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No era muy común acompañar a su tío en alguna de sus salidas de caza, pero el pequeño príncipe de cuatro años de edad estaba lleno de energía y una curiosidad que lo empujaba a descubrir el mundo que lo rodeaba. Además, su shu-shu era un hábil cazador, fuerte e inteligente. El pequeño príncipe Mo se sentía seguro a su lado. En sus inocentes ojos, no había nada que su tío no pudiese lograr.
En el desierto del norte, el frio y la oscuridad eran una constante durante casi todo el año. Solo durante el corto periodo de la primavera la luz del sol tocaba el manto blanco, derritiendo la nieve y dejando al descubierto playas y ríos cristalinos, habitados por criaturas extrañas y peligrosas. Imaginar cómo se veían siguiendo las historias de su tío alimentaba la imaginación del pequeño príncipe.
“Cuidado” el niño soltó un jadeo cuando Linguang-jun lo sujetó del cuello de la túnica, alzándolo en el aire justo a tiempo para evitar resbalar en el hielo más delgado.
Linguang-jun lo mantuvo en el aire, sosteniéndolo como a un cachorro de tigre. El pequeño Mo se agitó, intentando que su tío lo soltara, gruñendo como un gatito enojado. El hombre mayor ignoró a su sobrino y con su otra mano creó un fragmento de hielo solido sobre el cual se pararon.
“Como príncipe, es importante conocer el reino que habitas y sus peligros. ¿Cómo se vería un rey si tropezara y muriera en un simple paseo?”
“Uno muy tonto” al verlo más tranquilo, dejó al niño inquieto sobre una silla de hielo, dándole una mirada dura para que no se moviera. Aun así, no se confió y de vez en cuando giraba la cabeza para comprobar que el niño obedeciera. Era un niño demonio literal. Y su desconfianza no demostró ser infundada cuando vio al pequeño Mo sacar la cabeza por la orilla del bote, casi cayendo otra vez.
El menor lo miró como un conejo frente a una antorcha, con esos grandes ojos azules diciendo: “yo no hice nada”.
Linguang-jun terminó de dar forma al pequeño bote de hielo, arrepintiéndose de haber traído al niño durante su viaje. Su cabello iba a tornarse más blanco de lo que ya era solo por el estrés.
El viento era frio e inclemente, arañando la cara del pequeño príncipe como las agujas de un árbol de pino (no es que el joven príncipe haya visto uno antes)
El mar del desierto del norte era casi olvidado en los relatos que los otros demonios o humanos contaban. Estaba cubierto por una gruesa capa de hielo en casi su totalidad, con icebergs flotando a la deriva en aguas oscuras, cuyo fondo no podía vislumbrarse. La corte tampoco le prestaba mucha atención, estando tan lejos de la capital del reino. Por eso en lugar de vigilar sus territorios por sí mismo, el Mobei-jun actual enviaba a su hermano a tratar con la única tribu que podía sobrevivir en aquel sitio.
Al viejo demonio no le importaba hacer viajes largos a cambio de estar lejos de la mirada de su hermano mayor. El sujeto parecía tener un palo en el culo todo el tiempo y te miraba como si eso fuese tu culpa. Linguang-jun lo habría matado de no ser por la abismal fuerza entre ambos.
“¡Shu-shu!” una voz aguda le recordó que no estaba solo con sus pensamientos rencorosos esta vez.
El Xiao Mo (también un apodo que él le dio, porque su hermano no se tomó la decencia de pensar en uno) lo miraba con ojos grandes e ilusionados mientras señalaba un conjunto de ballenas de coral saltar entre las olas a lo lejos. Todo era tan nuevo para él, señalando cada cosa que le llamara la atención con una inocencia infantil rara. Incluso cuando un águila tritura-huesos pasó sobre ellos y Linguang-jun lo derribó con una flecha de hielo (porque seguramente estaba planeando comerse a Xiao Mo al primer descuido) perdió su entusiasmo y preguntó cómo podía hacer tantas cosas.
El viejo demonio debía admitir que tanta adoración del niño acariciaba su ego. Incluso si todavía no se decidía a qué hacer con el niño fruto de la traición de su exesposa y hermano.
Tal vez le enseñaría a su sobrino como manipular el hielo para formar armas más complejas. Uno no podía depender sólo de la fuerza bruta para sobrevivir, a pesar de lo que los viejos demonios del consejo y su bien muerto padre pensaron. Pensamientos rencorosos nublaron su mente.
El viento continuó soplando y las olas movieron el pequeño bote que se desplazaba en el agua. Según su tío, estaban por llegar al lugar acordado para… el pequeño príncipe no recordaba, solo había querido estar cerca de su shu-shu. Se sentó obedientemente con las manos dentro de su túnica, sosteniendo su estómago, tanto movimiento sin descanso estaba haciendo mella en el niño.
Quiso sostenerse del barandal del bote, pero el fragmento de hielo se rompió y el pequeño príncipe fue engullido por mar.
A pesar de su apariencia tranquila en la superficie, el pequeño demonio fue arrojado lejos del bote por las fuertes corrientes del mar frío. Burbujas de precioso oxigeno se perdían cuando intentó gritar por su tío. Ni siquiera sabía nadar.
Estaba mareado y había un calor doloroso en su pequeño, a medida que su visión se llenaba de puntos negros.
¿Por qué su tío no había ido por él?
Estaba por perder la conciencia cuando sintió algo tirando de él, fue como una gran sacudida y pronto su cabeza rompió el agua, el aire llenó sus pulmones, expulsando el agua congelada.
“Oh cielos, ¿Cómo llegó una cosita tan blanda como tú aquí?” una voz suave y cantarina hizo eco.
“Mamá, has visto… ¡¿De dónde sacaste eso?!” chilló una voz infantil.
“No seas tan dramático, a-Hua, sé que se ve un poco pequeño para que sea nuestra cena, pero…”
“¡No!” interrumpió la otra voz “¡No puedes comértelo! ¡No-o! ¡Denegado!”
La visión del niño demonio se aclaró lo suficiente como para distinguir los rostros detrás de las voces. Quien lo sostenía era una mujer con un rostro bonito y pálido como el jade, su largo cabello de plata caía como mechones ondulados, casi ocultando sus ojos dorados como los de un depredador feroz. Con colmillos como esos, probablemente lo era.
La figura más pequeña era un niño como él, de rostro redondo y pecoso, con cabello castaño, pero los mismos ojos de oro que la mujer.
“¡No pueden comerme! ¡Mi shushu viene para acá y los matara!”
“¡Ves! ¡Te lo dije má!” el niño castaño golpeó el agua con las manos.
“Oh, ¿es eso cierto? Creo que nos reuniríamos con un enviado del rey” dijo la mujer con una mirada perdida, casi soñadora. A primera vista, parecía una persona muy dispersa y olvidadiza.
“¡Soy el hijo del gran Mobei-jun!” gritó con orgullo, mostrando unos pequeños colmillos de leche.
El hijo de la mujer de nieve parecía frustrado y una cola (¿?) rompió el agua, sumergiéndose de nuevo en el agua.
La mujer soltó una pequeña risa, mirando a Xiao Mo con complicidad: “Mi pequeño alevín se preocupa demasiado, es demasiado divertido tomarle el pelo” le susurró con una sonrisa.
Acarició con su mano libre la mejilla del niño, quitando el agua que se desprendió incluso de la ropa del pequeño demonio como burbujas que cayeron al mar de nuevo, dejándolo completamente seco.
“Tu tío debe estar muy preocupado por ti, pequeño príncipe” dijo la mujer con dulzura antes de subirlo sobre sus hombros.
El pequeño demonio pudo ver una cola de pez plateada moverse detrás de la mujer antes de que avanzaran por las olas.
Un débil chapoteo por detrás, junto a un destello dorado les indicó que el hijo de la mujer los estaba siguiendo de cerca.
La mujer era veloz y se movía con agilidad entre las placas de hielo desprendidas. Era una perspectiva completamente diferente a estar en un bote.
Pronto el pequeño grupo llegó a la zona de encuentro donde estaba esperándolos Linguang-jun. Su rostro parecía impasible, mirando a Xiao Mo con dureza. El niño pensó que su tío iba a gritarle y regañarlo, que no lo volvería a llevar a ninguno de sus viajes. En su lugar, lo primero que hizo Linguang-jun
Xiao Mo no sabía que ese gesto se llamaba “abrazo”.
El niño tampoco sabría nunca que su pequeño accidente había hecho desvanecerse cualquier idea terrible de su tío hacía él.
La mujer sonrió con una risa en los ojos. Linguang-jun apartó la mirada, ignorando el cosquilleo que le causaba su voz. No era tan débil como para caer en la tentación de una sirena, incluso si había alcanzado el rango de oceánida, él seguía siendo el segundo príncipe del Norte.
“¿Tienes el tributo?” dijo con voz dura, volviendo a dejar a Mobei-jun en el suelo del bote, esta vez con barandas más altas y una mano atenta por si acaso.
“¿Cuántas veces no hemos hecho esto ya? ¿me tomas por alguien tan despistada?” la sirena puso sus manos en sus caderas, mirándolo con desafío.
La batalla de miradas duró un tiempo, antes de que la oceánida trinara una melodía. Entonces la pequeña sirena dorada reapareció junto a una hilera de tres cofres que arrastraba débilmente sobre el agua, más nerviosa que antes bajo la mirada de Linguang-jun.
“¿Nuevo asistente?” preguntó el demonio con una ceja alzada.
“Mi hijo, A-Hua” contestó ella, retándolo con la mirada a decir algo malo sobre su alevín “está aprendiendo el oficio para cuando esta anciana se retire”
Linguang-jun revisó los cofres, que estaban llenos de perlas del tamaño de un puño, algunas incluso eran perlas nocturnas, también había corales, pieles raras y algunas otras rarezas que solo podías encontrar en las profundidades.
El tributo era una mera formalidad, una muestra de poder del clan Mo hacia las sirenas para permitirles habitar el territorio sin problemas. Un acuerdo mayormente beneficioso para la familia real, ya que protegían sus fronteras marítimas sin necesidad de un pago.
Al ver que estaba todo, el viejo demonio ató los cofres a su embarcación y asintió antes de iniciar una conversación sobre el estado del territorio con la oceánida.
Xiao Mo estaba más intrigado por la sirenita dorada, pero el otro niño parecía más preocupado de lo que fuese que estuviesen hablando los dos adultos. El niño demonio no entendía lo que decían y era frustrante. Su pequeña rabieta congeló una delgada capa de escarcha sobre el agua.
Entonces la sirenita por fin lo miró.
“Bueno… ¿eres Mobei-jun?”
“¡Algún día lo seré!” declaró con confianza.
“y viniste con tu tío… ¿no te ha dado problemas?”
“¿Por qué shu-shu sería malo?”
El niño abrió y cerró la boca, antes de negar, murmurando algo ininteligible. Se acercó al bote con recelo, hasta que estuvieron cara a cara.
Ahora Mobei-jun pudo ver que había un colgante rojo en el cuello de la sirenita. Como todo niño curioso, estuvo a punto de preguntar, pero se detuvo cuando sintió un dedo cálido pinchar su mejilla.
Los niños se volvieron a mirar.
A-Hua (su madre lo había llamado así) continuó punchando su mejilla, defendiéndose para acariciar la carne regordeta que todavía tenía su grasa de bebé. Parecía muy feliz solo haciendo eso.
“son más suaves de lo que parecen” murmuró la sirenita casi hipnotizado.
“Xiao Mo, nos vamos. Y más te vale que te sujetes viene esta vez”
A-Hua se asustó y apartó la mano como si le quemara, nadando para esconderse detrás de su madre.
“¡Si, shu-shu!” contestó Xiao Mo. Antes de que pudiera pensar en que más decir, su tío comenzó a remar.
Al voltear vio a la sirenita agitando la mano como despedida, él le devolvió el gesto.
Tal vez los viajes en bote no sean lo suyo. Sus mejillas ahora se sentían calientes.