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Christmas Eve for Pen Pen [KawoShin Xmas 2022]

Chapter 4: El vendedor de cerillas

Summary:

Por: CharlotMAD

AU basado parcialmente en el cuento del siglo XXI "La pequeña cerillera".

Notes:

Aclaraciones: KawoShin versión Anime (NGE). Angst, Hurt/Comfort.
Kaworu (18 años) y Shinji (15 años).

Chapter Text

Los copos de nieve caían suavemente sobre su nariz, haciéndole cosquillas de vez en cuando. A pesar de no tener demasiado para comer o para abrigarse, le gustaban mucho esas fechas invernales ya que sentía que reunían a todos bajo un cálido manto de esperanza. 

El pequeño Shinji Ikari se acomodó ligeramente las ropas, mientras su madre continuaba comprando; pero de pronto, algo lo distrajo. En su mirada se cruzó un chico de cabellos plateados que venía a lo lejos, cuya belleza lo asombró hasta lo más profundo. Sus ropas eran las más elegantes que había visto en su corta vida, su porte cual príncipe, lo encandilaba con cada paso al andar. Y a pesar del viento pudo distinguir a medida que se acercaba unos hermosos orbes rojos.

Instintivamente se acercó a él mientras este caminaba hacia su dirección, aunque sin darse cuenta que consigo llevaba la pequeña taza en sus manos. El chico albino a penas pudo darse cuenta de la presencia del otro cuando ya se halló a su lado bajo una capucha que le impedía ver su rostro si no se agachaba a su altura.

—¡Agh! —se sobresaltó— ¿Quién eres?

Shinji no pudo sino quedarse quieto al darse cuenta que de un momento a otro se había acercado demasiado a quien estaba interceptando descaradamente con la mirada.

El albino bajó la mirada hacia sus manos, y al ver lo que sostenía se indignó.

—No puede ser, ya eres el quinto, ¡El quinto! -señaló con la palma de su mano abierta— ¡Lo siento, no tengo limosna para ti! No es mi profesión ayudar a los pobres... —dicho esto el niño apresuró el paso para alcanzar a su padre, bajo la atenta mirada de Shinji, quien se había quedado muy asombrado.

—¿El quinto? contó con sus dedos en voz baja— ¿Cómo supo que hoy cumplí cinco años?

—¡Shinji, hijo! ¡Ya ven... compré nuestra cena!

Volteó algo sobresaltado hacia su madre y después de asentir con la cabeza, volvió a mirar el sendero por el cual ya había desaparecido ese bello chico. Shinji suspiró al creer haber visto al más hermoso ángel. Y se sintió increíblemente afortunado de que este le dirigiera la palabra.

Se dispuso a correr hacia su madre, pero de nuevo algo lo detuvo en seco. Al lado del próximo montón de cajas de madera, había un bulto negro muy extraño cubierto mayormente con nieve. Se acercó lentamente mientras su madre lo seguía con la mirada, hasta que vio que el bulto parecía agrandarse y achicarse, como si respirara. Cuando se aventuró a tocarlo, captó que era muy suave y cálido.

—¡Mami, mira lo que encontré...! ¡Es un pingüino bebé!

Yui se acercó despacio, un tanto confundida por el hallazgo de su hijo.

—Tienes razón... ha de estar perdido el pobrecito... Se le nota deshidratado y hambriento.

—¿Podemos darle de comer, mami? —Shinji puso sin proponérselo la expresión más adorable que había hecho jamás.

—Bueno... tal vez a tu padre no le agrade... —contempló por más tiempo los ojos suplicantes de su hijo— Pero está bien. Podemos llevarlo a casa y darle de comer el pescado que nos sobró ayer.

—¡Aw, qué alegría! ¿Oíste eso, pequeño? —lo tomó en sus pequeños bracitos mientras saltaba de alegría— ¡Te llevaré a casa, te llevaré a casa conmigo! 

---

"Te llevaré a casa conmigo"

Esas eran las palabras que aún hacían mella en su mente, aún cuando no tenía con quien recordarlas.

Trágicamente, Yui, su madre, había fallecido tan sólo unos meses después del día en que llegó Pen Pen a su vida. Ahora, diez años después, únicamente había podido conservar a su pequeño amigo por la lástima de su padre, quien respetaba a duras penas el deseo de su esposa de que su hijo cuidara de su mascota. Aún así, ese mismo respeto estaba por colapsar, frente a las últimas temporadas de extrema pobreza que vivía la familia Ikari, con padre e hijo responsables del hogar. 

Gendo era un hombre ruin, que no dudaba ni un momento en sacar el menor provecho a su hijo para que se ocupara tanto de las tareas domésticas como de traer el poco sustento económico del hogar. A él mismo poco le importaba no tener a penas qué comer. Se encontraba demasiado sumido en la miseria emocional desde que su esposa había fallecido, y por tanto, se había relegado, y con él mismo, a su pequeño hijo a una vida de carencias materiales. Para Gendo, nada tenía sentido si Yui no estaba con él. 

Aún así, había una época especial en que el hombre deseaba darse el lujo de cenar como un rey, y eso era en Nochebuena y Navidad. Por lo que, como siempre, debía mandar a su hijo para hacer todo el trabajo. 

—Shinji, ven —dijo Gendo autoritariamente desde el derruido sofá.

—¿Qué ocurre, padre? ¿Quieres que vaya por más leña? —dijo Shinji, sobándose el cuello dolorido.

—Sí, pero eso lo puedes seguir haciendo mañana.

—¿Entonces qué deseas?

—Quiero que vayas por todo el pueblo, y termines de vender todas las cerillas que traje hace unos días. Ya sabes qué fecha es hoy.

—Pero, padre... ¿Realmente crees que sea una buena idea? —casi detuvo sus palabras ante la mirada fría de su progenitor— Es decir... sólo mira la hora... ¿No sería mejor esperar nochebuena todos juntos y recordar a mamá?

Gendo se paró desde donde estaba, y sin agregar palabra le dio una fuerte cachetada a su hijo que lo tiró al suelo. Pen Pen, que contemplaba toda la escena, se escondió en su pequeño refugio rápidamente.

—Sabes que no me gusta que hables de tu madre de una manera tan patética y melosa... —dijo, quedándose impávido ante la mirada de terror que le dirigía su hijo desde el piso—  No hay nada más que hablar. Vete ahora mismo de aquí.

—Está bien, padre... —Shinji se paró y fue en busca de un abrigo.

—Todos los abrigos están hechos un asco. Todo porque no has lavado como te corresponde, Shinji —intervino Gendo— Deberás ir con lo que tienes puesto para no espantar a la gente con tu olor.

—Pero está nevando afuera...

—¡¿Acaso no me oyes?! —gritó— Para la próxima vez, puedes cumplir tu obligación, y entonces tendrás con qué abrigarte apropiadamente. Debes enfrentar las consecuencias de tus actos como un hombre, no como el marica que eres...

Shinji en silencio, se dispuso a tomar sus cosas para salir. Pen Pen salió rápidamente a su encuentro, pero entre tanta prisa, el animal terminó dando vuelta el sucio vaso de vino que estaba junto a Gendo. 

—¡Ya estoy harto de esto! —el hombre se levantó de su asiento, y se acercó amenazante hacia el pingüino, a lo que este se escondió rápido detrás de Shinji.

—¡No, padre, por favor espera! —Gendo lo observó fíjamente— Te lo juro, Pen Pen no volverá a ser una molestia para ti... —su padre alzó una ceja— verás... Lo he estado adiestrando...

—¿Qué dices...?

—¡Pues eso! Que lo he estado adiestrando para que me acompañe a pedir dinero... Y para que pida él también. Así cubrirá sus gastos...

—Sabes perfectamente que tendrás que hacer más que unos cuantos trucos para que eso funcione. Esto se acabó. A menos que te salve un milagro de Navidad y esa criatura no sigue siendo una carga para esta casa, lo echaré mañana mismo de aquí. Y si no quiere irse, yo mismo me encargaré de él.

—¡P-Pero...! —Shinji iba a objetar, mas calló al ver que no tenía sentido ya.

Sintiéndose devastado, Shinji salió de su casa y se dirigió a vender las cerillas encargadas por su padre, no sin antes colocarle un bolsillo portátil a Pen Pen, junto con un cartel colgante de su cuello que decía "Cómprame una cerilla, por favor".

A paso lento y melancólico, el adolescente se encontraba prácticamente vagando por el medio de la ciudad. Cada persona a la que se acercaba tenía sólo una mala cara que ofrecerle, pues era ridículo pensar que alguien necesitaría cerillas a esas alturas. Los ricos seguramente tendrían montones de cerillas en sus casas, y los pobres no podrían darse el lujo de comprar algo que no fuera comida.

—Pen Pen... ¿Te das cuenta? No hay nadie a quien venderle cerillas... —pateó un montoncito de nieve que se había formado delante de él.

El ave siguió a paso firme, atento a cualquier persona que se acercara a Shinji. Más que buscar clientes, buscaba gente sospechosa que pudiera dañar a su amo.

---

En el otro lado de la ciudad, un apuesto y elegante joven, llamado Kaworu Nagisa, también había crecido al igual que Shinji. Lo bastante como para irse de su casa. Aunque, la diferencia de clases era tan dramática en aquella ciudad, que los mayores problemas del joven que antaño se había cruzado con el pequeño Ikari sin siquiera saberlo, estaban arraigados a una diferencia de proyecciones con su progenitor.

Kaworu deseaba vehementemente ser un concertista de piano. No le agradaba la idea de tocar con otros. Sólo quería sacar a relucir su maravilloso talento, lo que a su padre le parecía increíblemente vanidoso y tonto.

—Dios... ¿Qué hice yo para que hayas salido tan malcriado? Dímelo, Kaworu, ¿Es acaso mi culpa que estés pasando por una suerte de etapa rebelde a tus dieciocho años?

—Padre...

—Es en serio. Primero quieres irte de la casa. Luego no quieres pasar nochebuena con la única familia que tienes. Y ahora...

—Ya te lo vengo diciendo desde los quince años, padre... No quiero dedicarme a lo mismo que tú... Sabes que siempre he sido agradecido con lo que me has entregado, y he respetado todas las intervenciones que has tratado de hacer en mi vida. Pero este es mi límite, no me puedes obligar a continuar tu legado.

—¿Y por qué reemplazarás mi legado, por un banal capricho de hacer música? ¿Acaso sabes cuánta gente en esta ciudad requiere y necesita vestuarios de mejor calidad? ¡No puedo creer que no puedas darte cuenta incluso en estas fechas de frío extremo...

—Que yo sepa, tú no vas por ahí regalando ropas a los pobres. Sólo le vendes elegantes baratijas a millonarios arrogantes —una certera cachetada se escuchó en toda la sala. Kaworu se tocó la mejilla, adolorido y algo impactado— Está bien. Si quieres dedicar tu vida a algo insignificante, que te hará ganar poco dinero, y vivir con la fantasía de que eres más útil que tu padre, puedes hacerlo. Yo seguiré entando aquí para cuando hayas fallado y necesites mi ayuda nuevamente.

Kaworu reprimió las fuertes ganas que tenía de desquitar su rabia con el hombre que tenía enfrente. Se tragó su orgullo, y sin nada más que decir, se marchó a pasar la nochebuena en su nueva mansión.

---

—Ya es tarde... Pero aún no he vendido más que dos cerillas... —Shinji miró la pequeña e insignificante moneda que le habían dado a cambio, y eso le deprimió aún más.

Al ver su poca cooperación, Pen Pen tiró la manga de Shinji en señal de que quería irse a casa, pues ya era bastante tarde para que anduvieran deambulando por ahí.

—No podemos irnos aún, Pen Pen... Si vuelvo con las cerillas, y peor, sin el dinero, mi padre me dará de golpes otra vez... Y te echará de la casa, que es lo peor...

—Cuaac... —siguió tirando de la manga.

—Lo sé, es terrible. Por eso tenemos que seguir buscando clientes... tiene que haberlos en alguna parte... —intentó divisar más gente por el centro, que era el lugar generalmente más concurrido, pero ya no había nadie a la vista. Las luces encendidas dentro de las casas, indicaban el ambiente familiar y de compañía que había ya sólo dentro de las viviendas.

Pen Pen intentó picotear la mano de Shinji para hacerlo entrar en razón.

—¡Auch! ¡No hagas eso...! —Shinji tomó en sus brazos a su gordo amigo— ¿Qué no entiendes? No puedo volver contigo a casa... Mi padre será capaz de meterte al horno para tener una cena navideña... Tendremos que solucionar las cosas de otra forma, ¡Pero no voy a huir! Así que debes acompañarme, ¿sí? —acarició su cabeza con cuidado y le dio un suave beso— Eres lo único que tengo, Pen Pen... lo único que mamá me dejó...

Un rato después, después de mucho andar sin ver ya gente en el exterior, a Shinji se le ocurrió preguntar personalmente en las casas de los ciudadanos. 

—Buenas noches, señor, ¿desea comprar una cerilla? Con ella podría hacer una buena cena navideña... 

—Claro que no, niño, estas no son horas de molestar... 

—Disculpe usted, buen hombre. 

Shinji siguió intentando vender de puerta en puerta un par de calles más allá, pero todas las respuestas que recibió fueron bastante similares. 

—Largo, enano, ya es muy tarde. Vete a tu casa, ¿quieres? —la mujer le cerró la puerta en la cara. 

—Qué más quisiera yo que irme a mi casa con este frío... —murmuró Shinji, resignado. Caminó unos pasos más, hasta colocarse en cuclillas al lado de un pórtico cuya casa parecía vacía, pues no había luces encendidas.

Pen Pen al verlo detenerse, retrocedió y se le acercó más hasta quedar junto a él en lo que se esforzaba por darle algo de calor. 

Shinji parecía pensativo. Absorto en su imaginación y con la mirada totalmente perdida. El silencio dominaba el ambiente, y ante el creciente nerviosismo, el pingüino tampoco hizo nada por expresarse. 

De pronto Shinji se removió un poco, ocurriéndosele una idea. Sin divagar mucho, sacó de su bolsillo una cerilla, y la encendió. 

El calor que le vino en ese efímero momento fue indescriptible. Una llamarada vibrante parecía emerger de aquella minúscula cerilla, brindándole una alegría y satisfacción como pocas en la vida. 

Ambos contemplaban la pequeña y fútil llamita. Pen Pen con suma curiosidad, y Shinji, totalmente encandilado. A esas alturas ya poco sentía que tuviera que perder, así que cuando la cerilla se terminó de consumir, Shinji tomó otra, y como poseído por el efecto, volvió a encenderla con la misma seguridad de como había hecho con la primera.

Frente a él no se hallaba el pórtico, ni la nieve, ni el frío; pues yacía parado ante una maravillosa sala de estar con la más elegante y grande chimenea que hubiera visto en su vida. De pronto, y sin saber porqué, sus brazos, sus piernas, y su cuerpo entero había entrado en calor. En un momento, trató de estirar sus manos hacia la exquisita fogata, pero todo cuanto había soñado se había esfumado ya, pues la cerilla había sucumbido nuevamente ante el viento.

—Cuaac... —Pen Pen, totalmente ajeno a la experiencia de su dueño, comenzó a ponerse más nervioso. Aparentemente Shinji ya ni siquiera reaccionaba a los llamados de atención de su mascota, pues cuando el pingüino le picoteaba el brazo, ni siquiera volteaba a verlo. Perduraba su mirada perdida y sus movimientos monótonos.

Encendió otra cerilla, y antes de darse cuenta, estaba otra vez frente a la chimenea. Ahora sentía un inconfundible aroma a pavo relleno, tubérculos asados y sopa de avellanas. Se dio la vuelta lentamente, y con lágrimas en los ojos contempló a su madre, sirviendo todo un elegante y sabroso festín en la larga mesa. Se acercó a ella y se fundió en un abrazo, como si quisiera recuperar todos los años perdidos en unos pocos segundos.

Nada importaba ya. No había dolor, ni sufrimiento, ni desgracia, ni pobreza. Sólo su madre, acariciando su pelo con ternura. Haciéndolo completamente feliz.

Si debía irse con ella para dejar de sufrir, definitivamente lo aceptaría.

---

A pocos pasos del centro de la ciudad, el joven Nagisa caminaba con pesar. Ensimismado en sus pensamientos, tan sólo podía reflexionar sobre cuantas veces se imaginó que llegaría aquel día en que se enfrentara a su padre. Todo lo que temía acabó por pasar y estaba claro que le esperaba un tiempo lejos de él. No quería seguir viendo su estúpida cara de decepción cada que fuera a visitarlo. No le daba la gana soportar su total falta de confianza y de fe.

Aunque por otro lado pensaba... ¿Y si su padre tenía algo de razón? ¿Acaso no había sido siempre él un chico egoísta que rara vez demostraba virtud hacia el prójimo? Después de todo, los verdaderos momentos en donde demostraba cariño y ternura inconmensurables era cuando convivía con sus perros. Y los únicos "amigos" que tenía, los había hecho únicamente porque compartían su obsesión por el talento musical.

—¿Y si es cierto? —susurró Kaworu al viento— ¿Qué tal si nadie me necesita realmente...?

Al llegar a la fuente, se detuvo un momento. Por unos segundos, sintió una extraña sensación. Tal vez era la nostalgia de pasar tantas veces por ese camino en su infancia, o tal vez era el hecho de asimilar que pasaría nochebuena solo por primera vez.

O tal vez era que un pingüino histérico estaba doblando la esquina y ahora se dirigía hacia él.

—¡Cuac, cuac...! —graznó dramáticamente.

Kaworu entrecerró los ojos y frunció el ceño, para asegurarse de lo que estaba viendo.

—¿Qué le ocurre? ¿Acaso estará perdido?

A pesar de haber hablado en voz baja, casi en un susurro, Pen Pen lo escuchó, y eso lo hizo correr con más determinación hacia aquel albino bien vestido.

Una vez llegó a su lado, saltó frenéticamente, haciendo rebotar el cartel que traía colgando de su cuello. Kaworu se agachó para quedar a su altura, y tomó con cuidado el cartel para leerlo.

—"Cómprame una cerilla, por favor" —leyó Kaworu en voz alta, para luego negar con la cabeza— Lo que hacen algunos desalmados con tal de tener dinero extra. Aunque supongo que no puedo culparlos, están muertos de hambre.

El pingüino ladeó la cabeza varias veces.

—No desesperes, te compraré algunas cerillas para que te vayas a casa, criatura... —observó el bolsillo que traía, y supuso que ahí debía meter el dinero, pero una vez sacó su cartera de mano, el pingüino se aventuró y rápidamente se la quitó de las manos, para luego salir corriendo por donde vino, veloz como un rayo.

—¡Oye, vuelve aquí! ¡Pingüino ladrón...! —exclamó Kaworu y salió a perseguirlo.

Seguramente era el momento más humillante y bajo de su vida. Después de pelear con su padre e irse de la casa, lo único que faltaba era que un animal del que se había compadecido le viera la cara de idiota.

Kaworu siguió corriendo, sin perderlo de vista, hasta que el ave se detuvo en un pórtico.

—Por lo visto te has cansado primero que yo, ¿eh...? La energía no te duró tanto como creí--

De un momento a otro, el albino a penas pudo creer lo que había frente a sus ojos. A un lado del pórtico, yacía el cuerpo de un joven, tirado en el suelo, cubriéndose poco a poco de nieve. Ante el impacto, lo primero que le llamó la atención además de sus escasos ropajes, fue que el pingüino se acercó a él, como si quisiera despertarlo. 

No lo logró. El joven parecía casi muerto.

—Dios... ¿Quién será este niño?

Ni corto ni perezoso, se acercó aún más, tomando su cabeza con cuidado para verificar su respiración y pulso. Por suerte, el chico estaba vivo. Aunque debía apresurarse en ponerle su abrigo para llevarlo a su casa lo antes posible.

Así lo hizo, y en compañía de lo que suponía era su fiel compañero vendedor, Kaworu lo cargó en sus brazos delicadamente y a paso rápido llegó por fin a la mansión.

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Varias horas después, Shinji abrió los ojos lentamente, y lo primero que divisó fue una chimenea encendida delante de él. En aquel momento, el pobre apenas podía moverse, y no se encontraba nada bien, pero sentía que estaba reclinado en el lugar más cómodo del mundo.

—Cielos... ya despertaste... —dijo una voz muy cercana, aunque ni siquiera pudo darse la vuelta para visualizar a nadie— ¿Estás bien?

Shinji se percató de que quien hablaba era un joven que parecía un poco mayor que él. 

—Estoy... bien —dijo a penas, con la mirada perdida aún.

—¿Seguro? La verdad no lo parece —se acercó para verlo mejor y tocarle la frente. Shinji se sobresaltó un poco debido a su repentina proximidad.

—¿Dónde estoy...? 

—En una mansión, a las afueras de la ciudad. Te he encontrado tirado en la nieve, en un pórtico, por el centro —se puso de pie para ir buscar el termómetro corporal.

—¿El centro de la ciudad?! —el chico se incorporó de pronto, lo que hizo iluminar su rostro al quedar más expuesto a la luz de las velas— ¡No puede ser, debo volver..! —comenzó a agitarse.

Kaworu se acercó rápidamente a Shinji, esta vez tomándolo de ambas muñecas para retenerlo.

—¿Pero qué estás diciendo? ¡Quédate quieto! ¡Por poco mueres ahí fuera... —al ver que Shinji poco a poco se calmaba, entrando en cuenta de lo que había ocurrido, lo soltó— Cuando te encontré, no traías nada más que una camisa de algodón... —Shinji se percató del enorme saco negro que llevaba puesto— ¿Qué hacías ahí fuera, por cierto?

—Estaba... vendiendo... bueno... Intentando vender cerillas —respondió Shinji, restregándose los ojos como si no hubiera dormido en toda la noche.

Kaworu sonrió, y puso una de sus manos sobre su cabello.

—Entonces el pingüino debe de ser tu ayudante, ¿verdad?

Shinji se agitó nuevamente en medio de balbuceos, pero Kaworu se le adelantó.

—Tranquilo, él está bien. De hecho, está mejor que tú. Ya le di de comer —Shinji empezaba a sentir más confianza al ver la leve sonrisa de su misterioso rescatador— Tiene una buena recompensa por haberte salvado.

—¿Pen Pen...?

La pequeña y rechoncha criatura entró en la habitación y al ver a Shinji por fin despierto, comenzó a aletear efusivamente y a dar vueltas corriendo alrededor.

—Es verdaderamente adorable... —Pen Pen se acercó a Kaworu, quien lo subió a su regazo por unos momentos ante su mansa actitud.

—¿Cómo es que deja que lo cargues? Eso... sólo lo hace conmigo... —Shinji sentía que no podía estar más confundido— ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?

—Sólo un par de horas, no te preocupes... Este pequeño me ha hecho compañía por el momento y parece que le agradó mucho todo este sitio. Lo noto mucho más tranquilo que cuando lo encontré...

—¿Cómo fue que lo encontraste? ¿Y qué tiene que ver él con mi rescate?

—En realidad, fue él quien me encontró a mí, en la fuente de agua. Me robó algo de dinero y huyó —Shinji se cubrió la boca por la impresión— Ahí fue cuando lo seguí y te encontré yo a ti...

"Te encontré..." repitió Shinji en su mente, y miró directamente a los ojos a su interlocutor.

—Disculpa, pero... ¿Quién eres tú...? —pronunció con verdadera intriga— Me pareces algo conocido...

—Dios, es cierto. Perdona mi desconsideración, aún ni siquiera me he presentado. Yo soy Nagisa. Kaworu Nagisa —le tomó la mano a modo de saludo, aprovechando que el pingüino ya se había ido a jugar tranquilamente a otra habitación— Pero tú puedes llamarme Kaworu... Te doy ese privilegio al igual que prestarte mi habitación hasta que te sientas mejor.

—Juraría que te he visto en alguna parte... Pero... no logro recordar cuándo... y dónde—dijo Shinji, restándole importancia a lo que decía el otro chico.

—Eso es imposible. Me acordaría de tus ojos...

—¿Mis ojos...? —se señaló a si mismo, algo aturdido.

—Son de un color muy hermoso...

Shinji sonrió por primera vez desde que despertó, abriendo un poco más la mirada, pareciéndole atrevidas las palabras del joven.

—No tenías porqué traerme... —su voz se tornó algo temblorosa.

—Sí tenía. Un par de horas más y te habrías muerto de hipotermia.

—Me refiero... a que no tenías la obligación... —Shinji se cubrió la cara como malamente pudo— Disculpa, es que, yo... jamás imaginé que algo así pasaría... Hace rato estaba a la intemperie, y ahora... estoy en deuda contigo.

—No es necesario que lo pongas así...

—¿Y cómo más podría ponerlo...?

Al ver que su invitado estaba a punto de echarse a llorar, inmediatamente intentó distraerlo.

—¿Cuál es tu nombre, si puedo preguntarlo?

—Puedes preguntarme todo lo que quieras... —respondió Shinji sin un ápice de vergüenza, secándose una insignificante lagrimilla.

—Entonces quisiera saber tu nombre, tu edad, y porqué no tenías otra opción además de mendigar un poco de dinero en las calles en plena nochebuena —dijo para sorpresa del castaño— Espero que no sea molestia.

—No... no lo es... —hizo una breve pausa— Mi nombre es Shinji Ikari. Tengo quince años. Vivo con mi padre, y él me obligó a ir a vender todas las cerillas que quedaban a cambio de un poco de dinero. Lo hice especialmente porque me amenazó con lo que más me duele, con mi mascota. Me dejó muy en claro que si no volvía con dinero, Pen Pen se iría a la calle. Él ya depende de mí. No podría encontrar comida ni sobrevivir por su cuenta... —hizo otra pausa— ¿Por qué mi padre es tan cruel, injusto y vil? Eso es algo que no podría responder, porque no lo sé...

—Por lo que entiendo, pareces estar en un callejón sin salida, Shinji...

—Es cierto... no sé qué podría hacer... Sé que debo esforzarme para llevar el dinero que pueda, pero... sólo desearía que mi padre tomara más en cuenta mis esfuerzos... Si se diera el tiempo de observar, tal vez tendría algo de misericordia con Pen Pen... y conmigo... con su propio hijo.

—De verdad siento mucho que estés pasando por esto... Lo único que puedo hacer por ti es comprarte todas las cerillas que te quedan por vender, pero temo que con el tiempo eso sería insuficiente...

—¿Insuficiente? Si hicieras eso por mí, además de lo que ya has hecho... No tendría más opción que estarte agradecido para toda mi vida, Kaworu...

Kaworu devolvió la cálida y refulgente sonrisa que se había formado en los labios de aquel chico. Realmente era un agasajo ver sus coloridas expresiones, que a pesar de su cansancio y fatiga latente, se hacían notar con la poderosa fuerza interior que conservaba. Nunca en su vida había visto un chico más agradecido.

—¿Quieres algo de comer? —preguntó Kaworu.

—Eh... Por supuesto... La verdad es que tengo mucha hambre... —dijo Shinji, con algo de vergüenza.

Enseguida, Kaworu fue a la cocina y sacó del horno un par de galletas con chispas de chocolate que había preparado hace unas horas.

—Ten esto —le ofreció una pequeña bandeja— Considerando que es mi primera vez preparando galletas, creo que no están tan mal...

Shinji tomó con cuidado el bocadillo ofrecido, y lo comió despacio. Sin duda las intenciones de Nagisa habían sido las mejores, pero las galletas eran de lo peor. A pesar de esto, las disfrutó enormemente por el voraz apetito que tenía en ese momento. Galleta tras galleta, sólo se cruzó por su mente porqué un chico que parecía tan adinerado, y que lo acogía en una casa tan lujosa, no tendría sirvientes que se encargaran de las labores domésticas. Después de todo, era obvio que el pobre no sabía cocinar.

—¿Quieres otra cosa? —preguntó Kaworu al verlo devorar todo— Esta noche no alcancé a hornear el pavo, pero sí preparé un jamón con castañas.

—Te lo agradezco mucho, Kaworu —dijo Shinji con genuina amabilidad— Cualquier cosa estaría bien para mí...

—Dime, ¿Te sientes con algo de energía para ir al salón comedor conmigo? Hay un sofá igual de cómodo y el calor es el mismo que aquí.

Shinji, que ya se había incorporado un poco, y al menos ya no estaba tirado como un bulto, se sintió con más ánimo debido a la amable invitación.

—Claro... yo... —intentó levantarse torpemente, pero resbaló con su propia frazada y estuvo a punto de caer estrepitosamente al suelo.

—Te tengo, no te preocupes —Kaworu alcanzó a sujetarlo fuertemente de la cintura, quedando ambos mirándose directo a los ojos por unos segundos.

—Lo siento, tendré más cuidado la próxima vez —Shinji desvió la mirada, un tanto sonrojado por haberse quedado tomado de sus hombros tanto tiempo. Se sentía como un idiota al sorprenderse de que un chico de clase alta fuera tan guapo y oliera tan bien, a diferencia de él.

—No te preocupes, no habrá próxima vez... —antes de terminar la frase, Kaworu sorprendió a Shinji cargándolo en sus brazos, esta vez consciente, para llevarlo él mismo al salón comedor.

—Puedo caminar, no es necesario que tú...

—Seguramente puedes, pero lo que necesitas es no hacer ningún esfuerzo, por mínimo que sea. Francamente, me parece casi un milagro verte tan despierto ahora y con ganas de cenar —el albino lo dejó suavemente sobre su sofá, descubierto de tantas frazadas, pero seguía conservando el elegante y grueso abrigo negro que le había prestado— ¿Estás cómodo?

—Tan cómodo que quisiera volver a dormir aquí mismo... —suspiró con los ojos cerrados sonriendo levemente.

—Qué adorable... —dijo Kaworu en un susurro prácticamente inaudible para Shinji— Bien. Espera aquí —ordenó en voz alta— Enseguida traigo tu cena. 

Kaworu se apresuró a irse a la cocina al darse cuenta que probablemente estaba presionando mucho a Shinji con su no solicitada cercanía. Era extraño. No podía evitar sentirse casi hechizado con su mera presencia. Y mucho más ahora que el chico había despertado por fin y le obsequiaba su cálida compañía.

—¿Te gustan los frutos del bosque, Shinji? —inquirió Kaworu desde la cocina— Porque tengo unos pocos de la temporada de invierno...

—Claro, lo que sea está bien para mí, Kaworu... de verdad tan sólo me alegraría comer más... —trató de vociferar a duras penas desde el salón.

---

Después de una no tan deliciosa pero eficiente cena, bajo el cálido árbol navideño, esa noche Kaworu y Shinji hablaron de sus respectivas vidas con mayor detalle. Con dolor, el menor narraba lo difícil que había sido para todos la partida de su madre, y de lo mucho que le hacía falta en su vida actualmente. Kaworu, conmovido por las tristes vivencias del chico, con mucho pudor le contó de sus mayores sueños y aspiraciones vocacionales, que ya consideraba tontas banalidades en comparación a los del joven Ikari, que eran sencillamente poder vivir sin preocupaciones de comida, o estar desprovisto de los más dolorosos descuidos de su padre.

Mientras tanto, Pen Pen se acurrucó tranquilamente en el sofá, escuchándolos hablar sin fin, y sintiéndose más cómodo y feliz que nunca.

—Oye, Kaworu... —puso una expresión algo seria a pesar de su sonrisa.

—¿Sí, Shinji? —preguntó atento.

—D-De verdad... quiero que sepas que... yo me siento muy cómodo aquí contigo... —susurró suavemente— No sólo me siento más cómodo, sino mucho más feliz —Kaworu se asombró un poco para sus adentros. Sin dudas, para su edad, Ikari le parecía un joven bastante maduro, honesto y sensible.

—Para mí es un placer tenerte aquí conmigo, Shinji —se inclinó un poco más hacia su lado—  Es casi como si un milagro de Navidad nos hubiese unido para encontrarnos esta noche...

—Tienes razón, sin embargo... es más que eso... —dijo captando aún más el interés de Kaworu— De verdad siento... como si ya te conociera.

Shinji sin duda alguna, hubiera recordado la mágica tarde en que vio a un Kaworu de ocho años. Esos hermosos orbes rojos como la sangre, los cuales fueron irrepetibles en su vida hasta ese momento. Pero lo único que su memoria de infante pudo retener eficazmente en esa ocasión, fue el recuerdo de la adopción de Pen Pen. No sólo por la adquisición de su amada mascota, sino también porque lo asociaba al último recuerdo con su madre.

—Tal vez en alguna otra vida... ¿No crees?

—Es posible... —dijo Shinji, no muy convencido.

—Insisto. Si te hubiera visto en otra ocasión, recordaría tus ojos.

—De nuevo dices lo de mis ojos... —rio por lo bajo— No tienen realmente nada de especial.

—¿Crees que muchas personas tienen la suerte de poseer ojos color obsidiana como los tuyos? —puso su mano en su mentón, haciéndolo temblar ligeramente— Los ojos azules, tal vez... los ojos verdes son llamativos, pero no son tan bonitos. Los ojos castaños son extremadamente comunes... De hecho, eso es precisamente lo que me sorprendió. 

—¿En serio? —ladeó la cabeza.

—Supongo que había asumido que tus ojos eran castaños. Pero cuando los abriste... —acercó su rostro lentamente hacia Shinji— ...supe que eres lo más adorable que he visto, Shinji...

Al verlo tan confiado y dispuesto a no frenar el inminente contacto, Shinji se sobresaltó, y en un impulso, puso su mano en los labios de Kaworu.

—Está bien. Entiendo el mensaje —dijo una vez quitó la pequeña mano de su rostro.

—¡Mil disculpas, yo... no quise ofenderte! ¡Sucede que yo...!

—Entiendo, Shinji. No te corresponde disculparte —sonrió— Yo estoy comportándome más atrevido de lo que realmente soy, eso es lo que ocurre... 

Kaworu se puso de pie, y le ofreció su mano a Shinji para llevarlo a su habitación.

—Por favor, insisto, no quiero que duermas en el sofá la primera noche en tu nueva casa sólo porque llegué yo de improviso... —dijo Shinji con un tono melancólico mientras Kaworu estaba sentado a su lado.

—Tal vez no entiendas lo horrible que me sentiré conmigo mismo si dejo que el chico que salvé esta noche duerma incómodo. Por favor, duerme aquí con Pen Pen. Yo estaré en la sala si necesitas cualquier cosa...

—¡Pero dejaré tu cama oliendo mal! Y más si duermo con Pen Pen... No te ofendas, amigo —dijo mirando al plumífero.

—Shinji... —se acercó nuevamente, para rozar su nariz en su suave cabellera y aspirar profundamente el aroma— sólo hueles a tierra y a sangre. No es nada especial. Todos los chicos pobres huelen así —le acarició el cabello con cariño— No es nada que un simple baño no pueda mitigar. Y mis sábanas las puedo lavar.

—Es que...

—Si continúas tan nervioso, Shinji... me temo que no tendré más opción que dormir contigo, para que no te sientas culpable.

—¡Sí! ¡Eso sería una gran idea! —Shinji tapó esta vez sus propios labios, al encontrar tan indecorosa su insinuación— Quiero decir...

—Como gustes, entonces dormiré aquí —Kaworu se dispuso a meterse bajo las sábanas para quedar al lado de tan encantador chico, pero sin previo aviso, Pen Pen graznó fuertemente, rompiendo el ambiente de tensión romántica. 

El pingüino se subió a la cama junto a Shinji y se abrazó a él de manera posesiva en lugar de cariñosa.

—Disculpa a Pen Pen... Es que... él no está acostumbrado a que alguien se acerque tanto a mí sin querer hacerme daño... 

Kaworu notó cómo la actitud del animal había cambiado, e incluso cuando trató de acariciarlo, este lo intentó morder, como si ya no lo reconociera.

—¡Pen Pen malo! ¡No hagas eso con Kaworu!

—Pobre criatura... debe estar asustado —dijo Kaworu con voz más suave— Pen Pen... te prometo que no dañaré a Shinji. Puedes confiar plenamente en mí y dejarme tocarlo...

Shinji se sonrojó ante sus palabras, y el agarre de Pen Pen se volvió más suave.

—Creo que se quedó dormido... —observó Shinji al oírlo respirar más pesadamente.

—Y tú también deberías, por cierto —Kaworu tomó sus largas sábanas junto a las abrigadoras frazadas, y cubrió a Shinji y a Pen Pen para que durmieran apaciblemente.

—Buenas noches, Kaworu —susurró Shinji, cubierto hasta la nariz con las mantas. Sentía los ojos cada vez más pesados.

—Yo estaré aquí para cuidarte. Puedes dormir en paz —le acarició el cabello por última vez esa noche hasta hacerlo caer dormido, y luego se durmió él también.

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Al día siguiente, ambos amanecieron mucho más repuestos, listos para celebrar con alegría una suerte de Año Nuevo, pero en Navidad. De una forma extraña, ambos sentían que aquel día estaba marcando un nuevo inicio en sus vidas.

Y como tal, Kaworu, de manera un tanto impulsiva, aunque bien pensada, no quiso dejarlo en una mera sensación.

—Creo que Pen Pen lleva escondido más de diez minutos... —mencionó Shinji, a propósito de estar jugando a las escondidas con su pingüino y su nuevo "amigo".

—Eso es bueno. La verdad es que hace rato quería hablar en privado contigo, Shinji.

—¿A qué te refieres, Kaworu? —preguntó con una sonrisa.

—Quiero hacerte una propuesta.

—¿Una propuesta? —la intriga se hacía cada vez más con él.

—Quiero que te quedes aquí conmigo, Shinji.

—¿Quedarme contigo? —se apuntó a si mismo, ingenuamente.

—Exacto. Es una propuesta enteramente de negocios —explicó el albino— Como sabes, acabo de llegar a este lugar, y lo que me falta de servidumbre a ti te sobra en talento, según tú mismo me has contado...

—¿Quieres que sea tu sirviente personal?

—¿No te parece una excelente oferta de trabajo? Lo único que debes hacer es llevar todo en orden en el aseo de esta casa que únicamente ocuparíamos tú y yo, y podrás vivir tan cómoda y dignamente como pueda proporcionarte —murmuró casi para sus adentros— Lo cual es mucho.

Shinji se quedó varios segundos en silencio, tratando de asimilar lo dicho por Kaworu. Era evidente que no quería volver con su padre después de lo que había pasado, y que se sentía increíblemente feliz al lado del joven Nagisa, tanto como si lo conociera de toda la vida, pero... ¿Realmente estaba listo para servir a alguien de manera tan eficiente?

—Pen Pen también puede quedarse, por supuesto. Aquí estará estupendamente y con todas las atenciones correspondientes...

—Bueno... Siendo así creo que no podría negarme, Kaworu... —mantuvo su mirada hacia el suelo, aunque una tenue sonrisa comenzaba a florecer de sus labios.

—Puedes usar la habitación de la servidumbre, cuando me traigan la cama, claro. Hasta entonces duermes en mi habitación, tal como anoche...

—Pero... —iba a espetar Shinji, antes de que Kaworu tomara la palabra de nuevo.

—Puedes comer y cocinar de todo lo que te apetezca, en el momento que quieras. Siempre y cuando me sirvas como es debido, es decir, todas las veces que yo quiera también...

Shinji sonrió esperanzado.

—Francamente, eso me alegra. Por desgracia, aún no he podido serte útil, pero haré lo posible para que mis habilidades en la cocina te contenten y te mantengan satisfecho...

—Llevas casi toda tu vida practicando ese talento,  no tengo dudas respecto a ti, Shinji... —le tomó ambas manos y las besó con cariño. Los ojos refulgentes del castaño, brillaron con aun más intensidad.

—Admito que tu confianza no es infundada... Cocino mucho mejor que tú, Kaworu...

—Vaya, pues no esperaba, definitivamente... Sé que mis galletas eran horribles... Además, el jamón de ayer estaba algo quemado. Así que más vale que me hagas algo mil veces más delicioso, ¿está bien?

—Te prometo que te haré un festín digno de dioses para la cena de año nuevo, si me permites, Kaworu...

El albino lo miró con infinita ternura, y luego algo de tristeza.

—Sólo lamento no haberte podido dar una cena de Navidad tan deliciosa —Kaworu se encogió de hombros.

—¿Bromeas, cierto? Me has salvado la vida, me has dado una oportunidad única de servir a alguien como tú, y yo... Ni siquiera te he pagado como corresponde.

—Pero lo harás. Es lo que importa. No te desanimes, Shinji...

—No me desanimo... es sólo que... Quisiera darte algo ahora mismo...

—Puedes darme lo que gustes, cuando te plazca...

Shinji vio que Pen Pen había salido de su escondite, llevando una ramita muy extraña en su pico. Kaworu también se percató del hecho y fingiendo sopresa, comenzó a adularlo.

—Vaya, sí que es un pingüino muy listo. Has hecho un buen trabajo adiestrándolo, Shinji... primero para que te ayudara con las ventas de cerillas... Y ahora, aparentemente, para esto...

—¿Qué cosa...?

Pen Pen abrió los cajones del mueble que estaba al lado de ellos, uno por uno, para escalarlos hasta llegar a lo alto. Recién ahí Shinji pudo notar que aquella era una ramita de muérdago, y que Pen Pen la estaba sosteniendo justo encima de ambos.

—Muchos dicen que es una tradición besarse bajo el muérdago —dijo Kaworu con voz pausada— Pero yo no estoy de acuerdo.

Shinji lo miró a los ojos, incapaz de pronunciar palabra, muy confundido y sonrojado.

—Un muérdago es como una maldición. Una condena. Te obliga a besar a quien tienes al lado, independiente de tus buenas intenciones de respetar su espacio personal.

—¿Como... un hechizo? —Shinji puso sus manos sobre los hombros de Kaworu.

—Exactamente, así es —respondió Kaworu— Sólo que en esta ocasión, no estoy seguro de que sea el muérdago lo que me está hechizando desde ayer en la noche...

Sólo Pen Pen fue testigo entonces del primer beso entre aquellos jóvenes enamorados. El punto de no retorno había llegado, y a los tres les esperaba una nueva y mejor vida, apreciando cada momento de esta para sacar lo mejor de sí mismos.

Fin