieron sin ningún cambio luego de su encuentro. Shi Mei era comprado en su lugar por diferentes clientes, incluyendo al general. Pese a no querer darle importancia al hecho, Chu Wanning se sentía decepcionado y molesto consigo mismo por haberse ilusionado con la promesa del amor. Después de todo, era ilógico que se fijaran en él siendo tan viejo y feo, Mo Ran merecía a alguien mejor, alguien dulce, inteligente y hermoso como Shi Mei.
Entonces, una noche, los regalos comenzaron a llegar sin previo aviso. Ya no de la mano de Shi Mei, sino de alguno de los subordinados del general; iban desde las cosas más simples, como cartas escritas con caracteres salvajes, hasta objetos valuados en miles de taeles.
Shi Mei entró a la habitación en el burdel que pertenecía a Chu Wanning y lo encontró sentado en el alféizar de la ventana, este seguía los patrones bordados de las flores haitang en un pequeño pañuelo con la yema de los dedos. El joven se acercó a él con una gran sonrisa.
—¿Por qué si Chu xiansheng está enamorado, no acepta irse con el general?
La voz de Shi Mei fue tan suave, que lo tomó con la guardia baja. Por un largo rato no supo qué responder.
—No estoy enamorado. —contradijo con un tono de voz más severo de lo normal.
El joven no le tomó importancia a la actitud arisca del mayor, se sentó junto a él y se quitó la máscara que mantenía en secreto la identidad de “la belleza enmascarada”.
—Por algún tiempo estuve recibiendo los regalos en su nombre —recorrió con los ojos cada uno de los objetos decorativos en la habitación—, pero jamás recibí algo tan especial como las cosas que Chu xiansheng atesora, ¿acaso no se da cuenta del lugar que ocupa en el corazón del general?
—Yo… —titubeó.
Chu Wanning odiaba quedarse sin palabras frente a Shi Mei y parecer tan vulnerable, le reconocía como un gran observador. Seguía agradecido con él por ofrecerle trabajar en el burdel y ayudarlo a mantener su mentira a flote, de no haber estado ahí para apoyarlo, seguramente seguiría en las calles, o muerto.
El joven suspiró con actitud derrotada al no ver un cambio significativo en aquel rostro inexpresivo.
—Entiendo que mis palabras no tienen valor porque soy solo una prostituta, pero como tal, le aconsejo a Chu xiansheng que acepte la propuesta del general. Oportunidades como esas, difícilmente se tienen dos veces.
Chu Wanning dirigió los ojos hasta el pañuelo que Mo Ran bordó para él. Shi Mei no se equivocaba del todo, atesoraba los obsequios hechos por las propias manos del general porque nadie nunca se tomó la molestia de conocerlo, no recordaba ni una sola persona que lo mirara del mismo modo cariñoso que lo hacía él.
—No puedo —dijo en voz baja. Sus ojos ahora estaban fijos en los de Shi Mei—, no importan nuestros sentimientos, soy un hombre.
El joven soltó una ruidosa carcajada que estuvo al borde de sacar a Wanning de sus casillas.
—¿Qué importa eso? —preguntó con voz temblorosa secándose las lágrimas con el dorso de la mano—. El general Mo Ran es una bestia sanguinaria, ¿Chu xiansheng cree que alguien se va a enfrentar a él?
—El emperador…
—El emperador está en pleno conocimiento, así como todos en el distrito, que el general tiene en estima a un apuesto caballero.
—Nuestra relación es pública porque no existe nada más allá de la amistad. Soy el musico invitado a su residencia. —explicó con pesar.
—Chu xiansheng, puedo quedarme a escuchar sus excusas toda la noche, pero no me complace saber cómo niega sus sentimientos —el mayor se encogió de hombros—. Deseo recapacite antes de que sea demasiado tarde.
Shi Mei se puso en pie colocándose de nuevo la máscara sobre el rostro, era hora de regresar al trabajo.
—Mei-er —el aludido se detuvo antes de abrir la puerta y lo miró—, el general, ¿cómo es?
—¿Acaso Chu xiansheng no le presta atención?
—¡No! Quiero decir, sí… yo… quiero saber cuando, tú… —el balbuceo de Wanning se convirtió en un susurro mientras las mejillas se le teñían de un rojo brillante.
—¡Ah! Así que Chu xiansheng está interesado en eso —sonrió con gesto provocativo—. El general es un buen hombre y un gran conversador, cuando solicita mis servicios ni siquiera me toca. En nuestra primera noche juntos estuvo más interesado por encontrar las diferencias entre el hombre desnudo sobre la cama y su recuerdo del pianista en el burdel.4 —Le guiñó un ojo antes de seguir su camino.
Una vez fuera de la vista de Chu Wanning, se dirigió a la oficina de la dueña del burdel; entró sin anunciarse, madam Wang despedía a Jiang Xi, uno de los médicos a cargo del lugar. Cuando el doctor pasó a su lado, no dudó en verlo de forma despectiva mientras Shi Mei solo le sonrió con gesto amable.
—Mei-er, ¿sucedió algo con tu cliente de esta noche? —La mujer llamó la atención del joven.
—Creí que no le ocultarías la verdad a Chu xiansheng. —dijo sin rodeos.
—Hacer esperar al cliente no forma parte de las políticas de mi burdel.
—Madam Wang. —insistió.
Wang Chuqing se apartó la boquilla de su pipa de los labios y apoyó el mentón sobre el dorso de la mano.
—Mei-er, ¿no crees que, si le confesara a Chu xiansheng que su deuda está pagada, te quedarías sin trabajo?
—Mi único trabajo es vender mi cuerpo, no habría diferencia si él deja el burdel.
Los labios color carmín de Madam Wang se curvaron en una sonrisa pronunciada mientras tomaba una postura más relajada en su silla.
—Chu xiansheng no es estúpido, incluso el general se lo insinúa, el problema es que el hombre es tan terco como una mula.
—Entonces, ¿tengo tu permiso para sacarlo de aquí? —preguntó expectante.
—Si has venido hasta aquí solo para ponerme en aviso, significa que tienes algo grande en mente —se llevó la boquilla de la pipa a los labios para darle otra calada, mirando a Shi Mei con complicidad—. Adelante, estoy ansiosa por saber lo que tramaste.
El joven se despidió con una sonrisa de autosuficiencia, al salir, llamó a la niña que limpiaba los pisos.
—A-Xian, cuando la varita de incienso termine de quemarse, entrega este mensaje al caballero en mi habitación, ¿entendiste? —dijo en un tono de voz autoritario, ella asintió con un movimiento de cabeza—. Cuento contigo.
La joven acató la orden de Shi Mei al pie de la letra. Por supuesto, el hombre que esperaba acostarse con “la belleza enmascarada”, no estaba feliz, había pagado por diversión y hasta el momento solo estaba ebrio y sin ninguna mujer a su lado; apenas llegó delante de la nueva habitación, abrió la puerta a patadas, tomando a Chu Wanning por sorpresa.
—¡Puta! ¡¿Cuánto tiempo más crees que voy a esperar por ti?! —gritó enfurecido al mismo tiempo que mandó al piso el costoso juego de té sobre la mesa.
Chu Wanning abandonó su lugar en la ventana y se ajustó la delicada túnica de seda. Esa noche cometió el error de no darle importancia a cambiar su vestimenta.
—Lo siento, sé que está molesto, pero me temo que comete un error, esta no es una habitación de servicio. —explicó con el tono de voz más amable que pudo modular.
Chu Wanning trataba de guardar la calma para evitar una confrontación con el furioso hombre, no quería armar un revuelo. Sin embargo, aquel se acercaba cada vez más con actitud amenazante y cuando estuvo a una distancia razonable, no dudó en darle una fuerte bofetada.
—Perra mentirosa… pagué muchos taeles para cogerte —no conforme con golpearlo, le tomó por el cabello para someterlo—, espero que realmente valgas la pena.
El hombre lo besó con violencia, Chu Wanning soportó el ataque pensando en una forma pacífica de alejarse. No era que no pudiera defenderse, tenía la fuerza suficiente para enfrentar a su agresor, el problema era que lo conocía, formaba parte del grupo de clientes habituales que pagaban más del doble de la tarifa habitual por pasar sus noches con su alter ego y no iba a acarrearle problemas a Shi Mei.
Mientras su mente se esforzaba por encontrar una solución y su estómago se revolvía por el asqueroso sabor que invadía su boca, no prestó atención al escándalo en la planta baja, ni escuchó las poderosas pisadas acercándose, lo único que registró, fue el aire fresco entrando a sus pulmones.
—¡Wanning!
La voz profunda de Mo Ran retumbó en la estancia, los ojos cristalinos de Chu Wanning se fijaron en él encañonando al cliente con el fusil.
—Mo Ran, no lo mates. —suplicó con voz ronca, su respiración aún agitada.
—Tú… —gruñó con los dientes apretados.
—¡Por favor, general! ¡Perdone la vida de este humilde! —el hombre rogó entre lágrimas, ya ni siquiera parecía tener una pizca de embriaguez—. No sabía que me metía con su puta.
Mo Ran dejó de contenerse y detonó el arma sin perder de vista a Chu Wanning. Este dio un pequeño salto cerrando los ojos debido al fuerte estallido. El cuerpo sin vida del cliente cayó al suelo haciendo un ruido sordo. Pronto, un tumulto de mujeres que gritaban apenas veían la sangrienta escena y hombres curiosos, se amontonaron en la entrada de la habitación.
—¡Ven acá!
El general jaló del brazo a Chu Wanning y lo sacó a rastras del burdel. Lo obligó a montar su caballo y juntos se dirigieron hasta su residencia.
Ninguno de los dos pronunció palabra mientras cruzaban los oscuros pasillos de la casa; Wanning no conocía esa área y antes de poder preguntarle en dónde se encontraban, el joven lo arrojó con brusquedad sobre la cama.
—¿Era esa la verdadera razón para negarte a dejar el Pabellón de Loto Rojo? ¿Te burlabas de mí mientras te dejabas coger por cualquiera? —cuestionó con voz ronca.
Chu Wanning se incorporó con la intención de ver a Mo Ran, este lucía agitado y mantenía los labios apretados al mismo tiempo que se despojaba del uniforme militar.
—Jamás he jugado contigo —replicó—. Lo de hace un momento fue una confusión, no debías matar al hombre.
—¡Te llamó puta! —gritó enfurecido. En su arrebato, los botones de su camisa salieron disparados al suelo—. Si me hubieras mostrado tu verdadero rostro, me habría ahorrado las tonterías que hice para cortejarte —dejó escapar un gruñido de frustración—. Te habría hecho mío la primera noche que hablé contigo.
El joven trepó a la cama, apresando el cuerpo de Wanning debajo del suyo. Unió sus labios en un agresivo beso en busca de borrar el sabor de todos los hombres que lo tomaron antes de él. Chu Wanning saboreó el hierro de la sangre cuando su labio inferior se rompió luego de recibir una fuerte mordida. Las alertas en su cabeza le pedían alejarse, escapar del peligroso Mo Ran, empujó sin éxito alguno el torso caliente que lo sometía en el lecho, aquel hombre era más fuerte que él.
—Deja de actuar como una mojigata y abre las piernas. —exigió dándole apenas un respiro.
—Mo Ran, yo no… nunca lo he hecho. —confesó más atemorizado que avergonzado. Jamás lo había visto actuar de aquella forma tan salvaje.
—¿Quieres comportarte como una virgen? No hay problema —dijo lamiéndole el cuello—, me gustan los juegos.
Mo Ran continuó amasando, saboreando y mordiendo cada parte del cuerpo de Chu Wanning a su alcance. Siendo atormentado por aquellas sensaciones desconocidas, se dio cuenta que nada lo haría entrar en razón. Estaba cegado por la rabia y los celos, era el tirano general quien se aprovechaba de su vulnerabilidad, ya no había rastro alguno del noble joven que una vez conoció. Un par de lágrimas rodaron por sus mejillas, él se merecía esto, de no haber negado su amor, Mo Ran no habría llegado a tales extremos.
Cuando Mo Ran convirtió su túnica de seda en girones y descubrió su pene semi-erecto, dejó de luchar, ya no tenía caso poner resistencia. Aún con el corazón acelerado por el miedo, hizo el amago de separar los muslos, al menos conocía la teoría de sus actos.
—Baobei, eres hermoso. —susurró.
Esas palabras fueron la única muestra de cariño que recibió. Mo Ran lo reclamó como suyo sin mayores preparativos aparte de un par de dedos húmedos con saliva. El dolor en su cuerpo no se comparó en nada al de su corazón, su sueño de un amor tierno y sincero se resquebrajó, su visión del futuro pacífico al lado de Mo Ran se esfumó.
La primera visión de Mo Ran al despertar, fue la de Chu Wanning desnudo en su cama: era un ovillo en la orilla, con el cabello enmarañado, la piel cubierta de moretones y marcas rojas de dientes. El corazón casi se le detuvo tras descubrir las sábanas manchadas de sangre.
—Wanning… —balbuceó con voz rota.
Las lágrimas empañaron su campo de visión, cometió un acto aberrante para el que no existía ningún perdón. Mancilló un amor puro, era un monstruo cruel sediento de sangre, no se merecía la compasión de nadie.
Se limpió la humedad de las mejillas, dispuesto a enfrentar el juicio por su pecado. Al acariciar el hombro de Chu Wanning para despertarlo, se dio cuenta de la temperatura elevada en su piel; la fragilidad de su amante fue tal, que pasó tres días inconsciente a causa de la fiebre.
—Mo Ran… —Chu Wanning balbuceó apenas abrió los ojos. Tenía la voz ronca y la boca seca.
—¿Te duele algo?
El mayor se encontraba algo confundido, después de pensarlo un poco, negó con un movimiento de cabeza. El general suspiró con alivio, abandonó su lado junto a la cama para dirigirse al armario del cual sacó varias prendas de color rojo y las arrojó sobre el regazo de Wanning.
—No puedes quedarte aquí…
—Lo sé. —respondió con pesar. Intentó incorporarse, pero los brazos le temblaron al sostener su peso.
—No puedes quedarte aquí —repitió ignorando su patética acción—, tampoco eres libre de abandonar mi hogar, de lo contrario, me obligarán a terminar con tu vida y después me juzgarán por el crimen de amarte. Así que a partir de ahora, serás mi esposa.
Chu Wanning abrió los ojos con sorpresa, tal cosa era inconcebible, su boca se movía articulando palabras silenciosas, no quería casarse con él aunque tampoco le deseaba el castigo de sus superiores.
»Le pedí a mis hombres de confianza que falsificaran tus registros, esta tarde nos casaremos.
—No puedo hacerlo. —dijo al fin en voz baja.
—Harás lo que yo diga porque me perteneces. Pagué mucho por ti.
—No me vendí como una prostituta. —protestó con voz gélida.
Mo Ran frunció el ceño con enojo y lo miró directo a los ojos con un aura amenazante.
—¿Eso importa? Lo seas o no, ahora eres mío y estás en deuda conmigo. El matrimonio es lo mínimo que puedes hacer por mi vida, es un trato justo —un par de golpes a la puerta lo interrumpieron en mitad de su discusión—. Adelante —dijo con voz ruda.
Dos jovencitas que apenas tuvieron el valor de levantar la cabeza, entraron con sábanas limpias y el desayuno recién hecho.
»Ellas están bajo juramento, te servirán de ahora en adelante, siéntete en confianza de pedirles casi cualquier cosa.
El general se dirigió a la salida, los ojos de Chu Wanning no tardaron en llenarse de lágrimas, en su interior se arremolinaban la tristeza, la decepción y la ira, sentimientos apenas capaz de contenerlos.
—Mo Ran, por favor, no hagas esto. —suplicó con voz trémula.
—Te veré en la ceremonia.
El general abandonó la estancia dando un portazo. Su cuerpo estaba demasiado rígido, respiró profundo durante algunos segundos al mismo tiempo que abría y cerraba las manos para destensar sus músculos.
Se lamentó el ser tan rudo con Chu Wanning, si no le tuviera una pizca de compasión, lo habría desechado como a cualquier basura por el simple hecho de engañarlo y traicionarlo. En cambio, aún deseaba cuidar de él, protegerlo, tal vez ahora creyera que unirse en matrimonio fuera un capricho suyo para humillarlo, pero la realidad era que no soportaría el dolor de terminar con su vida.
El repentino matrimonio del temible general fue el tema de conversación predilecto durante varias semanas. Las damas, que alguna vez soñaron con desposar a sus hijas con el apuesto Mo Ran, susurraban comentarios despectivos, muy seguras de cómo la familia de la novia lo obligó a hacerse responsable de sus actos luego de deshonrar a su hija. Por otra parte, aquellos soldados que no le temían a la muerte, se burlaban del hecho, alegando como su general sería incapaz de pasar vergüenza al admitir que su esposa era una prostituta.
Incluso en el barrio rojo surgieron rumores sobre el pianista que murió de amor cuando se enteró del matrimonio de su amante con otra y la dueña del Pabellón de Loto Rojo le dio credibilidad a la historia al declarar varios días de luto tras anunciar el retiro de su famosa "belleza enmascarada".
El hecho fue que la vida de Chu Wanning no volvió a ser la misma. Al asumir el papel de la esposa del general, tenía un código de vestimenta para usar ya que debía aparentar ser una mujer en todo momento, su libertad se restringió, no tenía apariciones públicas a menos que se le ordenara y siempre al lado de su esposo. Pasaba gran parte del día en soledad o acompañado de sus dos sirvientas, quienes se convirtieron en sus únicas informantes con el exterior.
A pesar de sus restricciones y exigentes protocolos sociales, Mo Ran no cambió demasiado con él, seguía siendo el joven atento, dulce y comprometido a cumplir casi cualquiera de sus caprichos, incluso le regaló un piano para tocar cuando le apeteciera. Tampoco dejó de hablar con él acerca de sus inquietudes o miedos y le demostró que tomaba en consideración sus consejos; ambos podrían pasar por la pareja perfecta, si no fuera porque todos sus problemas salían a la luz cuando estaban en la cama.
El general disfrutaba de tomarlo en cualquier oportunidad, demostrándole por la fuerza la clase de poder y control que tenía sobre su cuerpo. Sus violentos encuentros estaban cargados de humillaciones, tal como si Mo Ran se transformara en alguien completamente diferente y su única misión fuera causarle daño de diferentes maneras. Chu Wanning no se quejó en ningún momento, asumió su castigo por no ser sincero y aceptó el jamás ser perdonado.
Mo Ran salió al patio principal y apoyó la espalda en uno de los pilares de la estructura del pasillo. Con una mirada cargada de amor observó a Wanning, este descansaba bajo la sombra de un haitang, leía uno de los tantos libros que le obsequió. Su idea era llenarle de lujos y comodidades para retribuirle por todo su cariño y paciencia, sin embargo, su mente se llenaba de celos y resentimiento al imaginar a Chu Wanning abandonándolo, después de todo, él era capaz de cambiarlo por cualquier bastardo que pudiera pagar su precio.
El general apretó los dientes tratando de guardar la calma, ese día no estaba ahí para pelear, sino para despedirse.
—Baobei —lo llamó desde la distancia—, recibí un mensaje de la ciudad imperial.
—¿Te vas? —preguntó, mientras se colocaba el libro en el regazo y lo veía acercarse.
—Parto esta misma noche. Mis hombres más confiables se quedarán a cargo, puedes contar con ellos. —dijo acariciándole la mejilla—. No te metas en problemas, ¿de acuerdo?
Chu Wanning guardó silencio y frunció el ceño con molestia al entender la implicación de sus palabras, no importaba lo que hiciera ni cuanto se esforzara por cambiar la mala imagen que tenía acerca de él, Mo Ran siempre le recordaría su error.
El general se despidió de él con un beso en la frente. Esta sería la primera vez, en meses, que estarían separados por tanto tiempo y Mo Ran quería volver a confiar plenamente en el amor de su vida.
El primer día en ausencia del general, el ambiente en la casa se relajó tanto como para que Chu Wanning volviera a vestir prendas masculinas en su habitación. En el tercer día, tuvo un poco de seguridad y abandonó la propiedad para ir a ver los árboles en flor en la ciudad.
Transcurrida una semana, sin más noticias del pronto regreso de Mo Ran, Chu Wanning decidió visitar la casa de té donde servían sus dulces favoritos. Ese día prescindió de sus sirvientas, aunque no pudo hacer lo mismo con sus escoltas. Los dos hombres lo seguían desde la distancia, recordándole ser cuidadoso de sus pasos.
Bebió un sorbo del té de jazmín, a diferencia de las visitas en compañía de Mo Ran, él no tuvo ningún inconveniente en sentarse a la vista de todo el mundo, pasó tanto tiempo encerrado en la residencia de la guarnición, que el bullicio le pareció revitalizante. Sin embargo, jamás esperó ver un rostro conocido en un lugar tan caro.
—¿Chu xiansheng? —el timbre de voz alegre fue como el trinar de las aves.
Al ver a ese joven acercándose, se encogió de hombros, rogando desaparecer mágicamente de la casa de té.
—Shi Mei. —saludó con un tono de voz bajo y suave, resignándose a su encuentro.
—Veo que los rumores eran reales, mírate —lo escaneó de arriba abajo con la mirada—, convertido en la hermosa esposa del general Mo Ran.
—¿Podrías bajar la voz? —pidió, aparentando guardar la calma.
—¿Tan malo es? —Shi Mei puso una expresión seria mientras tomaba asiento a su lado.
—No quiero hablar de eso —dijo con amargura—, pero sí me gustaría saber lo que ocurrió aquella noche.
—Realmente, nada —declaró—. Solo deseaba que el general te sacara de ese asqueroso lugar, el burdel no era sitio para alguien como tú.5
El joven se apresuró a secar las lágrimas que de la nada rodaron por las mejillas de Chu Wanning, sus torpes movimientos corrieron el pigmento bermellón de aquellos delgados labios.
—Él cree que vendía mi cuerpo…
—Ese imbécil —exclamó con molestia—, ¿al menos hablaron sobre ello?
Wanning negó con un movimiento de cabeza.
—No escucha ni una de mis palabras cuando intento tocar el tema. Se llena de rabia de solo recordar mi pasado.
—Entonces se lo diré yo…
—¡No! —Se apresuró a sostenerle la mano—, por favor, no vuelvas a intervenir en mi vida.
Shi Mei guardó silencio, en aquellos ojos negros vio reflejado por primera vez un sentimiento capaz de perturbar ese rostro inexpresivo. No estaba seguro si Chu Wanning temía por su integridad o si había algo más, pero antes de poder explicarle que él estaría bien si enfrentaba al general, un hombre interrumpió su conversación.
—¿Terminaste?
Shi Mei se puso en pie con rapidez y transformó su actitud en un santiamén.
—Doctor Jian Xi, mi benefactor —lo presentó ante su antiguo colega y esperó que este se presentara por su cuenta.
—Chu Fei… —habló en un susurró. Ni siquiera se atrevió a levantar la mirada de la mesa.
—Una amiga muy querida —Shi Mei completó su frase con pesar—. Será mejor que me vaya, si alguna vez necesitas ayuda, con cualquier cosa, házmelo saber.
Mientras ellos se despedían, nadie reparó en el escolta que abandonó el lugar, a Chu Wanning tampoco le pareció extraño su ausencia cuando regresó a la casa del general.
Más tarde, esa noche, Chu Wanning se sentó a tocar el piano. Los acordes melancólicos se interrumpieron abruptamente cuando las puertas de la estancia se abrieron con estrépito.
—¡Chu Wanning! —Mo Ran gritó fuera de sí. Sus ropas aún tenían el polvo del camino.
—¿Mo Ran? No te esperábamos tan pronto. —dijo sin inmutarse. A estas alturas no le extrañaban sus intensos arrebatos.6
El general se acercó y lo sostuvo por el mentón, le movió la cabeza de un lado a otro. Su pulgar le acarició los labios, corriendo por completo los restos del labial sobre ellos.
—¿Quién es? —siseó con tono peligroso—, ¿quién es tu nuevo amante?
Sus palabras venenosas no lograron alterar a Chu Wanning, con el tiempo, el miedo se transformó en pena y finalmente en resignación, así que le permitió romper sus ropas, muy seguro de mostrarle un cuerpo sin marcas nuevas.
El general le olfateó el cuello, se deleitó con el dulce aroma que desprendía esa piel caliente. El corazón de Wanning se aceleró cuando Mo Ran lo levantó de su asiento y lo inclinó sobre el piano poniendo su trasero al descubierto.
—No hay nadie más… —habló con los dientes apretados.
Chu Wanning soportó sin gritar mientras un dedo hurgaba en su interior y la poderosa mordida en el lóbulo de la oreja le rompía la piel. Un líquido caliente se deslizó por su perfil mientras la mano libre de Mo Ran le quitó uno de los pendientes que le obsequió el día de su boda.
El general le dio la vuelta con brusquedad para enfrentarlo cara a cara. Miró su reflejo en esos afilados ojos de fénix que parecían burlarse de él, Wanning lucía imperturbable y lo odiaba cuando no pronunciaba ni una sola palabra.
—Dime el nombre —exigió empujándolo de espaldas sobre el piano—, ¿quién es el bastardo al que le abrirás las piernas?
—No voy a verme con nadie más, Mo Ran. —replicó con aire indignado.
—Te recordaré a quien perteneces.
La amenaza del joven fue acompañada por la dolorosa intrusión de su miembro. Chu Wanning apretó los labios sintiendo su interior ser abrasado en carne viva; tras todas las veces de hacerlo con Mo Ran, encontró placer en el trato rudo, pero a pesar de ello, le fue inevitable no derramar lágrimas antes de dejar escapar quedos gemidos.
—Puta —Mo Ran soltó un gruñido de placer al sentir la presión estrujando su pene—, ¿con cuántos bastardos cogiste?
—Con ninguno. —respondió sin aliento.
—¡Mientes! —gritó furioso irguiéndose sobre su amante. Llevó una mano hasta la garganta de Wanning y sus dedos magullaron la tierna piel—, ¡dime quién más te ha probado! ¡¿Quién se robó lo que es mío?!
—¡Nadie! ¡Nadie más me había tocado antes! ¡Solo tú! ¡Eres el único! —exclamó con voz estrangulada.
No era la primera vez que le estrujaba hasta la asfixia, era una práctica excitante y muy común entre ellos así que no estaba asustado, Mo Ran conocía sus límites y siempre se detenía antes de dejarlo inconsciente.
El joven gimió de modo audible cuando su cintura fue apresada por las largas piernas de su esposo y la presión alrededor de su miembro aumentó.
—Wanning, no mientas, ¡no te atrevas a mentirme! —Siguió embistiendo con violencia, arrebatándole sonoros jadeos y gemidos a su amante.
En su ferviente delirio, Mo Ran llevó la otra mano al cuello de Wanning y aumentó poco a poco la fuerza en su agarre. El mayor resolló y trató de liberarse al notar que estaba cruzando la línea. En ese punto ya se sentía mareado por la falta de aliento, los latidos acelerados de su corazón retumbaban en sus oídos, sin embargo, sus intentos fueron en vano, los dedos de Mo Ran no se aflojaron ni un poco.
—Wanning, eres mío… me perteneces, tu cuerpo, tu alma y tu vida están en mis manos. —declaró, disfrutando de su expresión aterrorizada.
La boca de Chu Wanning se abrió buscando desesperadamente llenarse los pulmones de aire. Estaba siendo estrangulado de tal forma que le fue imposible articular palabra para pedir ayuda y finalmente, la falta de oxígeno lo arrastró a un oscuro abismo.
Desde la perspectiva de Mo Ran, la reacción de su esposo no estuvo fuera de lo normal, este solía requerir un tiempo para recomponerse después del intenso orgasmo. Sin prestarle mayor atención al cuerpo laxo debajo de él, continuó embistiendo hasta encontrar su propia liberación y sucumbir sobre ese pecho plano.
—Baobei, odio ser tan duro contigo. —dijo entre jadeos.
Se incorporó sobre los codos y le besó las marcas rojas en el cuello; no era una mentira, él en verdad repudiaba su lado violento, odiaba herir a Chu Wanning y por eso trataba de compensarlo con cariño después del sexo.
—Lo siento —se disculpó acariciándole con la nariz la extensión de su clavícula, al no tener una respuesta, gruñó con molestia—. ¿Acaso lamentarme como un perro no será suficiente para que me perdones?
El general se puso en pie para confrontar la dura mirada de Chu Wanning, sin embargo, se llevó una sorpresa al descubrirlo con los ojos cerrados, muy quieto y sereno, completamente ajeno a su personalidad habitual.
—¿Wanning?
El enojo y la excitación se transformaron en preocupación al comprender que algo no iba bien. Ninguno de sus intentos logró hacerlo reaccionar, entonces buscó su pulso en aquella muñeca que iba perdiendo su calor.
—Wanning, no… despierta, quédate conmigo. —Repitió una y otra vez mientras corría en busca de su médico personal.
Él, que por años se enfrentó al enemigo hasta arrebatarles la vida sin ninguna clase de remordimiento, se negaba a creer que hizo lo mismo con su esposo. Su Wanning iba a estar bien, debía estarlo.
Tragó el nudo en su garganta y explicó al médico lo ocurrido. El hombre lo miró con semblante sereno mientras revisaba el cuerpo de Chu Wanning, pero no hubo nada más por hacer. La confirmación de su muerte fue la noticia más dura en la existencia de Mo Ran.
—No… eso no es verdad… por favor, Wanning, ¡no me dejes! —negó derramando lágrimas.
Mo Ran creyó estar en una pesadilla de la cual no podía despertar. Se puso de pie y caminó de forma mecánica lejos de la habitación, no escuchó las palabras de su médico, se sumió en su propia pena dejando a la oscuridad invadir su corazón.
Tres días fueron suficientes para esparcir el rumor de la locura del general. Nadie pudo hacer entrar en razón a Mo Ran, mientras su mano derecha y los sirvientes preparaban el funeral de su esposa, él se ahogaba en vino.
Sentado bajo el árbol de haitang donde Chu Wanning solía pasar el tiempo leyendo, Mo Ran admiraba las estrellas en el oscuro firmamento. El dolor que sintió las primeras horas después de su muerte, continuó apuñalándole el corazón, era como sanar la herida abierta con sal, un martirio inútil. Respirar le era difícil, la simple existencia le parecía una agonía, no concebía el hecho de haber sido capaz de cometer aquel acto tan inhumano.
Convencido que debía pagar por su crimen, bebió el contenido de una pequeña botella; ignoró el sabor y la quemazón en la garganta al tragar el veneno, eso no se comparaba en nada con el suplicio que le hizo vivir a Chu Wanning.
—Mi Wanning, no podré ir hasta donde tú estás, pero espero sufrir la tortura necesaria para lavar mis pecados. Nunca te mentí al decir que te amaba y lo seguiré haciendo en mi próxima vida. —susurró con su último aliento.