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Cabellos y sudor recorrían su rostro, y sus dedos apretaban la cadera bajo la suya, yemas hundiéndose entre la silueta de los huesos. La docilidad de su amante se desplegaba cual revoloteo. Sonrió. Los músculos de sus hombros se tensaron y la presión se transformó en un clack que erizó los iris frente a él. Un temblor que recorrió la respiración enmudecida de su amante y convirtió el aire en agonía.
Se lamió los labios y esperó…
*
Los matices de Wano se desvanecían tras los rastros del Red Force y la fiesta en cubierta había mudado sus formas sobre la isla más próxima. Atracados en su orilla empedrada, la tripulación desplegaba su algarabía sobre la playa solitaria. Copas y tarros rellenaban solos. Su familiaridad coloreaba las mejillas de Marco, el peso de sus muertos sostenido por la compañía que iba calentando de su corazón a las mejillas, de sus labios a su vientre.
El brazo de Shanks envolvía su cuerpo y entre las risas iluminando sus comisuras, la tibieza aumentaba. Los hombres rotaban sus turnos junto a la hoguera, pero ellos se mantenían invictos junto al fuego. El sereno los humedecía y el peso del abrigo de Shanks cubrió su forma, después la mano del pelirrojo mudó su presencia a su muslo, caricias circulares que lo inclinaban cada vez más al espacio entre su cintura y hombro. Ahí, acunado por el último emperador que compartió era con su padre, rodeado de una familia que lo cobijaba como suyo, sentía retornar el cálido palpitar de su corazón de ave.
Las danzas y cantos multiplicaron su forma, mientras los ondulares de los hombres y sus risas atizaban los apetitos del fuego. Marco se dejó arrastrar, bajo miradas expectantes y sonrisas cómplices que observaron complacidos los dedos de su capitán sosteniendo su barbilla. La absurda suavidad de los cabellos rojizos rozando sus mejillas, desaparecieron las siluetas en sus pupilas. El aire que escapó de sus labios fue bebido por una lengua que se deslizó a través de su aliento, sumergiéndose entre el redoblar de la música, los aplausos y silbidos vitoreando la conquista de su jefe.
Tras décadas de contemplación y búsqueda el grumete del Oro Jackson tenía en su mano el delicado plumaje del fénix.
La ofrenda de su canto.
El calor de las risas mudó a la compañía hundiéndolo en la cama, el arrastrar de la piel abriendo formas. Desde el apetito las telas se rasgaban. El mango de Gryphon escondía el paradero de una mica que abandonó su armazón cereza. El anhelo de los años alimentaba el hambre de sus lenguas, la cosecha de presión y saliva.
Marco estiró su cuerpo y los músculos de su abdomen lo delinearon, desdoblando sus formas, sucumbiendo el anhelo de sus piernas por acariciar los hombros frente a él. Shanks hundió su rostro entre las subidas y bajadas de sus respiraciones, entre los gemidos y contracciones que sus dedos contraponían a la firmeza de la carne, al dolor que le estremecía las caderas y las alzaba como si toda su estructura fuese aire.
Sus iris centellaron y todas las expresiones que dibujaban espejeaban frente a ellos, bebían de los músculos tensos y las vibraciones de la lengua. El equilibrio de sus movimientos mudó sus posiciones y en los temblores que atravesaban el abdomen apretado de Marco, el camino de la tinta centelló la humedad de su placer. Sus uñas se hundieron junto a la carne y el canto que nació fue recompensado con dientes abriendo las capas más delicadas de su cuello.
El cían revoloteó entre la sangre que humedecía los labios de Shanks, y en el sutil frenar de los movimientos la presión contra sus caderas y el empuje de su voluntad contra la cama algo cambió en el aire, una electricidad que extendió sus extremidades como si agujas invisibles lo fijasen a la cama y expusieran su cuerpo ante un predador cuyos colmillos relampagueaban satisfacción y saliva. Sin poder oponerse ni desvanecerse el miembro de Shanks se hundió en él, si gritó no pudo escucharse, solo sentía su fuego arder ante las embestidas que luchaban por romperlo, pero cuando sus músculos consiguieron responder la presión aumentó y la única sensación que existía era el camino de su miembro atravesando sus llamas
Desvaneció.
Sus caderas y alas se desplomaron como una flor llorando sus pétalos. Nunca pudo olvidar ese sonido, el frágil rugir de la carne reventando su fuego, piel desgajando huesos; el feral carmesí en las pupilas frente a él y la furia con que sus caderas rompían y rehacían su forman ante cada penetración, de la punta a la base rasgando la tersura de la piel, labrando un camino de llamas a su paso.
Trató de empujarlo si, de volar y huir de él, pero fue imposible dejar de ser un pájaro clavado a la pared.
*
Y esperó… pero el desgarre de los huesos y la piel no ardió azul.
Las llamas no nacieron nunca. Ah, mirándolo bien esos ojos no eran tan brillantes, ni ese cabello tan corto. Y el placer contra su abdomen abandonó su firmeza junto a la respiración del hombre bajo él. Ante la presión de sus dedos la carne no fue azul, solo una masa insípida y desalentadora de músculos comprimidos, de sangre arruinando unas sábanas prístinas.
Frustrado, se limpió la sangre de los muslos y entre molares oprimidos dejó que sus hombres deshicieran la escena. Dejó que la mano temblorosa de Hongo curase las pequeñas cortaduras y la sangre que sus ojos mieles no conseguían ignorar, y que la mirada desaprobadora y hambrienta de Ben lo lavase.
No era suficiente
Ninguno de esos cuerpos con ojos azules y cabellos rubios, ninguna de esas piernas abiertas y temblorosas, ninguno de esos labios hinchados de saliva.
Ninguno de ellos era suficiente.
Porque ninguno de esos hombres que estallaban carmesí habían sido Marco.
Y ahora lo comprendía perfectamente, su deseo insatisfecho, su desilusión marchita arruinando sus orgasmos y amaneceres. Ahora que su pajarito retorcía bajo él, con el rostro chorreante de sangre y el aliento empañándole los ojos, ahora que no importaba cuanto ahogase su voluntad contra la almohada ni lo delicioso que lo apretase al perder la respiración y amoratar, ahora que su cuerpo bajo él volvía a ser azul una y otra vez entre sus dedos, ahora entendía que sólo su pajarito era perfecto para él.
Sonrió, acariciando la humedad de sus mejillas siempre tersas.
Escuchaba sus garras luchando por sostener su peso, sus alas fracasando en desprenderse de las invisibles agujas que lo exponían en la pared.
⸺Detente… por favor… ⸺su saliva se derretía⸺. Shanks.
Su voz descarnaba bajo la piel de sus uñas, entre los empujones y patadas que sollozaban espasmos, un canal estrecho al que le dolía hundirse y el ritmo que rompía los huesos hasta recomenzar en un origen inmaculado.
Florecía su sonrisa al descubrir una y otra vez la absurda ligereza del cuerpo frente a él, su peso de ave. Era tan sencillo alzarlo y prenderlo en las paredes, estirar sus tendones, romperlos y abrir sus piernas. Le fascinaba la caliente elasticidad de sus muslos y la mansa suavidad de su lengua cuando lo rendía tras largas horas de devoción.
Se embriagaba en los gemidos vaporosos goteando suplicas, en el placer deshaciendo cada tejido de Marco y llamándolo, tintineando sus caderas y pestañas. En la suavidad con que apaga la luz de sus ojos cuando la humedad del semen enjuaga sus huesos.
Cuando la dulzura del cían goteaba sobre su carne y entre sollozos su fénix revoloteaba hundiéndose junto a él, aceptando su pecho, solo podía recordar aquella vez que el capitán Roger le enseñó como capturar un ave.
⸺Shhh, todo va a estar bien, pajarito.