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Invitación

Chapter 15: Invitación

Notes:

El final. Gracias a todas, en serio. Un eterno y muy sincero gracias.

Por su cariño, por sus comentarios, por sus memes, por sus playlists. Si tuviste la suerte de estar acá mientras los capítulos se iban actualizando, gracias. Y si lees esto tiempo después, ya completo el fic, gracias también. Por darme una oportunidad y leerme. Gracias.

Nada más que añadir, creo que saben de sobra el amor que les tengo a uds y a este fic. Fue muy especial, por ende, le quise dar un final igual de especial.

Un gracias muy honesto y enorme a mora10, mi beta reader. Sos una genia y te admiro, gracias por ayudarme tanto.

Lean hasta el final, traigo regalo.

⚠️ puede causar diabetes.
⚠️ hay smut/nsfw. Si querés evitarlo, saltate las partes marcadas con •°

Sin más que decir, disfruten la lectura.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Se escucharon gritos, aplausos y vitoreos. Volvió en sí y observó mejor a su hermano besando a quien, en ese momento, comenzaba a ser su esposa. 

 

Todo estaba terminando.

 

Los novios bajaron del altar de la mano y caminaron hacia la puerta, siendo felicitados por todos al pasar. Pablo dejó que se vayan, mirando la escena desde donde estaba mientras aplaudía alegre. 

 

Se veían muy felices juntos. 

 

El sacerdote a cargo de la misa guió a los padrinos y a las madrinas hacia un costado para firmar los papeles que Valentina le había advertido con anterioridad. Luego de un pasillo, encontraron una puerta a su derecha, revelando detrás una pequeña oficina con un escritorio y documentos en el centro de ésta. 

 

Cuando fue su turno, tomó la lapicera azul que le ofrecía María y puso su nombre en el papel. Con las cuatro firmas necesarias, más las del marido y mujer que había conseguido previamente, el cura levantó el papel sin doblarlo y se retiró, saludando con un gesto de cabeza. 

 

Regresaron a la sala principal, dónde algunos de los invitados quedaban dando vueltas, pero, en su mayoría, se habían retirado para cambiarse. 

 

Tocaba celebrar.

 

Para su agrado, Lionel aún estaba ahí, apoyado en una columna mientras hablaba con un par de mujeres. 

 

—Felicidades, padrino —sintió a su izquierda. Sonrió ampliamente y se giró.

 

—Felicidades, madrina —estiró su mano para estrechar la contraria. Valentina accedió y sonrió—. ¿Cómo te pareció todo?

 

Caro —respondió elevando su mirada, intentando acaparar toda la capilla a su paso—. Cuando me dijo de casarse en una isla supuse que iba a serlo pero, ¿esto? Uf, ya me gustaría a mí. 

 

El cordobés la imitó, concentrándose en los ventanales y cómo el sol bajaba de a poco a través de ellos.

 

—Es hermoso este lugar.

 

—La verdad es que sí —contestó la mujer, volviendo a él—. Además de eso, me pareció todo bastante lindo. No soy mucho de ir a casamientos, menos de dama de honor, así que dentro de todo fue una bonita experiencia. Bastante más emotivo de lo que imaginé.

 

—¿Lloraste? 

 

Asintió.

—¿Vos no?

 

Pablo volvió a mirar a Lionel a lo lejos, solo para encontrarse que éste también lo observaba.

 

—Me… distraje un poco en un momento —tragó con fuerza—. ¿Me disculpas?

 

Valentina siguió sus ojos y asintió, sonriendo.

—No te interrumpo más, nos vemos en la fiesta. 

 

El cordobés asintió también y caminó hacia Lionel. Éste, ahora desocupado, fue hacia él, encontrándose ambos a mitad de camino. 

 

En el medio del pasillo.

 

¿Cómo estás? —fue lo primero que le dijo. 

 

Aimar sonrió.

Feliz. Orgulloso, y… no sé, un poco conmovido, también. Sigo algo emocionado. 

 

El contrario sonrió, alzando sus manos y tomando los hombros del menor.

 

—Lo hiciste muy bien.

 

—No tuve que hacer mucho —soltó una leve risita—, pero gracias. ¿Vos cómo lo viste?

 

—Eh, creo que me perdí algunas partes, pero en general fue una ceremonia muy bonita. Este lugar le dió un toque especial.

 

—¿Te distrajo mucho tu compañía? —esbozó una sonrisa a medias.

 

Fue con tono de joda pero, a la vez, pasivo-agresivo.

 

Scaloni sonrió de lado, acariciando con sus dedos el hombro izquierdo que sostenía.

 

Me distraías vos. 

 

La capilla estaba bastante vacía para ese punto. La mayoría de las personas que quedaban estaban afuera, yéndose hacia el hotel a prepararse para la noche. 

 

Para Pablo, entre Lionel y él no había nadie . Nadie de por medio, nadie a su alrededor, nadie en lo absoluto. Se sentía como si, en toda esa enorme construcción vidriada, no quedaran más testigos de su charla que ellos mismos.

 

La isla, de un momento a otro, se vació por completo.

 

Subió una mano y, tomando la ajena, entrelazó sus dedos.

 

Gracias por acompañarme —susurró—. Por acceder a todo esto. Por estar conmigo, por… por todo, Lio.

 

El santafesino lo abrazó, envolviendo su cintura con sus brazos. 

 

—Lo haría todo de nuevo solo por estos momentos —exhaló—. Por tenerte conmigo y sentirte cerca. Por vos, Pablo. 

 

Se alejaron, mirándose fijamente. Sonriendo, y dejando su confesión enterrada en la capilla, salieron del lugar para descubrirse siendo los últimos en hacerlo. Caminaron hacia el hotel. A los pasillos. Al ascensor.

 

El mayor extendió su mano, buscando la contraria. Cuando la encontró, entrelazó sus dedos. 

 

Fueron hacia su habitación de la mano. Pablo, sonriendo y negando con la cabeza por lo mucho que le hacía sentir un gesto tan pequeño. Y Lionel aliviado, por lo bien que le hacía sentir tener alguien de quién apoyarse nuevamente. No estaba solo. 

 

Abrieron la puerta y se sentaron en el sillón, mirando el ventanal abrazados uno atrás del otro. Disfrutando de la playa y la comodidad que les generaba lo íntimo de la cercanía. 

 

Pablo se acomodó mejor sobre el pecho contrario y suspiró, perdiéndose en las olas que se movían. Aún estaba algo sensible y emocionado gracias a la ceremonia, por lo que buscó la mayor cantidad de calidez que pudo obtener del cuerpo que lo cubría.

 

—Se viene Qatar.  

 

Mhm —asintió Scaloni.

 

—Y el Mundial .

 

Mhm .

 

—Y los jugadores vuelven. 

 

—Ajá.

 

—Nos falta terminar de ver bien lo que van a ser los primeros encuentros, no podemos… —razonó, más para él mismo que para su compañero—. Después tengo que hablar con Matías , seguro ya se puso como loco.

 

Scaloni dejó su rostro apoyado contra la sien de Pablo, descansando con los ojos cerrados. Afianzó un poco mejor sus brazos en la cintura del menor, profundizando ese abrazo.

 

Aimar cerró sus ojos también, permitiéndose sentir el aroma del santafesino, su afecto y su resguardo. Se quedaron en silencio un rato largo en el que Pablo acarició los brazos ajenos con su mano. 

 

El sonido constante de las olas, y los pasos que esporádicamente aparecían en el pasillo, ayudaban a que su mente se perdiera. Y, con ella, la poca noción del tiempo que le quedaba.

 

Otra vez, los mimos de Lionel congelaban el momento. Al ser abrazado por la espalda, la seguridad y el confort subieron por su cuerpo, instaurándose en su pecho. Si sus brazos lo rodeaban, no había nada de qué preocuparse. Se sentía en su hogar. 

 

—Te amo, Pablo —susurró aún sin mirarlo.

 

Soltó una risa nerviosa como respuesta.

—¿Y eso?

 

No sé. Quería decírtelo.

 

El cordobés se giró para enfrentarse al rostro ajeno. Estaba completamente en paz, relajado y tranquilo. Se mordió el labio. Muy pocas veces lo había visto así antes, y ahora la razón de esa expresión era él. Lionel se sentía en paz con Pablo. 

 

Sonrió y dejó un corto beso en sus labios.

—Yo también te amo. 

 

Lionel volvió a besarlo.

Gracias.

 

Se quedó quieto, mirándolo. Le parecía impresionante que alguien haya querido dejarlo ir. Claro, no podía juzgar las decisiones que una persona a quien desconocía tomó en el pasado, porque no conocía tampoco todo el contexto, pero aún así le resultaba extraño. Pablo tuvo su amor por tan solo un día y ya no se imaginaba una vida sin sentirlo

 

¿Cómo volver a la normalidad habiendo probado sus labios? ¿Sabiendo que lo escuchó repetir lo mucho que lo amaba, que era meloso, que quería algo con él? ¿Cómo seguir adelante sin sus caricias ni lo adictivo de su compañía, ahora que las conocía y se impregnaban a fuego en su mente? 

 

¿Cómo pudo alguien tener todo eso y, sin embargo, dejarlo ir? 

 

Pablo tomó sus mejillas entre sus manos, mirándolo mejor. Él jamás lo haría. 

 

Pero, ¿y si la decisión de dejarlo todo no fue de la otra persona?

 

¿Y si Lionel también lo dejaba a él? ¿Y si le parecía poco, se aburría?

 

Scaloni lo miró confundido.

 

«No te vayas», quiso suplicarle. « No te aburras, no me dejes», pensó en decir. En su lugar, solo suspiró ante la incómoda vulnerabilidad que sentía en ese momento. 

 

Sabía a la perfección que, lo que insinuaba pedir, era imposible de prometer. Que era demasiado pronto para exigir una certeza de esa magnitud, que lo que rogaba era excederse. Lionel no tendría una respuesta, y si la tenía, no sería la verdad. Porque recién llevaban un día en eso y, tal como ya había dicho , no podía prometer nada. 

 

Esa súplica venía, más que nada, de la constante sombra de inseguridad que acechaba su mente. La idea de perder la inmensa felicidad que lo abrumaba desde la noche anterior lo perseguía. Sentía mucho y era tan bello que no podía hacer más que atesorarlo, guardarlo para sí mismo. Y temer por el día en el que toda esa felicidad, que lo hizo sentir vivo después de tanto tiempo, se deslizara entre sus dedos, abandonándolo.

 

No podía no pensar en eso.

 

Y no quería volver a ser abandonado.

 

¿Pablo? ¿Estás bien?

 

Volvió en sí. Miró al mayor, quién fruncía el ceño extrañado.

 

Decidió fingir que nada pasaba, porque era mucho más fácil eso que exteriorizar todo lo que su cabeza maquinó en soledad. 

 

Todo bien —mintió lo suficiente como para creérselo él mismo, ya que conocía la facilidad de Lionel para leer su rostro y lo menos que necesitaba en ese momento eran preguntas—. Me quedé pensando en el laburo, eso nomás.

 

—Entiendo.

 

Pareció surtir efecto. El santafesino suavizó su expresión, asintiendo y quitando una de las manos que sostenían su rostro, entrelazando sus dedos. Con cariño, empezó a dejar besos en el dorso de ésta, quitándole risas a Pablo por las cosquillas que le generaba.

 

—¿Qué hacés?

 

—Te doy besos —respondió Lionel, continuando con su tarea.

 

—¿Por qué? 

 

El mayor levantó la mirada.

—¿No puedo?

 

—Vos podés hacer lo que quieras, Lio.

 

Tragó con fuerza y se adelantó, tirando de él por su nuca. Pablo cedió y se besaron. Una y otra vez, se besaron. 

 

Se besaron porque no hacerlo teniéndose uno al lado del otro resultaba imposible. Porque la chispa que se encendió el día anterior en una charla nocturna seguía ahí, poco a poco más intensa que antes. 

 

Estaban embelesados por la adicción que sus nuevos sentimientos recíprocos les generaban. Porque se amaban, y a pesar de no experimentarlo hace bastante, ahora, entre besos, entendían lo mucho que anhelaban volver a sentirlo.

 

Pablo subió sus manos y acarició el cabello corto de su compañero, perdiéndose en él con sus dedos. Lionel empujó más hacia adelante, profundizando el beso. 

 

Pero el cordobés se alejó, buscando controlar su respiración. Se ganó una mirada confusa cómo respuesta.

 

—Tenemos la… la fiesta

 

Scaloni lo miró y exhaló, dejando caer su cabeza. Negó.

—La fiesta.

 

Pablo tragó con fuerza.

—Sí.

 

—Entonces tenemos que prepararnos, ¿no?

 

—Sería lo ideal.

 

Ambos se miraron en silencio y estallaron a carcajadas.

 

El mayor se tiró sobre su compañía, sin muchos ánimos de moverse, ganándose más risas como respuesta.

 

—No me quiero mover, Pablo.

 

—Dale, que si no, no vamos más —lo golpeó suavemente en las costillas para que se moviera—. Vos fuiste el que andaba diciendo que este día era único y qué sé yo, dale. Arriba, muévase. 

 

—Me arrepentí.

 

—¿Qué? —lo miró divertido y rió— No te podés arrepentir , ya está. Vamos.

 

No se movió ni colaboró en el intento, en vano, del menor en quitárselo de encima.

 

¿Y si nos quedamos?

 

—Nos vamos a perder la cena, Lionel —sonrió—. Y la mesa dulce

 

El mayor elevó lentamente la mirada para conectar con la suya y entrecerró sus ojos.

—Ya sé lo que estás tratando de hacer.

 

—Y tu torta de chocolate blanco, ¿te vas a perder eso? —agregó, divertido—. ¿No ves que es gracias a vos qué eligieron ese sabor pedorro?

 

Lionel sonrió de lado, negando con la cabeza.

—Fue tu cuñada.

 

—No, fue tu culpa . Así que andá a hacerte cargo, porque yo quería la de frutilla. 

 

Bajó el rostro y le dejó muchos besos en la mejilla.

—Vas a ver que es mejor.

 

Y, diciendo eso, finalmente se levantó y se dirigió al baño mientras Pablo se sacaba la corbata y el saco para guardarlos en su valija. Pensó que, para una fiesta, con que vaya con su camisa, pantalón de vestir y zapatos estaba bien

 

Se recostó en la cama, mirando al techo y descubriendo que no podía dejar de sonreír. Hasta le dolían las mejillas y recién lo notaba . Suspiró, tapándose los ojos con su codo y dejando que las cosquillas en su vientre se calmen. 

 

Inevitablemente volvió a pensar en el Mundial, desviando su vista a la playa. Mantener ese nivel de cercanía que tenían hasta el momento sería difícil, más que nada teniendo en cuenta que las cámaras estarían sobre ellos la mayor parte del tiempo. 

 

Suspiró. Ésta era la parte que detestaba de tener algo con alguien siendo quién es. Peor aún si caía en cuentas quién era ese alguien con el que estaba. 

 

No solo rompió su regla de no estar con futbolistas o compañeros, sino que directamente fue por el director técnico. Aquél del que todos querían una nota, una entrevista y sacarle fotos.

 

Para él , evitar el foco de las cámaras podía llegar a ser sencillo. Para Lionel , eso era prácticamente imposible

 

Sintió un peso a su izquierda y se giró, encontrándose a Scaloni ahí, recostado a su lado, mirándolo.

 

—¿En qué andabas pensando?

 

Sonrió de lado, intentando evitar morderse los labios. No podía preocuparlo ahora con todo esto. Seguro ya lo había pensado él también.

 

—En lo bien que que quedan los sacos. Ya no te me pones más los conjuntos deportivos, ¿eh?

 

—Eh, respetame el uniforme de trabajo —arqueó una ceja—. No puedo andar todo el día de traje, agradece que me lo puse ahora.

 

—¿Por qué no? Hay muchos DT que lo hacen.

 

—Ni a palo, con lo que jode está huevada —se quejó, levantando sus brazos y bajándolos en la poca movilidad que la prenda le permitía tener—. Ponete vos traje para la cancha si tanto te gustan.

 

A mí me gustan en vos —se giró y dejó un rápido beso en sus labios antes de incorporarse nuevamente—. No me quedan tan bien. Además, ¿en dónde viste que los asistentes tengan traje y el técnico no? 

 

Al pararse, obtuvo una mirada ajena que analizaba detalladamente su ropa. 

 

Estás hermoso, Pablo

 

Negó con la cabeza, sonriendo.

—Cortala con eso que sino no nos vamos más. 

 

Arqueó una ceja.

—¿Y si no nos vamos? 

 

Ambos se miraron en silencio y Pablo levantó el índice hacia él en forma de advertencia.

 

Terminate de vestir, dale. No lo repito más. 

 

Lionel rápidamente se incorporó, buscando en el suelo sus zapatos.

—Como ordene, señor.

 

Terminaron de prepararse y se dirigieron al salón donde sería la velada. El viaje en ascensor fue interesante, en el cual Scaloni no despegó sus ojos del menor, pendiente a lo que podría hacer. Pero Pablo, con su mejor cara de no pasa nada se distrajo con las luces de los botones, evitando dicha mirada sobre él.

 

Unos metros más alejado del hotel, y siguiendo un camino iluminado por farolitos, estaba su destino. Era una larga extensión de ladrillos de piedra con alrededor de quince mesas con manteles celestes y flores encima, rodeadas por arcos formados por hileras de pequeñas lucecitas, las cuales conectaban ambos extremos de ese “salón” a la intemperie. 

 

Pablo sonrió al ver los elementos que previamente compraron con la joven pareja decorando el lugar. A medida que bajaban los escalones, observaron las mesas con sus enumeraciones y se encontraron con que la suya, según un mesero que los atendió, era la principal.

 

—Ah —comentó, elevando la mirada hacia la mesa que le señalaba—, aprendió.

 

Lionel dudó.

—¿Yo también estoy allá?

 

El mesero parecía confundido.

—Claro. El padrino y su acompañante me dijeron, ¿ese no es usted?

 

—¿Pasó algo? —preguntó Pablo, igual de extrañado que el chico que los atendió—. ¿Lio?

 

—Es, eh… —se giró a él— No me quiero meter, me… me da la sensación que voy a invadirlos, preferiría una mesa menos importante para tu familia.

 

Asintió, dirigiéndose nuevamente al mozo.

—¿Tenés dos lugares libres en otra mesa?

 

—No, no —el santafesino tomó su hombro, como de costumbre—. Vos quedate allá, Pablo. Sos el padrino.

 

—Olvidate, no te voy a dejar solo. Nos vamos los dos.

 

Rió, negando con la cabeza y alejándose del mesero, para tener algo de privacidad.

—Sos el hermano, dejate de joder y quedate allá.

 

Y vos sos mi pareja —sostuvo—. Dejate de joder vos y no rompas las bolas. Vamos a la principal, que otro momento de mierda como el de ayer no quiero pasar. 

 

Lionel se quedó callado, mirándolo sorprendido. Asintió y volvieron con el chico, quién los llevó a su mesa y señaló sus asientos. 

 

Esa, por supuesto, era la única de las mesas que estaba techada. Dentro de una galería abierta lateralmente y cerrada por la parte superior con un techo de chapa negra, la mesa de la pareja casada se encontraba en el centro del espacio con más luces pequeñas iluminando desde los pilares de las esquinas, enredadas en ellos en formas espiraladas. 

 

Unos cuántos metros más atrás, otra galería se abría para dejar paso a un salón cerrado donde, suponía, estaban los baños y la cocina ya que no dejaban de salir meseros de ahí. 

 

El lugar era mágico, como todo desde el minuto en el que llegaron. El verde del césped que los rodeaba, los violetas y azules de los jarrones con flores, y la ocasional visita de una que otra luciérnaga a lo lejos dejaba que la noche se asentara mística y bella

 

La calidez y aroma de la playa lo embriagó en una brisa repentina que lo hizo cerrar sus ojos. Inhaló, dejándose llevar por el momento. Exhaló, intentando así quitarse las preocupaciones de encima que lo atormentaron más temprano.

 

Volvió a abrir los ojos, clavando su mirada en Lionel. Miraba atento al centro del lugar, donde sus parientes llegaban a sus respectivas mesas mientras los niños corrían y jugaban con globos, que vaya a saber uno donde los encontraron. Sonreía, moviendo sus pupilas para observar mejor la escena que los rodeaba, siendo adornadas así por el reflejo de las luces. El brillo en éstas generaba una sensación especial.

 

Como si la persona ahí, frente suyo, no fuese real. 

 

Como si toda esa situación fuera de ensueño .

 

Su cuello, descubierto un poco por su corbata un poco más suelta que antes. Su camisa, blanca y arrugada en los antebrazos mientras éstos sostenían su saco doblado. Sus brazos, marcados con sus venas, y sus manos, una en su prenda, la otra en el respaldo de la silla que le correspondía. Su sonrisa, las arrugas que generaba en sus mejillas y alrededor de los párpados. Sus dientes, descubiertos únicamente por una mueca ladeada. 

 

Lionel y todo lo que era, ahí a su lado. 

 

Alguien que, sin cuestionarlo demasiado, lo ayudó con su familia y en sus días más estresantes. Quien lo acompañó, lo escuchó y se interesó por él. Lionel, que lo priorizó, lo buscó y confió en él su pasado. Quien aseguraba amarlo y buscaba sus labios, sus caricias. 

 

Su pecho dolió repentinamente al ser consciente de todo lo que habían pasado juntos, y se preguntó qué hubiera pasado si las cosas hubiesen sido distintas.

 

¿Y si Pablo no se hubiera acobardado con su familia y les hubiese sido sincero desde un principio? ¿Qué pasaría si, cuando lo enfrentaron sobre su nueva pareja, él desmentía todo diciendo la verdad? ¿Qué hubiese sucedido si Andrés no lo hubiera molestado a Lionel con aquella llamada que atendió por él mientras se duchaba, si jamás visitaban el local del horrible souvenir de vaquero? Si Scaloni se retiraba antes de su casa y nunca llegaba a probar los sabores de torta, o, sencillamente, se hubiese negado a hacerlo, ¿dónde estaría Pablo ahora, en ese mismo momento? ¿Si el traje de su hermano le hubiera dado igual, si no se ofrecía a llevarlo a su casa? ¿Si se negaba a la salida del vino, si Pablo llamaba a la mesera?

 

¿Qué sería de él si Lionel simplemente rechazaba esa invitación ?

 

Como si supiera lo que pensaba, o quizás percibiendo su insistente mirada, el santafesino giró fijándose en el menor. Y sonrió de lado.

 

Pablo suspiró.

 

No podía siquiera imaginarlo. 

 

Porque todos esos sucesos, aunque extraños y carentes de sentido en aquél entonces, lo llevaron justo a ese momento. A mirarlo bajo las luces y las estrellas. A tenerlo cerca, sentir su perfume y quedarse impregnado de él. A conocerlo mejor, acostumbrarse y desear su compañía constante, a amarlo. Amarlo por su sencillez, por su manera de entenderlo, por su carisma e inteligencia. Por su pasión, su cariño y su mirada. 

 

Mirada que alguna vez deseó tener. Y ahora la tenía. Solo para él.

 

Quizás las cosas hubiesen sido distintas, pero Pablo ya no quería saberlo. No quería pensarlo. Porque no cambiaría nada sabiendo que esa persona, que lo miraba con tanto amor, era quien lo esperaría al final.

 

Pensar de más le era inevitable. Irónicamente, en ese momento, no pudo hilar ni una sola idea. No hizo más que corresponder esa mirada, perdiéndose en ella. En el cariño que le tenía. En todo lo que significaba que Lionel, a pesar de todo, esté ahí.

 

Porque algo que siempre hacía era estar ahí para él.

 

Tal vez Pablo lo amó desde mucho antes que aquél día degustando vinos. Quizás ese sentimiento, oculto y enterrado en lo más profundo, hace tiempo estaba ahí. ¿Qué hubiera pasado entonces si, en vez de callar aquella incomodidad o confusión que sentía constantemente a su lado, la hubiera escuchado? ¿Qué hubiese sido de Pablo si se prestaba atención?

 

¿Habría un amor, incluso más antiguo, escondido en algún lugar de su interior? ¿Qué otras cosas sentía pero, por no entenderlas, las dejaba de lado?

 

Por lo pronto, decidió disfrutar de aquello que presenciaba. Del momento que vivía, porque desconocía cuánto tiempo duraría.

 

—¿Algo interesante para ver? —sonrió de lado su compañero al notarlo perdido.

 

—No mucho —bromeó, girándose hacia sus familiares una vez salió de su trance—. Sacando las lucecitas, no encuentro gente muy interesante.

 

Sintió un codazo en sus cosquillas que le sacó varias risas.

 

—Después querés venir a mendigar cariño, así sos.

 

Te estaba mirando a vos —contestó, revisando de pies a cabeza a su compañero—. Aprovecho la última vez que te voy a ver bien vestido y no con un disfraz de profesor de educación física. 

 

Otro codazo, ambos rieron.

 

—Estás bravo, ¿eh?

 

—Lionel, no almorzamos —negó con la cabeza—, ¿cómo querés que esté?

 

El mayor pareció estar de acuerdo, levantando las cejas, comprendiendolo.

—Tenés razón, ¿querés que vayamos a ver si tienen algo por allá?

 

Su dedo señalaba una barra de tragos a lo lejos, donde la gente ya empezaba a aglomerarse. Hizo una mueca.

 

—¿Vos querés tener que presentarte con toda esa gente?

 

—No me molesta —se encogió de hombros—. La verdad ya me había hecho a la idea desde que me lo dijiste en la cafetería . Como pareja falsa me tengo que lucir, ¿no?

 

Pablo lo miró y sonrió, negando con la cabeza.

—Yo no te puedo creer que te propuse semejante boludez. Mucho menos que aceptaste, ¿por qué lo hiciste?

 

Subió y bajó sus hombros nuevamente, en señal de que no lo sabía.

 

—Pensaba decirte que les dijeras que se confundieron y a la mierda, pero cuando te ví tan… —pareció buscar las palabras correctas— angustiado, entendí que era más difícil que solo decirles.

 

—Pero no era más difícil —refutó—, yo fui un cagón nomás.

 

—Ahora decís eso —volvió a verlo—. Pero en ese momento de verdad te veías bastante mal. Me alegra que puedas verlo distinto, pero ese día, ¿cómo te iba a responder que lo que me decías era sencillo de resolver cuando parecía causarte tantos problemas? Eso no era ayudarte, y yo quería ayudarte.

 

Aimar lo miró, pensativo. 

—Hubiera sido más rápido si me contestabas eso igual.

 

—¿Hubiese sido mejor? —preguntó el mayor—. ¿Me hubieses escuchado, te hubieras tranquilizado? ¿Te serviría que yo te lo sacara de encima así? ¿O no me hubieras hablado más del tema, creyendo que te respondí eso porque me quedé molesto?

 

Nuevamente se quedó pensando.

—No… no sé.

 

—No te quería hacer mal, Pablo. Pero si vos sentís que te tendría que haber dicho lo que pensaba de esa manera, entonces quizás sea cierto, pero no me arrepiento —sonrió, dejando un rápido beso en su mejilla—. Ya te dije antes, lo haría todo de nuevo.

 

Lionel bajó los pocos escalones que separaban la galería del suelo y elevó la mirada al cordobés, esperándolo. Pablo se tomó unos segundos antes de asentir y seguirlo.

 

Definitivamente no quería pensar en qué hubiera sido. Las cosas fueron así por algo y a eso se aferró. En eso encontraba su confort.

 

Y agradeció, en silencio, que Lionel pareciera tan conforme en sus decisiones. Porque le recordaba, por si fuera necesario seguir haciéndolo, que no estaba solo. Que era mutuo, correspondido. 

 

Había belleza en esa reciprocidad. Y encontraba una nueva sensación de hogar en su compañía, en su complicidad. 

 

Caminaron con lentitud hacia la barra, contemplando la noche como si fuese la primera vez que presenciaban una como esa. Las estrellas brillaban en lo alto, compitiendo con las luces de decoración, y la luna parecía esconderse detrás de nubes uniformes. Era una noche común, una como muchas ya vividas previamente. Sin embargo, en ella había algo único.  

 

Por más que Pablo sabía lo que era, le gustó creerla especial por ser la del casamiento de su hermano y se refugió en eso. 

 

Fue demasiada vulnerabilidad por un día.

 

Eventualmente sus pasos los llevaron a sus familiares, a los cuales tuvo que presentar con su pareja. No tuvo mucha más emoción que: “parientes, éste es Lionel. Lionel, éstos son parientes”.

 

El recuerdo de sus primos no se le quitaba del todo, y si bien eran los más jodidos de la familia en general, ya no podía sentirse seguro ante ninguna posible reacción a su compañero actual. 

 

Además, lo quería hacer rápido para averiguar si había o no comida en la barra de tragos detrás de ellos. Tenía hambre.

 

Para su suerte, o desgracia, fue recibido de brazos abiertos. Detectó en algunos de ellos un poco de miedo, quizás procedente del castigo que ejerció el novio ante las últimas personas que estuvieron en desacuerdo con la presencia de Lionel.

 

—Es una maravilla tenerte, nene —saludó su tía Celia—. ¿Cómo la estás pasando?

 

—Excelente —dijo Scaloni, con la sonrisa más compradora que encontró en su repertorio—. Este lugar es una belleza y la gente me trató muy bien, no me puedo quejar.

 

—¡Ah, pero qué buen mozo! —rió ella, blandiendo su copa de vino espumante que se vaciaba más y más en cada movimiento exagerado de sus manos—. Si sos un amor, querido. Contame, ¿cómo se conocieron ustedes con el payasito?

 

—En el trabajo, tía —respondió el menor, sonriéndole. A su alrededor, más tías parecían interesarse en la conversación en cuanto lo escucharon—. Estamos los dos en la selección mayor, ¿te acordás?

 

—¿La de fútbol me decís?

 

Pablo asintió, pensando en qué otra selección mayor podrían estar trabajando dos ex futbolistas como ellos si no era en la de fútbol.

 

—Somos parte del cuerpo técnico —Lionel vió la necesidad de aclarar. Celia asintió, claramente igual de confundida que antes de recibir esa información.

 

—¿Y hace mucho que salen? —se sumó su otra tía, Teresa, a la charla.

 

—Hace unos cuatro meses, más o menos —sonrió Scaloni. A Pablo le dió envidia lo natural que se movía en ámbitos de señoras grandes y chusmas. Él tenía escasa, de hecho casi nula, paciencia para ese tipo de conversaciones.

 

—Ay, Pablito, mira cómo te lo escondiste tanto tiempo —agregó Rosa a su derecha. Otra tía más, pero esa era menos tía que el resto de sus tías . Esa tía era prima hermana de las anteriores dos, por ende no había mucho lazo sanguíneo que los uniera. Igualmente la invitaban una que otra navidad porque estaba solita, y hacía ricos piononos —. ¿Y a dónde te llevó éste si no fue con la familia?

 

—¿Cómo?

 

Citas, nene —contestó Estela, sumándose a la ronda desde atrás del hombro de Teresa. Estela era su prima, la hija de Rosa. Bueno, todo lo prima que podía ser teniendo en cuenta que su mamá tampoco era muy tía. Ella no hacía ricos piononos—. Contanos detalles, ¿cómo te lo propuso, fue él? ¿Cómo funciona con ustedes, tienen citas y eso? ¿Te dedicó alguna canción? ¿Viven juntos? 

 

Pablo suspiró, evitando la imperiosa necesidad de pedirle que se callara un rato. 

 

Aparentemente a Lionel no le había afectado su intromisión en lo absoluto.

 

—Sí, me lo propuso él en una cafetería y sí, tenemos citas —esbozó una media sonrisa de lado—. Tuvimos varias ya. No, no me dedicó ninguna canción y no vivimos juntos. 

 

—¿Una cafetería, Pablo? —Estela lo miró, dejando caer sus párpados, juzgándolo— Que romántico lo tuyo, eh.

 

—¿Qué me estás tratando de decir? —entrecerró sus ojos.

 

—Era mi cafetería favorita —interrumpió Scaloni—. Le dije yo de ir, y él ahí me habló de ser pareja. Para mi fue un lindo gesto, porque desayuné con alguien para variar y no estaba solo. La mañana estaba más linda solo por él. 

 

Todas sus tías y primas, porque ahora habían dos más escuchando, soltaron un sonoro y unísono “awww”. Pablo se limitó a mirarlo, sorprendido.

 

¿Por qué le era costumbre desayunar solo en una cafetería?

 

—¿Y a dónde más te llevó? —siguió Martina, otra de sus primas, aparentemente muy metida en lo que decía Lionel.

 

Éste se rascó la nuca, pensativo. El cordobés lo tomó como un momento perfecto para interrumpir y huir de ahí hasta que habló.

 

—A… a comer masas finas, con los distintos nombres que pueden tener. A buscar constelaciones en las estrellas y a probar una variada mesa dulce — sonrió. Se veía nostálgico, perdiendo su mirada en la lejanía, recordando—. También a comprar un traje, para este evento justamente, y a pasear por Buenos Aires. Aunque nos agarró la lluvia, fue divertido, porque estar con Pablo es… es muy divertido. A veces pasamos horas hablando por la noche, solos en un sillón, y aún así me divierto. O como cuando fuimos a ver obras de arte y esculturas contemporáneas , o degustamos vinos de calidad y almorzamos comida italiana en familia. Si bien quizás no suene del todo romántico, la verdad es que me llevó a varias citas ya y… y cada día me sorprende más. Casi parece imposible que, después de pasar todo eso juntos, no terminara enamorado de él como lo estoy ahora. 

 

El cordobés se dió cuenta, por el cambio repentino de música a la lejanía, que se había perdido en su relato. Al incorporarse mejor notó que, como él, toda la ronda se encontraba embelesada por el discurso del mayor. Algunas sonreían con ternura, otras ladeaban la cabeza pero todas, absolutamente todas las mujeres presentes en ese círculo lo escuchaban con tanta atención que parecían hechizadas.

 

En esencia, nada de lo que dijo era mentira porque sí lo hicieron. Pero como el contexto era otro, uno mucho más amistoso que romántico, Pablo no había pensado en dichos encuentros como citas. Por lo que, al escucharlo tomarlas como tal, no pudo hacer más que derretirse por el hombre que tenía frente a él. 

 

Lionel tenía la particularidad de lograr que se derritiera mucho más seguido de lo que se sentía cómodo admitiendo. 

 

Finalmente, comprendió que la razón por la que la música cambió en el fondo, fue porque los novios habían terminado su sesión de fotos y llegaban al lugar. Aprovechando el caos que esto generó, el de rulos tomó la mano de su compañero y lo alejó en dirección a la mesa principal para huir de sus tías. 

 

En todo el camino no le habló. No fue hasta que llegaron y se posicionaron detrás de sus respectivas sillas que se animó a mirarlo. 

 

Él solo le sonreía como solía hacerlo. Una sonrisa que Pablo contestó con una propia. Scaloni abrió la boca para, probablemente, decir algo pero fue interrumpido.

 

Aimar sintió unos brazos rodear su cintura, haciendo que se sobresalte y gire. Martín, detrás de él, le regalaba una enorme sonrisa.

 

—¿Cómo anda mi compañero padrino? 

 

—Martín —rió, alejándose un poco. Por algún motivo asumió que debía hacerlo—. No te ví llegar, ¿dónde te sentas?

 

El rubio señaló la silla inmediatamente al lado de Pablo. Por supuesto.

 

Entonces somos vecinos —escuchó a sus espaldas. No hacía falta girarse para saber quién le hablaba con ese tono tan seco. 

 

Martín asintió, de repente, consciente de su interrupción.

—Espero no molestarlos, me vine corriendo porque pensé que nos ganaban los novios, estábamos cazando globos con Luly.

 

A su derecha su hija, con moños azules en la cabeza, se escondía sosteniendo un globo en sus manos. 

 

—Ah, hol- 

 

—¡Pablo! —saludó alguien del otro lado de la mesa. Al levantar la vista se encontró no solo con Valentina , sino también con María , Celeste y una mujer más, todas mirándolos a los dos. 

 

Pablo bajó la mirada a la mesa, reprimiendo el instinto de golpearse la cabeza contra ésta. No parecía tan mala idea pero igualmente decidió no hacerlo. 

 

Y es que no había problema con Valentina. De hecho, todo estaba más que bien con ella. El problema era con las otras y el entender que, probablemente, el cambio de mesa haya sido influenciado por Victoria, a favor de una posible interacción entre sus amigas y su Lionel.

 

Sería una velada larga, eso seguro. 

 

Los recién casados, finalmente, terminaron de cruzar el pasillo y se posicionaron en el medio de la mesa principal que, a diferencia del resto, era rectangular. Todos los imitaron, buscando sus lugares y mirándolos expectantes. 

 

Mientras esto pasaba sus padres llegaron a la mesa pero, al sentarse en la esquina más lejana a Pablo, su saludo a ellos fue únicamente un ademán de mano y un susurrado después voy para allá.

 

Primero que nada —habló Andrés apenas logró calmarse un poco. Le habían dado un micrófono el cual sostenía con fuerza. Tenía una sonrisa estática en su rostro y sus ojos brillaban junto a sus mejillas en humedad—, gracias por venir. Con Vicky, este día nos hacía mucha ilusión y… es hermoso ver caras tan importantes para nosotros presentes. Hoy nuestra vida toma un rumbo nuevo, uno distinto que nos acerca a nuestra próxima aventura. Más que nada en el mundo deseaba ser su esposo, y ahora que lo soy no doy más de felicidad.

 

¡Se te nota! — gritó uno en la mesa de sus amigos de fútbol. Andrés rió, nervioso y Victoria acarició su hombro, dándole ánimos. 

 

La gente rió antes de que pudiera continuar.

 

—Simplemente gracias — resumió la novia, sonriéndoles—. Por estar acá, apoyarnos y acompañarnos en esta celebración. Disfruten de la noche.

 

Los invitados se sentaron en sus respectivos asientos y a los pocos minutos llegaron los meseros con sus bandejas plateadas, dejando lo que sería la entrada de la cena.

 

—¿Qué me dijiste que era? —preguntó Lionel.

 

El mozo rodó los ojos.

—Tostadas de carpaccio de ternera con rúcula y parmesano , señor.

 

Pablo había visto las suficientes fetas de jamón, queso rallado y ensaladas de lechuga en su vida para darse cuenta que, lo que sea que dijo ese señor, era mentira. Frente a ellos, en uno de los dos platos que tenían, le sirvieron una rodaja de pan con salame, hebras de queso y un par de hojas verdes.  

 

El santafesino finalmente asintió, permitiendo que el mesero se retirara. 

 

¿Nos mirará muy como el culo si le pedimos tres pancitos más? — le susurró el cordobés, ganándose risas de su compañero. 

 

Scaloni se acercó lo suficiente como para que escuchara su respuesta, pero el espacio que tenían no era demasiado. Las sillas, al estar tan pegadas, ocasionaron que al moverse sus piernas rozaban entre sí. Al mayor pareció no afectarle.

 

—No sé, pero pedile vos porque me parece que lo ofendí recién.

 

—Vicky, disculpame —a su izquierda, dos lugares más lejos, Valentina levantó la mano en dirección a su amiga. Ésta la miró—. ¿Y la comida comida cuando la sirven?

 

—¿Qué? —frunció el ceño— ¿Decís el plato principal? 

 

—Si, no sé. Algo que llene, porque medio que me estoy cagando de hambre —pareció notarla ofendida, porque rápidamente elevó sus manos buscando calmarla—. Igual con la mejor eh, me encantó el… el packaging de la, eh… de la tostadita. 

 

Pablo no pudo evitar soltar una carcajada, alejándose así de Lionel, quien lo miraba ante la pérdida de intimidad.

—¿Cómo, cómo?

 

—Ya sé que no se dice así, boludo — se giró Valentina, mirándolo divertida—, pero no se me ocurrió cómo decirle, ¿qué sería esto?

 

—¿Una presentación de plato? —ofreció la novia, aún con las cejas fruncidas. Al ver a su amiga asentir bufó, dejando ver una sonrisa debajo—. Sos una pelotuda, Tina.

 

Pablo se encontraba tan divertido con el intercambio de opiniones entre las amigas, principalmente por lo graciosa que resultó ser Valentina y lo frustrada que se la veía a Victoria intentando razonar con ella, que perdió conciencia del tiempo. Después directamente se quedó charlando con Martín sobre cómo lograr que su hija no rechazara la cena por verse, según las palabras de la pequeña, demasiado aburrida.

 

Cuando quiso acordar, levantaron sus platos con la tercera entrada de la noche ( ensalada de langostinos con palta y mango, según su simpático mozo) para rellenar sus copas de vino y advertir la llegada de los platos principales.

 

Ahora que había comido algo más después de alimentarse únicamente en el desayuno, se quedó más tranquilo. A lo lejos, pudo divisar que en la barra de tragos a la que anteriormente fueron servían comida también, lo que le hizo recordar que casi comen algo si no fuera por la interrupción de sus tías. 

 

Se giró hacia Lionel con una sonrisa, dispuesto a comentárselo, más se desvaneció tan rápido como la esbozó. El santafesino hablaba bastante alegre, y bastante cerca, de la mujer que se presentó el día anterior como Celeste. De hecho, una vez la vió mejor, recordó que fue aquella que acompañó al DT en la ceremonia de la capilla. 

 

Estaban demasiado cerca. Más de lo que le gustaría a Pablo. Y Lionel se reía mucho con ella. 

 

Los miró en silencio, de manera disimulada mientras cortaba su carne con papas. Sí, el mozo lo presentó como algo parecido a medallones de lomo con salsa de champiñones, papas gratinadas y vegetales al vapor, pero eran carne y papas esencialmente. 

 

Colmó su paciencia el momento en el que ella puso una mano en su pierna y él se alejó un poco. 

 

Pero la mano seguía ahí.

 

Apuñaló con algo de fuerza la carne y bufó.

 

—¿Pablo? —lo llamó Martín a su costado. La conversación de la mesa, así como en las otras, tenía un volumen bastante elevado, por lo que esperaba pasar desapercibido. 

 

Se ve que no lo logró.  

 

—¿Qué?

 

—¿No te gustó la comida?

 

El de rulos volvió a su carne con papas, a la par que su apetito se desvanecía. Suspiró.

—No, no. Está bien, es que me… me llené.

 

—¿Con dos hojitas de morondanga te llenaste? —comentó Valentina con la boca llena, acercándose un poco a Martín para participar de la charla—. Qué flojitos que andamos, ¿eh?

 

—No es eso —respondió el rubio antes de que pudiera decir algo—. ¿Te pasa algo?

 

—Es verdad, no es eso —contestó el cordobés, dejando su tenedor clavado en la mísera carne, con sus míseras papas, y su mísera salsa—. Fue la palta y el mango. Muy llenadores, la verdad.

 

—Para mí fueron las brochetas —la chica esbozó una sonrisa burlona, señalando a Pablo con uno de los palillos que le quedó de esa comida en el plato—. Capaz fue mucho, ¿no? 

 

Lo último lo preguntó girándose hacia la mujer y Lionel. Él la escuchó, pero ella pareció ignorarla.

 

Martín se veía confundido ante el repentino cambio en la conversación .

—¿Cómo?

 

Valentina insistió, sin mirar a su desconcertado compañero.

¿Cele?

 

La nombrada cerró los ojos, suspirando y se giró finalmente hacia su amiga.

—¿Qué, Tina?

 

¿Te gustaron las brochetas? —reiteró, señalándole a ella también con el palito y una sonrisa triunfal. Parecía satisfecha de molestarla—. Hablábamos que quizás estaban de más, teniendo en cuenta lo llenadoras que son.

 

—Era un palo con queso, Valentina —bufó— ¿Qué tanto te iba a alimentar eso?

 

La colorada se alejó, sentándose mejor contra el respaldo de su propia silla.

—Tenés razón. No deben haber sido las brochetas entonces.

 

Pablo aprovechó la intromisión para acercarse al oído de Lionel, posando su mano en la misma rodilla que tocó la mujer por debajo de la mesa.

¿Interesante la charla?     

 

¿Cuál? — susurró el santafesino, confundido.

 

La conversación de si llenaba o no la entrada que les sirvieron se disolvió tan rápido como se formó, aunque algo le decía que a Valentina, quien la originó, poco y nada le importaba la longevidad de ésta.

 

La tuya con tu amiga — contestó el de rulos, apretando levemente su mano en la rodilla ajena. 

 

Scaloni bajó la mirada al gesto y volvió a elevarla a su compañero.

—Ah, perdón. Pensé que seguías ignorándome por tus amiguitos acá al lado tuyo, ¿yo no puedo tener una también?

 

—No si te toca.

 

Lionel sonrió de lado y giró la cabeza para mirar detrás de su hombro, a nada en particular, pero utilizando el movimiento para quedar más cerca de Pablo y que no se viera lo que decía.

 

¿Andamos celosos, mi amor?

 

Dejá que te toquen así de nuevo y averigualo — susurró, subiendo al muslo y mirando a su plato como si nada— , corazón.

 

Sintió el cuerpo del contrario tensarse bajo su tacto, sacándole una sonrisa victoriosa. Rápidamente subió sus manos de manera disimulada y cortó un poco más de la carne, sabiendo que no seguiría comiendo. Necesitaba distraer sus manos en otra cosa. 

 

Lionel carraspeó un poco y elevó la copa de vino a sus labios, tomándola con rapidez.

 

—Hay agua allá también —comentó el de rulos como si nada, señalando con el tenedor la jarra en la mesa. 

 

La mirada de frustración que le regaló Scaloni no tuvo precio alguno. Pablo se aseguró de atesorarla bien en su memoria.

 

Y de aprovechar aquella racha que tenía, porque sabía perfectamente que las repercusiones de sus actos serían peores, pero no importaba. 

 

Una vez dentro de ese juego que compartían, ya nada más importaba. Le encantaba estar al límite, probar la paciencia contraria. En un estado más normal, y frío, todo eso lo espantaría, o sencillamente lo evitaría. Pero ahí, al lado de Lionel y consciente del calor que le generaba su presencia, no podía evitarlo. No tenía control de lo que sentía ni de lo que hacía. 

 

Trajeron el postre, pero a Pablo poco y nada le importó. Se perdió en la mirada juguetona que le daba Scaloni, el roce de sus piernas buscándose entre sí y sus manos que, al rotar el tenedor con sus dedos, se marcaban con el movimiento de los tendones, haciéndolas más interesantes.

 

Torta de chocolate con frutos rojos  —presentó el mozo dejándolo en su plato. 

 

 Sin embargo, a su lado sirvió algo distinto. 

 

Mousse de maracuyá con salsa de frutos tropicales — nombró un postre que, por más lindo que sonara, estéticamente era horrible. La textura de las semillas de maracuyá con el naranja mismo de la fruta lo hacía parecer algo sacado del mar. 

 

Dedujo que Lionel compartía algo de su opinión, reflejada en un ceño fruncido y labios en forma de línea recta. Miró nuevamente su postre y, sin titubear, estiró la mano atrayendo hacia sí el mousse. De inmediato, escuchó una queja del contrario, que en seguida calló al ver como lo reemplazaba por la torta.

 

—¿Qué?

 

—Tiene chocolate —respondió Pablo, concentrado en su nueva comida e inspeccionándola con una cuchara—. Te va a gustar más ese.

 

Lionel hizo silencio. Se acercó un poco, tomó la mano del cordobés en la suya y le dejó un rápido beso en el dorso. 

 

Luego volvió a su plato con una amplia sonrisa en él.

Gracias, bonito.

 

Pablo se quedó mirando su mano, recalculando que ese era uno de los pocos gestos románticos que compartían en público. Suspiró, negando con la cabeza y sonriendo a la vez. 

 

Hizo una nota mental de siempre darle chocolate a Lionel si le era posible, porque la felicidad que tenía en su rostro era inigualable. 

 

Comieron un poco más y Martín le dedicó una mirada como señal. Entendiendo de inmediato, el de rulos sacó su celular y le quitó la funda, encontrando en ella una hoja de papel doblada en cuatro. La desplegó sobre la mesa, releyó nuevamente aquello que intentó memorizar por varios días y asintió, un poco más seguro que antes.

 

Finalmente, tal y como dictaminó el cronograma que los padrinos discutieron entre sí, Pablo se puso de pie con una copa de vino espumante en su mano. Con el tenedor la golpeó varias veces, emitiendo así un sonido característico que llamó la atención de los presentes. Incluidos los novios, a quienes miraba con cariño. 

 

Andrés esbozó una sonrisa tierna, aparentemente entendiendo lo que proseguía y con intenciones de aguantar la emoción que amenazaban sus ojos. 

 

Con una copa en su mano, el papel en la mesa y todas las miradas en él, tosió levemente antes de elevar su voz e iniciar su discurso de padrino.

 

—Cuando me enteré que iba a ser el padrino te quise matar, Andrés —comenzó, no pudiendo evitar la sonrisa que crecía en él—. No solo porque no me habías dicho nada antes y me enteré medio de pedo , sino porque estar acá parado y decir estas cosas no es tarea sencilla. 

 

Tomó aire, buscando relajar la ansiedad que le generaba estar hablando en voz alta ante tanta gente. 

 

»No es fácil tener que hablar a favor de una unión de la que dudé tanto —observó a su cuñada. A pesar de sus ojos rojos, probablemente por haber llorado varias veces en el día, y de su maquillaje corrido, estaba radiante. Se la veía increíblemente feliz, una expresión que hacía mucho tiempo no veía en ella. No con tal magnitud—. Victoria apenas llegó, me odió, y yo a ella. No me parecía la adecuada para vos, Andy, eran demasiado dispares. 

 

Se escucharon risas de fondo y uno que otro “uuu”. La pareja recién casada lo miraba. Su hermano riéndose y la mujer algo confundida. Probablemente estaba tardando demasiado para llegar al punto de su discurso. Lionel, debajo del mantel, acarició su pierna en pequeños círculos con sus dedos. 

 

Pablo sonrió, sintiéndolo cómo una clase de aliento a que continuara.

 

»Hoy, en este día tan importante, no podría estar más feliz de confesar lo equivocado que estaba —soltó finalmente. Sus padres sonreían, asintiendo a cada cosa que decía—. No solo me demostraron que una pareja como la suya era más que posible y funcional, sino que aprendí, con verlos a diario, que habían distintas formas de amar. Formas que desconocía. 

 

El recién casado no tardó mucho en largar algunas lágrimas, secándolas rápidamente con su pulgar. A su lado, Victoria negó con la cabeza sonriendo y le acarició la espalda. 

 

Se mordió el interior de su mejilla para no debilitarse ante el gesto y, encontrando fuerzas en el tacto de Lionel a su lado, continuó con su discurso.

 

»Los ví complementarse en los momentos buenos de la vida, y amoldarse en los complicados. Acompañarse en cada proyecto. Hablar y escuchar. Se quisieron ante cada adversidad y, por sobre todas las cosas, tuvieron el valor de seguir adelante y de apostar por ustedes. Crecieron y lo hicieron juntos, algo a lo que el resto solo podemos aspirar.

 

Laura, a lo lejos de la mesa principal, levantaba su copa en señal de aprobación. Sus padres ya estaban empapados en lágrimas, lo cual no colaboraba a mantener su postura actual y, a su lado, veía de reojo la sonrisa de Lionel. Probablemente recordaba, como Pablo en ese momento, la noche en la que escribieron ese discurso en un sillón con mates un poco lavados. 

 

La noche en la que Lionel le habló de su casamiento. De su ex esposa, del baile. Quiso reír ante el recuerdo, por la nostalgia y por lo estúpido que fue no darse cuenta de lo que sentía si habia envidiado con tantas ganas ese relato. 

 

Intentó no distraerse y concluir lo que había empezado.

 

»Hoy brindo por vos, Victoria, por tu tenacidad y tu esfuerzo. Brindo por vos, Andrés, por tu alegría y tu compromiso —los miró, dedicándoles la sonrisa más sincera que tenía—. Brindo por su amor, para que sea eterno. Y para que sigan demostrando, a personas como yo, que se puede amar si se tiene la suficiente valentía para hacerlo. 

 

El discurso terminó, y el ambiente se llenó de aplausos, gritos y sollozos. Su hermano se paró rápidamente para buscarlo y Pablo accedió, yendo al encuentro. Se abrazaron con fuerza, Andrés dejó caer su cabeza en el hombro ajeno mientras lloraba desconsolado. El mayor, por otra parte, acarició su espalda para consolarlo mientras trataba de controlar el nudo en la garganta que se le comenzaba a formar.

 

Gracias Pablo —susurró apenas pudo tranquilizarse—. Muchísimas gracias de verdad. Sos el mejor hermano que pude tener y el mejor padrino, no… no sé qué decir más que gracias. 

 

El de rulos cerró los ojos con fuerza, obligando así que las lágrimas amenazantes regresarán por dónde vinieron.

 

Sin embargo, era débil. Más aún cuando se trataba de su hermano menor.

 

Gracias a vos por elegirme, Andrés —se alejó, sosteniéndose de los hombros contrarios. Su voz flaqueaba y temblaba, pero no le importó. Lo único que importaba era el brillo en la mirada del menor y la sonrisa imborrable de su rostro—. Espero que seas feliz con ella. Que estés feliz con tu elección.

 

Él asintió, volviendo a abrazarlo y mojando nuevamente la camisa de Pablo.

—Te lo juro. Nunca fui tan feliz.

 

—Bueno, che —llamó una voz aguda a su costado. Al alejarse notó que una Victoria algo llorosa estaba ahí, sosteniendo su hombro—. Déjame un ratito al padrino que lo quiero abrazar yo también.

 

Andrés se alejó. Pablo, más que sorprendido, correspondió al abrazo cuando la mujer se tiró hacia él.

 

—Vicky…

 

No —lo interrumpió ella. La escuchó sorber sus mocos con fuerza, aún en el abrazo—. No digas nada más, no la cagues. Te quedó muy lindo el discurso así como estaba.

 

El cordobés asintió sonriendo y la envolvió con sus brazos unos segundos más antes de alejarse definitivamente. 

 

La mirada que intercambiaron dió a entender que la guerra había acabado. Una nueva tregua se hacía lugar en ellos, quitándole algo de peso de encima. 

 

Quizá aún le parezca medio boluda. Tal vez todavía no la entienda lo suficiente, y cuestione lo que hace. Pero era la mujer que su hermano eligió para amar y eso la hacía más que digna de su respeto.

 

Una amistad con ella era difícil de ver, pero un cese al fuego no parecía tan mala idea.

 

Se alejó mientras aún había aplausos y dejó que la pareja diera su respectivo brindis a la gente. Todas las personas de la mesa principal bajaron las escaleritas para quedar frente a los novios y verlos mejor. Al hacerlo, buscó a Lionel y se acercó lo suficiente como para que escuchara si le susurraba. 

 

¿Qué te pareció? 

 

Que quedó mucho mejor sin la anécdota del tereré —respondió el DT, acortando él también la distancia. Andrés, a lo lejos, volvió a romper en llanto por algo que dijo y el público estalló a carcajadas, lo que hizo aún más difícil la tarea de hablar en susurros—, definitivamente.

 

Pablo volvió a desdoblar la hoja que guardó así nomás en su bolsillo y se la dió.

—De hecho la puse, pero me arrepentí a último momento.

 

Lionel bajó la vista y, al leerla, rió en silencio.

Me alegra ver que te apiadaste de ella.

 

Es su casamiento — sonrió, mirando a Victoria robarle el micrófono a su marido y continuando ella el discurso—.  Me dio un poco de pena.

 

—Maduraste.

 

Giró su cabeza para encontrarse con la mirada de Lionel. No solo tenía los párpados bajos, para poder observarlo mejor por su diferencia de altura, sino que también parecía más concentrado en sus labios que en sus ojos. Pablo apretó su mano en un puño, debía ser más fuerte. 

 

A su alrededor todos gritaron y empezaron a despejar el lugar. Ambos, confundidos por perderse lo que decían los recién casados, se alejaron para quedar casi en el límite de los ladrillos de piedra, más oscuros por la distancia que tenían ahora con las pequeñas lucecitas en forma de arco. 

 

Victoria, de fondo, le devolvió el micrófono a Andrés. Se giró hasta quedar de espaldas a la multitud, bajó sus brazos y los levantó rápidamente, lanzando, así, su ramo de flores.

 

Pablo fue rápido y, acostumbrado a escaparse del centro de atención, se alejó lo suficiente para no quedar en el rango del objeto volador. 

 

Scaloni no se avivó tanto. 

 

Las mujeres, en su mayoría amigas de la novia , corrían de espaldas para obtener el dichoso ramo. En cuestión de segundos vió como el pecho de Lionel se llenaba de flores coloridas, interrumpiendo así su vuelo. Todas lo miraron.

 

Notó un rápido nerviosismo en el hombre, a la par que sostenía el ramo contra su pecho. Bajó la mirada y, sonriente, entregó el ramo a una mujer de pelo ondulado a su derecha.

 

Pablo contuvo la respiración al notar que Lionel le estaba dando el ramo de la novia a Celeste, la mujer con la que charló en la cena. 

 

Ella rió y acomodó un mechón detrás de su oreja. Todos vitorearon y aplaudieron. Sus amigas se llevaron a la mujer, luego de que intercambiara un par de palabras con el santafesino, con la novia, que la llamaba a gritos. 

 

Cuando el lugar se despejó y la gente se dispersó, esperando que los meseros formaran la pista de baile, Aimar se acercó a Scaloni, quien volvía a una zona más incógnita de la escena.

 

¿Por qué hiciste eso? —le cuestionó, sin siquiera preocuparse por el tacto o un posible tono de joda. 

 

El mayor lo miró y sonrió, negando con la cabeza.

—Lo del ramo les importaba más a ellas, ¿para qué me lo iba a quedar?

 

Bueno, ese era un buen punto. Todo ese acto de lanzar el ramo lo hacía la novia para sus amigas y otras mujeres , realmente no tenía mucho sentido quedárselo sabiendo que otra lo esperaba con más ansias. De hecho, él mismo se alejó con intención de darles su espacio. 

 

Aun así, estaba molesto. Pero era irracional, así que no la siguió. Simplemente asintió con la cabeza, entendiendo, y miró al centro de la pista. Los meseros ya habían despejado gran parte y los novios dejaban sus copas en una mesa.

 

Lionel lo volvió a mirar.

 

—¿Qué? —dijo Pablo al notarlo, algo seco quizás. 

 

El santafesino no respondió. Por lo menos, no verbalmente. Levantó su mano en un puño y la dejó en el aire frente al menor, mientras con la otra le pedía las suyas en un gesto silencioso. El de rulos cedió, entregando su mano confundido. 

 

Abrió poco a poco el puño sobre la mano del cordobés y dejó depositada en ella una flor del ramo, perfectamente cuidada con sus pétalos azules. Si bien solo era la corola de la planta, parecía haber sido muy bien conservada teniendo en cuenta que venía de un puño. Levantó la vista a Lionel, quién le guiñaba un ojo y volvía su atención al trabajo de los mozos.

 

¿En qué momento había quitado una flor del ramo? ¿Lo habría hecho exclusivamente para Pablo?

 

A lo lejos, notó como la mujer con su ramo de flores lo miraba fijamente mientras charlaba con sus amigas. Apenas comenzó a moverse en dirección a ellos, tragó con fuerza y se giró hacia el mayor, quien no se había percatado aún de las intenciones de aquella mujer. 

 

A la mierda. No era fuerte, ahora lo aceptaba.

 

Sin pensarlo demasiado, en un irónico contraste a lo mucho que sobrepiensa las cosas , tomó a Lionel de la corbata y tiró de él, besándolo en un rápido movimiento. Después de unos segundos de sorpresa, el mayor correspondió al gesto y envolvió su cintura con sus brazos, acción que parecía ser una nueva costumbre de cuando se besaban. 

 

Pablo sonrió sobre sus labios y, sin cerrar aún sus ojos, se movió un poco para tener a Celeste en su rango de visión. La mujer estaba completamente boquiabierta. Soltando una risita satisfactoria, volvió al beso y mordió el labio inferior ajeno, ahí sí, perdiéndose y cerrando sus ojos.

 

No podía creer, ni quería admitir , lo bien que se sintió hacerlo.

 

Lionel se alejó luego de unos segundos. Había brillo en su mirada. 

Te voy a comprar un ramo lleno de flores.

 

El de rulos se sonrojó con rapidez por la confesión y rió nervioso, negando con la cabeza.

¿Qué? No, Lio no es neces- 

 

Lo interrumpió con otro beso, ese un poco más intenso que el anterior. El cordobés se perdió completamente en el acto, olvidándose de todo a su alrededor mientras lo devoraban. Al separarse, su respiración era mucho más pesada que antes.

 

Los ojos del mayor no se despegaban de los suyos, y sus labios brillaban en saliva. Pablo tuvo que tragar con fuerza de nuevo y recomponerse ante tal vista.

 

La música detrás de ellos aumentó su volumen, trayéndolo repentinamente de regreso al espacio físico en el que se encontraban. Ambos se soltaron y dieron unos pasos hacia atrás a medida que las tonadas de piano y las luces tenues acompañaban el momento del vals. 

 

Primero fueron Victoria y Andrés. Se posicionaron en el medio de la pista y, bajo las hileras de lucecitas, bailaron de la mano. 

 

El vals era una danza sencilla, de pocos pasos y con una velocidad relativamente lenta a comparación de otros bailes. En sí, nunca fue muy especial para Pablo ni le encontraba importancia a ese momento.

 

Por ende no le encontró explicación, cuando vió a su hermano abrazarse a su esposa y moverse en círculos, a sus lágrimas. No tenía sentido que un baile, uno tan tranquilo como lo era el vals, lo conmoviera a tal punto de tener que tapar su boca con una mano para encontrar algo de reparo en sí mismo para lo que estaba sintiendo. 

 

El brazo izquierdo de Lionel rodeó su cintura y lo atrajo a él. A modo de consuelo, acarició con suavidad sobre la camisa del menor, en movimientos circulares. Pablo se dejó, hundiendo más su cabeza en su mano. Finalmente la ansiedad, que sentía dentro de él desde el discurso que dió, explotaba en sus labios temblorosos y sus mejillas húmedas. Exhaló, sacándolo todo. 

 

Intentó quitarse de encima los nervios. La incomodidad de haberse expuesto a tantas personas y de abrirse, diciendo algo tan personal con tanto volumen en la voz. La alegría que sentía de tener a Lionel a su lado, lo ansioso que lo dejaba su tacto, el sentimiento del tiempo recayendo sobre sus hombros al entender que su hermano menor, aquél al que le hizo la chocolatada hasta los catorce, se estaba casando.

 

Que experimentaba lo que era un amor en el que confiaba lo suficiente como para comprometerse a él de por vida. Temía por Andrés, por las decisiones que tomaba. No porque dudara de él, sino porque a Pablo le aterraba la mera idea de un acto tan longevo y eterno como aquél. 

 

Estaba abrumado . Debajo de todas sus emociones, que eran muchas y erráticas, se sentía completamente abrumado. Hacía mucho no sentía tanto y en un lapso tan corto de tiempo. 

 

Y su cuerpo lo procesaba de a partes. Ésto, el llorar ante un simple baile, era parte de ese proceso.

 

Con el pasar de los minutos logró calmarse y recomponerse. Para su suerte, estaba lo bastante alejado de la gente y las luces como para permitirse sentir, en la comodidad y privacidad de la distancia. 

 

Su madre se acercó al centro de la ronda y le pidió un baile a Andrés. Éste aceptó, aparentemente llorando también. Victoria, por su parte, comenzaba su baile con su hermano mayor, abrazándolo. Pensó en pedirle un baile a Andrés, pero al ver que cuando le tocaba a Laura la gente ya empezaba a sumarse, decidió quedarse donde estaba. 

 

En su lugar se giró hacia Lionel y extendió una mano en su dirección. El hombre lo miró y retuvo su respiración. Pasaba de sus ojos a su mano varias veces, como si pensara demasiado. Pablo lo esperó, y cuando estuvo listo, aceptó su invitación. 

 

«El primer vals es algo único», describió tiempo atrás. Lo recordó mientras se posicionaba delante de él, con su mano en el hombro del mayor. 

 

«Parece que no porque solo es un baile pero es… es tu baile»

Movieron sus pies lentamente, al ritmo de la música.



«Me las había aguantado re bien, pero al tenerla ahí, en mis brazos bailando fue…»

Pablo elevó su mirada solo para encontrarse con que Lionel lo observaba con un brillo especial en sus ojos. Uno muy distinto al que podría conseguir por las lucecitas de fondo.

 

«…fue mágico. Realmente mágico »

El cordobés le sonrió. Una sonrisa cómplice, una que guardaba aquellos sentimientos privados, íntimos, pero de los que ambos eran conscientes. Dieron varios giros.

 

Apoyó con suavidad su cabeza en el hombro ajeno, reposando en él mientras se movían. La mano contraria en su cintura, la melodía y la calidez de la noche lo hicieron cerrar los ojos, dejándose llevar.

 

«Y no puedo explicar todavía bien el porqué, simplemente así se sintió»

 

Bailaron todo lo que pudieron, aprovechando al máximo cada segundo de cercanía que tenían.

 

A pesar de lo mucho que deseaba quedarse ahí, luego de un rato la música cesó y los aplausos rompieron la pequeña burbuja en la que se encontraban. Lionel suspiró cuando Pablo se alejó. Se miraron una vez más, el menor depositó un suave beso en su mejilla, y se distanció lo suficiente para volver a concentrarse en el centro de la pista. Andrés y Victoria se abrazaban, y el cambio drástico en el volumen y en el género de las canciones le dieron a entender que, indiscutiblemente, la fiesta había comenzado. 

 

—Me voy a buscar algo para tomar —le comentó a su compañero, observando la barra que antes estaba plagada de tías . Ahora veía bastante vacía, la gente en su mayoría buscaba el centro del lugar para bailar—, ¿querés algo?

 

El mayor siguió su mirada y asintió. 

—Sí, pero te acompaño. 

 

No dijeron mucho más. Caminaron en esa dirección, y, con un rápido comentario, el bartender ya estaba manos a la obra, alcanzando botellas y vasos para servirles. 

 

Pablo agarró su fernet y bebió un poco, sintiendo la  amargura correr por su garganta. 

—Ah, el que te dí la última vez era un cóctel, por si lo querés pedir. 

 

Lionel lo miró confundido, tomando la cerveza que le dejaban.

—¿Qué?

 

—El trago —volvió a él, apoyándose contra la barra—, el de pera que te dí ayer. Era un cóctel de pera, creo que así se llamaba.

 

El mayor asintió, desviando la mirada y bebiendo su cerveza.

 

—¿Te puedo confesar algo? —preguntó cuando tragó. Pablo asintió con la cabeza mientras tomaba su fernet, dándole pie a qué siguiera—. No me gustan los tragos frutales. 

 

El menor bajó el vaso.

¿Qué?

 

En realidad ningún trago muy dulce me gusta —siguió, sonriéndole con pena—. Soy más de la comida dulce, no de la bebida. 

 

—¿Y por qué no me lo dijiste cuando te lo dí? 

 

Encogió sus hombros en un gesto de no saber.

—La última vez que te había visto, discutimos. Pasé esa tarde solo, pensando en qué decir cuando te volviera a ver. No quería que lo primero fuera una crítica, menos cuando fue algo que llevaste pensando en mí. 

 

Pablo aún estaba sorprendido. Abrió la boca, la cerró y volvió a abrir.

—Pero me lo hubiera tomado yo, no había problema.

 

¿Cómo iba a rechazar un regalo tuyo? —rió, negando con la cabeza—. Vos estás en pedo. Prefiero quedarme con el sabor a perfume que tenía  en la boca.

 

Aimar soltó una carcajada y se acercó. 

—No es necesario que sufras tanto por mí, eh. Que los sacrificios no me gustan.

 

Miró sus labios y luego sus ojos.

—¿Ah, no? ¿Y qué te gusta?

 

Se acercó un poco más, sonriendo de lado.

¿Por qué no venís y-

 

—¡Patito! —gritaron detrás de él. Rápidamente se incorporó y cambió su expresión antes de girarse y abrazar a la niña que corría con brazos abiertos hacia él—. ¡No sabés cuántos globos conseguimos! 

 

La levantó en brazos, haciéndole upa.

—¿Cuántos globos conseguiste, Luly?

 

La niña giró la cabeza, mirando detrás de ella. Martín, con seis globos atados en hilos a sus muñecas, se acercaba a él.

 

La puta madre —susurró su compañero, lo suficientemente alto para que Pablo lo escuchara y se girara a verlo—. ¿Qué?

 

—¿Qué te-

 

Lucía, vení a hacerte cargo de tus globos —la retó su padre, que parecía agitado por andar corriendo detrás de ella—. Si no, se los regalo todos a Pablito.

 

¡No! —gritó la niña, intentando zafarse. Cuando el cordobés la dejó en el suelo, corrió hacia su papá y empezó a desatarle los globos de las manos.

 

Pablo se giró con ella y sonrió ante la vista doméstica de los dos. Siempre admiró lo buena que era su relación padre e hija, y lo bien que la crió Martín, teniendo en cuenta que lo hizo prácticamente solo. Era algo adorable. 

 

Puede ser que su paternidad haya influenciado en cómo lo veía antes. Pablo era débil ante un hombre tan tierno y trabajador por su hija, pero eso quedó en el pasado. Ahora tenía sentimientos por Lionel. Eso era lo único que le importaba. 

 

Y, hablando de Lionel, apenas se fue Lucía, se apuró a abrazar la cintura de Aimar y quedarse detrás de él. El de rulos lo miró confundido y algo abrumado por sentirlo tan cerca de repente.

 

Martín se giró hacía ellos para hablarles mientras su hija se concentraba en su tarea. Scaloni dejó un beso sonoro en el cuello del menor y volvió al rubio, asegurándose que lo hubiera visto. 

 

Pablo estaba absolutamente rojo. 

 

—Ah —soltó Martín, algo nervioso por la mirada penetrante del santafesino—, perdón. No quería interrumpir.

 

—No interrumpiste nada —sonrió, soltándose del agarre del mayor—. ¿Esos son los globos que cazaste con Luly?

 

El rubio asintió, mirando a su hija, quien aún intentaba desatar los últimos dos.

—Sí, los cazamos juntos, pero alguien me retó diciendo que eran suyos y ahora no se quiere hacer cargo.

 

La niña rió sabiendo que se refería a ella y pegó un saltito cuando finalizó lo que hacía, levantando orgullosa su puño con seis hilos. 

—¡Ahí está! ¡Terminé, papi!

 

—Gracias, princesa. Ya me estaba doliendo —suspiró, acariciándose la muñeca recién liberada.

 

—Te quedan lindos igual —sonrió Luly—, parecía la cola de un vestido. 

 

—¿Ah, sí?

 

Pablo rió.

—Sí, te quedaban bien. Se ve que tenés buen ojo para la moda, peque.

 

Martín iba a responder, pero se calló al mirar detrás del hombro de Pablo. Levantó a su hija para hacerle upa y se dirigió otra vez a los hombres frente a él.

—Creo que vamos a seguir buscando globos. Nos vemos después, Pablo.

 

Y diciendo esto, se fueron al centro de la pista. El cordobés se giró para descubrir a Lionel con un semblante completamente serio, siguiendo con la mirada a Martín mientras se iba.

—¿Qué te pasa?

 

Sin responder, tomó su mano y se lo llevó a una zona más alejada, soltándolo debajo de una palmera. La distancia provocaba que estuvieran menos iluminados que antes, aunque a Pablo le daba la sensación que la oscuridad en la mirada de Lionel no se debía exactamente a eso.

 

Seguí haciéndote el lindo con ese tipo, vos —susurró con voz ronca. El cordobés tuvo que apoyarse en el árbol a sus espaldas para no caerse .

 

La sangre le bajó rápidamente al notar que Lionel estaba celoso. Celoso de Martín.

 

—No sé de qué me estás hablando —decidió fingir inocencia. Le pareció divertido.

 

El mayor se acercó, sosteniéndose con una mano contra la palmera, hasta que estuvo a centímetros de distancia.

 

—No te hagas el boludo, Pablo. 

 

—¿Estás celoso, es eso? —insistió, sonriéndole—. ¿Es una escenita esto?

 

 —Vos me hiciste una más temprano, ¿o ya te olvidaste?

 

Lionel estaba cada vez más cerca y Pablo no tenía ninguna intención de alejarlo.

 

—Eso fue distinto, Lionel.

 

—¿En qué lo fue?

 

—En que esa mina te estaba tocando —contestó, bajando sus ojos a los labios ajenos—. Y vos no hiciste nada, te recuerdo. A mí Martín no me tocó así.

 

—Se la pasa colgado atrás tuyo —el santafesino rodó los ojos—. ¿Qué pasa, sos el único que se puede poner así?

 

Aimar sonrió, mordiéndose el labio.

—Sí. 

 

Lionel solo le respondió con una mirada. Una que lo hizo temblar.

Te estás pasando de vivo, me parece.

 

Tragó con fuerza, sintiendo calor en su vientre. 

¿Y qué vas a hacer al respecto?   

 

El mayor subió una mano a su espalda, acariciando el borde de su camisa y su cinturón. Amenazante.

 

—¿De verdad querés saberlo?

 

Ah, sí. Sí, Pablo quería saberlo. 

 

Pero no podía, no ahí. No con tanta gente presente, no con su familia por todos lados . Aunque las ganas de arrancarle la ropa y devorarlo no le faltaban, por supuesto. 

 

Exhaló con pesadez y bajó la cabeza, mirando su entrepierna y rogándose calma . Debía comportarse, ya era adulto, no podía ceder ante la más mínima provocación. 

 

Scaloni subió su dedo pulgar y acarició sus labios con éste. Lento. Mientras elevaba su mirada para conectar con la contraria, esbozaba una sonrisa a medias. Tenía la mayor cara de galán y atorrante que le haya visto, y eso lo desarmaba por completo. 

 

Era débil. Tenía que escapar o terminaría cometiendo una estupidez.

 

—¿Querés bailar? —soltó de la nada con la voz algo ronca. Tosió, buscando recomponerse a la vez que Lionel lo miraba desconcertado.

 

—¿Qué?

 

Bailar — repitió, señalando la pista. No era muy fan del baile, pero necesitaba una excusa para tomar algo de aire fresco. Además estaban poniendo Rodrigo, sería imposible no dedicarle mínimo un tema a tal cuarteto—. En la… Allá. Bailar conmigo.

 

El mayor dejó caer su cabeza y con ella, un largo suspiro. Pasó una mano rápidamente por su rostro y lo restregó, aún sin mirarlo. Luego de algunos segundos, volvió a verlo y asintió.

 

—Sí —carraspeó—, dale. Eh, vamos… Bailemos.

 

Pablo asintió y, evitando tocarlo, se alejó de la palmera en dirección al centro del lugar. Todavía estaba demasiado caliente como para volver a tener tanta cercanía con Lionel.

 

Apenas se acercó a la pista improvisada y escuchó « busco una chica que me dé su amor, que sea pura ternura » supo que no había vuelta atrás. De inmediato tomó las manos del mayor y comenzó a bailar. A medida que la canción se desenvolvió, ambos hombres giraron, se empujaron, atrajeron y movieron sus cuerpos al compás del contrario. Soltaron varias risas cuando el mayor lo pisó por tercera vez y algunas más cuando chocaron sin querer a su tía Celia.

 

Su familia cantaba con fuerza « el periódico de hoy dice que ando buscando un amor » mientras los lasers de colores, las únicas luces encendidas con forma de corazón, decoraban las mesas y el suelo. Entonces empezó la siguiente canción, Olvídala de Banda XXI, como bien anunciaron los gritos al escuchar los primeros acordes.

 

Volvieron a bailar juntos, y lo hicieron hasta que Pablo se rindió. A carcajadas huyeron de la pista, o esa era la intención hasta que Andrés tomó su brazo, frenándolo. Había salido de algún lugar del bullicio y lo incitaba a seguir, con el clásico una más, una más. Cedió, dejándose tirar por su hermano y llevando consigo a su compañero , quien tampoco pretendía no acompañarlo. 



Bailó cuarteto con Andy, notando así lo ebrio que se estaba poniendo su hermano. Lionel, a su derecha, había sacado a bailar a Victoria, quien también parecía algo tomada. Su hermana debió cruzárselos en algún momento, porque de un segundo a otro, Laura estaba ahí también, dándolo todo. Lo cual era raro porque todos sabían que ella no bailaba. 

 

Quizás los cuatro vasos acumulados entre sí en su mano eran una excelente explicación para dicho hecho fantástico. No lo sabía, no le importaba. Se estaba divirtiendo mucho. 

 

Bailó con Victoria, y Lionel con Laura mientras algunos primos, los más cercanos, se sumaban a su pequeña ronda. No pudo evitar reír cuando vió que Andrés intentó bailar con Luly cuando se acercó y Martín se la quitó, notando la ebriedad de su amigo. En su lugar, los dos amigos bailaron juntos, y la pequeña, para sorpresa de Pablo, encontró un gran compañero en Lionel. En algún momento puso sus pies sobre los del DT y éste los movía, haciéndola bailar y reír a la vez. 

 

Se detuvo ante la escena sintiendo que, al admirarla, se le escapaba una sonrisa de ternura. Eso fue hasta que le tiraron fernet en la camisa blanca. Ahí ya no sonrió más. 

 

Dejándole saber a Lionel que ya regresaba, se escapó en dirección a las mesas que aún quedaban y les quitó un par de servilletas. Restregó con fuerza pero, desde luego, la mancha no se inmutó. Exhaló. Esa camisa era su favorita.

 

—Con eso no vas a hacer nada —comentó su madre a su derecha. Levantó sus ojos hacia la mujer que ya pedía un trapo húmedo a la barra. Se lo cedieron y ella se lo dió directamente a su hijo—. Probá con ese. Igual cuando vuelvas ponele bicarbonato y limón.

 

Pablo sonrió, rodando los ojos y volviendo a probar suerte con la mancha.

—No todo se soluciona con bicarbonato y limón, mamá. 

 

—Es verdad —contestó, sentándose en una silla cerca de él—, a veces también tenés que agregarle vinagre.

 

—¿Nunca probaste con algún líquido quitamanchas? —agregó él, imitándola con otra silla—. Te ahorraría tiempo.

 

—¿Para qué quiero un quitamanchas si el bicarbonato lo puede solucionar y es más barato? 

 

El de rulos la miró y se detuvo, para finalmente ceder y negar con la cabeza.

—Puede que tengas razón. 

 

Se quedaron unos minutos en silencio. 

 

—Me gustó mucho tu discurso, Pablito — comentó su mamá mirando a la gente bailar—. Me hiciste llorar.

 

—Gracias, ma. Y perdón por… por hacerte llorar.

 

Ella sonrió, logrando destacar aún más las arrugas de sus ojos.

—Ya lloré mucho hoy, tranquilo. ¿Cómo estás vos con Scaloni, eh? ¿Todo bien, se está divirtiendo?

 

Levantó su mirada, dejando la situación del fernet en su camisa por un segundo, buscándolo en la multitud. Ahí estaba, riendo aún con Luly mientras la hacía girar. Era bastante bueno con ella, ¿será por lo que le contó de su hermana? Ahora le daba curiosidad.

 

—Parece que sí. Lo agarró la nena de Martín, y viste como es esa aparata, saca a bailar a cualquiera. Es re compradora. 

 

La mujer pareció haberlo encontrado también, porque rió con su hijo.

—Pensé que lo habíamos asustado, pobrecito. Menos mal que me equivoqué.

 

Pablo la miró.

—¿Cómo?

 

—Ayer estaba serio —suspiró—. Lo saludé y no se lo veía muy bien, a vos tampoco. Tenía miedo de haberlo molestado en el almuerzo del otro día, no quería avergonzarte. Me alegra ver que están bien. 

 

Su hijo se quedó observando el trapo en sus manos, dudando. La culpa, ya bastante conocida para él, le incitaba a confesarse. A decirle que sí estaban mal, que antes no eran pareja, que les mintió. Pero su garganta se anudó al verla tan feliz. Su madre sería siempre una de sus mayores debilidades, y sincerarse solo para defraudarla con la idea de haberle mentido le aterraba. 

 

Había hecho tanto solo para no ver esa expresión de desilusión en sus ojos para que ahora, justamente ahora que era cierto, se le ocurriera decir la verdad. 

 

Sin importar cómo se resolvió su tema con Lionel, continuar mintiéndole a su madre le parecía sumamente inconcebible. Pero detenerla y por fin ser honesto era peor. No tenía ese valor ni esa fortaleza.

 

Su mamá era feliz y él también lo era. Exhaló tembloroso y apretó aún más el trapo, todavía dubitativo de cómo seguir. 

 

Ella volvió a fijarse en él, desarmándolo. 

 

La realidad era que no había opciones que elegir. No era una duda el cómo seguir. Solo había una manera, una sola forma.

 

—Tranquila, ma. Con Lionel estamos bien —contestó, ambiguo como siempre. Con flaqueza en la voz, como siempre—. Un poco cansados nada más y ansiosos por el Mundial. Eso nomás.

 

La mujer asintió.

—¿De qué te preocupas, Pablito? Si lo tienen a Messi.

 

—Tenés razón —rió, negando con la cabeza—, tenemos a Messi. Pero no puede ser solo Messi, mamá. Ya te explicamos.

 

—Pero el pibe ese que atajó en la Copa América también está, ¿o no lo llamaste?

 

Emiliano —confirmó, aunque sabía que su madre no retendría su nombre—. Sí, lo vamos a llamar. 

 

—¿Entonces de qué te preocupas? —rió, tocándole con el dedo índice la frente—. Te vas a terminar arrugando igual que tu padre, mirá. Dejá de jorobarte tanto, disfrutá.

 

A lo lejos vió a Lionel dejando a Luly con su padre, para su sorpresa, sonriéndole . Buscó con la mirada y al encontrarlo a Pablo, se encaminó hacia él. 

 

Apenas llegó, saludó a su suegra como se debía y se agachó en cuclillas frente a Pablo, mirando su mancha.

 

—¿Qué pasó?

 

—Fernet —soltó, mirándose él también—. Algo pude rescatar, pero ahí se va a quedar me parece.

 

—Cuando volvamos le ponemos bicarbonato, se va al toque —razonó. Su madre soltó una risa y Pablo rodó sus ojos. Lionel estaba confundido—. ¿Qué?

 

El de rulos negó con la cabeza.

Nada, Lio. ¿Te cansó mucho Luly? 

 

No pareció convencerse, mas no la siguió. Se levantó y eligió una silla para sentarse, buscando, con los ojos, algo de agua por la mesa.

—Bastante. Es una chispita esa nena, pero es divertida. 

 

—Vos no sabés lo que fue cuando aprendió a hablar —rió su madre—. El problema no era que aprendiera sino que se callara, no paraba más. Igualita al padre cuando era más joven.

 

Pablo asintió, nostálgico. A los segundos llegó su padre con un vaso de vino espumante para su mamá y otro más, asumió que para él mismo. Se sentó cerca de su esposa y comenzó a quejarse lo larga que se hacía la espera de la barra por la gente que había. 

 

Para su sorpresa, Lionel comentó algo de eso referido a su experiencia en fiestas. Su papá respondió. Lionel acotó de nuevo. Se sumó su mamá. Esta vez, el santafesino le pidió su opinión a Pablo. Éste aportó. 

 

Y así pasó un tiempo, no estaba seguro de cuánto. Se la pasaron charlando de todo pero de nada demasiado importante. Claro, pidieron el parecer de Scaloni sobre Qatar y éste, por supuesto, respondió como si de una rueda de prensa se tratara.

 

Pablo lo observó mientras hablaba con sus padres. Se lo veía genuinamente interesado, divertido y alegre. Sabía un poco de todo, por lo que en cada tema de conversación algo podía aportar. Hizo reír a su papá, se ganó cierta complicidad con su mamá y todo mientras aún buscaba el agua. 

 

Estaba embelesado en admirarlo socializar. Parecía su hábitat natural, acostumbrado a que nunca le falten comentarios u opiniones. Aún así, se lo veía esforzándose en caerles bien o hacerles pasar un buen rato. Pablo sonrió con ternura y bajó la vista, sosteniendo su mano por debajo de la mesa.

 

Le faltaban palabras para expresar lo que sentía, por lo que se limitó a tener esos gestos. Acariciar su mano con el pulgar, tocar su pie con el propio y observarlo con detenimiento al hablar, acaparando hasta el mínimo detalle. 

 

Lionel Scaloni era fascinante por actos tan sencillos como esos o por los más exagerados, como aceptar un noviazgo falso por querer ayudarlo. Era adorable por su emoción al hablar de fútbol o por su manera de tocar y abrazar a la gente que quiere. Era amable por nunca interrumpirlo o por permitir que se quedara con sus prendas solo por su perfume. 

 

Era una persona a quien no se podía simplemente no amar. Era imposible. 

 

Pablo solo fue el afortunado que pudo hacerlo y ser correspondido. Suspiró, apretando un poco su mano y bajando la mirada al mantel. Algún día quizás le diría todo lo que sentía, lo que pensaba. 

 

Por el momento solo lo observó y permitió que su corazón se emocionara. Que sintiera lo que deseaba sentir. Que fuera libre. 

 

Porque ya no debía temer por la respuesta ajena. Ya no le preocupaba el dolor que traía su amor. 

 

En palabras de su sabia madre, no se jorobaría más. Y dejaría que todo pase. 

 

Andrés pegó un grito a lo lejos, llamando su atención. La pantalla con su respectivo proyector, que había decorado una esquina desde que llegaron, empezaba a pasar videos con letras en ella. Letras que se iban coloreando. 

 

No, no, no, no.

 

—No puede ser —negó Pablo, mirando la exorbitante emoción de su hermano ante la instalación de otro micrófono más.

 

—¿Qué es… eso es karaoke? — preguntó Lionel, confundido ante la reacción del de rulos.

 

Su padre rió, asintiendo con ganas.

—Sí, Andrés suele poner karaoke para navidad.

 

—O en cumpleaños —agregó su esposa.

 

O todo el tiempo —bufó su hijo—, es un denso.

 

Scaloni rió.

—No me parece tan mala idea.

 

Los tres lo miraron.

 

—No le vayas a decir eso a mi hermano, eh —advirtió Pablo.

 

—¿No te gustan? —lo observó, curioso. El menor negó—. ¿Por? Es literalmente cantar. No podés decirme que la música no te gusta.

 

—Sí me gusta, pero no… —miró detrás de su compañero. Uno de los amigos de fútbol de Andrés tomaba el segundo micrófono mientras una canción más que conocida empezaba a reproducirse en los parlantes—. No ésta música. Nunca ponen buenas canciones en los karaokes.

 

Lionel ladeó la cabeza, mirándolo divertido.

—A ver, ¿cuáles son buenas canciones para los karaokes?

 

—No sé, alguna de rock —se encogió de hombros—. O de blues, pero no esto. 

 

De fondo se escuchaba fuerte y claro como los dos hombres, más que ebrios, gritaban en sus micrófonos: Me viste así de frente, que tremendo impacto. Para unirme a tu mirada, dime si hay que ser-

 

¡Torero, olé! — gritó el público, sumándose muy interesados al concierto que daban los amigos. El DT rió en su lugar y los padres del recién casado se fueron para verlo mejor.      

 

—No podés decirme que no te gusta Chayanne, Pablo —lo miró completamente divertido—. ¿Qué nunca las dedicaste?

 

—No —respondió como si fuese una obviedad. 

 

Lionel volvió a reír, mirándolo fijo mientras cantaba, con exageración, la siguiente estrofa de memoria. Con las manos, tiró de las del contrario, haciendo que ambos se pongan de pie.

No importa lo que se venga pa' que sepas que te quiero, como un buen torero, me juego la vida por tí.

 

Pablo rió rodando los ojos, dejándose tirar.

—Decime por favor que no dedicaste esta canción.

 

—¡Es un clásico!

 

—Es desastrosa, Lio. ¿A quién le puede llegar a gustar que lo traten de toro?

 

Fue el turno del mayor de rodar los ojos.

—Es una analogía, Pablo. Así es el arte, pero no lo entenderías porque no te gusta la buena música.

 

El menor abrió la boca, ofendido. 

—Disculpame, pero “ El Flaco” Spinetta tiene mejores analogías y letras, y no te veo dedicándolas. 

 

Arqueó una ceja.

—¿Querés que te las dedique a vos, entonces?

 

Aimar sonrió de lado.

—A ver, galán. Dale. Cantame una de Spinetta .

 

Lionel abrió los ojos sorprendido y bajó la mirada, pensativo. Luego de unos segundos volvió a mirarlo.

—¿No es el de Mariposa Tecknicolor?  

 

—Ese es Fito, corazón.

 

—Ah.

 

Se quedó pensando un poco más. Pablo soltó una carcajada, negando con la cabeza.

 

—Y si acaso no brillara el sol, y quedara yo atrapado aquí —cantó bajito. Incluso sabiendo que el karaoke de fondo hacía demasiado ruido, bajó la voz hasta casi ser imperceptible, obligando así a que Lionel tuviera que pegarse a él para entender lo que decía—. No vería la razón de seguir viviendo sin tu amor. Esa es de Spinetta .

 

El mayor sonrió. La distancia que ahora compartían era tan poca que hasta pudo sentir la calidez de la respiración en su mejilla.

 

—¿Y cuál otra tiene? —susurró el mayor. 

 

Tragó con fuerza antes de volver a hablar.

—Bueno otra que es más… más conocida es la de Muchacha Ojos de Papel. 

 

—¿Y cómo es?

 

—Y no hables más, muchacha corazón de tiza —empezó, mirando sus ojos fijamente. Lo íntimo de su cercanía hacía que pensar y concentrarse en la letra sea más difícil—, cuando todos duerman te robaré un color. 

 

Lionel frunció el ceño.

—No entendí.

 

Pablo soltó una risa, alejándose un poco.

 

—Vos me pediste que cante y te canté. Ahí la tenés, si te sirve bien y sino tenés… —desvió su mirada a la pantalla del karaoke—, tenés a Shakira.

 

Como si la cantante misma estuviera ahí, el mayor giró la cabeza con energía hacia la letra que mostraba el proyector.

 

—Uy este es un temón. 

 

Aimar lo miró fascinado mientras su rostro se iluminaba al reconocer la canción. Volvió su mirada al menor y le sonrió de lado.

 

—Yo puedo escalar los Andes sólo por ir a contar tus lunares — cantó. A diferencia de Torero, esta vez lo hizo más bajito. Más personal. No estaba la sobreactuación para causarle risas solo… cantaba. Y parecía estar disfrutándolo bastante—. Contigo celebro y sufro todo, mis alegrías y mis males.

 

Subió la mano a su cintura, atrayendo al cordobés aún más a él. Por su parte, Pablo comenzó a moverse lentamente de un lado al otro, bailando con sutileza

 

Lionel acercó el rostro al oído contrario y continuó, aún más bajo. Por ende, más grave. 

» Sabes que estoy a tus pies. 

 

—Lio… — susurró el de rulos, sintiendo como el calor se anidaba en su pecho por la intimidad que compartían.  

 

—Contigo, mi vida, quiero vivir la vida. Y lo que me queda de vida, quiero vivir contigo —siguió cantando. Acarició con sus labios sus mejillas y cuello, sin besarlo. Solo rozando piel con piel, dejando millones de cosquillas en el cordobés al recorrerlo—. Contigo, mi vida, quiero vivir la vida. Y lo que me queda de vida quiero vivir contigo.

 

Se olvidó de la letra. De la música. De todo. Acortó la distancia, aquella que por escasa era una tortura, y lo besó. Fue cálido, romántico y, al principio, lento. 

 

Pero poco a poco fue subiendo su tono y temperatura. Exhaló alejándose para que Lionel volviera a atacar sus labios, esta vez más fogoso que antes. El menor partió sus labios para darle paso a la lengua ajena y jadeó cuando sintió que sus dientes tironeaban de su labio inferior.

 

Se separaron y pegaron sus frentes. El santafesino, de nuevo, poseía esa mirada penetrante que vió hace unas horas. Por otro lado, el cordobés tenía su boca hinchada y húmeda esperando por más. 

 

—Lionel — lo llamó con voz ronca, decidido—. Vos no vas a volver a dejarme así, desde ya te lo digo. Hacete cargo.

 

El mayor jadeó ante la idea y asintió rápidamente, alejándose para buscar con su mirada la salida. Lamentablemente, el público del karaoke estaba tapando gran parte de la entrada, imposibilitando su escape. 

 

—Podemos… podemos- hay…

 

Pablo elevó la mirada hacia la aglomeración y bufó, frunciendo el ceño. Rápidamente lo tomó de la mano y tiró de él.

Seguime.

 

Lo siguió sin chistar.   

 

Caminaron por los pasillos de la galería que llevaba a la cocina y, según asumió el cordobés apenas llegaron, los baños. 

 

  • °

 

De derecha a izquierda, Pablo se movió impaciente. Buscaba una puerta grande, una que asumió que solo los baños podían tener, y eso es lo que encontró. La abrió y tiró a Lionel dentro una vez lo hizo, cerrando detrás de él. 

 

Estampó sus labios juntos nuevamente, lanzándose sobre el mayor quien lo recibió de brazos abiertos contra una pared. Luego de estar besándose un rato, el santafesino tanteó sus espaldas con la mano y notó que no era un baño. 

 

Sonriendo en el beso, mordió su labio inferior ganándose un quejido y giró sus posiciones, dejando a Pablo contra, lo que ahora sabía, era un estante. Se concentró en buscar con sus manos el borde de su camisa mientras el cordobés atacaba su cuello, dejando un rastro de besos húmedos.

 

Lionel sonrió de lado.

—Tu b-

 

Pero no lo dejó terminar. Antes de que pudiera decir otra cosa, Aimar ya estaba mordiendo su cuello, haciéndolo gemir en sorpresa.

 

Miró hacia arriba, pero por la oscuridad del cuarto no pudo ver nada. Eso lo frustró .

 

Si decís algo de mi barba, te voy a morder hasta que no te quede parte de piel sana, ¿me escuchaste?

 

Lionel tragó con fuerza y asintió con un jadeo. Satisfecho, el menor continuó pasando su lengua por los músculos ajenos, delineando la marca que acababa de dejar con especial interés. El santafesino respiraba pesado y buscaba con mayor rapidez el borde de su camisa.

 

Metió sus manos, notoriamente más grandes que las de Pablo, por debajo de su ropa una vez encontró acceso y acarició su torso. Con su mano como guía, bajó con lentitud hasta quedar arrodillado frente a él. 

 

Levantó un poco su camisa, besando la V del abdomen de Pablo, descendiendo poco a poco sus labios.

Sos hermoso, Pablo.

 

Sintió unos dedos en el cierre de su pantalón y gruñó.

—¿Qué hacés?

 

—¿Qué te parece que hago? —respondió, liberando finalmente el boxer del menor y bajando sus pantalones con cuidado. Aprovechó para dejar un rastro de besos en sus muslos que lo hicieron temblar. 

 

—Lio, no es necesario…

 

Pero quiero.

 

Gimió, tapándose la cara con las manos. Si su miembro recibía más sangre aún acabaría desmayándose, y la idea de tener a Lionel frente a éste no ayudaba para nada. 

 

—Pero no hiciste ninguno.

 

Sintió como los labios se acercaban a su entrepierna, dejándole besos sobre el boxer y tanteando con su dedo índice el elástico de la prenda.

 

Aprendo rápido. 

 

La puta madre, Lionel, en serio —gruñó, llevando sus mano al cabello ajeno para alejarlo.

 

Hubo un silencio.

 

¿No querés?

 

Jadeó.

—Si quiero, pero no te quiero… Capaz es mucho.

 

Pablo, dejame chuparte la pija. Dejate de joder. 

 

Volvió a gemir.

 

—No puede ser, me vas a matar. A ver —suspiró, intentando calmarse. Tiró un poco de la cabeza de Scaloni para alejarlo—, te voy a explicar y quiero que me prestes atención, ¿sí, corazón? 

 

La oscuridad lo estaba matando, no tenía forma de saber cómo recibiría su compañero los comentarios si no lo veía. 

 

Decime, amor.

 

Quiso volver a gemir solo por el apodo pero se contuvo, mordiendo su labio.

 

—Lo primero es que tengas cuidado con los dientes, duelen bastante, aunque eso probablemente ya lo sepas. Tenés que separar bien la mandíbula, porque sino…

 

Lionel, mientras lo escuchaba, había bajado su boxer y acariciaba su miembro con lentitud, volviendolo loco.

 

Decime —habló cómo si nada, envolviéndolo por completo con su mano. Estaba cálida y era más grande que su propia mano. Gimió, apretando las suyas como puños contra el estante en el que se apoyaba—. Hablame, Pablo. Te escucho. Enseñame.

 

—Me lo- me lo estás haciendo a… a propósito. Sos un hijo de puta .

 

Escuchó una risa debajo de él acompañada de un aumento de ritmo , encontrando el movimiento perfecto. Le sacó otro gruñido.

 

—Me dijiste que me ibas a enseñar. Me estoy aburriendo , ¿qué querés que haga?

 

Pablo mordió su labio, procurando concentrarse en la explicación que pretendía darle y no en la sensación que sus manos ásperas tenían sobre su virilidad, porque sino perdería, absoluta e irremediablemente, la cabeza.

 

—Me tenés que —suspiró pesado, llevando sus manos de nuevo al cabello corto de Lionel—, tenés que abrir bien grande la boca. E ir de a poco, la idea no es que te ahogues sino…

 

Aumentó la velocidad.

Ajá.

 

Vas a tener que —gruñó, cerrando con fuerza sus ojos. Eso le estaba siendo imposible, los pasos a seguir cada vez eran más borrosos en su mente—. Me vas a… a tocar la pierna si te sentís mal y paramos. Y andá a tu ritmo, si no… si no, yo me encargo, pero me gustaría que- Lionel la puta que te parió.

 

—¿Cómo, amor? —jadeó, subiendo un poco más el ritmo—. ¿Terminaste de hablarme? ¿Eso es todo?

 

Pablo movió una de sus manos y la llevó a la base de su pene, sacando la mano ajena.

 

Empezá cuando quieras.

 

Y eso hizo. 

 

Al estar todo a oscuras, las sensaciones eran mucho más intensas que de costumbre. No podía depender de sus ojos, solo de su tacto. Solo de su oído. 

 

Por lo que cuando una humedad nueva se asentó en la punta de su miembro, recubriendola por completo, Pablo tuvo que tirar su cabeza hacia atrás, apretar sus párpados con fuerza y gruñir para no acabar en ese mismo instante. No se esperaba el momento en el que iniciara ni mucho menos cómo se sentiría. 

 

La sola idea de que, encima, quien lo estuviera lamiendo fuese Lionel, hacía que la tarea de durar más de dos segundos fuera muy difícil. 

 

Volvió a pasar una de sus manos por su cabello, acariciándolo mientras poco a poco engullía su pene, sacándole más gruñidos aún. 

 

Era lento, medio tosco y no siempre se acordaba de lo que le dijo sobre los dientes. Aún así, tenerlo para él de esa manera la convertía en una de sus mejores experiencias sexuales. 

 

Porque era Lionel. Y Lionel quería comerlo. 

 

Entonces él lo dejaría. 

 

Gimió ante la pérdida de calidez, sintiendo como sus dedos sostenían la base y se alejaban poco a poco, tosiendo al liberarse. Rápidamente, Pablo frunció el ceño y acarició sus mejillas.

 

¿Lio? ¿Corazón, estás bien? 

 

—Sí —respondió luego de un tiempo con la voz rasposa, probablemente por la acción que llevó a cabo—. Lo de ahogarse era en serio.

 

—¿Pensaste que te mentía?

 

Pensé que exagerabas.

 

Aimar rió, negando con la cabeza a pesar de que no pudiera verlo.

¿Nunca te la chuparon, salame?

 

—Sí, pero no se ahogaban. Es más difícil de lo que creí.

 

Volvió a reír.

—Si querés, podés dejarlo.

 

No —sentenció, moviendo su manos más rápido por el miembro. Una vez más, al agarrarlo por sorpresa, Pablo gimió—. Te voy a hacer el mejor pete de tu vida, ya vas a ver.

 

De vuelta, la humedad de la boca ajena se hizo presente en él, subiendo y bajando con más rapidez. Se alejaba, tomaba aire y regresaba en movimientos constantes de cabeza. 

 

El cordobés estaba tan extasiado que ya ni siquiera podía pensar con claridad. Apretó el pelo ajeno con fuerza y se dejó caer contra el estante, sintiendo como las piernas comenzaban a fallarle.

 

Lio, voy a… Alejate un poco así…

 

Pero Lionel siguió bastante más rápido que antes. El menor gruñó, encorvando su espalda, mirando hacia donde sentía que estaba el santafesino.

 

Gimió, exhalando todo el aire que tenía y lo alejó a la fuerza. Tomó su pene con la mano libre y, con un par de movimientos más, acabó, mas no vió bien en dónde. 

 

Asumió que en la remera de Lionel, prenda que luego se encargaría de limpiar.

 

Suspiró, dejándose caer hacia el piso sin fuerza alguna. Apoyó sus brazos en sus rodillas y se quedó unos segundos recuperando el aire. Sintió a Scaloni imitarlo frente suyo, tosiendo cada tanto.

 

Luego de varios segundos en silencio, escuchó.

 

Me entró en el ojo.

 

Pablo se movió con rapidez, tirándose hacía el contrario para ver si podía ayudarlo a limpiarse, completamente avergonzado.

 

—Ay, no. Perdón, Lio. Perdoname.

 

El contrario rió, aún con voz ronca.

—Tranquilo, ya me limpié.

 

Eso no lo calmó en lo absoluto. Perdiendo todo el valor que había juntado por la calentura, movió sus dedos con cuidado hasta sentir sus mejillas y las acarició, buscando cualquier resto de él que haya quedado.

 

El DT tomó su mano y besó la palma con cariño.

 

Perdón —insistió el cordobés.

 

Lionel sonrió. Lo sintió porque aún tenía sus labios pegados a su mano.

 

—No me pidas perdón, estoy bien. En serio.

 

El de rulos se tiró a abrazarlo. El santafesino lo resguardó en sus brazos, acariciándolo con dulzura. Luego de estar un rato así, se acomodó mejor, dándole la espalda y permitiendo que acomode la cabeza en su cuello. 

 

—¿Estás bien?

 

Mhm —notó el pecho del mayor vibrar en respuesta—. Fue divertido. ¿Te gustó?

 

Pablo rió.

—¿Cómo no me va a gustar si…?

 

Pero se calló al sentir una punzada en su espalda. Al principio estaba confundido, pero cuando entendió no pudo evitar una sonrisa malévola en su rostro.

 

—¿Pablo?

 

—Sí, perdón. Estaba buscando mi boxer —mintió, moviéndose de las maneras más exageradas que encontró dentro del mismo espacio, causando un roce constante contra aquello que lo molestaba—. Te decía, estuvo muy bueno.

 

El abrazo del mayor se tensó.

Ah.

 

—Quizás con un poco de práctica logres mejorar —continuó, restregandose aún más contra la erección del mayor—. Pero bueno, eso con tiempo. Tranquilo. 

 

Sintió un gruñido y una exhalación pesada en su nuca. 

Pablo…

 

—Decime —contestó, fingiendo inocencia.

 

—Necesito que… Por favor —susurró, dejando caer su cabeza contra su nuca—, quédate quieto, amor. 

 

¿Por qué?

 

Silencio.

—¿Cómo?

 

Llevó hacia atrás su mano, quedando sobre la entrepierna del contrario.

—¿Por qué me debería quedar quieto cuando tenemos esto por acá?

 

Scaloni gruñó.

—Dejalo, ya se me va a pasar.

 

—Pero puedo hacer algo .

 

—Si estás cansado, no es necesario. Yo… yo después me encargo.

 

Pablo bufó, negando con la cabeza. Se levantó un poco y se sentó, sin mucho más problema, sobre la erección aún atrapada en la ropa interior. Ambos gimieron.

 

Lionel enterró su cara en el cuello ajeno, suspirando pesado. Aferrado a su cintura, se movió un poco para adelante para hacer más fricción, dejando salir un gruñido. 

 

De repente, Pablo vió todo. Con la suficiente claridad, notó que estaban en una clase de armario con muchos estantes y que, dónde se encontraban sentados, era una alfombra. Vió todo porque, obviamente, las luces fueron prendidas.

 

Le siguió un grito y alguien, quien había abierto la puerta, la cerró de un portazo. De forma automática, ambos hombres se reincorporaron. Pablo se vistió con rapidez, palideciendo al entender qué sucedió. 

 

Estaban sentados de espalda a la puerta por lo que, en sí, no había mucho para ver. Pero, lo poco que sin duda sí vió, hizo entender con rapidez la situación.

 

Se acercó a la puerta tragando con fuerza sintiendo, de repente, toda la calentura apagarse y el peso de su alma a los pies. 

 

Del otro lado, escuchó un suspiro.

—Que hijo de puta. Mirá que yo te dije que no me hicieras invitar minas al pedo. 

 

Exhaló tembloroso, pero también un poco aliviado al saber que, quien los encontró, era Victoria.

 

Por lo menos no era Andrés.

 

—¿Qué hacés? —respondió, más ronco se lo que intentó sonar.

 

¿Cómo que 'qué hago'? Vengo a buscar el cotillón, tarado. ¿Qué estás haciendo vos ?

 

El cordobés se giró rápidamente. En los estantes, por supuesto, estaba el cotillón. Lionel, parado detrás de él, imitó su gesto analizando el cuarto en el que estaban, ahora que podían ver. 

 

De hecho, una vez que la luz lo permitió, logró divisar los labios rojos, pelo despeinado y manchas en la camisa del mayor. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no calentarse de nuevo. No era el momento. 

 

Bajó la vista a su entrepierna que seguía ahí, insistente como antes. Lionel tosió y Pablo lo miró, esta vez a los ojos, encontrando una divertida sonrisa de lado en el santafesino, y una expresión cuya pregunta estaba implícita: ¿qué mirás?

 

Volvió a la puerta, apoyando su frente en ésta.

—AhÍ te, eh… ahí te dejo pasar. Dejame que… ordene un poco.

 

Del otro lado, la mujer rió.

Que culiado. Dale, te espero. 

 

Pablo agradeció mentalmente lo ebria que parecía estar, se le notaba más tranquila. Lo cual era raro, pero conveniente teniendo en cuenta lo que estaba pasando. 

 

Ordenaron, limpiaron lo poco que ensuciaron, y, cuando el cordobés estuvo a punto de abrir la puerta, a lo lejos oyó:

¿Y el cotillón, Vicky?

 

Aún más pálido que antes, congeló su mano sobre el picaporte. Era Andrés.

 

—Ah, hola, bebé. Eh… —tosió la mujer—, lo… lo traen los mozos, me dijeron.

 

¿Pero no venías a buscarlo vos?

 

Sí, pero me acordé que… O sea, es mi casamiento — insistió ella. Se la escuchaba un poco más lejos de la puerta— , ¿cómo voy a estar trabajando? Mejor vayamos a bailar, ¿no?

 

Hubo silencio. Pablo soltó lentamente la manija y se alejó, chocando con suavidad contra el cuerpo de Lionel. Éste lo acarició y susurró en su oído un tranquilo, no va a entrar.

 

Pero, ¿y si entraba? ¿Cómo podía justificar todo ese desastre?

 

Suspiró. Si no estuviera tan caliente todavía, se largaría a llorar. 

 

Ah, ya encontraste el lugar, tonta — rió Andrés. Parecía bastante ebrio—. Es esa puerta de ahí.

 

—¡Escuchá, amor! ¡Es Wisin y Yandel! — exclamó Victoria, aparentemente referenciando a la música de la pista que Pablo no pudo identificar—. Dale, bailá conmigo. Me encanta este tema, ¿me vas a dejar sola?

 

El Aimar menor se rió.

Vamos, entonces. Pero este nomás, que me duelen los pies ya.

 

Después de algunos minutos, y sonidos de pasos alejándose, exhaló tembloroso. Se tapó la cara con las manos y no pudo evitar soltar una risita nerviosa. 

 

Lionel se apoyó contra el estante y rió también. 

 

—No puede ser que nos pase esto, la puta madre —soltó el menor, tomando aire luego de las carcajadas—. Mirá que justo vamos a entrar al cuartito de mierda del cotillón.

 

—No me arrepiento —respondió el DT entre risas—. Lo hizo más emocionante.

 

—A vos te gustó porque no fue tu hermano el que casi te encuentra en pelotas —rió el cordobés, consiguiendo carcajadas como respuesta.

 

Tiempo después, cuando ambos se calmaron, Lionel lo miró y extendió su mano.

—Vámonos. 

 

—¿Querés volver afuera? ¿En serio?

 

El mayor negó con una sonrisa.

—No, creo que se terminó la fiesta para nosotros.

 

Pablo se quedó mirándolo unos segundos. Cuando entendió, tomó la mano que le ofrecía y salieron. Tuvieron cuidado después de cada pasillo, mirando cada mínimo movimiento que encontraban para asegurarse que nadie notara su ausencia. 

 

Se escaparon de la mano, llegando al hotel. A los pasillos. En el ascensor, se besaron. Y cuando abrieron la puerta de su cuarto, no había mucho más que decir. 

 

Lionel aprisionó a Pablo contra el semi-muro de la entrada, levantándolo por detrás. El menor sonrió en el beso, mordió su labio inferior y enredó las piernas en su cuerpo. Así, elevándolo sin mucho esfuerzo lo llevó a la cama y ahí lo dejó, mientras el cordobés se concentraba en seguir mordiendo y lamiendo su cuello.

 

—No te dije nada de la barba —susurró con voz ronca, refiriéndose a sus mordidas.

 

Es por precaución. 

 

Jadeó sobre su oído y comenzó a desabotonar la camisa del cordobés. Pocos segundos después ya descansaba en el suelo de la habitación. Bajó sus labios al torso de Pablo, dejando recorridos de humedad por dónde pasaba su lengua. 

 

El menor soltó una exhalación pesada a la vez que se desesperaba por quitarle la camisa al contrario.

Sacate esta mierda, dale. 

 

Lionel gimió y asintió, reincorporándose y desvistiéndose con rapidez. Impaciente, Pablo pasó la mano por su zona abdominal, acariciándolo.

 

El santafesino se acercó y, bajando el pantalón con cuidado, besó cada centímetro de piel descubierta que encontraba. Pablo miró al techo, jadeando.

 

No sabes lo que me costó no hacer esto la primera vez —susurró con voz grave, besando el interior de sus muslos.

 

Aimar llevó sus ojos al contrario, confundido.

—¿Qué?

 

—Es la segunda vez que te desvisto, Pablito —sonrió, conectando con su mirada. El de rulos agradeció estar acostado, porque la postura de Lionel sacándole los pantalones era algo digno de un desmayo.

 

Mentira. Me acordaría.

 

—Parece que no —exhaló tan cerca de él que el vello de su pierna se erizó ante la calidez—. Fue el día que te busqué en la despedida de soltero. El día que andabas toqueteando al rubio ese.

 

Pablo gimió ante el cambio de tono en su voz. No podía con la idea de Scaloni celoso por él, sacaba a la luz su peor lado

 

Aquél que se volvía loco por sentirse deseado.

 

—Si ya lo hiciste una vez metele —gruñó, obviando parte de ese comentario—. Dale, apurate.

 

Asintió, quitando finalmente su pantalón y dejando que Pablo hiciera lo mismo con el suyo. Apenas lo vio en bóxer, se tiró a él para quitarlo, viéndose frenado por el pie del cordobés en su hombro. 

 

Pablo —jadeó.

 

Segunda lección —contestó divertido. Estirándose un poco hacia el costado de la cama, extendió su brazo y atrajo a él su valija. Abrió un bolsillo externo, sacó una botellita y volvió a incorporarse en la cama, esta vez sentándose contra el respaldo. Destapó la botella y esparció su contenido en dos de sus dedos mientras continuaba hablándole a su compañero—. Y prestá mucha atención porque no lo voy a repetir.

 

Lionel tragó con fuerza y se sentó en cuclillas, mirándolo.

Bueno.

 

—Antes de cualquier cosa, en el sexo anal hay que prepararse previamente, cómo quizás ya sepas —suspiró. Llevó su dedo anular y el del medio a su entrada, introduciéndolos lentamente. Gruñó, cerrando los ojos con fuerza, moviéndolos con cuidado. No hacía eso desde hace bastante tiempo. Con el pasar de los segundos, encontró un vaivén más natural, por lo que introdujo otro dedo más, gimiendo al hacerlo—. Así es como me gusta a mí. Te lo vas a aprender porque te va tocar a vos hacerlo, ¿entendido?

 

Levantó la vista. Scaloni lo analizaba con una mirada tan oscura que le sacó otro gemido. Sus manos apretaban con fuerza las sábanas debajo de él. Nunca dejó de observarlo.

 

—Pablo… —suspiró al escucharlo gemir. El nombrado desvió la mirada, encontrando demasiado intenso el quedarse viéndolo como estaba haciendo —. Aprendo rápido, ya te dije. Te puedo ayudar.

 

—No —mordió su labio, sonriendo. Quería, más que nada, molestarlo—. Mirá y aprendé primero. Sin tocar.

 

La puta que me parió —exhaló, bajando finalmente su bóxer y acariciándose a él mismo. Suspiró, tembloroso.

 

Sin tocar te dije.

 

Lionel lo miró nuevamente.

—Pero…

 

Pablo sacó sus dedos y abrió un poco mejor sus piernas.

—Empezá cuando quieras. 

 

El mayor gimió ante la invitación y se acercó, besando con desesperación su cuello. El cordobés hizo su cabeza a un lado, dándole espacio para que lo llenara de besos si así deseaba, sonriente.

 

Finalmente bajó la mano, posicionó su miembro en la entrada del de rulos y se introdujo con cuidado. Pablo tiró su cabeza hacia atrás, gruñendo en sorpresa. Lionel enterró su cabeza en el cuello contrario, mordiendo a la vez que penetró hasta quedar por completo dentro del contrario. 

 

Se quedaron unos segundos quietos. Aimar subió su mano y se aferró a la espalda ajena.

 

Te amo —jadeó Lionel, alejándose lo suficiente para mirarlo a los ojos. Subió una de sus manos y acarició su pelo—. Te amo, Pablo.

 

Éste sonrió.

Yo también te amo, Lionel.

 

Y con eso empezó a moverse. Para que el dolor no fuera tanto , con una mano libre empezó a masturbarlo, permitiéndole distraerse con eso y con el constante choque se sentía dentro suyo.

 

Aumentó la velocidad y elevó sus caderas un poco, tocando ese punto que hizo que Pablo dejara caer su cabeza hacia atrás y se aferrara con más fuerza todavía a su espalda. 

 

Lionel gimió, bajó su rostro y besó uno por uno los lunares que encontró en el brazo del de rulos, mientras entraba y salía con más fuerza todavía, ganándose un hermoso conjunto de sonidos del contrario.

 

Seguí, ahí, s-seguí —gimió, bajando la frente para ver cómo su entrada era penetrada por el mayor—. Más rápido, m-más.

 

Soltando una sonrisa de lado, repentinamente frenó sus caderas, dejándolas quietas y con todo su miembro fuera del cuerpo ajeno. También dejó de masturbar a su compañero simplemente se quedó… quieto. Pablo lo miró con el ceño fruncido.

 

—¿Qué pasó? No te ent-

 

El de rulos levantó una mano rápidamente y tiró de su cabello con algo de fuerza, ganándose un jadeo como respuesta.

 

—Movete ya mismo. No me hagas calentar, Lionel.

 

La sonrisa burlona del mayor se disolvió en una mordida de labios, asintiendo con la cabeza.

Sí, mi amor.

 

Y diciendo esto, tomó su cintura con ambas manos y se enterró en él, provocando un grito en Pablo que lo obligó a aferrarse tanto en Lionel que terminó por abrazarlo. 

 

El mayor rió.

 

—¿Así te gusta, Pablo? — salió y volvió a entrar—. ¿Esto era lo que me pedías? 

 

El de rulos apretó con fuerza los párpados y bajó una mano, tocando su miembro desatendido.

S-sí.

 

—¿Sí qué?

 

Jadeó, besando su mejilla.

Sí, corazón. Seguí así.

 

Así siguió, embistiendo con un ritmo acelerado y constante el punto exacto del cordobés, quien al concentrarse también en su propio pene, estaba al borde de acabar. 

 

Quiso avisarle, pero en las últimas penetraciones Lionel tomó sus piernas y las subió a su hombro, haciendo imposible seguir. Acabó, manchando de semen todo su abdomen y un poco del pecho del DT. 

 

Dejó caer su cabeza en la almohada, empezando a sentir las consecuencias de eyacular dos veces en un lapso corto de tiempo. Miró a Lionel, quien se veía divertido observando a su miembro tener los últimos espasmos de su descarga .

 

Sonrió y se acercó, besando los labios de Pablo. Continuó con su vaivén, y como ahora el menor estaba más sensible , se percató mucho más de cada movimiento. Se concentró en el beso más que en el dolor y bajó de su boca al cuello, dejando un rastro de besos suaves al pasar. No muchos segundos después, el santafesino sacaba su miembro y lo estimulaba con su propia mano para acabar en las sábanas. 

 

  • °

 

Exhaló, cansado, y se acostó al lado de Pablo. Se giró a verlo.

—¿Estás bien?

 

Asintió, cerrando los ojos y permitiéndose recuperar la respiración. Sintió calidez a su izquierda y supo enseguida que era Lionel, así que abrió los ojos para verlo. 

 

Había apoyado su frente en su mejilla. Pablo sonrió con ternura y lo abrazó, descansando su cabeza en el pecho contrario. Para su suerte, no solo fue correspondido sino que también ligó mimos.

 

Nuevamente bajó sus párpados, bastante cansado pero feliz. Inmensamente feliz.

 

—¿Qué pensas? —susurró sin abrir sus ojos. 

 

—Me estoy dando cuenta que te gusta tratarme mal a veces —sintió su pecho subir y bajar mientras respiraba—. Aparte de eso, todo bien.

 

—¿"Todo bien"? —giró la cabeza para encontrarse con su mirada. Lionel sonreía de lado, divertido—. ¿Me vas a poner estrellas ahora?

 

—Si te interesa, son cuatro de cinco . Felicidades.

 

Pablo entrecerró los ojos.

Vos me llegas a poner cuatro de cinco y te tiro por la ventana. 

 

—¿Ves que me tratas mal? —rió, negando con la cabeza—. ¿Qué pasó con tus te amo? 

 

—¿Por qué me pondrías cuatro de cinco? —lo ignoró, volviendo al tema de la puntuación. Se reincorporó un poco, apoyándose en sus codos—. ¿Qué hice mal?

 

Scaloni suspiró, levantando su mano y acariciando sus rulos.

Nada, ¿pero con qué querés que lo compare? Es la primera vez, no puedo darle un cinco, ¿y si después viene una mejor incluso? 

 

Sabía que estaba bromeando, lo sentía en su tono de voz. Aún así, le pegó.

 

—Si no me ponés un cinco no va a haber una mejor. No hay otra —se acercó nuevamente, quedando cerca de su rostro—. Decime qué te pareció en serio, por favor.

 

Era la primera experiencia de Lionel con un hombre. Si bien normalmente aceptaría sus jodas y las respondería, en ese momento se sentía más vulnerable de lo normal, probablemente por el estado en el que estaban. 

 

Necesitaba saber qué le había parecido. Aunque, en realidad, lo que necesitaba saber no era eso. Quería cerciorarse que no se arrepentía. Que lo que sintió con Pablo era algo bueno . Que no iba a huir del asunto. 

 

Quería que se quedara con él porque se había sentido bien, y no podía hacerlo si seguía bromeando como de costumbre.

 

Lionel pareció entenderlo.

 

—Fue mejor de lo que imaginé, Pablo. Fue perfecto porque vos sos perfecto. No me mires así, lo digo en serio —con una mano, lo atrajo desde la nuca hasta quedar a centímetros de su rostro—. Te amo y amo todo de vos. Tu cuerpo, tus actitudes, tu forma de pensar. Todo. ¿Cómo no voy a amar esto también?

 

El cordobés asintió y cerró la distancia con un beso. 

 

Bueno, no hacía falta ser tan cursi —sonrió, volviendo a acostarse en su pecho.

 

Ahora sí podían bromear.

 

El DT rió, lo sintió en las subidas y bajadas de su pecho.

—Anda a cagar.

 

Hubo una charla nocturna, no muy duradera debido a su cansancio, pero bastante restaurativa en cuanto a sus inseguridades . Durmieron abrazados, dejándole ver a Pablo que no solo se estaba mal acostumbrando a estar sus brazos, sino que ya no querría conciliar otra noche de sueño sin el otro presente. 

 

Cuando se hizo de día, los primeros en pararse en el muelle fueron ellos dos. Incluso antes que los novios. 

 

El motivo era sencillo; debían llegar a Qatar cuánto antes. En cinco días tendrían el partido amistoso contra Emiratos Árabes Unidos y en tres se cumpliría el plazo máximo para entregar la lista de jugadores. 

 

La presión del Mundial , sumado a que sus compañeros del cuerpo técnico ya estaban en Abu Dhabi, hizo que de repente todo el estrés que habían estado intentado evitar durante las últimas semanas, cayera sobre sus hombros con un peso descomunal. 

 

Pablo se desperezó, estirando sus brazos y girando su cuerpo, buscando despertarse un poco más. Haber dormido menos de tres horas no ayudaba para nada, pero bueno , pensó que ese quizás era el precio a pagar por tomarse unas pequeñas vacaciones para ver a su hermano casarse. Hermano el cuál, junto con Victoria, llegaba a despedirse de ellos con cara de dormido.

 

Eran las siete de la mañana , tenía sentido. Más que nada teniendo en cuenta que la fiesta terminó, según escuchó, alrededor de las cinco

 

Vió a sus padres llegar y a Laura también, caminando detrás de ellos con lentes de sol, termo en brazo y mate en mano.

 

Gracias por venir . A los dos —sonrió Andrés una vez soltó a su hermano—. Y gracias, Pablin , por tu discurso. Después tenés que pasármelo, no me lo quiero olvidar.

 

El de rulos tomó su celular, sacó la funda y le entregó el papel que escondía detrás. Andrés pareció sorprendido y lo volvió a abrazar, agradeciéndole otra vez.

 

Luego de eso llegó Victoria, quien lo miró con las cejas arqueadas, probablemente insinuando el accidente que tuvieron anoche. Pablo tragó con fuerza y se limitó a abrazarla y agradecerle todo.

 

—Ah, les tengo que dar esto —comentó el de pelo rizado, recordando momentáneamente el regalo. Sacó de su bolsillo un sobre dorado con un moño plateado y se lo entregó a Andrés, quien al instante lo abrió al lado de su esposa para que ambos pudieran verlo bien—. Es para su luna de miel o después, la verdad no sé si tiene fecha de vencimiento, no debería. Me olvidé de dárselos ayer y no quería dejarlo en la mesa de regalos, me parecía poca cosa en comparación a la batidora que estaba ahí.

 

—Recomiendo el Pinot Noir —agregó Lionel detrás de su hombro, sonriente—. Es muy rico. Más que nada si es joven.

 

La mujer sonrió y le sacó el sobre a su marido.

—Nos vamos a poner muy en pedo, amor. Me encanta.

 

Pablo rió.

—Me alegra no haberme ido por una tostadora entonces.

 

El turno de despedirse le llegaba a sus padres, quiénes bendijeron su viaje y les desearon suerte. Por último, Laura.

 

—¿Vos estás mejor, peque? —lo miró y miró a Lionel. Éste pareció no entender—. Con lo, eh… ¿lo tuyo?

 

—Sí, Lau —sonrió su hermano—. Mejor. Creo que, eh… creo que nos va a ir bien.

 

Ella asintió.

—Me alegra escucharlo. Bueno, buena suerte allá, pibito , no te vayas a estresar demasiado.

 

—Vos sabes que me estás pidiendo algo medio imposible.

 

Rió.

—Por lo menos no te quedes pelado del estrés por favor. Te falta para eso.

 

Ambos rieron.

—Gracias, Lau. Lo voy a intentar.

 

El barco llegó, indicando que ya era hora de irse. Tomaron sus valijas y dieron una última despedida general.

 

Andrés pareció emocionarse de nuevo, porque la voz le temblaba.

¡Y no es necesario que ganen, ustedes diviértanse!

 

—¡Mentira, ganen! ¡Lo que importa es ganar! —contradijo su papá. Su madre y Laura rieron.

 

¡Saluden a Messi de mí parte! —agregó Victoria, sacudiendo su mano en el aire. 

 

Riendo, subieron al barco y se sentaron cerca de la ventanilla, mirando poco a poco cómo las personas en el muelle se volvían diminutas.

 

Pablo suspiró y dejó caer su cabeza contra la pared del barco.

—Bueno… ya está. Terminó.

 

—Terminó —asintió Lionel a su lado, jugando con la manija de su equipaje.

 

—Ya sos libre.

 

El DT lo miró confundido.

—¿Qué?

 

El trato —sonrió el de rulos—. Oficialmente se terminó el casamiento de Andrés. Dejás de ser mí pareja falsa , quedas absuelto de tu contrato.

 

Imitó su sonrisa.

—¿Qué, me estás diciendo que ahora tengo que pedírtelo en serio?

 

—Pará, pará —rió, negando con la cabeza—. No te emociones, que primero hay cosas más importantes . Cómo por ejemplo; ¿cómo le decimos al Ratón que cambiamos de opinión sobre las habitaciones de Qatar sin que nos ahorque?

 

—¿Cómo? —lo miró extrañado—. ¿Vos y yo no dormíamos juntos?

 

Puede ser que le haya pedido que lo cambie cuando empezamos lo de, eh… lo del noviazgo —Scaloni lo miró con su mejor cara de culo, por lo que Aimar se tuvo que apurar a levantar sus manos en inocencia—. Banca, no me mires así. Pensé que si las cosas eh… salían mal, y yo te terminaba incomodando después del casamiento, no íbamos a querer compartir una habitación, entonces le pedí que me cambie. Pero seguro que se puede arreglar.

 

—Vos sabés cómo es el Ratón. No se puede modificar, nos va a asesinar —suspiró—. ¿Por quién me cambiaste?

 

—Por Luifa.

 

Frunció el ceño.

—¿Y yo con quién quedé?

 

—La verdad no sé, no le pregunté —se quedó pensando—. ¿Será con Mati?

 

—Está bien. Entonces me quedo con Mati , a ver si él no me muerde tanto. 

 

Pablo soltó una carcajada y negó con la cabeza.

Sos un pelotudo.

 

—Ah, y que me trate bien —sonrió burlón—, eso estaría mejor.

 

Rió aún más, rodando los ojos.

—Ya entendí, llego y hablo con él para que nos cambie. 

 

—No, por favor —agregó, divertido—. Ya planeé todo con Mati, no me hagas esto.

 

Capaz podamos hacer una cita doble con él y Luifa entonces, ¿te va?

 

Ambos rieron y, cuando quisieron acordar, tierra firme se veía en la ventanilla. Estaban a punto de llegar.

 

Pablo sintió nervios de repente. El estar alejados de todo en una isla le había creado una sensación de comodidad que ahora lo abandonaba de un segundo a otro, ¿cómo poder estar juntos si, de ahora en más, tendrían cámaras por todos lados? ¿Cómo resistiría el querer estar pegado a él en todo momento? ¿Cómo camuflar algo tan intenso, tan nuevo, frente a tantos ojos?

 

Tenía que burlar a la televisión, a sus compañeros y a veintiséis jugadores. A cocineros, utileros, médicos, personal de limpieza… 

 

—¿Pablo? 

 

Lionel puso una mano sobre su espalda, preocupado. Sólo entonces notó que se estaba acelerando al respirar. 

 

Apretó sus labios, intentando calmarse.

 

—Estaba pensando en… en cómo… en qué vamos a… a hacer, Lio —suspiró, frunciendo su ceño—. Hasta recién todo fue una pavada pero allá… Es mucho tiempo con mucha gente y yo no sé si vamos a poder. ¿Qué pasa entonces? ¿Qué pasa si no podemos? 

 

Scaloni lo miró. Llevó una mano a su rodilla, cerca de la del cordobés, abriéndola con el dorso apoyado en su pierna. Extendía, así, una invitación implícita.

 

Pablo la observó y luego volvió a sus ojos. 

 

Entonces, habló.

Lo intentamos, Pablo —sonrió a medias, con ternura—. Y si no podemos, le buscamos la vuelta. Ya lo hicimos antes, tenemos que afrontarlo juntos. Si estamos los dos… si somos un equipo, algo se nos va a ocurrir. 

 

Volvió a ver su mano abierta y suspiró. Dudó.

 

Si estaban juntos, no importaba lo que pasara, le iban a buscar la solución. Eso hicieron antes, eso harían en un futuro. Por eso funcionaban tan bien juntos, porque podían seguir intentando, pase lo que pase. 

 

Por lo menos eso tendrían siempre ; un intento. 

 

Asintió, encontrando confort en lo que dijo. Las dudas empezaban a disolverse y la ansiedad se calmaba cada vez más, yéndose junto con el sonido de las olas fuera del barco. 

 

Levantó sus ojos y observó a Lionel, quién todavía parecía expectante de una respuesta. Le sonrió, y sin dejar de mirarlo, bajó su propia mano a la del mayor.

 

Entrelazó sus dedos, aceptándolo.


Y aceptando, así, su invitación.

Notes:

🎁 🎁 🎁
https://drive.google.com/file/d/1y18r2G5z6ivBGnullAcRDRhu3dZka-jy/view?usp=sharing

Si no lo pueden abrir, en twitter (soy @moonandau ) me lo piden y se los envío.

Gracias por leer, nos vemos en la próxima historia!

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