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So It Goes (Es inevitable)

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—¡Creí que nunca llegarías! —es el saludo que recibo de mi amiga en cuanto abro la puerta del auto.  

—Hola, Angela. Yo también te extrañé —digo dramáticamente.

Son las nueve de la mañana. Oficialmente es el último viernes del mes de julio, el día en que se lleva a cabo la gala anual de los Grey. 

—Sí, si —tuerce los ojos. —¡Vamos! Tenemos un día ocupado hoy.

Tira de mi cuerpo al interior del salón.

Angela descubrió este salón de belleza un año después de mudarnos aquí. Pasó meses obligándome a venir con ella, me obligaba a hacerme tratamientos en todo el maldito cuerpo, hasta que finalmente hizo que me gustara y decidiera acudir voluntariamente. Ahora, estas pequeñas escapadas que tenemos, las usamos como tiempo de calidad para nuestra amistad.

—¡Señoritas! —Greta, la mujer de recepción nos saluda efusivamente. —Que agradable tenerlas de regreso.

Angela y yo la saludamos.

—¡Señor Grey! —la mujer coloca sus ojos en un punto a mis espaldas. Su expresión cambia a una expresión horrorizada. —N-no sabía que había solicitado un servicio.

Mi cuello se gira hasta mirar a Christian. Me mira fugazmente, sus ojos gritan con pánico y nerviosismo, aunque finge que su postura está más relajada, puedo notar que su cuello esta tenso.

—Tranquila, Greta. Vine para acompañarlas, únicamente —habla respondiendo el comentario de Greta. —Ellas te dirán que servicios requieren.

La mujer parpadea procesando las palabras.

—¡Oh! Sí. Sí claro —asiente rápidamente. —Franco y Myriam están a punto de terminar, ¿desean esperar? 

—Esperaremos —Angela sentencia. Greta nos conduce hasta el living de espera. Nos ofrece una copa de vino y algunos canapés en lo que esperamos nuestro turno.

Observo el cristal que nos divide del resto del salón, parece que hoy es un día ocupado, todo el personal está atendiendo a una persona, moviendo sus manos con artefactos y productos de belleza que colocan sobre ellos.

Mis ojos se posan en una mujer en el fondo. Usa un uniforme de color negro que hace contraste con el resto del personal que lleva blanco, la melena de cabello platinado me resulta muy familiar.

—Yo la conozco —Angela susurra a mi lado. La miro de reojo, ella también está analizando a la mujer.

Continúo observando con atención. Otra estilista se acerca a ella, murmura dos palabras y todo cambia, la mujer gira su rostro, revela su identidad mientras ofrece una sonrisa hacia dónde estamos.

—Mierda —jadeamos colectivamente. Incredulidad, ansiedad y fastidio, esas son las tres emociones que acompañan mientras soltamos la palabra. Angela, Christian y yo.

—Vuelvo enseguida —Christian anuncia. —Disculpen.

No da tiempo a que pueda decirle algo. Rodea el sofá en el que estoy sentada y se adentra en el salón con zancadas rápidas. La rubia oxigenada le saluda, le besa en ambas mejillas, apoya las manos en sus antebrazos, y le sonríe. Los dos se sumergen en una conversación animada.

Quiero vomitar.

—Greta —Angela llama la atención de la recepcionista. Ella viene corriendo hasta nosotras. —¿Qué hace esa mujer aquí?

—¿Mujer? —es notable su confusión. —Hay muchas mujeres aquí, señorita.

—La mujer rubia que habla con Christian —escupo.

Mis ojos siguen puestos sobre ellos. Hablan de algo, de mí, estoy segura.

—¿La señora Lincoln? —Greta señala a la rubia en cuestión. Angela y yo asentimos. —Es la dueña del lugar, y también es socia del señor Grey.

Mi mente conecta sus palabras con los evidentes hechos. El lugar se llama Esclava, tiene la misma armonía y detalles del cuarto rojo, por supuesto que deben estar relacionados. Greta conoce a Christian y le ha preguntado por el “usual servicio”.

¡Joder! ¡No puedo creerlo!

Greta debió pensar que Christian traía a una nueva sumisa. ¡Quizás pensó que Angela y yo somos las nuevas sumisas!  

Mis ojos se colocan de nuevo en ellos. Christian le cuenta algo, ella parece preocupada, asiente, hace muecas y menea la cabeza. Alarga la mano y le acaricia el brazo con dulzura mientras se muerde el labio.

¡Es demasiado!

Mi cuerpo se levanta como un resorte.

—¿Qué mierda te pasa? —Angela me da una mirada sorprendida.

—¡No dejes que te toquen el maldito cabello! —gruño entre dientes. Angela intenta cuestionarme pero la interrumpo. —¡Vuelvo en un momento!

Mis manos sacan mi teléfono, tecleo el número que me sé de memoria mientras mi cuerpo rodea el costado del sofá y salgo disparada a la calle. Angela y Greta me llaman a gritos.

—¡Julie! ¿Qué tan rápido llegas al salón Esclava? —pregunto en cuanto me responde la llamada. —El que está en la segunda avenida.

—Diez minutos —dice. Le toma un par de segundos procesar mis palabras y mi tono urgente. 

—Necesito que vengas lo más rápido que puedas —le indico. —Si el señor Grayson, Suzanne o alguien pregunta diles que vas a mi casa por un contrato importante.

—Bien, pero… Isabella... ¿Qué sucede?

—Es probable que haya un asesinato —anuncio.

—¿Vas a matar a alguien? —pregunta en tono aburrido, pero escucho sus pasos apresurados a través del teléfono.

—Es probable —acepto —Lo sabremos en unos minutos.

—¡En camino! —chilla. Cuelga el teléfono.

—¡Bella! ¿Qué mierda sucede? —Angela me alcanza, ligeramente agitada.

—No quiero que esa mujer me toque el cabello —me cruzo de brazos.

—Llevamos años arreglándonos el cabello en este lugar, Bella —se queja mi amiga. —Es probable que ella ya nos atendiera en alguna ocasión.

Por el bien de mi salud mental, espero que no. No soporto la idea de que esa mujer haya tocado mi cabello. ¡Qué asco!

—¡Pero antes no estaba saliendo con Christian! —digo exasperada. —Antes no me importaba porque no era novia del dueño que se ha follado a la socia y a la clientela de este maldito lugar.

—Es que tu novio tampoco ayuda —es la respuesta de Angela.

—Que puta mierda —me quejo. Camino de un lado a otro como león enjaulado. Estiro mi cuello de vez en cuando, mirando a ambos lados de la calle en busca de mi secretaria.

—No meto mis manos al fuego —Angela dice en tono pensativo, —no creo que esa mujer se atreva a hacerte algo con Christian presente.

—No quiero averiguarlo —sacudo la cabeza. —En unas horas es la Gala, y no quiero llegar con el cabello verde.

—¿Isabella? —la voz de Christian llega desde la acera al otro lado de la calle.

—Hablando del rey de roma —bufo.

—¿Qué sucede? ¿Por qué saliste? —pregunta con molestia. —Franco y Myriam las están esperando.

—Y yo estoy esperando a Julie —me cruzo de brazos.

—¿Vas a trabajar mientras de arreglan el cabello? —me mira con los ojos muy abiertos.

—Christian —me quejo. Estoy exasperada. —A veces eres muy ingenuo o muy…

 Muerdo mi lengua con fuerza, el sabor metálico inunda mi boca.

—Isabella. —sisea con molestia mi nombre. Ha adivinado la palabra que me faltó pronunciar. —Franco y Myriam están esperando por ustedes, ellos tienen una agenda muy ocupada al igual que nosotros. Por favor, vuelve adentro.

Estira su mano, intenta tocarme.

—¡No! —doy un salto atrás. Christian se congela. —No voy a volver. No pienso poner un pie en ese maldito lugar sin la presencia de Julie.

—¿Por qué? —consigue preguntar.

—Voy a asegurarme de tener testigos, por si alguien quiere quemar mi cabello o algo peor.

El resopla, chasquea su lengua y sus ojos grises me miran burlonamente. Quiero golpearlo.

—¿Es por Elena? —pregunta. No digo nada, me limito a míralo. —Por dios, Isabella, estas siendo jodidamente infantil.

—Tenías que ser géminis y hombre —escucho a mi amiga resoplar unos metros al fondo.

—¡Si! Tienes toda la razón. ¡Soy una puta niña a la que no le ha caído bien tu amiguita, Grey! —levanto mi barbilla, desafiante. Christian da un paso atrás, lejos de mí. —Pero aun así, no pienso moverme de este lugar sin que Julie me acompañe.

—Esto es ridículo —pone los ojos en blanco. Sus manos golpean el costado de sus muslos. —Elena dijo que ella misma ha cortado tu cabello un par de veces.

Adiós a lo poco que me restaba de paz mental. 

—Sí, Christian —acepto cansadamente. —Pero eso fue antes de que comenzáramos a salir.

—¿Y? —pregunta crédulo.

Mi cuerpo comienza a temblar. ¿Así es como él se siente cuando desobedezco lo que me dice? ¿Estas inmensas ganas de demostrar tu punto? ¿El tic nervioso en un ojo?  ¿La picazón en la mano? ¿Las ganas de gritarle en la cara?

—¡¿Y?! —grito. —¡No quiero esa puta mujer vuelva a tocar mí maldito cabello!

—Bien, Isabella, dímelo —ahora es él quien se coloca en una posición defensiva. —¿Cuál es el maldito problema entre tú y Elena?

—Es ella la que tiene el problema conmigo —siseo. No quiero hablar de las razones que la mujer ya ha dejado en claro. —Pregúntale porque demonios ha decidido que yo soy su enemigo. 

—Esto es increíble —sacude su cabeza.

Supongo que sí voy a abrir mi linda boquita para exponer a la vieja.

—¿Sabes que es increíble? —pregunto. La ironía en mi voz escurre como si fuera veneno. —¡Que esa anciana sigue queriendo que regreses con ella! ¡Está celosa de que yo sí puedo follar contigo y ella no!

—¡Isabella! —Christian gruñe. Su rostro se ha transformado en furia y molestia en su máximo esplendor. —Basta.

—No —repito cortante. —Querías que te lo dijera, y ahora me escuchas.

—Elena y yo somos amigos, únicamente. Te lo dije cuando comenzamos con esto —intenta explicarse. Me molesta como describe nuestra relación. —Soy el socio capitalista de este negocio y ella lo ha llevado al éxito. ¡Eso es todo!

—¿Y ella sabe? —pregunto. —¿Qué solo son amigos? ¿Qué eso es “todo”?

—Suenas como Anastasia —suspira ruidosamente. Me congelo.

¿Qué mierda dijo?

—¡Oh, no lo hiciste! —Angela jadea. Escucho su mano golpear sus labios.

—Casi puedo simpatizar con Anastasia respecto a este tema —murmuro en tono seco. ¡Mierda! Para que yo diga eso, es porque esto está muy jodido.

—Isabella… —Christian parece darse cuenta de sus palabras, cierra los ojos, baja su rostro con vergüenza o arrepentimiento. No lo sé.

—Cuando esa mujer viene y te amenaza a pesar de ser la primera vez que la conoces, no es por amabilidad. —hago una mueca. —Es jodido.

 Christian levanta su cabeza. Sus ojos grises apagados y tristes, sus cejas juntas enmarcando las arrugas de su frente.

—¿Qué? —pregunta.

—El día de tu cumpleaños, Elena me acorralo en el pasillo y me dijo que no importa cuanto lo intentara, yo no sería capaz de joder y follar tan bien como lo hizo ella.

—No puedo creerlo —sacude la cabeza. Su rostro se gira momentáneamente al interior del local. —Elena no es capaz de eso.

—¡Christian!  —grito. Mi estado de ánimo explota. Estoy molesta y ya no puedo contenerme. —¡Es tu problema si quieres creerme o no! Esa mujer me dijo eso, esa mujer me odia y no voy a dejar que esa mujer toque mi cabello porque no confió en ella.

—Bella… —Angela se acerca, sigilosa. —Hay un reportero en la esquina.

No me sorprende. Sé que varios fotógrafos y reporteros nos siguen constantemente en busca de alguna nota sobre la “pareja más famosa de Seattle”. Usualmente Sawyer y Taylor los mantienen lejos de nosotros. 

—¡Que se vaya a la mierda! —grito enfadada. — Ahora no estoy para lidiar con esto.

—Basta, Isabella —me suplica/ordena Christian. —Vuelve adentro, Myriam se encargará de tu cabello. Elena no.

—No voy a entrar sin Julie —digo tercamente.

—¿Y qué esperas que Julie haga? —pregunta.

—Lo que sea necesario para evitar que Angela y yo terminemos con el cabello de color verde.

Christian sacude la cabeza. 

—Escucha —baja el tono de su voz, lo dulcifica. Sé lo que planea, ¡está intentando manipularme!  —Podemos hacer que Taylor esté ahí a tu lado, si eso te hace sentir segura.

—Taylor trabaja para ti, no para mí —le aclaro. 

—Entonces que sea Sawyer —ofrece. —Él se encarga de tu seguridad.

—Lo mismo, trabaja para ti —me cruzo de brazos. —Pueden estar torturándome, pero si tú les ordenas que miren para otro lado, lo harán.

Mi comentario es como un puñetazo al hígado, la mueca en su rostro me dice que no le ha gustado escucharlo.

 ¡No me importa!

—¿Y qué hay de mí, Isabella? Yo también estaré allí, contigo. ¿No confías en mí?

—No es suficiente, Christian —lloriqueo. Él se pone pálido, da dos pasos hacia atrás como si lo hubiera golpeado en el estómago. —No confío en ti cuando se trata de ella, porque parece que crees más en la palabra de esa mujer que en la mía.

El rostro se Christian se arruga con dolor.

—Ya estoy aquí —Julie canturrea. Nadie se mueve, nadie le responde.

—No puedo hacer que elijas entre esa mujer que dice ser tu amiga o yo que se supone que soy tu novia, eso no sería propio de mí —mis ojos siguen fijos en esos obres grises torturados que me miran. —Pero no voy a ser hipócrita y a decirte que me duele que no estés de mi lado, Christian. Al menos intenta comprender como me siento.

Se queda segundo en silencio. Algo pasa por su mente.

—No tenía idea de Elena te dijo esas palabras —murmura. —Hablaré con ella y me aseguraré que no vuelva a pasar.

Eso no es lo que quiero escuchar. Tomo una profunda respiración para girarme a mi secretaria que mira la escena con cara de preocupación.

—Vamos —digo al aire.

—¿Vamos a regresar? —Angela pregunta cautelosa e insegura.

—Si —digo levantando mi barbilla. 

Me giro, preparándome mentalmente para volver a ese maldito local. Elena está de pie frente a la pared de cristal que da a la calle, está mirando la escena y es evidente la pequeña sonrisa que hay en su rostro. Pobre ilusa, cree que ganó.

Christian sostiene mi mano, deteniéndome. Lo miro fijamente a la espera de que hable.

—Lo siento —dice. —Debí contarte de este negocio antes. También lamento que ella estuviera aquí, usualmente está en la nueva sucursal.

—Sabes que no puedes controlarlo todo, Grey.

Da un respingo. No es usual que yo lo llame por su apellido.

—Lamento que no confíes en mí —murmura. Sus ojos grises presos de las sombras, se tornan acuosos y dolidos.

Mi corazón se estruja. Ahora me siento culpable por ser usar esas crueles palabras con él.

—Si confió en ti, Christian —me lamento. Me giro, tomo su rostro entre mis manos, mis dedos acarician sus mejillas. —Es en ella en quien no confío.

—No debí compárate con Anastasia —dice contra la palma de mis manos.

—No, no debiste —acepto. Un pequeño hilo de cordura se ilumina en mi interior, este no es el momento ni el lugar para estar discutiendo estas cosas. Además, el reportero sigue sacándonos fotos. —Hablaremos de esto en casa, ¿está bien? 

—Casa —suspira con anhelo. —Nuestra casa. 

—Si Christian, en casa —acepto. Estiro mi cuerpo, me coloco sobre la punta de mis pies, deposito un suave beso en sus labios.

—Vamos —Angela me presiona. —Estoy segura que Grace no apreciará que lleguemos tarde.

Eso nos trae de regreso a la realidad. Hoy es un día importante y el tiempo está corriendo.

—Ahora vuelvo, iré a recoger tu vestido —Christian me suelta. —Ve adentro, Sawyer se quedará contigo. No te vayas sin mí.

—Bien —acepto. Nos separamos, el resto del grupo actúa en reflejo de nuestros movimientos.

Con paso seguro regreso al interior del local, paso por la puerta con mis dos amigas siguiéndome. Greta nos indica dónde colocarnos.  Me acomodo en una de las enormes y cómodas sillas que hay frente los espejos, Angela hace lo mismo. Julie se coloca entre ambas, recargada entre los espejos y con la vista a todo lo que sucede a nuestras espaldas.

—Julie —le digo. —Si vez algo de color fluorescente, que huela extraño o que saque humo, asegúrate que termine en cualquier lugar menos sobre cualquiera de nosotras.

—Sí, jefa —hace un saludo militar. Se cruza de brazos y comienza a repartir miradas amenazantes a diestra y siniestra.

—¡Señoritas! —Franco y Myriam se acercan a nosotras con su clásico caminar que refleja cada movimiento que hace alguno de los gemelos. Ambos se ponen manos a la obra bajo la atenta mirada de Elena y las miradas amenazantes de Julie.

Christian no regresó al interior del local. 

Sigo molesta, con él, conmigo, con la vieja que está mirándome a través del espejo y con la maldita situación que ha provocado. No es justo que, por ella, Christian y yo peleáramos.  Pero puedo almacenar el sentimiento por un rato, puedo cerrar los ojos, relajarme y permitir que me consientan los estilistas. Si, puedo hacer eso.

—Entonces, ¿tu madre? —Julie pregunta al cabo de un rato. 

Ahora que Elena se ha aburrido de nosotras y ha vuelto a la parte posterior del local, el ambiente se siente más ligero. Y nosotras nos sentimos con la libertad de hablar.

—Ya se fue —respondo.

—¿Por fin? —Julie me mira con asombro, Angela me mira de la misma manera a través del espejo frente a nosotras.

—Eso fue lo que dijo Charlie cuando hablé con él —respondo. Me encojo de hombros. —Finalmente pudo convencerla de subirse a un autobús para que la llevara a Montana a ver si allí podía tomar un vuelo.

—¿Crees que finalmente Christian le permita subirse a un avión? —Angela se burla. Su aporte a la conversación será interesante. —Después de boletinar a Renée para que todas las aerolíneas posibles para que le prohibieran el servicio.

—¿Eso hizo? —Julie se atraganta. —Esperen, no sabía que cualquiera podía hacer eso.

—Christian es dueño de una aerolínea ¿no? —Angela pregunta.

—Sí, lo es. Pero eso no le da el poder sobre el maldito aeropuerto. Lo que hizo en realidad fue mover sus contactos, hablar con algunos socios, ellos hablaron con sus amigos y...

—Y... así, Renée quedó vetada de varias aerolíneas —Angela completa la frase. —Sin mencionar que la dejó varada aquí, bueno, en Forks.

—Exacto.

—No puedo creer que Christian hiciera eso —mi amiga se carcajea. —Entiendo que cuando tu suegra te insulta aun sin conocerte formalmente, se desarrolla un profundo sentimiento de odio, pero ¿hacer eso?

—Es Christian de quien hablamos —resoplo.

—Recuérdame nunca hacerlo enojar —Angela gimotea. —Pero ¿cómo logró Charlie convencerla del autobús? 

—Sue decidió que ya no podía sopórtala por más tiempo —me encojo de hombros.

—¿Dos semanas fue mucho? —Angela vuelve a burlarse. Julie se carcajea. Incluso puedo escuchar la rosa oculta de los gemelos estilistas. 

—Fueron 9 días —aclaro. Como si eso hiciera alguna diferencia. —Y Sue solamente se quedó tres días, el resto lo pasó en la Push.

—Charlie se volverá un santo por soportar tanto tiempo a su ex mujer —Angela jadea. Asiento dándole la razón.

Franco y Myriam continúan con su trabajo mientras nosotras hablamos de cosas triviales, como la insistencia de Elliot con mi amiga. Sawyer de vez en cuando me recuerda su presencia preguntando que es cada producto que ponen cerca de mí, no estoy segura si lo hace para mi tranquilidad o para la suya. Aun así se lo agradezco.

—¡De esto estaba hablando! —Angela chilla emocionada mirándose al espejo.

Después de no sé cuánto tiempo, por fin somos libre de irnos.

Sí, ahora me gusta venir al salón de belleza, ahora disfruto de los tratamientos, de las terapias y de los procesos estéticos, pero aunque ahora soy más tolerante al respecto, venir al salón de belleza, sigue resultándome ligeramente tedioso.

—Siempre ha sido preciosa, señorita —Greta la adula. Mi amiga se sonroja y le hace un gesto con la mano. Julie silva mostrando su apoyo. 

—No les cobres nada, Greta —Elena se acerca por detrás. Angela, Julie y yo nos giramos en el medio de gruñimos tediosos. Veo a la rubia venir apresuradamente a nosotras.

—No necesitamos limosnas de nadie —siseo. Le doy la tarjeta a la recepcionista. Greta mira nerviosamente a su jefa.

—No es una limosna —se ríe, el tono de su voz me hace entender que intenta hacerme sentir estúpida. —Lo agregaré a la cuenta de Christian de todos modos.

Me tenso. ¡Maldita vieja bruja!

Sé que lo dice porque Christian traía a sus sumisas aquí, entonces es lógico que tenga una cuenta aquí. Más tarde le preguntaré al respecto. Ahora mismo necesito mantener mi mente centrada en no caer en el maldito juego de esta vieja arpía. 

Angela me da una mirada cómplice, Julie una confundida.

—Christian no está aquí. No fue él quien se hizo todos estos servicios —me encojo de hombros mientras le doy una mirada amenazador a Greta. La pequeña mujer se apresura a cobrarme. 

—Vaya, me sorprendes, Isabella —la rubia se burla.

—Aun no has visto nada —digo usando su mismo tono.

—¿Y dónde n te deja eso? —la rubia me mira, luego mira en dirección a la calle, sé bien que busca a Christian. —

—Hiciste todo un berrinche, y de todas maneras te dejó aquí, sola.

Julie y Angela se pegan a mi cuerpo, sigilosamente, mi amiga sostiene mi mano, sabe que estoy a nada de girarme y golpearla.

—Qué bueno que soy una mujer autosuficiente —respondo tranquilamente, Greta extiende de regreso mi tarjeta.

—Deja de engañarte —me dice.

Es inevitable la seca carcajada que brota de mis labios. Ella no sabe que Christian lleva baste tiempo en la cafetería que está a una calle de aquí. Me envió un mensaje cuando volvió y me dijo que él y Taylor me esperarían en ese lugar.

—Deberías seguir tu propio consejo —le digo con voz tierna. —Además, para alguien de tu edad, pasar estos corajes no es sano.

La mujer fuerza una sonrisa en sus labios, pero escucho sus dientes crujir.

—No soy tan mayor —intenta defenderse. Levanto mis cejas, mis ojos analizan toda su figura, deteniéndome en esos pequeños detalles en su rostro y en su cuerpo que exhiben su verdadera edad. Aunque ella quiera ocultarlos.

Vamos a fingir que le creo.

—Por supuesto —acepto dándole por su lado. —Tus tratamientos anti-edad si te funcionan, las arrugas en tu rostro casi no se notan.

—Eres encantadora, Isabella —sisea. Yo expando mi sonrisa falsa.

—Lo sé —acepto. —Por eso Christian está tan enamorado de mí.

Ahora es ella quien se carcajea.

—Claro, si eso es lo que crees.

¡Maldita! Quiero agarrarle ese cabello rubio y seco y arrancárselo para ver si así se le oxigena el cerebro. 

—Te voy a dar un consejo, querida —dice en tono meloso. —Si esperas que Christian se enamore de ti, eso no va a pasar. Él no es de los que se enamoran, no es lo que él necesita en su vida.

Me quedo fría, ha tocado una vena sensible en mí.

Los recuerdos me golpean con fuerza, tambaleando mi propia cordura. Primero Charlie; hablando con Christian mientras lo tenía en prisión, ambos diciendo lo importante que yo soy en sus vidas. Luego, el recuerdo de la conversación que yo tuve con Grace mientras me quitaba los puntos, riéndonos de lo dramático y exagerado que es Christian, pero ella diciéndome que así es su hijo con las personas que ama.

Por último, Christian, el otro día en mi departamento; Mirándome con ojos cálidos y brillantes, como un ciego que ve el sol por primera vez, como si yo fuera ese sol. Su boca balbuceando mientras sus ojos me decían, me mostraban el tormento y la tortura en su interior por sentirse incapaz de pronunciar dos palabras en específico.

Todo por las malditas sombras de su pasado. De ese maldito pasado dónde esta mujer es parte.

¡Que se vaya a la mierda!

Ella no tiene idea. 

—Elena, eres una mujer guapa, sexy, madura, inteligente y competente —digo en el tono más sereno que puedo. Observo como se sorprende por mis palabras.

—Lo sé —ella se pavonea por mis palabras.

—Entonces, deja de actuar como una niñata y aprovecha la poca juventud que te queda —escupo las palabras. Ella jadea. —No pierdas tu maldito tiempo con un hombre que no te desea.

¡Deja a mi hombre en paz!

—Y-yo —intenta defenderse. —C-Christian...

—Lo que pasó entre ustedes fue hace siglos, mujer. ¡Supéralo! —digo las palabras mientras me acerco un paso a ella. Es más alta que yo, y está usando tacones, pero eso no me impide levantar mi barbilla para enfrentarla. —Deja de arrástrate, deja de humillarte y deja que Christian haga su propia vida como le venga en gana.

Elena se limita a mirarme con los ojos muy abiertos.

—¡No seas estúpida, Elena! Usa tus cualidades, busca a un hombre que puede darte lo que tú necesitas, consigue a un hombre que si te deseé y recupera tu dignidad.

Giro mi cuerpo sobre mis propios talones, muevo mi cuello bruscamente para que las puntas de mi cabello golpeen su rostro con fuerza. Escucho su queja silenciosa, no me importa, doy el primer paso en dirección a la puerta. Angela y Julie me siguen.

Supongo que Sawyer avisó a Taylor sobre nuestra salida del local porque están él y Christian de pie en la acera de enfrente, esperando por nosotras.

 —¡Espera, Isabella! —su grito y sus tacones me alertan. Intento ignorarla y llegar a la puerta, pero ella es más rápida; sujeta mi muñeca, me detiene y me gira para mirarla.

—Suéltame —siseo. Lo hace.

—Anastasia —dice el nombre. Hago una mueca, por segunda vez ese maldito nombre arruina mi día.

—¿Qué hay con ella?

 —Grace la invitó antes de tú aparecieras, desde antes de que supiéramos lo tuyo con Christian —Elena explica.

—Mierda —la palabra se me escapa. Elena asiente. —Lo que faltaba.

—Sé de muy buena fuente, que ha confirmado su asistencia para el baile de esta noche —su voz no suena amenazante, al contrario, suena casi cómplice.

Angela frunce las cejas y fulmina con la mirada a la mujer, Julie a su lado levanta una ceja que acompaña su mirada de desconfianza. 

—¿Por qué me estás diciendo esto? —pregunto recelosa. —¿Crees que su presencia me preocupa?

—Debería —Elena dice. —Anastasia es estúpida y cabezota, pero eso ya lo sabes. Ella no se rendirá tan fácil.

La bruja rubia tiene razón. Anastasia está encaprichada con Christian, no estoy segura si para arruinarlo o para recuperarlo. Y definitivamente es una estúpida si cree que voy a permitir que se salga con la suya.

—No creas que porque me estás diciendo esto, ahora somos amigas —le digo obligándome a controlar mi cara de irritación. —Así no funciona.

—Lo sé —acepta. Doy un respingo y fijo mis ojos en su rostro arrugado y lleno de botóx. Ella se limita a mirarme fijamente.

Por alguna extraña, loca y jodida razón, creo en que sus intenciones al hablarme de esto son buenas, me están advirtiendo, me está ayudando a ganar el próximo round que tendré con Anastasia.

¡Joder! ¡Sí que me estoy volviendo loca! ¿Por qué carajos confió en esta mujer?

—¿Isabella? —la voz de Christian resuena a mis espaldas. Siento su mano descansar en mi espalda, se ha acercado al verme hablar con su ex, o su amiga, o lo que sea esta mujer.

—Sí, ya voy —digo. Sin decir nada, me giro para acercarme a Christian. Él rodea mis hombros con uno de sus brazos, atrae mi cuerpo al suyo.

—Los veré en el baile —Elena dice mientras nos alejamos.

—Realmente espero que no —es lo último que murmuro. Ya he tenido suficiente de su presencia.

Escucho que Angela y Julie vienen detrás de nosotros. No nos detenemos hasta alcanzar el auto que continua estacionado afuera del café donde Christian estuvo esperándome.

—Yo… debo volver al trabajo —Julie alza la voz.

—Yo te llevo, traje mi auto —Angela le dice. Julie asiente.

—Julie… un reportero estaba en la esquina cuando llegaste —le digo. Aun no estoy segura de que es lo que quiero hacer con esas fotografías.

—No te preocupes, Jefa. Yo hablaré con Ray y nos encargaremos del tema.

—Gracias Julie —digo honestamente. Ella me sonríe.

—Nos vemos en la noche. Ponte algo sexy —mi amiga guiña un ojo en mi dirección. Christian gruñe.

—Tu igual —me rio. —Sé que Elliot lo apreciará.

—Idiota —me responde mi amiga. Levanta su mano mostrándome el dedo de en medio. Me carcajeo mientras la observo alejarse en compañía de Julie quien también se ríe.

Christian y Taylor me arrastran hasta el auto. Sawyer nos sigue en el otro auto.

El trayecto a la Escala es corto o quizás pasa demasiado rápido porque he pasado todo el camino metida en mi propia mente. Tengo mucha cosas en las cuales pensar. Me doy cuenta que hemos llegado cuando ya vamos subiendo por elevador.

—Welch —Christian dice sin más, y luego escucha. —Sí, es probable. Nos está vigilando.

Levanto una ceja cuando la mirada gris se coloca sobre mí.

—Qué… —murmura y palidece, con los ojos muy abiertos—. Ya veo. ¿Cuándo? ¿Tan poco hace? Pero ¿cómo?… ¿Sin antecedentes?… Ya. Ponte en contacto con Taylor.

Cuelga.

—¿Es sobre Leila? —pregunto.

—Si, te lo explicaré mientras comemos el almuerzo, es probable que solo eso podamos comer hasta la hora de la cena —dice, está tenso y enfadado. Las puertas de metal se abren. —Vamos, cariño. Tenemos mucho de qué hablar.

Trago pesadamente y lo sigo al interior del pent-house.

—Ya está servido, señor, señora —Gail nos saluda desde la cocina. Nos dirigimos hacia allí.

—Entonces… ¿Qué pasa con Leila? —pregunto. Le observo abrir la botella de vino blanco que Gail ha colocado en la barra. En mi plato hay una deliciosa ensalada con pollo, y Christian tiene pasta con la misma proteína que yo.

—Tiene un brote psicótico… —dice tajante.

—Y… ¿Qué más? —pregunto, él me mira. Me cruzo de brazos para dale a entender que no voy a ceder.

Él exhala, sus manos sirven las dos copas de vino.

—Y ha conseguido un permiso de armas —dice con una sola respiración. Sus ojos grises continúan alarmados por la idea en su mente. —Significa que puede comprarse una. Yo… no creo que haga nada estúpido, al menos no por ella misma, pero…

—Pero aún no sabemos si está actuando sola —murmuro. Ahora soy yo la que está a punto de tener un brote psicótico.

—Tranquila, ¿sí? —una de sus manos busca la mía, la otra acuna mi rostro. Inclino mis labios hacia su palma. —Welch la está siguiendo y Jhon está dispuesto a ayudarme y tratarla o llevarla a un centro donde él pueda atenderla.

—No quiero que te pase nada —exhalo. La sola idea de que salga herido, hace que me cueste respirar.

—Estaremos bien, Isabella —su voz suena en doble sentido. Sé que intenta sonar como una promesa de que ambos estaremos a salvo, pero sé que él piensa lo mismo que yo. No podemos asegurarlo.

—Estaremos bien —acepto. Nuestra relación estará bien, podemos pasar a través de esta jodida tormenta que se nos viene, lograremos salir, juntos.

Sobreviremos a cualquier guerra que se nos presente. No voy a permitir que me lo quiten. 

—Vamos a comer —me dice. Asiento. Ambos nos acomodamos en la barra y picoteamos la comida en nuestros platos.

Nuestra conversación aún no se ha terminado.

—Sigo sin confiar en Elena —le digo. Christian asiente. —Y quiero que quede claro que voy a defenderme cada vez que intente atacarme.

—No espero menos —dice él. —También yo hablaré con ella, vi el video de mi cumpleaños. No estoy jodidamente feliz con ella.

¿Buscó el video?

Doy un sorbo a mi copa de vino.

—Te creo ¿sí? —me dice. —Busqué ese video para poder confrontarla, no porque dudara de ti o de tu palabra, Isabella.

Sé que dice la verdad.

—Confío en ti, Christian —es mi turno de sincerarme. —Es solo que... sospecho de todos cuando se trata de nosotros. Es como si todos quisieran tenerte, como si quisieran alejarte de mí.

—La única que puede alejarme eres tú, cariño —sus ojos grises se colocan sobre mis ojos marrones, está mirando al interior de mi alma. —Y aun así te perseguiría para convencerte de quedarte conmigo.

Es inevitable que respire de nuevo.

Terminamos nuestro almuerzo/comida en el medio de conversaciones. Christian me explica un poco de lo que puedo esperar de la gala; gente presumiendo dinero, fotógrafos y entrevistas; personas evaluando cada movimiento que haces; donaciones y un par de subastas... entre más cosas.

Esta será la primera vez que soy parte de los protagonistas de un evento como este, llegué a cubrir algunos eventos importantes en el periódico, pero como calidad de reportera y corresponsal, no como parte clave.

Espero que mi torpeza no haga de las suyas.

—Señor Grey —Gail se acerca a la cocina por nuestras espaldas. Me giro para mirarla, caminar a nosotros con una sonrisa.

—¿Están listos? —Christian pregunta. Gail asiente. —Perfecto, en un momento vamos.

—¿Listos? ¿Quienes? —pregunto, curiosa. —¿Que está pasando?

—¿Terminaste? —Christian evita mis preguntas. Su cabeza señala el plato casi vació frente a mí.

—Sí, pero ¿qué sucede?

—Alguien espera por ti, cariño —Christian murmura misteriosamente.

Junto mis cejas, pero permito que tome mi mano y me lleve con él por las escaleras. Nos dirigimos en dirección al nuevo vestidor que hay en la casa, él que ha sido declarado como mío.

—¡Señora Grey! —una voz familiar se anuncia con júbilo. Una silueta aparece en mi campo de visión. Un hombre de mediana edad, vestido en un sencillo pero elegante traje, con una sonrisa amable y una mirada crítica en sus rasgos morenos y profundos, camina directamente en nuestra dirección.

—S-señor Thompson —balbuceo sorprendida. El hombre se acerca a mí, toma mi mano en un saludo y deposita un rápido beso en mis nudillos.

—Es un gusto verla de nuevo, señora —me dice con una sonrisa. Parpadeo, confundida y asombrada con su presencia.

—Señora Grey —una voz más suave llama mi atención. A espaldas del hombre, veo a una mujer acercándose a nosotros, su cabello rubio en un recogido perfectamente hecho, usando el mismo traje que el hombre, pero con una esencia más jovial gracias a las zapatillas deportivas y una playera sin estampado.

—Alana —le sonrío. Se acerca y me saluda con un apretón de manos.

—Se ve tan maravillosa como siempre —me adula con timidez.

—Sr. Thompson, Srta. Young —Christian se acerca a nosotros. —Gracias por venir.

—Yo... no entiendo —balbuceo. Mi rostro va de un lado a otro buscando que alguno de los presentes me dé una explicación.

—El señor Thompson es ahora tú... —Christian habla despreocupadamente, mira al otro hombre en busca de ayuda, —¿cómo le llaman?

—Stylist, señor —le responde. —Estilista.

—Claro —Christian se ríe. —El sr. Thompson será tu nuevo stylist y la señorita Young le asistirá. 

 —El señor Grey se contactó conmigo, personalmente —el señor Thompson habla. —Me explico que hay eventos que están solicitando su presencia y que necesitan a un experto para el tema de su guardarropa. Debo admitir que su oferta ha sido tan generosa que me ha resultado imposible de rechazar. 

—Y-yo… y-yo —intento superar mi estupor y hablar. No puedo. No tengo palabras para responder a esto.

¿Que soy? ¿Una celebridad? ¿Parte de la socialité? Bueno, probablemente, quiero decir, estoy saliendo con Christian Grey, el hombre es un activo de la alta sociedad de esta ciudad y casi del país. Y quiero creer que se espera que yo brille junto con él, puedo hacerlo, puedo aceptarlo y desarrollar ese papel, pero ¿tener mi propio estilista? ¡¿No es demasiado?!

—Quiero que brilles, cariño —Christian habla deslizando una mano en mi cintura. —Sé que puedes hacerlo sola, pero también sé que puedes sentirte abrumada.

De nuevo, tiene razón.

—Permitamos que los expertos nos ayuden. 

—No se preocupe, señora Grey —Alana me brinda una sonrisa. Doy un salto por el nombre, se me olvidaba que ellos piensan que Christian y yo estamos casados. —Nosotros nos encargaremos de todo.

¡A la mierda! Si no puedes contra ellos, úneteles.

—E-está bien —asiento.

—Entiendo que hay un evento en algunas horas —el señor Thompson nos mira. Todos asentimos. —Será mejor que comencemos, acompáñenme, por favor.

—Señor Grey —el sr. Thompson se acerca a Christian. —Me reuniré con usted más tarde.

—Iré a trabajar un poco —dice el cobrizo. Se acerca a mí, deposita un beso en mis labios. —Diviértete, cariño.

Suelto un suspiro, me obligo a sonreírle.

—¿Cómo estuvo el viaje, sr. Thompson? —pregunto mientras permito que me arrastre al dormitorio principal. —¿Llegaron hoy?

—Estuvo muy bien, gracias por preguntar, señora —me responde. —El señor Grey fue muy amable en ir a recogernos al aeropuerto.

—¿Eso hizo? —pregunto. Me dejó en el salón de belleza y fue a recogerlos al aeropuerto. Esa fue su excusa perfecta para que yo no me diera cuenta. Sonrío.

—Así es, señora —ahora es Alana quien responde.

—Sé que ha estado en el salón, recientemente —me dice el hombre. Asiento y le explico todos los procedimientos que me hicieron. —Su piel está hidratada, su cabello también, eso es bueno.

Supongo que la vieja rubia sabe lo que hace, contratar a Franco y Myriam ha sido una excelente idea, y debo admitir que los productos que son usados en el salón son de buena calidad. Se nota.

—¿Qué le parece una ducha, señora? —me pregunta, en sus manos está una bata de baño. —Ayudará a eliminar los excesos de productos y me dejará trabajar más eficiente.

—Sí, suena a una buena idea —acepto.

El sr. Thompson se va, dejándonos a la joven y a mí a solas. Alana me acompaña hasta el baño, ya tiene una larga lista de productos preparados para mí, que Me da indicaciones de productos que ha dejado para mí y de cómo usarlos.

—La dejaré a solas —me avisa. Coloca una bata de baño cerca antes de salir.

—Bueno, Isabella, hora de jugar a la Barbie —me digo a mí misma. Me pongo en acción, tomo la bata de baño y me doy una ducha con las indicaciones que me han dado. Cuando salgo, me envuelvo en la sedosa bata y regreso al dormitorio.

Ahí ya se encuentra Alana, que me da más indicaciones exhaustivas sobre los nuevos productos que ha dejado para mí. Usar crema y esperar unos minutos a que se absorba, luego el aceite corporal. Para el rostro es una lista extensa, serum, hidratante, primer, protector solar… son demasiadas cosas que yo desconozco, pero que tengo la teoría de que se volverán un mantra en mi vida de hoy en adelante.

—Cuando termine, la espero en el vestidor —me dice.

—Bien —asiento. Ella vuelve a dejarme sola. Me pongo manos a la obra, aplico todos los productos en mi cuerpo y en mi rosto, luego voy hasta la cama para tomar la ropa interior que la joven ha dejado para mí.  

Noto que no hay sujetador. ¿Qué carajos?

Solo hay una diminuta tanga de encaje color negro, un liguero del mismo material que se sujeta de mis muslos y de mi cintura. Es todo.

—¿Señora Grey? —tocan a la puerta. Me coloco de nuevo la bata de baño encima de mi semidesnudo cuerpo.

—Adelante —elevo la voz. El señor Thompson entra acompañado de Alana.

—¿Está lista, señora? —Alana me pregunta.

—¿Si? —digo, o pregunto. No estoy segura si es la respuesta correcta a su pregunta.

Me conducen hasta el vestidor, ahí hay una nueva silla colocada frente a mueble de tocado que tiene varios estantes completamente llenos de maquillaje y cosas para el cabello. A un costado hay un enorme espejo que se sostiene mediante un arco en la parte trasera.

¿De dónde salió todo esto?

Alana me señala una silla que no sé de dónde carajos ha salido, recelosa me acomodo sobre ella y dejo que ellos se encarguen de mí. Alana se encarga de mi maquillaje y él señor Thompson de mi cabello.

No sé cuánto tiempo pasa, he perdido la noción del tiempo, pero es inevitable sentirme aliviada cuando Alana suelta la brocha que tiene en sus manos.

—¡Está lista! —dice con emoción. —Solamente falta el vestido.

—Sr. Thompson, Srta. Young —Christian entra sin avisar. —¿Me permiten cinco minutos con mi mujer?

Ambos se apartan permitiéndome ver al hombre recostado junto al marco de la puerta. ¡Luce jodidamente caliente! Lleva un pantalón sastre de color azul en una tonalidad muy oscura que casi se confunde con negro, lleva una camisa color borgoña con el cuello abierto dándole un aspecto salvaje.

—Por supuesto, señor —ambos responden. El señor Thompson va directamente a la puerta.

—Vendré en 10 minutos para ayudarle con el vestido, señora —Alana me dice. Se apresura a correr detrás de su jefe, asegurándose de cerrar la puerta detrás de ella. 

—¿Puedo ayudarle, señor Grey? —pregunto levantándome de la silla. Él se despega de la pared, camina hacia mí con calma, como un depredador acechando a su presa.

—Espero que sí —responde en tono juguetón. Trago pesadamente. —Tengo una petición que hacerle, señorita Swan.

—Tiene mi atención.

Del bolsillo de su pantalón saca un pequeño artefacto color gris. Es un pequeño vibrador, tiene la forma de dos bolas chinas juntas, como en forma de un 8. Hay un cordón que cuelga dela parte inferior.

—Pensé que podrías usarlo esta noche —dice en tono seductor.

—¿Durante la gala? —jadeo.

—Así es —dice.

Me mira. Su cabello revuelto, sus ojos grises hambrientos, su estatura elevada sobre mí con un aura seductora. Imposible negarse a semejante hombre. Y definitivamente no quiero negarme.

—De acuerdo —digo.

—Buena chica. —Christian sonríe. —Ponte los zapatos y vuelve aquí.

Cerca de la ventana, hay un enorme perchero en el que cuelga una funda que custodia mi vestido para esta noche. A un costado hay una pequeña repisa de 3 espacios dónde se encuentra un par de zapatos Louiboutin color piel con la clásica suela de color rojo.

Voy a por ellos, los deslizo sin problemas en mis pies y me giro para volver y colocarme frente a él. Christian rodea mi cintura con sus manos, con un movimiento desata el nudo que mantiene la bata de baño en su lugar.

Exhala con fuerza cuando la bata se abre revelando mi cuerpo semidesnudo.

—Que preciosa eres, Isabella —sus ojos recorren todo mi cuerpo. La calidez sube a mis mejillas, puedo sentir el sonrojo en toda mi piel de mi rostro.

—Siéntate en la silla —ordena sin elevar su tono de voz. Obedezco. —Sube las piernas a cada posa brazos.

Mi respiración se acelera. Le obedezco.

Se inclina hacia mí, coloca sus labios en el medio de mis pechos, depositando un húmedo beso en ese lugar. Luego, baja un poco hasta mi estómago, mi abdomen justo donde se sujeta el liguero besa mi vientre y por encima del elástico de la diminuta prenda que dice ser mis bragas. Besa mi monte de venus por sobre la tela que lo cubre.

—Christian —suspiro al sentir sus labios besar mi monte de venus sobre la tela que lo cubre. Sonríe, puedo sentirlo sobre esa parte de mí.

Con una de sus manos, aparta mis bragas a un lado y me mete un dedo muy lentamente, haciéndolo girar despacio, de manera que lo siento en todo mi cuerpo.

—Christian —es inevitable que se me escape un gemido.

—Oh cariño —jadea. —Estás tan mojada.

Retira el dedo un momento, lo desliza de nuevo en mi interior, esta vez llegando más profundo. Suelto un chillido de placer. Christian retira su dedo de nuevo y esta vez, con mucha suavidad, inserta el vibrador empujándolo hasta el interior de mi cuerpo.

Besa de nuevo mi monte mientras ajusta mi ropa interior en su lugar. Desliza las manos por mis piernas, erizando mi piel con sus caricias.

—Tiene unas bonitas piernas, señorita Swan —susurra. Se levanta de un movimiento, sus manos sujetan mis caderas, tira de mi cuerpo hacia él para que su erección se roce mi centro. —Cuando volamos a casa te voy a follar así, cariño.

Suelto un profundo gemido. ¿Tenemos que esperar hasta volver? Quiero que me tome ahora.

—Usando únicamente esos zapatos, nena —suspira con anhelo. —Como la primera vez.

Es inevitable la ola de recuerdos. La primera vez que nos conocimos estaba usando los zapatos negros de marca Louiboutin, era lo único que estaba usando mientras me follaba contra su cama.

—Estoy ansiosa por que volvamos —digo. Él se ríe y estira su mano para ayudar a incorporarme.

—¿Lo sientes? —pregunta. —¿Te incomoda? ¿Duele?

Muevo un poco mis caderas intentando sentir algo. El hilo cuelga fuera de mi cuerpo como un tampón. Fuera de eso no se siente nada extraño o diferente.

—No —junto mis cejas. —¿Que se supone que hace?

—Ya lo verás —responde. Su tono suena ligeramente malicioso. Abrocha de nuevo mi bata y se aleja de mí para ir en busca de Alana.

—Señora Grey, vamos a vestirla —la joven aparece de nuevo en la habitación en la que me encuentro. Cierra la puerta para darnos privacidad. Su mano señala el vestido que cuelga del otro lado del vestidor.

Jadeo cuando sus manos sacan el vestido de la funda. Frente a mis ojos hay un precioso vestido color rojo borgoña con la etiqueta de la marca Valentino.

—¡Joder!

—¿Le gusta? —Alana me pregunta.

—Es precioso —paso mis dedos por la delicada tela de satén.

—El señor Thompson lo eligió —me dice. —Dijo que usted es la única persona que cruza su mente cuando se trata de lucir un vestido al estilo “Pretty Woman”.

Parpadeo.

Una carcajada brota de mis labios. Claro, ellos también están al tanto de nuestro chiste local con esa película, por supuesto que seré su proyecto para la próxima Vivian Ward. Aunque si el inicio es un homenaje a ese hermoso vestido rojo que usó Julia Robert es la película, estoy más que dispuesta en ser utilizada para este proyecto de modas.

—¡Vamos a ponerme ese vestido, Alana! —digo emocionada.

La joven se acerca a mí con una sonrisa.  De alguna manera conseguimos deslizar el vestido en mi cuerpo: comenzamos por abajo, introduzco con cuidado mis piernas, luego la tela abraza mis muslos, se ciñe a mis caderas. Alana consigue deslizar las mangas por debajo de la bata de baño y yo consigo colocar mis brazos en los huecos que forma el vestido. Finalmente sube los anchos tirantes hasta mis hombros y los acomoda por mi espalda.

Ahora entiendo la falta se sujetador.

El vestido forma un profundo escote en “v” que va desde mis hombros hasta un par de centímetros por debajo de mis pechos.

—El vestido tiene por dentro dos copas de silicona, eso va a evitar que se deslice —Alana me informa, sus dedos continúan acomodando la tela. Tiene razón, puedo sentir como se adhiere a la piel de mis pechos.

Uso mis manos para acomodarlos e intentar que sean ligeramente más notorios. No puedo hacer mucho.

El sonido del cierre subiendo llega a mis oídos. Toda la tela ha quedado ceñida a mi cuerpo como una segunda piel, sujetando todo en el lugar correcto. La falda comienza a holgarse a partir de la altura de mis muslos, terminando en una cascada de tela roja que me permite mover mis pies con libertad.

—¡Se ve hermosa! —Alana se coloca detrás de mí. —Faltan dos pequeños detalles.

Coloca frente a mí una pequeña caja que reza “Swarovski”. La abre revelando un par de aretes en forma de media luna y con pequeños diamantes en ellos.

—Tengo entendido que son un regalo del señor Grey —Alana comenta. Sus manos deslizan con cuidado las joyas en mis orejas, su peso tira de mi lóbulo ligeramente hacia abajo.

—Esta lista, señora —aplaude efusivamente. Sus manos me giran con cuidado, mostrándome mi propio reflejo en el espejo.

La mujer frente a mi es preciosa, una modelo, una maldita diosa, es la mujer más hermosa y sensual que he visto en toda mi vida. ¡Y soy yo!

El vestido rojo hace un contraste maravilloso con mi piel, resalta mis curvas; mis pechos se ven más grandes, mi cuello más alargado, mis caderas más anchas gracias al detalle de tela plisada que descansa en esa zona, y con ayuda de los zapatos, hace que me vea más alta. Mi cabello caoba está peinado en ondas sueltas, pero está recogido de los costados obligándolo a mantenerse en mi espalda.

Mi rostro, se ve completamente diferente. Alana ha conseguido un balance con el maquillaje, mi piel luce tersa, pero brillante en ciertas zonas que resaltan mis rasgos; mis ojos están marcados con sombras de suaves tonos dorados pero con un delineado negro que resalta mi mirada. Mis labios son de un color rojo ligeramente más brillante que el vestido, son el detalle perfecto para complementar mi atuendo.

Unos toques en la puerta me obligan a apartar la mirada de mi misma. Alana va y abre la puerta.

—Señora Grey, luce impresionante, como siempre —el sr. Thompson entra. Me sonrojo. —El señor Grey la está esperando.

Escoltada por ambos, salgo y bajo las escaleras para buscar a Christian. Está en el pasillo, de espaldas a mí, hablando con Taylor, Sawyer y otros dos hombres. Los cuatro abren los ojos al máximo y acompañan su gesto con expresiones de sorpresa y admiración, eso alerta a Christian de mi presencia.

Se da la vuelta y ambos jadeamos al unísono.

Se ve tan jodidamente guapo. Su traje azul casi negro, tiene todos los bordes y las costuras en un color muy parecido a mi vestido, la camisa rojo borgoña que usa debajo del saco hace un contraste muy llamativo. Además que está un poco rebelde y no lleva corbata ni pajarita.

—Isabella —jadea. Sus ojos grises me miran con asombro. —Estas preciosa y deslumbrante, cariño.

El calor sube a mis mejillas. Christian camina a mí y me da un beso en los labios. Qué bueno que Alana ha usado de esos labiales que no se corren.

—Tú también luces más guapo que de costumbre —admito mirándolo de pies a cabeza.

—Señor —la voz del señor Thompson llama nuestra atención. Se acerca a nosotros con una elegante caja en sus manos. La abre mostrando un par de máscaras.

—Cierto, es un baile de máscaras —digo recordando los planes de Mia.

—Nos las pondremos al llegar —Christian sentencia. Toma la caja con uno de sus manos, su otro brazo lo extiende en nuestra dirección. —Debemos irnos.

Con eso, nos despedimos y somos escoltados por los cuatro hombres que serán nuestra seguridad esta noche. Bajamos hasta el estacionamiento y nos subimos a la enorme camioneta Suburban.

Cruzar la ciudad no resulta tan complicado como creíamos. Pero, al llegar a la casa de la Familia Grey, una larga fila de autos costosos espera en la entrada.

—Pongámonos las máscaras —Christian esboza una amplia sonrisa abriendo sobre sus piernas la elegante caja que le ha dado el Sr. Thompson. Se coloca su sencilla máscara que es del mismo color de su traje, la máscara parece estar hecha a su medida, incluso tiene bordes que simulan los rasgos que cubre.

Toma la otra máscara, está hecha con líneas plateadas delgadas, formando la silueta de encaje fino. Tiene una forma de corona en la parte superior, pero por debajo solo alcanza a cubrir los ojos. Lo llamativo son los diamantes rojos que decoran toda la máscara. Espero que no sean rubís reales, ya es suficiente con los diamantes que cuelgan en mis orejas.

—Este se engancha aquí —Christian prende de alguna manera la máscara a mi peinado que sospecho fue planeado con mucho cuidado. —Y este va aquí.

Ahora, una parte de mi rostro está cubierto, al igual que el suyo.

Taylor detiene la ostentosa camioneta en la entrada, una persona aparece del lado de Christian, Sawyer se apresura a la mía.

La alfombra verde oscuro se extiende sobre el césped por un lateral de la mansión hasta los impresionantes terrenos de la parte de atrás. Christian me rodea con el brazo en ademán protector, apoyando la mano en mi cintura, recorremos la alfombra bajo la mirada de todas las personas que nos topamos en el camino.

Ya me he acostumbrado a esto, a permitir que la gente me mire, me observe. A que todos sepan que voy de la mano con Christian Grey.

—¡Señor Grey! —grita una persona, veo que es un fotógrafos.

—¡Isabella! —otro hombre grita, esta vez me llama a mí. Muevo mis ojos para observar a Ray, mi compañero del periódico. Él ha sido enviado a cubrir el evento del día de hoy.

—¡Una fotografía, por favor! —dicen ambos fotógrafos a la vez.

Christian asiente, me atrae hacia sí y posamos rápidamente para una foto.

—¿Quién es el otro fotógrafos? —le pregunto. Volvemos a caminar de la mano para ingresar a la gran estructura que ha convertido el jardín de los Grey en un enorme salón de fiestas. 

—Es para tener un recuerdo —explica. —Comparemos más tarde una copia.

—¡Christian! —una mujer aparece entre la multitud. Se acerca a Christian, le da un beso en cada mejilla.

—Hola, mamá —Christian le saluda al instante. Grace baja su máscara y sonríe. 

—¡Isabella! —la voz de Carrick llega a mis oídos. Se acerca a saludarme.

—Hola —digo. Luego Grace toma su lugar.

—Luces maravillosa, querida —frota mi brazo con delicadeza. —¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes?

—Estoy mejor —le digo. —La terapia me ha ayudado bastante.

—Puedo verlo —me guiña el ojo.

—¡Christian! —un borrón de color rosa aparece entre nosotros. Echa los brazos al cuello de su hermano y le da un sonoro beso en la mejilla.

—Hola, Mía —se ríe. La aleja ligeramente y señala a su alrededor. —Has hecho un trabajo estupendo. Te luciste, hermana.

—¡Es el efecto “Isabella”! —le responde ella. Se lanza a mis brazos dando leves saltos. —¡Esta preciosura es quien le ha dado los toques finales!

—¡Oh, Mia! —me sonrojo. —Yo solo te ayudé un poco.

—Hija, tus amigas ya llegaron —Grace le dice, señala con su cabeza hacia detrás de ella.

—Oh, iré a saludar, ¡ya vuelvo! —Mia estira su cuello para mirar hacia la entrada, se apresura para cruza el espacio entre nosotros y alcanza a un grupo de tres mujeres.

—Es una amiga de la escuela —Grace explica. —Vamos, estarán en la mesa junto a nosotros.

—¡Benditos los ojos que te miran, muñeca! —una voz carismática se eleva por sobre la música de fondo. —¡Si te multan por exceso de hermosura, yo pagaré tu fianza, nena!

—¡Elliot! —jadeo avergonzada. Miro a nuestro alrededor, algunas personas se han girado a mirarnos.

—¡Hijo, compórtate! —lo reprende Grace.

—¿Cómo quieres que me comporte cuando me ponen a semejante bombón enfrente? —Elliot chifla. Mi vergüenza aumenta al igual que las miradas sobre nosotros.

Por fin logamos llegar a la mesa, espero que con eso deje de gritar esas idioteces. Elliot se levanta para saludarnos.

—¡Hermanito! —da una palmada en su hombro. —Te he dicho que te bañes más seguido. Te ves casi tan guapo como yo cuando lo haces.

Christian le gruñe.

—Me sorprendes, Isabella —la voz de mi amiga llama mi atención. —Eso sí que son buenas curvas y no las de la carretera de mi pueblo

—¡Angela! —chillo, abochornada por sus palabras. Ella se ríe y se acerca a saludarme. —Tu vestido me encanta ¡Te ves sexy!

Usa un vestido color verde brillante, tiene un corsé que forma un corazón en su escote que se sujeta con finos tirantes de sus hombros, la falda es suelta, pero tiene una abertura justo por encima de su rodilla que la hace ver muy sensual. Trae el cabello recogido en una coleta con ondas, su maquillaje es sencillo, con sombras de brillos, pero la máscara verde hace que sus ojos resalten al igual que sus labios rojos.

Mi amiga me lanza una mirada coqueta.

—Tú de rojo y yo con este antojo —mi amiga me toma por la cintura. Siento la sangre acumularse en mis mejillas.

—Cuñadita —Elliot canturrea con tono seductor. Se acerca a mí.

—Vaya, Elliot —levanto mis cejas. Mis ojos se pasean por su silueta, está usando un traje básico de color negro, su camisa es de un color similar al de mi amiga, pero su cabello rubio está más corto y perfectamente peinado hacia atrás.

—Lo sé, lo sé —da una vuelta lenta sobre sus propios talones. —Admírame que de esto no hay diario.

—Te ves muy bien —acepto con honestidad.

—Cuando te enfades de Christian, me buscas —me guiña un ojo. —Anggie no es celosa.

—¡Óyeme, idiota! —Angela le da un golpe en el hombro. —Yo llevo años teniéndole ganas, ¡haz fila!

Elliot hace un puchero. 

—¿Puedo recuperar a mi novia? —Christian me toma por la cintura, me acerca a él. Escondo mi rostro en su hombro, Angela ha logrado que mi cara se vea del mimo color que mi vestido.

—Aguafiestas —brama Elliot. Toma a Angela y la acomoda detrás de la silla donde estaban sentados antes. Supongo que son sus lugares

—Querida, tú vas aquí —Grace señala una silla que está dos lugares lejos de mi amiga. —Hijo, tu del otro lado.

Ambos asentimos.

—¿Interrumpo? —la voz de mi jefe me toma por sorpresa. Viene vestido con un traje elegante y su esposa a su lado, usando un vestido color dorado con mangas. Ambos llevan máscaras a juego de ese color.

—¡Carol, Leonard! —Grace se acerca a saludarlos. —Llegaron justo a tiempo.

—¡Isabella, Angela! —la señora Grayson nos saluda a cada una con un beso en la mejilla. —Se ven encantadoras.

—Ojalá se siempre llegaran así de deslumbrantes a la oficina —nuestro jefe se burla. Mi amiga y yo le ofrecemos una mueca de indignación, pero aceptamos su torpe abrazo como saludo.

—Se amable, querido —lo reprende su esposa. Ahora es nuestro turno de burlarlos de nuestro jefe.

—¿Ya te dominaron, Leonard? —Christian se burla. Da una palmada en la espalda del hombre.

—¿Me estas mirando, Christian? Mírame bien, hijo, porque vas por el mismo camino por el que yo empecé.

Elliot en el fondo hace el sonido de un látigo. Angela y yo hacemos un vano esfuerzo de ahogar nuestra risa. Grace desvía su rostro, pero una sonrisa aparece en sus labios.

—¡Leonard! —Carol Grayson da un empujón a su marido. —Christian, no lo escuches.

—Eso fue muy tonto de mi parte, discúlpenme —mi jefe se sonroja. —No me hagas caso, Christian. Cuando un hombre descubre el amor, es una experiencia maravillosa.

—Amor —repite Christian lejanamente. Nadie parece escucharlo más que yo.

—“El amor no es algo que se encuentra” —Carol dice mirando a su esposo con ojos brillantes. —“El amor es algo que te encuentra”.

—Cuánta razón tiene Loretta Young —Grace asiente.  

—Damas y Caballeros, les pido vayan ocupando sus asientos —la voz de maestro de ceremonias se alza sobre nuestra conversación.

Todos nos miramos, nos dedicamos una sonrisa leve de disculpa y nos movemos, dispersándonos para buscar nuestros lugares. Los señores Grayson se colocan al lado de Grace, Angela y Elliot vuelven a sus asientos y Mia regresa a la mesa, escaneando con cuidado a los que estamos presentes.

—¡Perfecto! Ya estamos todos —aplaude y toma su lugar al lado de su hermano.

Escucho a Christian tomar una respiración profunda, recorre mi silla y me ayuda a colocarme en ella antes de tomar su asiento. Un cosquilleo en el interior de mi vientre me toma por sorpresa, rápidamente analizo a los presentes, pero nadie ha notado el respingo que he dado.

Mierda. Olvidé por completo el juguetito que tengo en mi interior.

—Carol tiene razón —Christian gira su rostro para mirarme. En sus ojos hay una expresión que no puedo describir con palabras. —No te buscaba pero, esa noche en el Lounge, fuiste tú quien me encontró.  

Una llama incendia el interior de mi pecho después de escuchar sus palabras. No puedo responder, no tengo palabras, prefiero mostrarle con hechos. Me inclino y le doy un rápido beso en los labios.

De pronto, se oye el zumbido de un micrófono antes de la voz de Carrick hablando por las bocinas distribuidas en el lugar.

—Damas y caballeros, sean bienvenidos a nuestro baile benéfico anual.

Una ola de aplausos se escucha por todo el lugar.

—Como saben, el objetivo de esta gala es para reconocer y apoyar el trabajo que hace nuestro equipo de “Afróntalo Juntos”. En esta ocasión tenemos la maravillosa compañía de la asociación “Por una sonrisa” —Carrick señala a la señora Grayson que se levanta y da un gesto de asentimiento a los aplausos que se escuchan. —Espero que disfruten de lo que hemos preparado para ustedes esta noche, y que se rasquen los bolsillos para superar nuestra meta de este año.

Otro aplauso se escucha de nuevo antes de que las conversaciones estallen de nuevo.

Giro mi cuello para preguntarle algo a Christian, él me mira con una sonrisa pícara. Una de sus manos está sobre la mesa, en un puño casi cerrado completamente, pero alcanzo a distinguir algo de color gris entre sus dedos.

—¿Qué...? —mi pregunta es interrumpida, la pequeña cosa que lleva rato en mi interior comienza a vibrar. Mi espalda se endereza de golpe, mis ojos se abren al máximo, mis labios ahogan un jadeo. —Chris... Christian.

—¿Si, cariño? —pregunta en tono meloso. La vibración desaparece.

—N-nada —miro acaloradamente a todas las personas en la mesa. Nadie se ha dado cuenta. Christian se ríe oscuramente.

—Grace —Carol llama la atención de su amiga. —¿Por qué están esos asientos vacíos?

Cierto, entre Angela y yo hay un par de sillas desocupadas. Toda la mesa se gira a mirar a Grace con curiosidad.

—¿Recuerdas el seminario de medicina que tuve en Noruega? —Grace pregunta. Su amiga asiente. —Conocí a un colega con él que tuve algunas conversaciones interesantes.

—¡Oh, papá se pondrá celoso! —Elliot chasquea la lengua.

—Me presentó a su esposa —Grace dice, sus ojos le lanzan una mirada molesta a su hijo. —Conversamos, les platiqué de la causa de Afróntalo Juntos y de la asociación. Quedaron encantados, mencionaron que ellos también hacen donaciones y que les encantaría apoyar a la causa.

Mis ojos se desvían a los asientos vacíos. Una sensación de inquietud me recorre.

—¿Vendrán? —la señora Grayson pregunta. —Me encantaría conocerlos.

Mi atención regresa a las personas que encabezan la conversación.

—Ayer por la noche llamaron —Mia hace un puchero. —Se disculparon por no poder asistir. Al parecer su vuelo se canceló por el clima.

—Es una lástima —exhala Grace. —Son unas personas muy encantadoras y además son tan guapos.

—¿Lo son? —el señor Grayson levanta una ceja.

—Demasiado. Tienen la piel como porcelana, unos ojos sacados de este mundo, unas siluetas con todo en su lugar —Grace se ríe. —Parecen modelos.

Mis cejas se unen, mi cuello se gira con rapidez, mis ojos se colocan en el rostro de Angela. Ella desvía la mirada.

No puede ser posible ¿o sí? No puedo tener tan mala suerte en esta maldita vida.

En todas las mesas los asientos están asignados. En tu mesa, enfrente de tú asiento, hay una tarjeta blanca con letras doradas en la que puedes leer tu nombre. Mis ojos se desvían a las tarjetas de las sillas vacías a mi costado derecho., están boca abajo evitando que el nombre se vea. 

Joder.

Mi mano pica, mi brazo se desliza por encima de la mesa para alcanzar una de las tarjetas. Mis dedos apenas alcanzan a sostener una de las esquinas cuando otra mano cae sobre la mía.

—Si yo fuera tú, no haría eso —Angela dice. Sus ojos están puestos fijamente sobre mi rostro. —No te gustará lo que vas a ver.

Retira su mano, pero sus ojos continúan mirándome fijamente.

Mis oídos zumban, mi corazón se acelera. Angela retira su mano, sus ojos continúan mirándome fijamente, advirtiéndome, casi amenazándome que no le levante mi mano. 

Pero soy una estúpida y le doy la vuelta a la tarjeta.

Dr. Carlisle Cullen

—D-disculpen — consigo decir. Con movimientos torpes, me pongo de pie. Todos los hombres de la mesa se levantan en reflejo.  

—¿Tienes que ir al tocador? —Christian me mira atentamente, una de sus cejas se levanta. Sabe que hay algo mal. —Te acompañaré.  —dice con aire misterioso.

—¡No! —Angela interrumpe. —Yo iré con ella. 

Mi amiga se pone de pie antes de que Christian pueda protestar. Angela toma mi mano y me arrastra hasta el baño, ahí dentro se asegura de que estemos a solas y se recarga contra la puerta para evitar que alguien entre.

—¡Bella, respira! —me grita.

—D-decía.... L-la tarjeta d-decía... la t-tarjeta.... —balbuceo. Estoy comenzando a hiperventilar.

—¡Te dije que no le dieras la vuelta! —me grita Angela. —En cuanto lo vi intenté quitarlas, pero Grace y Mia no me dieron tiempo.

—¡¿Ya lo habías visto?! —chillo histéricamente.

—¡Si! —grita de regreso. —¡¿Porque crees que te dije que no?!

Cierto, lo hizo.

—Mierda —quejo. Mi cuerpo se desvanece, caigo en cuclillas sobre mis propios talones. —¡Mierda, mierda, mierda!

Unos toques en la puerta interrumpen mi reacción dramática.

—¡Está ocupado, carajo! —Angela grita. Se escucha un resoplido y unos tacones repiqueteando contra el suelo, quien quiera que fuera, se ha ido.

—Estoy bien —me levanto, mi cuerpo se tambalea. —Estoy bien. No ha pasado nada, no están aquí. Estoy bien.

Abro la llave del agua, mojo mis brazos y la parte de arriba de mi cabello en un desesperado intento de refrescarme. El maldito maquillaje no me permite mojarme el rostro.

—La próxima vez, hazme caso, Isabella —Angela gruñe. —Se supone que mi trabajo como tu mejor amiga es salvar tu trasero, pero necesito que me ayudes.

—Bien —asiento. Tiene razón. Debo dejar de ser tan curiosa. —Hay que volver antes de que alguien venga a buscarnos y me cuestione.

Cierro la llave del agua, sacudo la cabeza y me doy la vuelta. Angela no dice nada, se limita a desbloquear la puerta y a salir a mi lado en silencio. Cuando llegamos a la mesa, Christian es el primero en ponerse de pie, acorta el pequeño espacio que nos separa, sujeta mi cintura y me pega contra él.

—¿Estás bien? —sus ojos grises se pasean por todo mi rostro.

Mis ojos buscan las dos tarjetas de color blanco sobre la mesa. Han desaparecido.

—Estoy bien —acepto. Subo mis manos a su pecho, fingiendo que sacudo una basura de su impecable traje. Necesito tocarlo, necesito asegurarme de que está aquí, de que yo estoy aquí y de que esto es real.

Él me permite hacerlo, como si supiera que lo necesito.

—Vamos, cariño —me dice. —La cena ya está servida.

Me doy cuenta de lo hambrienta que estoy hasta que pruebo el primer bocado de la cena. Christian me sonríe de vez en cuando mientras cenamos, a veces ambos participamos en conversaciones que se desarrollan en la mesa y una que otra vez me he ahogado con la copa de vino cuando Christian enciende el consolador con el control remoto en su mano.

Angela y Elliot se han dado cuenta de que algo sucede con nosotros, las miradas curiosas y picaras los han dejado en evidencia. Para mi suerte, no hacen ningún comentario.

Después de la cena, Mia reparte a cada persona en la mesa unas paletas con un número.

—Damas y Caballeros —el maestro de ceremonias aparece de nuevo. —Es hora de comenzar con nuestra subasta.

Describen el primer artículo y lo venden por la mínima cantidad de doce mil dólares, las personas vitorean y aplauden. El maestro de ceremonias anuncia el segundo artículo, lo vende y las personas aplauden. Ese ciclo continua una y otra vez.

—El siguiente artículo es una semana de vacaciones en una propiedad de lujo en Aspen, Colorado, donada por el señor Christian Grey —el hombre anuncia. Todos aplaudimos. —Comencemos con $10,000 dólares.

—¿Tienes una propiedad en Aspen? —pregunto. No sé porque me sorprende.

—Tengo muchas propiedades en muchos sitios —me responde en voz baja.

Alguien ofrece doce mil dólares. Luego alguien ofrece diecisiete mil.

—¿Alguien da más? —el maestro de ceremonias presiona a la gente. Se escuchan algunos murmullos. —¿Por ahí escucho 18 mil?

—¡Veinte mil dólares! —una voz odiosamente conocida se escucha del otro lado del salón.

—¡¿Que carajos hace ella aquí?! —Christian ruge.

—Lo siento mucho, hijo —Grace se inclina para susurrarle a su hijo.

—Hace semanas te dije que mama ya la había invitado —Elliot sisea.

—Confirmó su asistencia, pero no creímos que realmente vendría —Mia se disculpa encogiéndose de hombros.

—Lo lamento, Christian —Grace repite. — Lo siento mucho Isabella.

—No es tu culpa, Grace —intento calmarla.

Es inevitable que mi mano busque la de Christian. Está tenso, frío y muy encabronado.

—¡Veinte mil dólares! —el maestro señala en dirección a dónde ella se encuentra. —¿Alguien ofrece más que la señorita?

¿De dónde carajos obtuvo esa cantidad de dinero?

—Es el dinero que Taylor obtuvo cuando vendió su auto —Christian responde mi pregunta silenciosa.

—Una semana de lujo en destino para esquiar del país —anuncia el maestro de ceremonias. —La señorita ofrece veinte mil dólares ¿Alguien da más? A la una...

—¡Veintidós mil dólares! —la voz de Angela interrumpe al hombre. Toda la mesa se gira para mirarla.

—¡Tenemos una nueva oferta! —el hombre al micrófono dice con emoción. Su mano señala a mi amiga. —¿Alguien puede superar a la señorita?

—¡Veinticuatro mil dólares! —contraataca esa mujer. Suena muy emocionada, como si creyera que ya ha conseguido lo que tiene.

—Veinticuatro mil dólares, ofrecidos por la encantadora dama de plata, a la una, a las dos...

Observo los rostros y cuellos comenzar a estirarse, a moverse a buscar a alguien que supere esa oferta.

—¡Treinta mil dólares! —Angela grita. Todas las máscaras del salón completo se vuelven hacia ella. Un jadeo colectivo acompaña la reacción.

—Treinta mil dólares, ofrecidos por la encantadora dama de verde, a la una, a las dos...  —el maestro de ceremonias se mueve hasta quedar cerca de nuestra mesa. Mis ojos la buscan, está en su asiento al otro lado del salón, sus brazos están cruzados y tiene una mueca de fastidio. —¡Vendido!

Todo el salón estalla en aplausos. Angela sonríe.

—¿De dónde piensas sacar treinta mil dólares, Angela? —le pregunto, mi cuerpo se inclina ligeramente en su dirección. Ella hace lo mismo.

—No tengo idea —responde mi amiga. Sus labios se estiran en una esplendorosa sonrisa —Pero ¡le gané!

Toda nuestra mesa estalla en risas.

Me giro para mirar a Christian. En su rostro hay una expresión de agradecimiento mientras mira y le aplaude a mi amiga. Él era la primera persona en estar renuente a que Anastasia obtuviera y usara algo de él. Aunque fuera prestado.

Christian regresa su atención a mí. Vuelve a brindarme esa mirada que me dice que hará una travesura y se dispone a jugar con el maldito control remoto que está en su mano. Lo que resta de la subasta la paso con las piernas cruzadas, los muslos apretados y mordiendo mis labios.

Finalmente escucho que anuncian el lote final. La semana en el lago Adriana en Montana ofrecidos por Grace y Carrick.

El maestro de ceremonias rápidamente obtiene una oferta por una gran cantidad. Comienza con un hombre del otro lado del salón, en una mesa a la misma dirección que la nuestra, Jhon Flynn hace una oferta por veinte mil dólares.

—¡Treinta mil dólares! —el señor Leonard levanta la paleta con su número.

—¡Cuarenta mil! —Jhon contrataca.

—¡Cincuenta! —uno de los amigos de Carrick se une a la batalla de testosterona y dinero que se está desarrollando en el salón.

—¡Vendido por ciento diez mil dólares! —proclama triunfalmente el maestro de ceremonias después de una ardua batalla de ofertas.

Mi adorado jefe es el ganador. Toda la sala prorrumpe en aplausos incluyéndome.

—¡Vamos, Bella! —Angela se levanta, se acerca a mí tirando de mi brazo hasta obligarme a ponerme de pie. —¡Llegó el momento de divertirnos!

Christian la fulmina con la mirada.

—¡Caballeros, el momento cumbre de la velada! —el maestro de ceremonias grita por encima del bullicio. —¡El momento que todos estaban esperando! ¡La subasta del primer baile!

Christian gruñe y me sujeta la muñeca. Se pone de pie, con una falsa sonrisa estampada en su rostro me besa la mejilla, antes de girar su cuello hasta pegar sus labios a mi oreja.

—No —su voz es hielo. —Ni lo sueñes.

—Es para una buena causa, cariño —le respondo en tono jocoso. Observo su reacción, separa los labios y exhala bruscamente. —Además, ¿vas a dejar que alguien más me tenga?

—Eres mía, Isabella —su mano rodea mi cintura con firmeza, me pega a su cuerpo posesivamente.

—Aun no —digo, mi mano acaricia su mejilla. —Primero tendrás que conseguirme.

Me separo de él con un movimiento. Sus manos me alcanzan de nuevo.

—El primer baile será conmigo, ¿de acuerdo? —me dice en tono lascivo.

—¡Déjala ya, Grey! Ya la acaparaste demasiado —Angela llega a mí rescate, tira de mí otro brazo. —¡Vamos, Bella! Tenemos que vendernos al mejor postor.

Acompañadas de una maldición de Christian y de nuestras risas, nos acercamos a Mia que espera por nosotras en la escalera a un costado del escenario. Las tres subimos para alcanzar al resto. 

—Caballeros, acérquense por favor —el maestro de ceremonia habla. —Echen un buen vistazo a quien podría acompañarles en su primer baile.

Una veintena de hombres se aproxima al frente del escenario. Christian y Elliot se acercan con una despreocupada elegancia, se detienen un par de veces para saludar a una que otra persona.

—¿Qué es esto? —jadea Angela. Su rostro evita mirar al frente. —Parecen moscas de mercado.

—En realidad parece un mercado de carnes —me aclaro la garganta. Me remuevo con cierta incomodidad.

—Somos la carne Premium, señoritas —Mia se carcajea.

—Damas y caballeros, de acuerdo con la tradición del baile de máscaras, mantendremos a las señoritas en el misterio —el maestro de ceremonias advierte con seriedad. —Comenzaremos con la encantadora Jada…

Una de las amigas de Mía es rápidamente vendida por cinco mil dólares.

Mis ojos buscan a Christian, está de pie a un lado de Elliot y de mi jefe. Su expresión es tranquila y finge que está evaluando a la candidata en turno, sus ojos grises se colocan un par de segundos sobre mí. Su puño sube a su boca y veo el momento exacto en el que aprieta el botón del pequeño control remoto.

Apenas logro mantenerme erguida cuando siento el movimiento en el interior de mi vientre.

Mierda, mierda.

Le doy una mirada de pánico a Christian, él apenas y se inmuta.

—Caballeros, permítanme presentar a la maravillosa Mariah… —el maestro de ceremonias me distrae de mis pensamientos con la siguiente presentación. La joven termina siendo vendida por seis mil dólares.

—¡Las ofertan se están comenzando a poner serias, caballeros! —el maestro de ceremonias bromea para aligerar el ambiente. Se dispone a presentar a la siguiente candidata.

Poco a poco las mujeres que nos acompañaban van desapareciendo del escenario, pero yo dejo de prestar atención a la subasta, mis piernas apenas logran soportar mi propio peso. Christian no me quita la mirada de encima, me muestra una sonrisa ladina cada que acciona el jodido aparatito.

—¿Bella? —Angela susurra lo suficientemente alto para que solo yo la escuche. —¿Qué sucede? ¿Estás bien?

Respiro. Christian ha vuelto a apagar el vibrador. Mi cuerpo está temblando ligeramente, mi espada está tensa y mis muslos apretados.

—¿Has visto esos consoladores a control remoto? —pregunto en un hilo de voz.

—¿Sí? —mi amiga responde en tono de pregunta.

—Tengo uno.

—¿Esta… bien? —Angela asiente. No me ha entendido.

—No, no. Tengo uno, justo ahora —miro hacia abajo.  Angela deja caer su mandíbula con sorpresa, sus ojos siguen mi mirada. —Y Christian tiene el control en su mano.

Mi amiga mueve su cabeza, mira con ojos entrecerrados a Christian quien sigue fingiéndose concentrado en la subasta. Si pone atención, va a ser capaz de notar el pequeño objeto que juguetea en su puño.

—¿Lo has tenido toda la noche? —pregunta volviendo su atención a mí. 

—Si —jadeo.

—¡¿Sabes dónde lo consiguió?! —Angela pregunta. Levanto una ceja. —Digo, que malditos pervertidos son. ¡Descarados!

Sacudo la cabeza, ella suelta una carcajada silenciosa.

—Ahora, caballeros, les presento a la encantadora Angela —el maestro de ceremonias dice el nombre de mi amiga. Mia y yo la empujamos al centro del escenario. —Sabe hablar tres idiomas a la perfección, su pasión es la fotografía, tiene un premio como actriz de reparto, tiene un título militar, además canta y baila como una absoluta diosa. ¿Qué les parece, caballeros? ¿Cuánto están dispuestos a ofrecer por un baile con esta encantadora señorita?

—Cinco mil dólares —la voz de Christian hace que todos giremos nuestras cabezas para mirarlo. Angela pone una mueca de asco.

—Seis —mi jefe levanta la mano. Elliot frunce el ceño.

—Siete —la voz de Jhon se escucha del otro lado.

—¡Ocho! —Carrick se levanta en su mesa. La risa de Grace le hace segunda.

Observo a Elliot con atención. Está mirando a su padre con cara de pocos amigos.

—Nueve —Jhon sube la oferta.

Elliot se prepara para abrir la boca.

—¡Diez mil dólares! —Christian oferta.

Elliot cierra la boca. Su mano se levanta y le da un golpe a su hermano.

—¡Vaya caballeros! —el maestro de ceremonias se ríe mientras aplaude dramáticamente. —¿Alguien ofrece más?

—¡Esto es emocionante! —Mia chilla con emoción a mi lado. Yo asiento.

—¡Quince mil dólares! —el señor Grayson dice en todo emocionado.

—¡Dieciséis! —Christian propone.

—¡Veinte mil! —Jhon llama la atención de todos con su oferta. Observo a Rhian soltar una carcajada desde su lugar en su mesa, le guiña un ojo a mi amiga.

—¿Alguien puede superar al caballero? —el maestro de ceremonias señala al Dr. Flynn. El hombre tiene una sonrisa divertida en su rostro, sus ojos están puestos en Elliot que tiene los brazos cruzados.

—Veintidós mil —Carrick se ha acercado a sus hijos.

—Veint… —Elliot lo intenta de nuevo.

—Veinticinco —Christian lo interrumpe. Una nueva ola de propuestas terminan por silenciar al rubio.

—¡Veintiocho mil! —Carrick oferta apenas conteniendo la risa.

—¡Cincuenta mil dólares! —Elliot ruge.

—Cincuenta a la una… a las dos… —el maestro de ceremonias analiza a todos los hombres que han estado ofertando, nadie hace el esfuerzo por decir una cantidad más alta. —¡Vendida al caballero de la máscara!

Todos reímos. Es obvio que todos usan máscara.

Las personas aplauden, miran en dirección a mi amiga, pero Angela está mirando al rubio boquiabierta.

—¡Carajo! —Elliot se deja caer en la silla más cercana que encuentra. —¡Por poco y te pierdo, nena!

Angela baja del escenario y se acerca a él.

—¡¿Tenías que esperar tanto para hacer una oferta?! —le grita mi amiga.

—P-pero nena —Elliot balbucea. —¡Christian no me dejaba hablar!

—Christian no me iba a comprar, idiota —Angela bufa. Elliot hace un puchero.

El rubio se levanta de la silla, estira sus manos y atrae a Angela hacia su cuerpo. Mi amiga oculta su sonrisa.

El maestro de ceremonias se acerca a mí con la mano estirada. Joder, es mi turno.

—Ahora, caballeros —tomo la mano que se me ofrece, el hombre me arrastra a su lado con elegancia. —Está deliciosa mujer que tengo a mi lado, es Isabella.

Observo como varios hombres se acercan al escenario. Otros que hasta el momento continuaban en su mesa, se ponen de pie. Observo a Jhon cambiarse de lugar por detrás de la multitud de hombres que están frente al escenario, llega a un costado de un Christian que luce relajado, confiado y tiene una estúpida sonrisa macabra en su rostro.

¡Cabrón! Esta es la oportunidad de Christian de mostrar que tanto poder y dinero tiene, y que tanto está dispuesto a ofrecer por mí.

Muerdo mis labios, esto será interesante.

—La señorita Isabella es un diamante —el maestro de ceremonias dice en un tono libidinoso y con doble sentido. —Es una mujer hermosa, delicada y complaciente.

Casi me ahogo. ¿Era tan necesario que usara la palabra “complaciente”?

—¿Caballeros, cuanto estarían…

—¡Veinte mil dólares! —Christian interrumpe al maestro de ceremonias dándole una mirada molesta. 

—¡Veintiuno! —una voz más rasposa contraoferta. Todos giramos para mirar a un hombre al otro lado del escenario. Usa un traje común, negro con la camisa blanco, tiene una máscara que le cumbre completamente su rostro.

Oh, no… Christian no está feliz.

—Veinticinco mil —Jhon hace su propuesta. Fija sus ojos en el hombre desconocido, lo está analizando, evaluando. Más tarde le preguntaré al respecto.

—Treinta mil dólares —el hombre enmascarado sobrepasa la oferta. Mis ojos se entrecierran, hay algo en él que me resulta familiar.

¿Lo conozco? 

—¡Bien, caballeros! Por lo visto esta noche contamos en la sala con unos contendientes de altura de este diamante —el maestro de ceremonias me obliga a girar para que todos puedan admirarme. —¿Escucho que alguien dice treinta y dos mil?

—Treinta y dos mil —el desconocido acepta. 

—Treinta y seis —Christian lo mira, su voz suena tranquila. Lo observo cambiar el peso de su cuerpo de un pie a otro con aburrimiento.

—Treinta y ocho —el desconocido sisea. Da un paso adelante intentando intimidar a Christian. Mi cobrizo se limita a cruzarse de brazos.

—Cuarenta —Jhon oferta sin moverse.

—Cuarenta y dos —el desconocido gruñe. No le está agradando la competencia que se está desarrollando, es como si hubiera pensado que solamente él iba a poder ofertar, como si por un segundo hubiera pensado que podría tenerme.

—Cuarenta y cuatro mil —Jhon gira su rostro para mirar a Christian. Él se rasca la barbilla cubierta de barba y le ofrece a su amigo una sonrisa irónica.

Este es un maldito plan de ellos. La curiosidad se dispara en mí, ¿qué hará Christian si Jhon es quién gana?

—¡Cuarenta y cinco! —el hombre da otro par de pasos al frente. Su cabeza se gira en mi dirección, no puedo ver su rostro, pero siento sus ojos fijos en mí, fríos, amenazadores, altaneros.

Carajo, esa mirada ya la he visto antes.

—Cuarenta y seis —Jhon eleva la voz.

—Cuarenta y siete —el enmascarado eleva su barbilla. Se coloca en una posición soberbia y retadora. Sus piernas abiertas, su espalda recta y sus hombros abiertos, sus brazos cruzados a la altura del pecho.

—Cuarenta y ocho —Jhon ataca de nuevo. Él también está tenso, sus ojos miran cada pocos segundos al cobrizo a su lado. ¿Está previendo una reacción de él?

—Espero que Christian no arme una pelea —escucho a lo lejos el comentario de una de las amigas de Mia que continua en el escenario.

—Él se quedará con Isabella —Mia habla con seguridad. —No va a permitir que nadie se la quite.

—Cuarenta y nueve —Christian da un paso hacia adelante. Su mandíbula está tensa, pero su rostro continúa con la expresión impasible y extremadamente controlada.

—¡Cincuenta mil dólares! —el hombre brama. La desesperación en su voz me produce un escalofrío.

El bullicio del gentío ha enmudecido. Todo el mundo nos mira a mí, a Christian, a Jhon y al misterioso hombre situado del otro lado del escenario. Un movimiento capta mi atención, una silueta en color plata se coloca cerca del escenario, pero se mantiene apenas escondida detrás de la multitud de la primera mesa. Anastasia está mirando con curiosidad la escena que se desarrolla.

—¡El caballero de la máscara ofrece cincuenta mil dólares por esta belleza de mujer! —el maestro de ceremonias vocifera. —Cincuenta mil a la una…

Mis ojos se abren, las alarmas en mi interior se activan. ¿Él va a comprar mi primer baile? ¡¿Christian lo va a permitir?!

Con angustia busco el rostro de Christian. Él está mirando fijamente al desconocido, sus labios están ligeramente entreabiertos mostrando sus dientes, Jhon tiene puesta una mano en su hombro, como si estuviera manteniéndolo en su lugar. En cuanto siente mi mirada, el cobrizo coloca sus ojos grises sobre mí, guiña un ojo en mi dirección.

¡¿Qué carajo está pasando?!

—Cincuenta mil a las dos… —el hombre en el escenario continua hablando.

Mi cabeza da vueltas, mis oídos zumban, mi cabeza arde.

—¡Cien mil dólares! —una voz grita sacándome de mi pánico. Todos los ojos van en esa dirección. —¡Ofrezco cien mil dólares por la dama de rojo!

Suelto de golpe el aire que he estado conteniendo. Juro que casi salto del escenario para abrazar a Jhon.

—¡Mierda! —el hombre enmascarado ruge con frustración. Puedo jurar que escuché su cuello crujir.

—¡La oferta ha subido de nivel, damas y cabellos! —el maestro de ceremonias se dirige hacia dónde se encuentran Christian y Jhon, desde ahí, mira al desconocido. —¿Está dispuesto a jugar este juego, caballero?

El hombre me mira, está analizando sus posibilidades. Mi respiración se agita, me mira como si él fuera un depredador, un asesino, un psicópata; me mira como si yo fuera un insecto y él fuera la bota. Pero, su cuerpo tenso y erizado me dice que esta no será su oportunidad de aplastarme.

Su rostro cubierto con la máscara se debía en dirección a Christian, inclina la cabeza y levanta las manos las manos en señal de derrota. Ha llegado al limité de dinero que puede ofrecer.

—¡El caballero enmascarado se retira! —el maestro de ceremonias anuncia. El hombre desvía su rostro, como si estuviera avergonzado o jodidamente furioso.

—¡Cien mil dólares por Isabella! —el maestro de ceremonias continua con la subasta. —¡A la una, a las dos…

—Ciento quince mil dólares —Christian anuncia.

—¡Tenemos nueva oferta! —el hombre a mi lado en el escenario salta.

—Ofrezco ciento cincuenta mil dólares —Jhon responde con una sonrisa divertida. Christian suelta una carcajada y sacude la cabeza, es como si estuviera burlándose de su amigo.

—¡Doscientos cincuenta mil dólares! —Christian sentencia. Su voz clara, fuerte, precisa y dominante resuena por todo el salón.

Un jadeo colectivo se escucha. Luego todo queda en silencio.

—¿Qué diablos...? —masculla una coz chillona en el fondo; Anastasia. Por el rabillo de mis ojos puedo ver al desconocido darse la vuelta y moverse furiosamente entre las personas, incluso pasa junto a Anastasia que esta boquiabierta mirando hacia el frente, al escenario, a Christian.

El desconocido suelta un par de maldiciones y se pierde en la oscuridad del salón.

Siento todas las miradas están puestas sobre mí, sobre nosotros, no me importa, ninguno de ellos me es relevante. Mis ojos buscan a ese par de obres plateados que me observan desde unos metros a la distancia, como si estuviéramos conectados, ambos soltamos un suspiro. Solo estamos él y yo, atrapados en este momento.

Ha dejado en claro que solo él puede tenerme.

—¡Doscientos cincuenta mil dólares a cambio del primer baile del Diamante de esta noche! —el maestro de ceremonias aúlla. Parece que ha logrado recuperarse de la sorpresa. —A la una, a las dos... ¡Vendida al señor Christian Grey por un cuarto de millón de dólares!

Un murmullo de júbilo se alza poco a poco entre la multitud antes de estallar en aplausos.

Mis pies cobran vida por si solos, corro a través del escenario directamente hacia él. Me lanzo a sus brazos.

— Te tengo, cariño —dice triunfante.

—Si, me tienes —acepto. Estrello mis labios contra los suyos.

—Damas y caballeros —el maestro de ceremonias nos interrumpe. —Por favor, tomémonos un momento para refrescarnos y procesar la maravillosa subasta que estamos teniendo esta noche.

La multitud parece estar de acuerdo. Hay quienes siguen procesando la oferta que ha hecho Christian por mí.

—En breve continuaremos con la subasta de las maravillosas señoritas que me acompañan —les coquetea a las mujeres que siguen en el escenario. —Y podremos ver a nuestras parejas disfrutar de su primer baile.

—Ven conmigo —Christian ordena. Su mano se enreda en la mía y tira de mi cuerpo para que camine a su lado.

—¡Vaya, hermano! —escucho a Elliot. Sé que sus intenciones es acercarse a nosotros, pero Christian solo apresura su paso.

—¡Déjalos! —Angela lo reprende. —Ninguno te hará caso en este momento.

Christian me conduce por el mismo camino de la primera vez que estuvimos en la casa de sus padres. Cruzamos el jardín que hoy es el salón donde se desarrolla el evento, entramos a la casa principal por una puerta de atrás y subimos las escaleras. No tiene que decirme, sé que vamos a su antigua habitación.

Me quedo de pie mirando cómo se deshace de su elegante saco.

—Tengo unas inmensas ganas de hacerte el amor — exhala, se acerca a mí con lentitud. —Y al mismo tiempo quiero azotarte hasta que te quedes sin aliento.

Mi respiración se acelera. Sé lo que quiero, la respuesta es sencilla.

—Ambas —digo mirándolo a los ojos. —Quiero ambas.

Traga saliva, pero luego me conduce hacia la cama colocándose a mis espaldas. Sus manos aparten mi cabello hacia un lado, sus dedos rozan la piel de mi nuca y mi espalda antes de deslizar la cremallera del vestido. La tela se afloja alrededor de mi cuerpo, sus manos continúan empujando hasta que el vestido termina en el suelo.

Se desata un frenesí.

Su mano empuja mi espalda obligándome a caer contra la cama. Mientras proceso la caída, escucho que desabrocha la hebilla de su cinturón.   

—Solo tres, ¿de acuerdo? —jadea. —Solo tres azotes.

Jadeo. Tengo el presentimiento de que me va a doler como el puto infierno.    

—Bien —acepto. Mi piel se eriza esperando el dolor.

Su mano izquierda se curva sobre mi cintura, se asegura de tenerme bien sujeta contra la superficie de la cama. Entonces dos cosas suceden, el interior de mi vientre empieza a ser masajeado por vibraciones acompasadas al mismo tiempo que algo duro da el primer azote contra mi trasero.

¡Ca-ra-jo! Ha usado su cinturón para azotarme. Es inevitable que un gemido de dolor mezclado con placer se escape de mis labios.

—Te ofreciste para que cualquiera en ese puto baile pudiera tenerte —sisea. Vuelve a azotar su cinturón contra mi trasero, justo en el mismo maldito sitio. De alguna manera ha conseguido que toda una línea horizontal de mi trasero arda.

Suelto otro gemido.

—Todos esos imbéciles intentaron tenerte, Isabella —gruñe. Mi cuerpo se retuerce debajo de su fuerte agarre. Aún no ha apagado el vibrador. 

—Christian... —un gemido, una súplica brota de mí. Él azota el cuero del cinturón contra mi trasero.

—Otro hombre quiso poseerte —un nuevo gruñido atraviesa su garganta. Escucho que deja el cinturón de lado, la vibración en mi interior se detiene y siento sus dedos tirar del pequeño aparato para sacarlo. —Otro hombre quiso alejarte de mí.

Con sus manos levanta mi cuerpo tembloroso, levanta mi cadera obligándome a subir mis pies a la cama, quedo sobre mis rodillas.

—Que precioso luce tu trasero, cariño —ronronea. Sus labios besan la zona de mi culo que está ardiendo por los azotes.

Escucho que desabrocha sus pantalones, con sus dedos recorre el fino y delgado trozo de tela que dice ser mis bragas y se posiciona en mi entrada.

—Eres mía, Isabella —de un movimiento me penetra. Un grito de placer me atraviesa. La posición en la que me tiene la estimulación que he tenido toda la noche gracias al vibrador, hace que me sienta al borde del orgasmo.

Se retira de mi interior con lentitud.

—Eres solamente mía —de un golpe entra de nuevo en mí. Es grande, grueso y tortuosamente placentero.

—Ah, Christian —grito, envuelta en el placer. Mis manos sujetan el edredón de la cama, arrugándolo entre mis puños, intentando sujetarme.

—Mia —me sujeta las caderas con las dos manos, marcando un ritmo con los movimientos de nuestros cuerpos. —Eres solamente mia, Isabella ¿lo entiendes?

—S-si —jadeo. —Soy solo tuya.

La sensación de, él moviéndose en mi interior, sus embestidas duras y furiosas, sus manos sujetándome con fuerza, la sensación que produce cada vez que su pelvis choca con mi trasero ardiente y adolorido, es demasiado. Pero a la vez no es suficiente. 

—Isabella —resopla, gime, jadea, ruega.

—Christian —digo en el mismo tono.

Sus embestidas aumentan, estoy cerca, él también. Mi cuerpo comienza a temblar, el líquido comienza a deslizarse desde mi coño, por mis muslos. Mis puños se cierran con más fuerza, mis dientes muerden mi labio, mi espalda se tensa.

Estoy tan cerca.

—Córrete para mí, nena —ordena. —Córrete conmigo, cariño.

Mi cuerpo lo obedece, las descargas eléctricas recorren mi cuerpo concentrándose en mi vientre. Mis paredes se aprietan a su alrededor, siento sus palpitaciones, siento como los chorros de semen se liberan en mi interior.

—¡Christian! —digo su nombre. Me pierdo en mi propio orgasmo.

—Mierda, ¡Isabella! —jadea entrecortadamente perdiéndose en su propio placer.

El silencio nos abraza, nuestros cuerpos se estremecen, nos cuesta respirar, pero ninguno de los dos se mueve. Nos quedamos en esa posición por segundos o minutos. Incluso pueden pasar horas y ninguno no lo notaremos.

—Mi Isabella —murmura cuando nos hemos serenado lo suficiente. Se inclina, besa mi espalda y sale con cuidado de mi interior. Me ayuda a erguir mi espalda para arrodillarme y poder volver a colocar mi peso sobre mis pies.

Entre besos, miradas cómplices y risas, volvemos a vestirnos y a acomodarnos lo suficiente para que nadie note nuestra escapada. Mientras él acomoda el desorden de la cama, mis ojos se dirigen a la fotografía de Ella, su madre.

Tengo que llamar a Charlie para preguntarle por ese tema.

Finjo que esa fotografía no llama mi atención, me inclino a recoger el saco de Christian y lo tomo en mis manos para entregárselo. Hay algo ligeramente más duro en uno de los bolsillos del interior. Curiosa, doy una mirada.

Están las dos tarjetas blancas con el nombre de los dos Cullen que fueron invitados a la gala. Él las quitó de la mesa.

—Creo que ese saco es mío —Christian lo quita de mis manos. Se lo coloca como si no se hubiera dado cuenta de mi descubrimiento.

—Gracias —le digo. Él me da un beso como respuesta para zanjar el tema.

—Vamos, cariño. Me debes un baile.

Apresuradamente, bajamos la escalera y salimos de la casa principal. Cuando nos acercamos a la carpa que simula el salón, fingimos que solo tomamos aire fresco y un respiro de la fiesta, como todos los del jardín.

—¿Dónde estaban, tortolitos? —Elliot pregunta cuando nos ve cerca.

—Bailando horizontalmente, de seguro —Angela se burla. Oculto mi sonrisa.

—Pervertidos —Elliot susurra antes de soltar una carcajada. Christian fulmina a su hermano con la mirada. 

—Damas y caballeros, ha llegado el momento del primer baile. Señor y doctora Grey, ¿están listos? —el maestro de ceremonias pregunta. Carrick asiente y rodea a Grace con sus brazos. —Damas y caballeros de la Subasta del Baile Inaugural, ¿están preparados?

Todos asentimos. Las parejas ya estamos distribuidas en la pista de baile.

—Pues ¡empecemos! —el hombre con máscara de arlequín se baja del escenario, en su lugar aparece un joven que chasquea los dedos e incita a la banda a tocar los primeros acordes de una canción.

Christian me mira sonriendo, me toma en sus brazos y empieza a movernos de un lado al otro, por la pista, al compás de Work song. Es notorio que Mia ha intervenido en la elección musical de la velada.

Al inicio me limito a mirarle, ajena a lo que sucede a nuestro alrededor. Recuesto mi cabeza contra su hombro y permito que mi atención se centre poco a poco en la voz que canta las letras de Hozier.

I just think about my baby….I'm so full of love, I could barely eat —escuchar esa línea de la canción me hace sonreír, así me siento cuando estoy con Christian.

La letra cuenta la profundidad del amor y la redención a través de la devoción incondicional hacia una persona amada.

That’s when my baby found me, I was three days on a drunken sin —el cantante continua. —I woke with her walls around me….

—Esta canción resulta muy apropiada —murmura Christian. Levanto mi cabeza al sentir la vibración en su voz. Sus ojos buscan los míos, atrapándolos de nuevo en una conexión que no quiero romper.

Ya no sonríe, está serio. El también está prestando atención a las letras de la canción.

She never asked me once about the wrong I did —Hozier y el cantante que interpreta su canción esta noche, dicen esa frase. Christian se estremece entre mis brazos.

—Chris… —murmuro. Me pierdo en esas esferas grises, liquidas como la plata, brillantes como un universo, delicadas como obras de arte, cálidos como un fuego que se mantiene vivo solo para mantenerme cálida.

Me encantan sus ojos.

My baby never fret none, about what my hands and my body done

El protagonista de la canción, ha cometido errores y tiene sus propios pecados, pero encuentra consuelo y salvación en el amor de su pareja quien lo acepta sin juzgarlo.  el protagonista declara que su amor es tan puro y satisfactorio que no necesita buscar placeres externos.

She put her love down soft and sweet …. In the low lamp light I was free…

—Mi Isabella —suspira con adoración.

Mi corazón se acelera, golpea contra mi pecho.

Él sonríe deleitándose con mi reacción. Se inclina a besar mis labios con toda la emoción que puede, un beso dulce, cálido, honesto. Sus labios saben a cariño, a amor.  

Ajeno a nuestra burbuja de amor, el cantante y su banda continúan con la parte final de la canción, el coro que enfatiza la idea de que ni siquiera la muerte puede romper el vínculo que comparte con su amada. Esta promesa de amor eterno y la determinación de regresar a su lado, incluso desde la tumba, resalta la intensidad de sus sentimientos.

No importa que no lo hayamos dicho, no importa lo pesimos que seamos para expresar nuestros sentimientos, realmente no es necesario. Christian puede leer mis pensamientos y emociones y yo puedo hacer lo mismo con él, ambos sabemos lo que sentimos y eso es suficiente. Al menos por ahora. Nada más importa.

El bullicio de la gente aplaudiendo nos obliga a romper nuestra burbuja, interrumpe nuestro beso. Apenas nos separamos para unirnos al aplauso en reconocimiento a la banda, cuando comienza la siguiente canción, Christian me toma en sus brazos nuevamente.

—¿Puedo interrumpir? —Elliot se acerca a mí.

—No, vete —Christian gruñe.

—¡Óyeme, no seas envidioso! —Elliot frunce el ceño. —¡Yo también quiero bailar con ella! Me lo debes por el infarto de la subasta.

Christian me suelta de mala gana, pero sé que está ligeramente divertido y complacido con la travesura que le ha hecho a su hermano. Christian sonríe y se aleja estirando su mano en una invitación silenciosa hacia mi amiga.

—¿Cómo está mi cuñada favorita? —dice el rubio.

—Soy la única que tienes —digo divertida. Elliot me mira con una ceja arriba, su boca se abre dispuesto a hablar. —Si insinúas que tienes otra, le voy a contar a Angela sobre tu video dónde usas su ropa interior como disfraz de superhéroe.

—¡Tú siempre tan encantadora, nena! —ríe nerviosamente. Comienza a movernos al ritmo de la música. —Ahora, realmente te quería preguntar por el juguetito que estabas usando.

Ahora es mi turno de reír avergonzada y nerviosa. Elliot y yo continuamos bailando y hablando de cosas sin sentido, aunque no me escapé de contarle algunos detalles sobre el consolador a control remoto.

Después de un rato he perdido la cuenta de cuantas canciones he bailado. Jhon y Carrick vinieron después de Elliot. Bailé un par de canciones con ellos, luego vino Christian de nuevo, solo para que el Sr. Leonard volviera a robarme para una canción. Incluso Angela ha bailado con todos, incluyendo a Mía que nos miraba con insuficiencia mientras todos la mirábamos con una sonrisa divertida. La gala se ha vuelto un evento social, todos lo estamos disfrutando, de eso estoy segura.  

—Tengo que ir al baño —anuncio. Christian me mira, pregunta en silencio si quiero que me acompañe, pero está hablando con Jhon y Rhian. —No tardaré.

El asiente en silencio, Rhian me guiña el ojo cuando paso a su lado.

El camino hasta el baño parece desalojado, así que me permito caminar a paso tranquilo hasta mi destino. Una que otra persona se cruza en mi camino, pero solo una sonrisa basta para que siga con mi camino.

A lo lejos veo mi destino; la puerta del baño.

—Isabella —una voz suave y chillona dice mi nombre. —Me alegro de encontrarte a solas. He pasado toda la velada queriendo hablar contigo.

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