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Casi todo en el mundo gira en torno al sexo, con única excepción del sexo, el sexo se trata de poder.
Al abrir los ojos se vio asaltado por la incomodidad repentina de la luz matutina, una ceguera temporal a la que su retina había de adatarse cada día, superar la presbicia era ya el primer tedio que afrontaba cada mañana. Repele la somnolencia con un bostezo y se encuentra vahído en su propio letargo, con mialgias y el cuerpo magullado, sojuzgado por la pereza y la fatiga, buscando a tientas donde anidar su cabeza.
¿Por qué mialgias? ¿Por qué tiene el cuerpo magullado? Podría cualquiera preguntarse con justa razón, y la respuesta a esta resaca sea quizás digna de acezos, o no, depende de lo que uno espera. O quizás da igual, y son sólo divagaciones fecundas que tratan, inútilmente, de dar pábulo a las esperanzas.
En el bohío de su gran corazón radica un espacio amable y decoroso, también yace cierto impulso, un impulso líbico tenaz y socarrón. Su mano, quizás guiada por el impulso antes dicho, dirige su atención a un montículo de gran proporción y al pezón que lo corona, amasando la loma blanda y la aureola lapidosa, esa tentación es solo un sustrato de su salacidad, que a veces pareciera no poder controlar ni siquiera con su cuerpo a punto de expirar. Mueve su pierna siniestra y localiza otro cuerpo, mucho más esbelto y tonificado, más no logra ganarse su interés, el sudor aflige su figura y consigue, al fin, encontrar los labios que con comedido interés tanteaba, depositando sobre ellos un casto beso que nada tenía que ver con la desnudez, el libertinaje o la lujuria, solo amor.
―Ahhh... ―Gimió alguien, quizás la mujer a la que le pertenecían las masivas tetas.
Él no tenía intenciones con la atiplada voz, sino con el aliento cálido que se esplende en su rostro, otorgando un lambiscón a la nariz marfilada y respingona que exhalaba un vaho dócil y frígido.
―Ya deberías abrir los ojos, Emilia-tan…
―No quiero, solo un minuto más ―imploró el murmullo de campana plateada―, prometo ser puntual esta vez.
―Todos sabemos que eres la más renuente a salir de la cama ¿o serás que gustas tenerme para ti sola cada mañana?, ángel mío ¿Cuándo te volviste mentirosa y acaparadora?
Eso le hizo granjearse una fugaz sonrisa.
―¿Y que ahí si quiero disfrutar de mi Subaru en exclusividad? ¿Desdé cuando monopolizarte es un delito? ―cuestionó mientras se estiraba hasta que su coronilla tocó la cabecera amueblada.
―Nada reprensible, es natural que en los harem la esposa favorita del héroe sea la más territorial ―repuso―, aunque Priscilla también me quiere monopolizar con frecuencia.
Los tenues gemidos de fondo se detuvieron, cuando la misma voz, ahora majestuosa, hendió el torvo silencio:
―Ja ¿Yo querer monopolizarte? Eres tú quien recurre a mis aposentos bastante afanoso, agradece que mi magnificencia, mi gracia y mi virtud te pertenecen, porque sabes que soy la más proclive a abandonar este saturnal lleno de ineptas, si no fuera…
―No era necesario que besaras a Emilia anoche, de hecho, es a la que más te apegas ¿no se supone que es a la que consideras so pueril? ―atajó Subaru, dejando con el gaznate secó a la peli naranja.
―Yo sé que Priscilla-san, en el fondo, muuuy en fondo, nos tiene reservado un lugar muy cálido de su corazón ―arguyó Emilia― ¿No es cierto, Priscilla-san?
La dama de exuberante busto resopló resignada:
―No seas tan altanera, mestiza, simplemente no sufro de miopía como para negar la belleza física o la nobleza de tu alma, por más de que no pueda decir lo mismo sobre tu parte intelectual.
―Entonces… ¿si nos quieres? ¿o al menos a mí?
―¡Que no!
Desde el somier de la cama, una señorita de cabello dorado, a la cual Subaru había palpado con sus pies anteriormente, solicitó agobiada:
―Ya cállense, dejen de hacer sus ruidos maritales de una buena vez, no todas queremos saber sobre las desviaciones de Priscilla o sus opiniones con respecto a nosotras ¿saben?
―No, no, por mi puede’ proseguir ―consintió la otra mujer menuda, con el pelo malva adherido a sus contornos por el trasudor― siempre es importante recabar información sobre tus rivares, aún más con quienes convives.
―Si se me permite realizar una atingencia ―advirtió la dama verde olivo con semblante parco―: creo que, siendo consortes de Subaru, deberíamos hacer confluir su felicidad con la de cada una, ya que estamos en esta especie de poliginia y no se puede pasar una jornada sin estos roces.
En ese momento, la tertulia ya había espabilado a Emilia y se había direccionado a los yerros que conciernen la vida doméstica. El miembro de Subaru, viendo a tales venus debatiendo acaloradamente por motivos anodinos, pronto se encontró erguido y palpitante, emocionado por la expectativa de su mamada mañanera. Así pues, Subaru tiró de las sabanas que lo arrebujaban para destapar su ansiosa virilidad, no obstante las damas, en el sopor de sus disquisiciones, ni siquiera notaron las intenciones del joven de cabello negro brea.
Maldiciendo el no haberse quedado solo con Emilia, como hace convencionalmente, Subaru sintió un escalofrío cuando otro cuerpo desnudo y pequeño pero gallardo se acercó a él, la doncella de pelo rosa, ardilosa al caminar cimbrando todo el cuerpo flexible como una papaya y los pezones erectos como guijarros puntiagudos, estuvo en un santiamén frente a su entrepierna y envolvió el falo facineroso con su boca húmeda, paladeando con su lengua desde la glande hasta el escroto con mucha destreza; las demás señoritas, que solo cayeron en cuenta cuando Ram pasó de largo, tenían en sus rostros pucheros indignados, salvo la mujer ojizarca, que parecía más apremiada por volver a sus negocios.
―Espero que esto les dé una lección sobre saber priorizar sus atenciones ―bregó Subaru.
La abigarrada policromía de cuerpos desnudos siguió ahí hasta que llegó Rem, aportando a la labor de Ram y a la eyaculación de su amo, quien se corrió en el rostro de ambas gemelas, embadurnándolas de semen y viéndolas devorarse los labios, acariciando sus cabezas como si de perros obedientes se tratase.
―¿Eso te gustó, Emilia-tan?
―No, me parece que Subaru es un botarate inconsciente, un tonto insensible ―aseguró.
Subaru se acercó a ella y llevó su mano bajo su monte de venus, sintiendo su cálida y empapada crica:
―Podrás decir todos los bulos que puedas, incluso usar tu lenguaje anticuado, pero la humedad entre tus piernas no miente. ―Dijo Subaru, dispuesto a reiniciar la sesión que en la noche los había dejado al borde de la indisposición.
Antes de que Emilia, susceptible desde siempre al toque jarioso de Subaru, pudiese comenzar a gemir de manera desquiciante, otra de las presentes apeló:
―Creo que salvo Emilia, Ram y Rem, las demás tenemos asuntos untuosos que atender, así que no podremos participar de… ―Crusch se detuvo, avergonzada― su sesión.
Subaru ya había introducido su dedo corazón en la vulva de la semielfa, miró con descredito a la Duquesa, mortificado:
―La verdad, Crusch, prefiero tu lengua estropajosa alrededor de mi pene en lugar de apelar para conflictuarnos, quiero tener una orgía ahora ¿No que están para satisfacerme? ¿o no puedes hacer bien tu misión? ¿genuinamente eres tan indolente? Tratas de hacer mella ―dispuso―, tu impetración no tiene validez ¿sabes quién soy yo? Soy el protagonista de esta historia isekai, y mi harem debe acompañarme en mis tribulaciones de ser necesario, o en la alcoba si así lo deseo, no más, no menos, es todo cuanto exijo ¿no es esa la función de una mujer… digo, de las heroínas dentro de estas historias? Caer enamoradas ante el protagonista, sin más sueños y aspiraciones que ser su pareja, sin más anhelo que follar hasta desfallecer, si no pueden convalecer ante mis exigencias, entonces son rameras e hipócritas, taimadas y necias, tontas u obtusas, sólo yo puedo ser el blanco de sus atenciones. Yo puedo tenerlas a todas al mismo tiempo si así me place, ustedes no pueden tener a nadie más, yo soy el sustento de sus emociones, el catalizador de su lujuria, el dueño de sus cuerpos y de sus convicciones, el adalid de sus pensamientos y reflexiones, el edil de sus condenas, afirmaciones y de cualquier ultranza ¿es eso tan difícil de entender?, así lo dictamina la cultura y lo que las personas esperamos de estos tropos, esta indisciplina sediciosa no viene al caso y aún menos tu imperioso talante, haznos el favor de volverte sumisa y gemir cuando te hago el amor o al menos contonearte, por dios, solo eso te pido, ni el Corán es tan restrictivo. Además, yo he pasado por tanto, están obligadas a complacerme por la deuda que han contraído conmigo; y no, no soy misógino, es solo que cada quién desempeña su papel de la mejor manera ¿no?, te hace falta leer más novelas ligeras y las proyecciones los lectores, así que adelante, ¿quién viene primero?
El final de la diatriba se encontró con el clímax de Emilia, mujer que liberó sus jugos junto a un gemido de éxtasis fangoso que deleitaba los oídos melómanos de Subaru.
La atmosfera se sumió en un plañidero mutismo, con todas las presentes anonadadas y levemente impetuosas.
―¡Subaru, lerdo! ―injurió Emilia.
―Solo dije la verdad, no es por blofear, pero todos saben que así son las cosas. Vamos, Petra es mucho más accesible y menos testaruda.
―Es cierto, Emilia-san ―intervino Crusch―, no es necesario ser aspaventera. Subaru, amado esposo, quiero ser la primera a la que tomes hoy si es que las demás están conformes.
La sucinta dubitación de las demás presentes hace vacilar a Crusch, quien trata de recular, pero Subaru la toma por la cadera y le da ánimos, cotejando sus nalgas para las otras; tratando de apearla para que se encuentre dispuesta hace ingresar sus dedos húmedos por los fluidos de Emilia a la boca de la dama de jade, ella parece incómoda, a Subaru no le conmueve y la fuerza, la negligencia genera arcadas a su consorte, él sigue sin conmoverse.
A su alrededor las demás reptan, todas de cuerpos esculturales y siendo paradigmas de belleza femenina a su forma, esbeltas, voluptuosas, recias, suculentas todas, esmeralda, oro, plata bruñida, zircón naranja, amatista, zafiro rosa, cuarzo azul; un panorama bucólico si se lo preguntasen a Subaru, diluye sus inseguridades y más bien enfoca su nítida visión a los turgentes senos trémulos de Crusch, quien ha comenzado, no sin cierta dificultad, a tratar de recibirlo dentro de ella. Felt, rebosante de gracia juvenil, sube a su rostro y baja su ingle, demandando sin palabras una atención primordial a su nii-chan y siendo compensada por un rumor de humedad chapoteadora.
―Natsuki-kun a vece’ se expresa de manera contundente, y nunca re gusta ir a popa ―comentó Anastasia, masajeando el plexo dorsal de Subaru― se hace esquinces y ni así para, ta’ codicioso~
La ingle de Crusch se encontraba con la de él cada vez más rápido, gemiqueando como una mantra. Felt profería gemidos mientras saciaba la sed de Subaru. Su mano izquierda hurgaba en la feminidad de Anastasia y la derecha en la flor tórrida de Priscilla. Todo esto dejaba como espectadoras a Emilia, Ram y Rem, aunque la última no tardó en relevar a la precoz joven de iris bermejas cuando alcanzó el nirvana y, mordiéndose los labios, quedó fatigada por la perversión. El sabor de Rem era menos terrenal y más avinagrado, el torrente de la moza que Subaru usaba para hidratarse tenía un dejo exótico a acre, y un aroma a hortensias que impregnaba sus fosas nasales.
―Le comes el coño a Rem con mucha avidez, Subaru-kun ―apuntó― ¿Será que es tu favorito?
―Ahhhh… yo creo que Subaru disfruta de todas por igual… AHHH ―gimió Crusch, viniéndose y llevando consigo una dosis de espesa esperma deseosa de fertilizarla.
El orgasmo de Crusch y la eyaculación de Subaru coincidieron con la exaltación de Rem, rociando la faz y los pectorales de su amante como una andanada a una roca.
―Así es, todas ustedes son mis laxas esposas, mis mujeres de una voluptuosidad abismal digna de una profundidad de vértigo. Aunque tengo cierta predilección por mi amada Emilia-tan.
Las depravaciones deben estar planificadas y coordinadas, sobre todo si lo haces con un harem impenitente.
El ciclo de apareamiento se repitió sistemáticamente, el esquema de la concupiscencia se organizó de la manera siguiente:
Saltando la primera ya descrita, ahora le tocaba el turno a Anastasia corcovear sobre la polla de Subaru y a Ram estar a merced de su habilidosa lengua, cada turno terminaba con el crescendo de cualquiera de los participantes, ya sea Subaru anegando él útero de su compañera o logrando que la leticia lúbrica alcanzara el cielo mediante el arte de su habilidoso apéndice curtido.
Anastasia y Ram fueron sustituidas por Priscilla y Emilia respectivamente, ambas demostrando sus filis en la vocación de lo impúdico. Subaru las compelió a besarse.
A este punto el falo de Subaru dolía, casi podía temer que se fuera fracturar o quedar inservible por el uso excesivo, empero el coño de Priscilla era divino, apretado, húmedo y canicular, ergo, no pensaba detenerse hasta prodigar su semilla en aquel abrasador núcleo, no con esas masivas mamas convulsas que parecían a la vez péndulos magros. Y por otro lado estaba Emilia, oh, perfecta Emilia, cuando uno ama a una rosa la protege, la riega y pierde su tiempo con ella, es lo que la hace más especial; ese albor inenarrable y su cuerpo, glorioso e incontrastable, de perfecta armonía salaz, enjuto, de vehemente terneza y desenfrenado purismo, esa era su Emilia, su más valiosa adquisición, sus caldos ambrosíacos eran para él lo mismo que un oasis para un extraviado en las áridas dunas del desierto de Augria.
Esta parecía una necesidad insoluble para todos, y así como es inexorable la muerte, Emilia se corrió profusamente, con Subaru tratando de taponar su geiser, el parco alarido gutural de la semielfa dio paso de sopetón a una pregunta intempestiva:
―Subaru… ¿No sientes remordimiento sobre lo que le dijiste a Crusch?
Subaru, teniendo el espacio suficiente para hablar no sin darle a la vez cosquillas a la virtud de Emilia, repuso:
―No, para nada.
―Pero… Eso fue demasiado despectivo, no puedes esperar que éste conforme…
―El remordimiento, y en ello deberían coincidir todos, es un sentimiento sumamente indeseable. Barruntemos que he obrado mal, en hecho o palabra, entonces debería arrepentirme, enmendar mis yerros en lo posible y esforzarme por comportarme mejor la próxima vez. En ningún caso debería llevar a cabo una morosa meditación sobre mis faltas, verbigracia: revolcarse en el fango no es la mejor manera de limpiarse, solo nos teñimos más de marrón y apestamos peor. Y todo eso en caso de que haya procedido de manera incorrecta, cosa que no considero así, vamos Emilia, tu eres la única que se airó con mi comentario.
Algo faltaba…
―Priscilla ¿se puede saber por qué te detuviste? Mi prominente criatura va a resultar exánime en tu interior sin siquiera haber alcanzado la liberación ―indicó a la angulosa moza― Vamos, ¿Acaso no me amas?
―Quería que concluyese con su arenga, marido mío, seguiré ―acató.
Fue entonces el suplicio; la baronesa fulgurante elevó sus caderas y se precipitó hacia abajo con tal brío que en toda la estancia retumbó un crujido, Subaru hubiese maldecido de no ser porque, justo en aquella mentís furiosa, Emilia también bajó su parte inferior y ahogó su rostro entre sus atributos, Priscilla no se detuvo hasta volver de su pelvis una molicie amoreteada, y no se contuvo con una actitud solícita pertinaz.
No podía ver.
No sabía qué ocurriendo.
El estado de su cuerpo.
Aún no asimilaba el dolor cuando otro tañido ortopédico reverberó y Emilia levantó sus caderas para que Subaru, aún conmocionado, atestiguase su pene luengo, fracturado y de cuyo esfínter no manaba si no un fino hilo rojo, rojo como la sangre que brotaba de su estómago debajo del esternón, donde había sido hundido un puñal, no tuvo tiempo para procesarlo cuando otro cuchillo, más oblongo si cabe, atravesó su abdomen en la fosa iliaca derecha.
Crusch fue quien lo había esgrimido.
―Eres alguien repugnante, un cínico hasta el tuétano, una escoria indeseable y ruin que solo piensa en sí mismo, como si vivieras en un solipsismo... ¿Cómo podría enamorarme de alguien que ya tiene otras en su corazón y que, además, perdió aquellos valores que lo volvían alguien admirable?
Los ojos de Subaru se volvían rojos y de su boca salía el líquido cálido, el líquido cálido que antecede la frigidez de la muerte, protestó y se sublevó, no obstante las mujeres se turnaron para inmovilizarlo.
La tercer arma blanca, clavada justo en su ombligo, le hizo morderse la lengua.
―No sé si eres ingenuo, marvado, simpremente idiota ―improperó la comerciante cárdena―, dar por sentado que arguien como yo puede anteponerte por sobre er dinero es un sofisma bastante condescendiente, tu vida no vare ni una décima parte de mi compañía, mucho meno’ si no puedes ofrecerme respeto, integridad o po’ ro mucho unanimidad, que es lo mínimo que yo te concedo. Una mara inversión debe cotarse de cuajo.
Subaru libaba su propia sangre, mientras que el colchón debajo adquiría una tonalidad magenta. Priscilla desenvainó del vacío espacio la espada Yang y cauterizó su andorga lacerada, coagulando sus hemotórax.
―Un plebeyo como tú merece un castigo más prolongado, un martirio lacónico es lo último que se te va a conceder, ¿qué clase de lunático creador de contorsionismo mentales propondría que una unión que me involucre llegaría a ser una relación prolífica y fecunda? No hay nadie que éste a mi altura, mi emporio de beldad, mi frondoso rebozo impoluto, mi ramillete de cualidades, si alguien puede alcanzarlo, da por hecho que no sería un imbécil que ni pundonor farolea, que se arremolina por otras y de un nombre al cual cubileteo para tratar de recordar.
Ella le dedicó un gargajo de bilis que cayó en su pene desbaratado y le chamuscó toda la dermis del torso.
Y los enseres sádicos continuaron:
―Nii-chan…
Ese vacuo sentimiento de zozobra no se disipa, pero tampoco entiende su error. Éste fue cerca al riñón.
―Subaru-kun…
No puede usar nada, es inocuo, la suerte, buena o mala, se eslabona como una cadena de acero a la cual no se puede romper. Éste se aproximó al corazón.
―Barusu…
El calor laxa sus miembros, pero el enervamiento no llega a sus oídos, que escuchan sin prestar atención las últimas condolencias…
―Subaru ―lloró― lo más importante de la comunicación es escuchar lo que no se dice, nadie quiere ser servil, nadie quiere ser solo una muñeca…
―…glup ―burbujea la sangre desde su garganta.
Eso quiere decir que el primer puñal era de…
―… ¿Subaru…? ¿Subaru? ¿Subaru?
Es un sinapismo per se, esa voz familiar ahora está distante.
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―… ¿Subaru? ¿Subaru? No duermas con esa expresión taaan truculenta ―resuella un canto de querubín.
Al abrir los ojos se vio asaltado por la incomodidad repentina de la luz matutina, una ceguera temporal a la que su retina había de adatarse cada día, superar la presbicia era ya el primer tedio que afrontaba cada mañana. Repele la somnolencia con un bostezo y se encuentra vahído en su propio letargo, con mialgias y el cuerpo magullado, sojuzgado por la pereza y la fatiga, buscando a tientas donde anidar su cabeza. Nota la silueta de un rostro, y, pese al turbulento sueño, hace lo posible por amagar una sonrisa dispuesta.
―Buuuuaaaa… ―se estiró―, buenos días, Emilia-tan.
―Oh, muy buenos días, de seguro estás adolorido, te dije ayer que no te excedas con tu entrenamiento, Clind te hizo como un esparadrapo.
―Que no panda el cúnico, debo ganar experiencia para subir de nivel, solo que en lugar de cazar NPCs por los bosques aledaños es preferible entrenar y realizar gimnasia, ¿o los hongos me pueden brindar una vida extra esta en este mundo? Hasta ahora no eh intentado verificar esa hipótesis.
―Ahí está, siempre consigues una manera de eludirme con tus subarusismos, pero verás que dentro de poco superaré incluso a Beatrice para ser tu mejor interprete, y en ese momento ya no serás capaz de huir.
Aquello preocupó y enardeció a Subaru, cuya visión ya se había vuelto nítida para notar el rostro afligido de Emilia, en aquel paraíso terso de piel alba ornamentada con dos luceros de amatista refulgente.
―¿Algo pasa, Emilia-tan?
Su dama vaciló un momento, como lucubrando bien lo que deseaba preguntar.
―Es un duda, pero quiero que seas franco.
―Adelante.
―Es que…
―Ya expón tu interrogante, de hecho ―exigió una voz infantil― llevo aquí más de diez minutos y hasta ahora no han hecho más que tontear, supongo.
La niña, Beatrice, estaba genuinamente impaciente, y los apuntó a ambos.
―¿¡Beako!?
Lo recordó, el ocaso anterior le correspondió a su espíritu contratado pernoctar con Emilia, así que resultaba plausible que ambas se hayan confabulado antes de venir aquí, y Beatrice solo hacía de auditora.
―Diantres, Beatrice, sólo voy a preguntarle sobre que ha soñado, para que nos narre su pesadilla y lidiemos con sus temores…
Era dulce, valetudinaria en el escenario más bizantino, Subaru no tenía por qué ocultarle su trastabillar onírico.
―Emilia, es cierto que me reservo algunos asuntos, pero tampoco es mi intención mostrarme cerrado contigo ―la tomó de las entecas manos alabastradas― amo la violencia con la que tu sonrisa destruye mi rutina, y odio la paciencia con la que tu tristeza construye mi penuria.
Ambos habían acercado tanto sus rostros que la distancia entre ellos era solo divisible por un alfiler, sonrojados hasta los límites de lo permitido, se separaron ahítos de una vergüenza mortecina, y el audible silencio fue interrumpido por un “rayos” de Beatrice.
Subaru, aún ruborizado, se aclaró la garganta.
―Mi pesadilla, la verdad no la recuerdo bien, pero dejó vestigios de una sensación pesarosa, de hecho lo poco que recuerdo es que no parecía yo, ni ninguna de las… los demás involucrados. En síntesis, una completa estupidez incoherente, como si hubiese sido diseñado por un adolescente con las hormonas al tope en una especie de tráfago incontinente, un pretexto misógino y simplista que al final carecía aún más de sentido y enfangaba tanto a los demás como a mí, supongo que así es como se siente cuando alguien tergiversa tu propia historia, o la de tus conocidos, y la cuenta como le place, haciendo intrusión de sus desaires resentidos y sus proyecciones escapistas, penoso, lamentable en el mejor de los casos. Ojalá se extravíe en mis reminiscencias y no vuelva a pensar en ese despropósito de sueño que hasta como pesadilla fracasa.
―…
―… Eso fue ininteligible, de hecho.
―Si, no vale la pena darle más vueltas, tengo que entrenar… Vamos, Emilia-tan, no me mires así, está bien, prometo descansar el día de hoy ―abdicó Subaru.
―Ujum ―musitó Emilia, con el pecho hinchado de orgullo― puedes hacer actividades recreativas o estar de asueto, pero como tu señora te prohíbo extralimitarte físicamente…
―Te invito a una cita para deambular por el bosque.
Emilia cesó de parlotear, pasmada y con el rubor tenue pintando sus pómulos, una reacción novedosa para quien hace poco aceptaba inocente y sin fluctuar.
―Mi contratista te invitó a una cita por el bosque―incumbió Beatrice, apresurando la respuesta―, a solas, de hecho.
―Ah… Claro, estaremos ahí en un santiamén ―aceptó
―Emilia ¿No será que primero deberíamos desayunar?
Emilia, llevando su situación embarazosa hasta lo vejado, asintió y se levantó con mucha premura.
―Po-por supuesto, saldremos luego de desayunar y estar correctamente preparados, te veo en la mesa, caballero mío ―sin saber cuándo, Subaru recibió un precario beso en la mejilla, cambiando su sonrisa por la más pura incredulidad tremulante.
―¡Ay estos! ―masculló Beatrice en el fondo de la cámara.
Emilia, sin esperar una contestación, dio la vuelta, tomando a Beatrice de la mano e ignorando sus reclamos estaba ya a poco de cruzar el umbral de la puerta cuando Subaru, sin saber definir bien por qué, la llamó de manera casi desesperada:
―¿Hice algo inapropiado? Porque no me arrepiento ―adelantó la mujer.
―No, no es eso ―negó Subaru― sólo… dime ¿recuerdas la promesa que te hice en Priestella tras todo el maremágnum de desgracias.
Emilia llevó sus delgados dedos bajo su mentón, escrutando sus memorias.
―Sí, yo te pedí: “Cuando decidas lo que quieres hacer, tienes que decírmelo. Y si no logras encontrar la respuesta, siempre debes asegurarte de consultarlo conmigo, ¿sí? Me gustaría que me prometieras al menos eso” ―citó a la perfección― Y tu contestaste que tragarías cien agujas si no la cumplías.
―Debo loar tu gran memoria.
―Así es, un ditirambo no me vendría mal.
Eso también era nuevo, ahora que veía bien, todo era nuevo y más burbujeante no solo con Emilia, sino también todos los demás, todos aquellos que eran indispensable para su eudemonía.
―Ya nadie dice… ―Subaru se interrumpió y la miró fijamente, extraviado en sus ojos laberínticos como ella a la vez en los suyos―, es probable que no haya estado cumpliendo con esa promesa, y lo siento, realmente lo siento. Pero eso se acabó, todo por lo que hemos pasado juntos es prueba irrefutable de que no debo andarme con necedades, no tiene sentido arredrar contigo como si fuera un pusilánime… De niño, yo pedía a las personas más de lo que me podían dar: una amistad continua, una emoción permanente, para eso traté de emular la grandeza de mi padre, y eso me condenó al confinamiento. Ahora sé pedir lo mejor que me pueden dar: una compañía sin frases, una lealtad sin pretensiones, y son sus emociones, sus gestos honestos, su amistad… tu amor, para mí, todo eso es un cabal milagro, un efecto cabal de la gracia.
Emilia, embelesada por las palabras de Subaru, parecía pronta a abalanzársele, aunque él aún no estaba listo para soportarlo:
―Además, enserio que esa pesadilla estaba horrible, si alguien puede erigir algo así de malo e ilógico de seguro se trata de un fan de las novelas harem.
Emilia lo vio bobear con curiosidad, como siempre soslayando su incontenible ventura, esbozó una sonrisa de alborozo y dijo:
―Vamos ya a desayunar, espero con ansias nuestra cita, extraño los bosques con el frondoso follaje que me permite sincerarme más ―amenazó, acelerando su escurridizo plan.
――FIN――