Chapter Text
Aemond escuchó el parloteó de la platinada en silencio y sin mucho que opinar. No se hallaba de buen humor como para tomarse la molestia en elaborar respuestas más allá de unos cuantos monosílabos.
Tenía otras cuestiones de las cuales preocuparse, pero le fue imposible negarse a pasear con ella. La omega era parte de la familia de su sobrino, y hacerle un desaire como ese, le podía causar unos cuantos reclamos.
Daenaera no parecía tan desagradable después de todo. Su habilidad para conversar era de reconocerse, y aunque por cada palabra que salía de su boca estaba más que dispuesto a marcharse, podía apañárselas unos minutos más en su compañía.
El platinado reparó a lo lejos en la silueta de una mujer que portaba una bandeja con lo que parecía ser una jarra de vino y dos copas.
La omega había usado la palabra “casual” para catalogar aquel paseo, sin embargo, aquella muchacha que se inclinó ante ellos apenas se acercaron, le indicó lo contrario.
—¿Un poco de vino?, mi príncipe —invitó la platinada señalando a la encorvada moza que mantenía la cabeza abajo—. El sol ya casi llega a su punto más alto. La sed está a la orden del día.
—Le agradezco la invitación, pero solo bebo vino durante la cena.
Aemond observó a Daenaera llevarse la copa a los labios, mientras clavaba sus ojos en él. No parecía estar disfrutando de aquel vino, más bien parecía estarlo estudiando.
Una vieja y curiosa sensación se movió a través de él. Algo se sentía particularmente familiar. Algo que no era de su agrado.
—Puedes retirarte —le dijo a la mujer y esta de inmediato se apartó de ellos. Cuando la moza estuvo suficientemente lejos de ahí, la omega volvió hablar—. Mi príncipe, ¿cómo se ha sentido en Driftmark?, espero su estancia sea agradable. No me gustaría saber que en su segunda visita a High Tide lo pasó mal.
“Pasarla mal”, no era exactamente la descripción que Aemond usaría. “Exasperante”, calzaba más con su segunda experiencia ahí.
—Lo suficientemente aceptable, mi lady —terminó respondiendo para intentar zanjar el tema de su estadía—. Se han permitido toda la diplomacia de la que pudieran hacer uso, no tengo queja alguna al respecto.
—Sin embargo, no ha sido totalmente de su agrado, ¿qué podemos hacer para mejorar su experiencia?, mi príncipe.
«Deshacerse de esos malditos bastardos», pensó Aemond.
—La resolución del asunto no está en sus manos. No se desgaste con pensamientos innecesarios.
La platinada le regaló una sonrisa plana demostrando no estar para nada conforme con la respuesta.
La omega era la única hija de Daeron Velaryon y Hazel Harte. Siendo el unigénito resultado de esa unión, Aemond podía entender el interés que la chica tenía para con los invitados de la familia. Si la pareja no lograba tener un hijo varón en el futuro, Daenaera era el prospecto perfecto para ser el nuevo castellano de High Tide.
Quizá su padre la había enviado a preguntar sobre su comodidad apelando a que eran semejantes en edad. La omega tendría al menos uno o dos años menos que él.
—¿Sabe mi príncipe? —habló la platinada mirándolo directamente al ojo—. Yo estaba presente cuando eso ocurrió. No es posible que lo recuerde, pero yo sí.
Aemond se tensó al ver que fijaba la mirada sobre el parche. —¿Así fue?
Daenaera asintió. —La dama de confianza de mi madre nos sacó de la cama con la noticia. Dijo que todos estaban congregados en el salón de los siete, porque a uno de los príncipes le habían sacado un ojo. Aquello fue tan terriblemente impactante para mi madre, que le ordenó a su dama llevarme de regreso a la cámara.
«Extraño momento para empezar a hablar de aquello». Todo el castillo había sido movilizado debido a la situación. Todos lo sabían, ¿qué sentido tenia hablar del asunto?
—Cuando nadie estaba prestando atención, me escabullí para ver con mis propios ojos lo que había ocurrido. La moza ya había usado un par de palabras para describirlo…
—Sangre y hedor —Aemond esbozó una sonrisa amarga—. Siempre es la misma descripción
—Además de la deformidad en su rostro —completó Daenaera—. Aunque eso terminó siendo una mentira.
¿Mentira?, su rostro estaba deformado por la cicatriz que le cruzaba el ojo, ¿acaso estaba ciega?
El Maestre le dijo que la cicatrización había resultado mejor de lo que se esperaba. La herida estaba cerrada, no supuraba y fue perfectamente capaz de meterse el zafiro en la cuenca sin problema alguno.
El alfa siempre fue cuidadoso al seguir las indicaciones de los maestres. Se tomaba sus medicinas, era diligente con el cuidado de su piel, no se quejaba nunca del dolor, y, sobre todo nunca demostró lo afectado que estaba por ese cambio en su semblante
Aemond lo sabía, estaba convencido de que los cumplidos que otros le hacían sobre su aspecto, habían sido emitidos por orden su madre. Aún era muy joven, pero sabía la verdad, podía sentirla. Cuando deslizaba los dedos por su rostro, cuando se veía en el espejo, cuando los niños se burlaban.
Estaba deforme, esa era la verdad.
—Mi abuelo, el padre de mi padre, el hermano de Lord Corlys también murió. Fui afortunada de no tener que ver tal abominación. Aunque no puedo decir lo mismo del resultado de su incidente.
Eso no había sido un incidente. Pero la platinada no era la persona indicada para discutirlo.
—Intento descifrar a dónde quiere llegar con todo eso, mi lady —dijo Aemond endureciendo el rostro—. ¿Tiene algo que decirme que no sea de mi pleno conocimiento?
—Es la primera vez que hablamos de esta forma desde que llegó aquí, príncipe —respondió ella con un tono dulce y amable—. Intento conversar un poco para lograr entendernos.
—¿Entendernos? —cuestionó el alfa escrutándola con cierto desdén—. ¿Con que motivo?, ¿tenemos algún interés en común?
Apenas y eran conscientes de la cercanía del otro. Esa conversación no tenía razón de ser, la omega se estaba tomando la liberad de tocar un tema que no le concernía.
—Ambos queremos lo mejor para el futuro de Driftmark —señaló con ahínco—. Gracias a eso, creo que nos podemos llegar a entender.
El alfa levantó la comisura de los labios en algo que quiso ser una sonrisa. —Desconocía mi propio interés en los asuntos de la casa Velaryon, mi lady, ¿mi intervención la hizo creer tal cosa?, debo disculparme si ese fue el caso.
De pronto, como si esas palabras emitidas por el alfa le hubiesen calado en lo hondo, algo en el semblante de la platinada cambió. Esas dulces facciones fueron reemplazadas por un gesto osco y ensombrecido.
Nuevamente, algo despertó las alertas internas de Aemond. Ahí estaba otra vez. Un rostro amable y dulce que repentinamente cambiaba como si estuviera listo para increparlo por algo. Una chica con aparente interés en hablar con él, que en realidad tenía otras intenciones para con él.
—Se ha quedado callada, mi lady —habló de nuevo para llamar su atención—. ¿Algo la preocupa?
—Pensaba en que tal vez si estoy errada en mis conjeturas —admitió elevando el mentón—. Quizá confundí la intervención de la corona, con un interés de su parte que, según entiendo, no existe.
—La tendencia a equivocarse es bastante propia de los Velaryon, según he visto —dijo Aemond con sorna.
—Debe de tener una mala percepción de nosotros, mi príncipe —soltó la platinada tratando de bromear con la situación—. No somos tan malos como parece. Somos muy buenos anfitriones.
—Ya mencioné que no tengo queja alguna con su hospitalidad. Son las decisiones de su señor las que sustentan mi comentario.
Estaba ahí por las decisiones de Lord Corlys. Si no se hubiese convertido en un traidor con su propia Casa, Lucerys, Aegon y él no tendrían que estar ahí.
Eran él y sus putos bastardos lo que arruinaban todo.
—Le aseguro que cada miembro de la Casa Velaryon cuenta con un criterio sólido. Que las decisiones de uno no afecten su idea de los demás, mi príncipe.
Aemond mantuvo el gesto serio mientras evaluaba en silencio a la omega. —Supongo que incluso entre los miembros más destacados debe existir la excepción a la regla. No todos pueden presumir de actuar con mesura.
Aemond estaba realmente molesto con Lord Corlys y no se tomaba la molestia por ocultarlo. Podía leerse por todo su rostro que no estaba dispuesto a ceder con sus acusaciones hacia ellos o su señor.
—La mesura ciertamente es importante, ¿puede asegurar que es una de sus cualidades?, mi príncipe.
Aemond le dedicó una mirada funesta ante la ligera insinuación.
—Se está aprovechando de mi paciencia, mi lady. Estoy severamente tentado a retirarme sin concebir un solo ápice de remordimiento hacia usted. Si desea decirme algo, es un buen momento para hacerlo.
Los labios de Daenaera forzaron media sonrisa. —Me juzga mal, príncipe. No intento aprovecharme de nada, lo traje aquí con la intención de tener una charla afable.
—Esta conversación es todo menos afable, mi lady —respondió el alfa sin tacto alguno—. Esta charla es cuando menos aburrida. Si continúa yendo en círculos hacia lo que me quiere decir, será difícil mantener la conversación por más tiempo. Pierdo la paciencia con temas sin sentido como este.
La platinada volvió a sonreír, aunque al alfa le pereció que ese no era su deseo. —Dos advertencias seguidas me lo han dejado bastante claro. Aunque difícilmente voy a permitir que se marche, no escatimaré en esfuerzos para hacer todo lo posible por retenerlo aquí conmigo.
Aemond sonrió de manera mezquina.
—¿Conoce las implicaciones de emitir una amenaza como esa? —inquirió mirándola con recelo. Se llevó la mano a la cadera en donde en donde se suponía debía estar su espada. Fue un gesto instintivo. Sin calcular—. Podría hacer que le corten la lengua por eso.
—También podría hacer que me den quince azotes en la plaza de King’s Landing, e igual haría todo lo que estuviera a mi alcance para no dejar que se marchara —la voz de la omega era segura y resuelta—. Necesito hablar con usted.
El alfa cerró los puños con fuerza. Daenaera le recordaba a Gweny y Floris Baratheon, pero más fría y más resuelta que esas dos. Tenía ambos ojos sobre él y ni siquiera se mostraba inquieta. Pocos eran aquellos que se le habían enfrentado de tal manera. La chica tenía un temple que en otra ocasión quizá se permitiría admirar.
Pero no ahí. No en ese instante.
—La última persona que se dignó amenazarme terminó con un brazo inservible —Aemond le siseó con calma y frialdad—. No le recomiendo seguir sus pasos.
—Esa persona no tenía nada interesante que decirle —Daenaera aseveró—. Yo sí.
—No, mi lady. Aquí termina mi paciencia hacia usted y su pobre intento de conversación.
Aemond comenzó a moverse. Su humor era peor que antes. Deseaba irse de ahí antes de cometer una locura.
Las cienes le palpitaban y de nuevo sentía esa molesta sensación que estuvo acechándolo durante su charla con Aegon. La omega lo había empeorado.
Los omegas que lo rodeaban estaban determinados a hacerlo pasar un mal rato. Aegon, Daenaera y el peor de todos… Lucerys.
—Tyshara Lannister nunca estuvo enferma —le escuchó decir a la Velaryon repentinamente—. Nosotros la estuvimos envenenando. Yo di la orden personalmente.
El alfa se detuvo de abrupto preso de la sorpresa.
¿Envenenado?, ¿escuchó bien?
La chica avanzó nuevamente hacía él colocándose de frente.
—No era mi intención amenazarlo, pero el tiempo apremia y no tengo espacios para los remordimientos.
Eso definitivamente era una sorpresa. De todas las personas que pudieran atentar contra la vida de la hija de Jason Lannister, quien diría que la primera en atreverse fuera la dulce y amable Daenaera Velaryon.
Hubiese creído que los Baratheon lo harían primero, los Greyjoy quizá. No obstante, parecía haber puesto sus expectativas en las personas equivocadas.
Si el deseo de la omega por retenerlo ahí la había llevado a confesarle aquello, el asunto podía presumirse de importancia.
—¿Qué hizo Tyshara Lannister para ser envenenada? —preguntó Aemond con genuina curiosidad.
—Quiso sabotear nuestros intereses —respondió la platinada sin mostrar un ápice de remordimiento—. Me gustaría hablar de eso con usted, mi príncipe.
De estarla escrutando con desdén y dejes mezquinos, Aemond pasó a dominar su ira para mirarla únicamente con algo de intriga y cautela.
—La escucho.
Daenaera asintió llevándose las manos a la espalda.
—Llevé a Lady Lannister a una encomienda decretada por mi padre y por azares del destino, se enteró de asuntos que no le concernían. El asunto involucraba al príncipe Lucerys y estaba tan resuelta a contarle sobre la situación, que no se pudo evitar.
—¿La castigo por un error que usted misma cometió? —cuestionó el platinado—. Tyshara Lannister no es una mujer de mi confianza, pero usted la llevó a su encargo en primer lugar, ¿esperaba que la mujer de confianza del príncipe se quedara callada ante algo que lo involucra?
La omega sonrió meneando la cabeza.
—Esperaba que fuera una mujer de intelecto. Se le explicó la importancia de mantenerse en silencio, y aun así estuvo dispuesta a no obedecer.
—La hija de Jason Lannister se enfermó a la par del príncipe Aegon, ¿le hizo algo como eso a mi hermano?
Aemond intentó no sonar amenazante, pero el cuestionamiento fue disparado de entre sus labios como si de una ballesta se tratase.
Aegon no había hecho nada, pero no podía confiar en el juicio que la omega tenía.
—Nadie le ha tocado un solo cabello al príncipe Aegon —respondió ella mostrándose calmada—. Su estado de salud es genuino.
—¿Y cuándo me ofreció vino? —volvió a increparla—. ¿El líquido ya había sido manipulado para noquearme si me negaba a quedarme aquí?
Daenaera soltó un sonoro suspiro. Lucía algo cansada. Con la luz del sol dando sobre ellos, Aemond pudo vislumbrar las bolsas que empezaban a formarse bajo sus ojos.
Al parecer no era el único que apenas dormía.
—Intentaba ser amable —dijo al final de ese corto, pero tenso silencio—. Supuse que mostrar una buena disposición ayudaría, pero al parecer usted ya se hallaba molesto por algo.
Claro, lo había interrumpido y lo había arrastrado hasta ahí con una charla sosa y sin sentido.
Le habría resultado menos complicado de haberle dicho la verdad desde un principio. Luego de tener conversaciones con Gweny y Floris Baratheon, se encontraba a la defensiva respecto a ese tipo de charlas.
—Dijo que Tyshara Lannister se enteró de algo que no debía, ¿de qué se trata?
—Hay un hombre… —comenzó a explicar la platinada—. Se llamaba Ulf. Fue el protector de Addam y Alyn durante su infancia, y tripulante de la Serpiente Marina. Creemos que Lord Corlys esconde algo sobre los bastardos y solo podemos encontrar la verdad a través de esos marineros. Como sea, no hay forma de saber algo por parte de Ulf, porque está muerto. Tyshara Lannister escuchó sobre eso de unas vendedoras en Hull cuando me acompañó. El problema no fue el cotilleo en sí, sino los señalamientos que las mujeres hicieron. No puedo dar legalidad sobre lo que esas vendedoras hablaron, pero lady Lannister nos dijo que ambas aseguraron que los culpables de esa muerte, fuimos nosotros, los Velaryon.
Curiosa forma de enterarse de algo. Si era cierto, la Lannister corrió con demasiada fortuna.
—¿Es cierto lo que esas mujeres dijeron? —preguntó Aemond—. ¿Fueron ustedes?
La omega negó torciendo los labios. —La gente de la princesa Rhaenys no lo hizo, pero no puedo asegurar nada en lo que a Lord Corlys respecta. Pudo haber mandado asesinar a Ulf en cuanto vio que nosotros nos estábamos moviendo.
El señor de Driftmark bien podría haberlo hecho. Ese alfa haría cualquier cosa por mantener su treta de los bastardos. Si había eliminado al tal Ulf, quizá el hombre sabía cosas que no deseaba fueran de dominio público. Podían ser varias cuestiones, después de todo, el hombre había cuidado a los bastardos durante su infancia.
—Dijo que eso ocurrió mientras usted cumplía una encomienda de su padre, ¿ambos eventos están conectados?
La omega asintió. —Lady Lannister era solo una excusa. La usaría para engañar a la gente de Lord Corlys si comenzaban a hacer preguntas, desgraciadamente ella terminó enterándose de algo delicado.
—Y supongo que lo que usted sabe es peor. De lo contrario no estaría tomándose tantas molestias para explicarme.
La chica asintió nuevamente. Ahora lucia abatida. Como si hablar del asunto se volviera un peso sobre su espalda.
—La gente de la princesa Rhaenys comenzó a seguir los pasos de Lord Corlys para saber qué es lo que oculta. Las sospechas de la princesa se intensificaron con la primera desaparición de los bastardos. Ocurrió a la mañana siguiente a la noche en que arribaron usted y el príncipe Aegon, ¿lo recuerda?
Aemond afirmó moviendo ligeramente la cabeza.
—Se inició un rastreo por toda la isla en búsqueda de ellos y varios marineros. Los hombres de confianza de la princesa encontraron y capturaron a Hugh Martillo. Hugh Martillo es un bastardo que solía ser el contramaestre de la tripulación de Ulf. Si alguien sabe algo sobre las verdaderas intenciones de Lord Corlys, es ese beta.
Aemond arqueó una ceja con duda. —¿Por qué no ir tras el tal principal implicado?, debe saber más sobre los asuntos de Lord Corlys y los bastardos.
—Por lo que tengo entendido, prefirieron capturar al segundo hombre más influyente de la tripulación, con el fin de enviar un mensaje silencioso a Ulf. Yo desconocía completamente sobre la muerte de Ulf hasta que Lady Lannister lo mencionó. Por la forma en que mi padre reaccionó, supe que quizá ya sospechaba de eso.
Aemond lograba ver la conexión con claridad, era evidente que Ulf y Hugh Martillo tenían conocimiento de situaciones vinculadas directamente con Lord Corlys, y este los eliminó para no tener que lidiar con filtraciones.
No obstante, había algo que Aemond aún no lograba deducir. Si Ulf había sido asesinado, y Hugh Martillo capturado, ¿en dónde se encontraba el resto de la tripulación?
Podían conseguir información de cualquiera de los hombres de la flota. Si se tomaron la molestia en seguir los pasos de la Serpiente Marina, bien podían tomar a otro de sus hombres.
—¿Qué hay del resto de los marineros de Ulf? —preguntó directamente—. Ellos deben tener al menos noción de las circunstancias.
—Varios desaparecieron —respondió la platinada agachando ligeramente la cabeza—. Otros zarparon hace semanas, tardaran varias lunas en volver.
¿Desaparecieron?, nadie desaparece así nada más, se habían largado cuando vieron que la situación se complicó
—¿Usted creer que desaparecieron?, ¿cree que eso fue lo que ocurrió?
Daenaera negó. —La princesa Rhaenys cree que en realidad están muertos. Piensa que al menos los que tenían más contacto con Lord Corlys fueron eliminados.
Aemond estudió a la chica de arriba abajo, su semblante ya no se veía tan aguerrido como antes, pero había algo. El alfa la analizó unos segundos más en silencio y por ese gesto torcido en su entrecejo, dedujo que había algo que no era de su agrado.
—¿Qué es lo que piensa usted?, mi lady —habló Aemond haciendo que la chica volviera a mirarlo—. Hasta ahora sólo me ha hablado de las creencias y las suposiciones de su familia. Quiero saber su opinión en el asunto.
—Mi opinión no es relevante, mi príncipe. No importa lo que yo crea.
—A mí me importa lo que piensa —aseguró el platinado con sinceridad—. Quiero saber que la motivó a envenenar a Tyshara Lannister, quiero tener conocimiento del razonamiento que la llevó hacer un viaje terriblemente peligros a Hull, ¿por qué mi lady?, ¿para qué?
Aemond vio a la chica desviar la mirada hacia el mar. Parecía estar luchando con ella misma, como si no quisiera hablar del tema.
—Supongo que el deber.
—¿Supone?
La omega sonrió volviendo la vista al alfa.
—Para ser alguien que tampoco habla abiertamente de sus sentimientos, es bastante exigente, mi príncipe.
—Hable de una vez, mi lady.
Daenaera largó un suspiro abrazándose a sí misma.
—Lo hice por mí, y mi familia —confesó—. Creo que tengo las capacidades para ayudar a la causa y se me han confiado grandes tareas. No pretendo pecar de soberbia, pero si la princesa Rhaenys, mi padre y mi tío confían en mí, ¿por qué debería desconfiar de mis capacidades?, —se detuvo un momento para esbozar media sonrisa y continuó—. High Tide es mi hogar, príncipe, podré no ser la heredera, pero aquí crecí, y si los dioses lo permiten, aquí moriré. No tengo forma de precisarle cómo fue que las situaciones se fueron presentando, pero sí le puedo asegurar que he reaccionado sobre la marcha. No se tenía previsto que yo viajara a Hull, pero el caso de Hugh resultó tan infructífero, que terminaron enviándole para ver si como omega lograba ablandarlo. He de admitir que no logré extraer la información que se me estaba solicitando.
¿Enviar una omega?, entonces intentaron utilizar su aroma para influir en él. Era evidente que tenían mucha confianza en la platinada, y ella tenía demasiada confianza en sí misma
Era osado de su parte aventurarse en algo como eso, pero ya entendía por qué necesitó a la Lannister como excusa.
—¿Qué ocurrió después de no concretar la información?
—Regresé a High Tide —dijo ella—. Y lady Lannister nos confesó haber escuchado el nombre de Ulf de esas vendedoras. Quiso avisarle al príncipe sobre lo sucedido, y le advertimos que no era buena idea.
—Fue entonces cuando la envenenó —le recordó Aemond.
Daenaera se quedó en silencio un momento y terminó aceptándolo.
—La mantuvimos bajo vigilancia y durante todo ese tiempo intentó hablar con el príncipe en varias ocasiones. Ahí fue cuando se tomó la decisión de intervenir.
Si la situación se había presentado como ella decía, entonces haberla alejado fue lo mejor que pudo hacer. Si Lucerys se hubiera enterado de todo, probablemente habría hecho que le revelaran la verdad.
—¿Lucerys no está enterado de nada?, ¿tienen seguridad en eso?
—Hemos hecho un esfuerzo por mantenerlo aislado de la información. Por desgracia, llegado el momento, Tyshara Lannister tendrá un papel importante en todo este asunto.
—¿No era su intención mantenerla alejada de Lucerys? —preguntó interesado en la respuesta de la otra.
La habían envenenado para mantenerla a raya, ¿por qué volver a involucrarla?
—La princesa Rhaenys piensa que, llegado el momento, Tyshara Lannister debe revelarle al príncipe Lucerys la verdad tras las buenas intenciones de Lord Corlys. Es fiel creyente de que solo ella puede convencerlo de actuar cuando todo esté preparado.
Podía ser cierto. Quizá solo escucharía a su indeseable amiga. Tener a todos los Velaryon apuntando hacia los bastardos, parecía más un asunto de intereses individuales, que el bien común. Lucerys necesitaba escuchar la verdad de alguien en quien confiara.
—¿Qué desea de mí? —preguntó Aemond—. Debe haber algo que desee pedirme.
Probablemente le pediría que también se mantuviera alejado de los asuntos de la princesa Rhaenys.
No lo haría.
—Que desempeñe el papel que ha sido destinado a Tyshara Lannister. Creo que debe ser usted quien le revele toda la verdad al príncipe Lucerys.
Aquello lo tomó por sorpresa. Era curioso que confiara en él. No habían interactuado mucho, y ese acercamiento no había iniciado precisamente bien.
¿Por qué confiar en que le obedecería?
Con esa información a su disposición, fácilmente podía córtale la cabeza a esos dos en cuanto los viera.
—El príncipe es renuente a escuchar mis consejos —respondió el alfa recordando como su sobrino era de testarudo—. Sus expectativas pueden ser destruidas en cualquier momento.
—Mi príncipe, no pretendo entrometerme en asuntos que únicamente les conciernen a ustedes, pero el cambio que el príncipe Lucerys demostró con su llegada, me dice lo contrario. Incluso ahora que luce distante e incómodo, termina por darme la razón.
Por primera vez en aquella conversación, Aemond sonrió genuinamente. Estaba hastiado de creer que ese sentimiento de añoranza rasgando en su pecho era unilateral.
—Dijo que llegado el momento se revelaría la verdad, ¿cuándo será ese momento?
Tenía que estar preparado para todo. Por si accedía ayudar, por si le cortaba al cabeza a los bastardos, por si lo hacía con Lord Corlys. Debía prepararse para cualquier futuro escenario que se presentara. Era imperativo que lo hiciera.
—Cuando la princesa encuentre el escondite de los bastardos, ella tiene pensado separarlos para…
De pronto, la platinada se detuvo repentinamente, dejando la vista anclada más allá de la figura de Aemond. El platinado atinó a reparar hacia donde la omega se hallaba viendo, y logró vislumbrar con claridad la figura de su sobrino moviéndose hacia ellos.
Lucerys llevaba un conjunto de negro con rojo, unos guantes color marrón y una larga capa colgaba de sus hombros que se movía al paso en que se desplazaba por la arena.
La necesidad de Aemond se vertió sobre él. Hacía días que no se veían. Días de no cruzar una sola palabra.
Un ligero aroma a menta golpeó al alfa, cuando el viento pasó silbando a su lado, y tuvo que apretar los dientes para no obligarse a sonreír.
…
Luke acarició la cabeza de Arrax, arrancándole un sonido de sorpresa a los Braavosi que los observaban completamente embelesados.
Lucerys sintió que su gigante amigo movió la cabeza arriba y abajo cuando lo acarició cerca del lomo. Arrax parecía emocionado por la cercanía y el omega presumía de sentirse igual de feliz.
Luke reparó en los hombres de Braavos regalándoles una sonrisa, mostrando con orgullo el gesto de su enorme amigo. Los Dragonkeepers bloquearon el paso con los bastones, cuando vieron que los invitados avanzaron descuidadamente hacía Lucerys y el dragón.
—No pueden ir más allá, mis señores —dijo el líder de los cuidadores con una voz áspera que intentaba escucharse amable—. Es peligroso que se acerquen al príncipe.
Los hombres se vieron entre sí con algo de timidez, mientras regresaban varios pasos hasta volver a su sitio. Para los Dragonkeepers, era de vital importancia evitar que esos hombres se tomaran la retribución de acercase más de lo permitido. Arrax les podía arrancar una extremidad al no encontrarse familiarizado con su aroma.
—No se sientan mal, mis señores —habló la Serpiente Marina desde su posición—. Ni siquiera yo puedo ir más allá de esto.
El alfa señaló sus pies y estalló en una carcajada que terminó por contagiar aquellos hombres.
Aunque Lord Corlys se hallaba más allá de la línea de protección creada por los cuidadores, era cierto que acercarse unos pasos más era peligroso.
Lucerys podía tener un control suficiente sobre Arrax, pero el dragón aún era igual de joven e impaciente que su jinete. La paciencia era un don que ambos estaban aprendiendo a manejar.
—Mi Lord, ha sido una demostración maravillosa, pero creemos prudente volver al castillo —dijo uno de los betas.
—Mis señores, permitan que los guardias los acompañen. Me gustaría charlar un poco con mi nieto.
Lucerys no volvió a reparar en los invitados para conocer su respuesta. Centró toda su atención en Arrax, pues el nerviosismo de quedarse a solas con su abuelo comenzó a rasgar en su pecho.
No quería tener más conversaciones incomodas.
No quería escuchar las quejas que tendría sobre Aemond.
Sabía que Lord Corlys no era adepto a su tío. Sabía que ese tema saldría tarde o temprano en la conversación.
—Siempre he creído que, de no haber eclosionado tu huevo, hubieses sido un excelente jinete para Seasmoke —le escuchó decir a su abuelo—. Es un dragón, pero se siente tan cómodo cerca del mar, que bien podría ser un Velaryon.
—Seasmoke ya tenía un jinete, mi lord —respondió Lucerys sin dejar de acariciar a su dragón—. Además, mi madre jamás me hubiese permitido llegar a los diez años sin tener un dragón. Se considera un mal presagio.
Para los Targaryen era casi impensable ser parte de la dinastía y no tener dragón. La única que no tenía uno era Rhaena y eso la afectaba de sobremanera. Había intentado enlazarse con Vermithor, y aquello no resultó bien.
Seasmoke era el dragón de su padre. No podía reclamarlo, así como si nada. Era como si de pronto Jace, Joffrey o él, intentaran montar a Syrax.
Imposible.
—Son torpes mis palabras y mis conocimientos sobre el tema, disculpa a este pobre viejo —se excusó el alfa—. La nostalgia a veces nubla mi buen juicio. Seasmoke era de tu padre, pero pensar que quizá tu puedes montarlo, alivia las tristezas de este marchito corazón, al que tanta falta le hace su hijo.
El omega se giró por completo sobre su eje para reparar en su abuelo. Le regaló una sonrisa. Su abuelo extrañaba a su hijo, y el extrañaba a su padre.
Podía entenderlo.
Laenor Velaryon era tan cálido y amable. Le contaba historias sobre el mar, lo cargaba sobre sus hombros, le hacía cosquillas antes de dormir y lo dejaba comer más pastelillos de los que debía.
El Extraño se lo había llevado tan prematuramente, que aún era doloroso.
¿Hubiese sido diferente si estuviera con él?
—Seasmoke es un gran dragón, abuelo. Quizá algún día alguien de nuestra descendencia lo reclame. Nada está escrito.
—Ojalá un Velaryon pudiera montarlo —dijo el alfa soltando una risa—. Así no tendría que irse de estas playas.
¿Un Velaryon?
—No creo que eso sea posible —Lucerys se cruzó de brazos algo dubitativo—. En ninguna lección de historia se menciona tal acontecimiento. Los Velaryon tienen sangre Valyria, pero no son señores dragón. Los Velaryon son enteramente del mar.
—Nadie ha ido tan lejos como para intentarlo —mencionó Lord Corlys lanzando una mirada al horizonte—. Tú y tus hermanos tienen el apellido de esta honorable Casa, pero también son Targaryen, así como lo fueron mis hijos. No es de extrañar que puedan ser jinetes perfectamente entrenados. A veces me pregunto cuanto se tiene que mezclar la sangre para que las propiedades mágicas de esta dejen de tener efecto.
Era un cuestionamiento extraño.
¿Qué importaba?, solo los Targaryen tenían permiso de la Corona para montar un dragón.
Pero…
—Abuelo… ¿h-hay alguien que esté interesado…?
—Nada de eso —respondió virando hacia el omega para sonreírle—. Son meras conjeturas seniles. Tanto tiempo fuera del mar me ha vuelto un hombre con demasiados momentos libres para reflexionar. No me prestes atención.
Era peligroso que alguien estuviera pensando en siquiera montar un dragón. No eran mascotas que pudieran cuidar. Eran seres especiales que también formaban parte de la familia real.
Vincularse con un dragón era peligroso en demasía. Requería de temple y fortaleza. Él mismo sabía lo que era sentirse adolecido por la falta de esa cercanía. En términos simples, mientras más fuerte fuera el vínculo, más cercanas y agonizantes eran las sensaciones que se experimentaban.
El dolor emocional causado por el rompimiento de un vínculo era real.
Real y completamente doloroso.
—El próximo jinete de Seasmoke será digno de él, tengo la seguridad de eso.
Lord Corlys le sonrió al tiempo en que asentía.
—Se dice que tu madre está realmente feliz de haber vuelto a la corte —dijo de pronto el alfa—. ¿Qué te ha parecido a ti?, King’s Landing es muy diferente a Dragonstone y Driftmark.
—Es una ciudad bastante bulliciosa —respondió con simpleza—. No tenemos permitido salir de la Fortaleza sin autorización, desconozco gran parte del lugar.
Lord Corlys le regaló una sonrisa plana —Mi nieto ha cruzado por muchas dificultades. Debió ser difícil enfrentarse a ese hombre que quiso hacerte daño.
Luke se llevó las manos a la espalda para no hacer evidente su disgusto por aquel comentario.
Había pasado un tiempo desde que se atrevió a pensar en aquello. No era la falta de atención a la situación, era la falta de entereza por aun saberse acongojado ante el inminente recuerdo de ese día.
No hablaba de eso con nadie, ni siquiera con él mismo. Antes de que Aemond llegara para decapitar a ese hombre, había creído, que, precisamente, su tío había sido el autor intelectual de aquella afrenta.
El tema fue zanjado siendo tachado de una anomalía. Pero Luke recordaba sus palabras, su accionar, y, sobre todo, como sus sentidos se vieron liberados para lograr sobrevivir.
—Ya lo había resuelto para cuando llegó mi tío —dijo como si nada—. Fue difícil, pero al final cayó derrotado.
—Casi olvido que Aemond Targaryen estaba ahí —bufó el alfa haciendo un mohín—. Siempre está ahí…
Imposible evitarlo. Era parte dela familia después de todo.
—Me hubiese gustado que tu estuvieras ahí…
Vio algo de tristeza cruzar por el rostro de su abuelo, pero de inmediato volvió a esa expresión sonriente de antes.
—Dicen que Jace sobresalió en las justas. Hay muy buenos comentarios en lo que respecta a tu hermano.
—Jace sobresale en todas las actividades que realiza, abuelo —recordó a su terco hermano mayor disparando directo al centro de la diana—. Eso lo vuelve orgulloso y algo creído. Helaena debe apañárselas con un esposo así.
Aunque su cuñada parecía manejar la personalidad del alfa bastante bien.
—Hubo un tiempo en que sugerí un matrimonio entre ustedes —declaró la Serpiente Marina con expresión solemne—. Se hubieran sentado en el Trono de Hierro, y Joffrey en el asiento de Driftwood. Era una buena idea.
—Pero mi madre tenía otros planes.
Lord Corlys asintió. —Quería un esposo leal y amable para ti.
—Mi tío es bastante leal —al menos se lo había demostrado al hacer valer su palabra ante el asunto de Jace, Aegon y Helaena—. Su encantador comportamiento termina opacando algo de esas cualidades, pero están ahí, las he visto.
—Un hombre peligroso, si me lo preguntas —soltó con cierta acidez el alfa—. Tu abuela piensa que a pesar de su… fama, lo de ustedes puede funcionar.
—Estar comprometido con mi tío tiene sus ventajas —dijo al tiempo que recibía un pequeño empujón con el hocico de Arrax. Lucerys viró hacia él para acariciarlo nuevamente ayudándolo a controlar la ansiedad que le ceñía el estómago—. Las personas le tienen miedo. Son menos imprudentes cuando lo tienen cerca.
—Prefiero el respeto antes que el miedo —objetó el alfa—. Pero poco se puede hacer por alguien que ha crecido inmerso en la intimidación y la violencia.
También se había desenvuelto en un ambiente plagado de enojo y venganza, pero aquello era algo que Lucerys no se atrevía a mencionar.
—Desempeñaré un buen papel, abuelo —le dijo para intentar convencerlo—. Mientras un Velaryon se siente en el trono de Driftwood, no debe existir inconveniente alguno.
El castaño suspiró deteniendo su tarea de acariciar a Arrax. No se sentía merecedor de la confianza de su abuelo. No cuando su abuela estaba dispuesta a destituirlo y él no se atrevía a confesarlo.
—Sé que pondrás todo tu empeño en ello, Lucerys, pero, ¿qué puedo esperar de un hombre que no se tentó el corazón para derramar la sangre de mi familia justo frente a mí?, Aemond Targaryen ensució uno de mis salones con impetuosidad sin siquiera lucir arrepentido.
Y si supiera que aún estaba dispuesto a cortarle la cabeza a Addam, probablemente se referiría a él con apelativos mucho menos tolerantes. O quizá ya lo sabía y solo se estaba conteniendo.
—Mi tío sigue las órdenes del Rey, y el Rey le ha ordenado casarse conmigo. Ambos tenemos que hacer lo que se nos ordene.
¿Qué más podía decir?, en un mundo donde las personas eran vistas como instrumentos, Aemond era la herramienta más formidable que los Hightower tenían.
A Lucerys eso le molestaba. No debería ser así. Ambos debían tener el derecho a elegir. A vivir sus vidas.
Aunque eso implicara que Aemond deseara estar con alguien más.
—No es de mi agrado haberte entregado a él como rehén, pero supongo que los planes de tu madre están más allá de mi entendimiento.
«Rehén», curiosa forma de llamarse a sí mismo.
No era la primera vez que se hacía ese planteamiento, sin embargo, Lucerys experimentó una amarga sensación en la boca del estómago.
—En todo caso ambos estaremos a merced del otro.
—¿Has pensado en lo infeliz que puedes ser a su lado? —preguntó el alfa sin un ápice de mesura—. En lo terrible que será tenerlo como esposo.
Arrax volvió a empujarlo con el hocico, pero el omega únicamente colocó una mano sobre él sin dejar de ver a su abuelo.
—Con la información que tengo hasta ahora, aun me es imposible pronosticar si será un mal esposo, mi lord.
—Tu abuela dice que se llevan bien, ¿es cierto?
Luke tensó la mandíbula sintiendo un nudo en la garganta.
—Lo intentamos.
—Estuvieron juntos hace unas noches —dijo y el rostro del omega comenzó arder—. ¿Te obligó?, ¿hicieron lo mismo que en King’s Landing?
—N-no… él n-no ha hecho nada que yo no quiera.
La mirada inquisidora del alfa era terriblemente pesada.
Nauseabunda.
Su abuelo nunca lo había visto así.
Al omega de pronto le dieron ganas de llorar.
—Me parece increíble como lo justificas —el alfa habló con tono brusco y frío—. ¿Estás dispuesto amenazar tu Casa por defenderlo?
—¿Defenderlo? —Lucerys parpadeó sorprendido.
—Cuándo ese hombre cruel y despiadado vuelva a ponerte en una posición poco honorable, como lo hizo al compartir el lecho contigo, ¿tomaras cartas en el asunto?, ¿vas a salvaguardar tu bienestar y el de esta Casa?
El castaño boqueó un par de veces completamente confundido. Las acusaciones de su abuelo lo estaban superando. La situación en sí, lo estaba superando.
—Eso… eso no tiene por qué pasar.
Lord Corlys bufó divertido. —Aemond Targaryen no siente amor por nadie de esta familia. En cuanto pueda se va volver en tu contra.
Lucerys tragó para contener el montón de lágrimas que amenazaban con salir sin su permiso. Hizo la mano puño sobre la escamada piel de su dragón, provocando que de la nada, Arrax soltara un gruñido gutural y peligroso.
El omega viro hacia la gran bestia, y esta se irguió peligrosamente sobre sí misma, haciendo que, al bajar sus grandes fauces, estas apuntaran hacia Lord Corlys.
—Dohaeras, Arrax… —exigió el omega y el dragón volvió a gruñir enseñando los dientes—. ¡Dohaeras!
—Los cuidadores no se hallan cerca —dijo Lord Corlys retrocediendo dos pasos—. No te pueden ayudar.
El omega respiró con calma al tiempo que colocaba ambas manos sobre el dragón. Traía puestos unos guantes, pero Arrax seria perfectamente capaz de entender el mensaje.
Pasaron varios delirantes segundos, pero el dragón no reaccionaba. Arrax continuaba exponiendo sus dientes, mientras sus enormes orbes se posaban en completa alerta sobre el marinero.
—Lykiri… lykiri —repitió tomándose el tiempo de respirar y acariciar al dragón para que se calmara—. Lykiri, Arrax, todo está bien. Nadie me está amenazando.
Dicho aquello, la gran bestia se acercó a olisquear al omega como si intentara constatar que todo reamente estuviera bien. Luego de verificar que su jinete estaba en perfecto estado, el dragón volvió a empujarlo con el hocico para que jugueteara de nuevo con él. Luke dejó ir el aire que tenía contenido, sintiéndose aliviado de haber manejado exitosamente aquella situación.
Arrax nuca había sido un dragón desobediente, pero desde su enfermedad, parecía haberse vuelto más sensible y receptivo.
Era la primera vez que sentía con tanta claridad la amenaza que su dragón percibía, y ciertamente se sentía algo peculiar. Lucerys lo sentía como una sensación rumeando en su pecho, que le indicaba que Arrax no estaba feliz.
No estaba del todo seguro si aquello era algo que debía sentir.
—Ordenaré a los cuidadores que se acerquen —dijo de pronto La Serpiente a sus espaldas—. Volveré al castillo, te estaré esperando allá.
Lucerys se limitó a sentir, permitiendo que Arrax se alejara de él para tomar lugar sobre la arena y recostarse.
Después de que los Dragonkeepers llegaran hasta ellos, el castaño se encaminó al castillo preguntándose si Arrax era el responsable de reaccionar así ante la amenaza, o si había sido él.
…
Aegon había convocado al Maestre de los Velaryon bajo una premisa bastante inocente.
Admitía que, gran parte de esa curiosidad que deseaba saciar, iba más allá de unos simples cuestionamiento, como le había informado al Maestre en su recado.
Iba a ser difícil hacer las preguntas que lo acechaban, si Aemond estaba cerca. No es que no confiara en él, pero no quería que escuchara lo que quería preguntar al Maestre. Su hermano era demasiado curioso —por no decir entrometido—, y era mejor resolver sus dudas ahora que se había ido a regañadientes con la hija de Lord Daeron.
—¿Casos anómalos?, mi príncipe, ¿escuche bien? —preguntó el hombre al tiempo que se tocaba la cadena sobre su pecho.
—Así lo dije, Maestre. Las mozas de servicio mencionaron que sus estudios estuvieron enfocados en alfas cuando solo era un aprendiz. Fue instruido en Antigua, ¿no es así?
—Así es mi príncipe —dijo el hombre con algo de orgullo—. Tuve grandes maestros especializados en la naturaleza de los alfas. Así me gané mi lugar entre las filas de los Velaryon.
Aegon asintió acomodándose en el asiento. Aquella confirmación le agradaba. —Entonces, cuénteme algo sobre esos casos que nunca antes se han vuelto a ver.
El hombre se quedó en completo silencio, contemplando algún punto en la habitación del omega.
Parecía estar echando andar esa vieja mente suya.
—Mi príncipe, tendrá que ser más explícito. Podría darme un ejemplo.
¿Ejemplo?, ¿no había sido suficientemente claro?, solo tenía que contarle un par de cosas curiosas, para que luego sus dudas no fueran a escandalizarlo.
Necesitaba preparar el terreno, pero ese Maestre se lo ponía complicado.
—¿Qué posibilidades tienen de concebir un alfa varón con una alfa mujer? ¿es posible?
—Es posible —confirmó—. Pero sería tan terriblemente desgastante para ambos, que lo mejor es que se separen. La estadística es de 1 entre 1,000, sin contar los años que les toma terminar concibiendo.
Bastante bajo a comparación de las concepciones normales.
—¿La probabilidad aumenta si la pareja pertenece a la familia Targaryen? —preguntó haciendo que el hombre abriera los ojos de la sorpresa—. ¿Es diferente?
—Mi príncipe, la Casa Targaryen siempre ha sido muy cuidadosa con los emparejamientos entre sus miembros. Nunca dos alfas han intentado tener hijos. Es un desperdicio de tiempo.
—¿Por qué?, la mujer tiene útero.
—Un útero casi tan marchito como la semilla de un omega varón, mi príncipe —aseveró el hombre mientras emitía un suspiro—. Todos los alfas tienen la facilidad de hacer proliferar su semilla, no al revés, así sea una mujer de la Casa Targaryen.
Aegon lo entendía. Aunque ellos fueran más fuertes, más hábiles y fértiles, la aplicación a esa regla era para todos. Hombres y mujeres. Alfas y omegas.
—¿Qué hay de los omegas? —preguntó para corroborar sus conjeturas—. ¿Pasa lo mismo?
El viejo asintió. —Un omega es casi incapaz de preñar a una omega. Sus cuerpos fueron diseñados para dar a luz, únicamente.
—¿Y enlazados?, ¿hay alguna diferencia?
—No la hay mi príncipe. La mordida no ayuda a que la concepción se realice, únicamente hace más agonizante la espera. Y en caso de que ya existe el embarazo, aporta a la estabilidad, nada más.
Aegon se quedó en silencio absorbiendo toda la información. Algunos detalles se los imaginaba, otros no.
—Hablando de enlaces… ¿puede un alfa morder a un omega sin intenciones de enlazarse y aun así terminar haciéndolo?
La duda cruzó por completo el semblante del Maestre, lucía genuinamente confundido. Aegon se preguntó si el mohín en su rostro era debido a la dificultad de la pregunta, o si había hecho mal el planteamiento.
—La mordida debe tener cierta intencionalidad, mi príncipe —respondió al tiempo que miraba a Aegon directamente a los ojos—. El alfa debe desear poseer al omega para que esta surta efecto. Puede no ser una intención de índole sexual, pero sí de posesión. En términos más sencillos, es como reclamar un dragón.
Un buen ejemplo. Se podía reclamar un dragón por derecho, por poder o necesidad. No existía sólo una razón, aunque los Targaryen se esmeraran en enumerar solo una.
—¿Y si el alfa no lo sabe? —indagó—. Digamos que el alfa en cuestión mordió al omega, pero sólo el omega lo supo hasta después de un largo tiempo.
—Estaríamos hablando de dos personas muy jóvenes, mi príncipe —aseveró el Maestre—. Me atrevería a decir que su edad puede oscilar entre los 12 y los 16 años, quizá. Sólo alguien tan joven no sabría que algo como eso ocurrió.
Un escalofrío le recorrió la columna a Aegon.
—La mordida fue declarada como no legítima —explicó el omega—. Y parece más bien una cicatriz, ¿eso puede cambiar?, ¿puede volverse una marca genuina luego de ser descartada como una?
Esta vez, el hombre no se guardó la sospecha que lo gobernaba. Estrechó la mirada hacia el platinado, denotando cierta cautela en ese gesto.
Era como si leyera entre líneas. Entre lo claro y lo difuso. Entre lo que Aegon le permitía saber y lo que tenía que intentar adivinar.
Por su parte, el omega no se permitió desviar la vista del Maestre, se mantuvo firme a pesar del juicio silencioso al que era sometido.
—Mi príncipe… ¿acaso usted?...
—Responda la pregunta, Maestre.
El hombre dio un suspiro. Aegon esperó en silencio la respuesta.
—Puede cambiar —sentenció—. Según la información que me proporciona, lo que logro inferir, que esa situación debió darse entre una pareja joven, que deliberadamente fue separada. La juventud y la inexperiencia, combinada con una repentina separación, pudo haber ocasionado una interrupción temporal en dicha marca que ninguno de los dos notó. La marca no es algo meramente físico, mi príncipe, la mordida forma un vínculo, se alimenta, se procura, se cuida… permítame preguntarle algo —dijo el Maestre con cautela—, ¿el alfa… el volvió a estar cerca del omega?
Aegon esperó unos segundos, después asintió.
—Ahí tiene la respuesta.
El platinado apretó sobre su pierna, ahí donde tenía esa cicatriz que tantas dudas le causaba. Orwyle le había asegurado que no estaba pasando nada fuera de lo común con dicha cicatrización, así que no debía preocuparse.
Sin embargo, un deje de duda no dejaba de asolarlo, pues el Maestre de la Fortaleza Roja, no estaba actualizado con las últimas instancias de su salud.
¿Cambiaría de opinión su le decía que la cicatriz le ardió demasiado durante ese loco y extraño periodo de celo?, ¿la resolución seria otra?
—¿Por qué me ha preguntado todo eso a mí?, príncipe —volvió hablar el hombre ahora con la cabeza gacha—. El Maestre Orwyle fue pulcramente instruido en Oldtown, sus conocimientos son tan amplios como los míos.
—Orwyle es el Maestre de la Corona, está obligado a informar de todo al rey.
«Y desgraciadamente a Lord Mano», pensó el omega.
—Usted, y el príncipe Aemond no parecen tener una buena relación con Lord Corlys —señaló el de cabello cano—. ¿No es peligroso hablar conmigo siendo yo parte de su gente?
—¿Va a contarle a su lord sobre las preguntas que el omega menos querido del reino le ha hecho? —le cuestionó Aegon con sorna—. ¿Lo hará?
El Maestre meneó la cabeza luciendo cabizbajo. —No mi príncipe. No creo que a Lord Corlys le interese esta conversación. Además, se identificar perfectamente cuando mi vida está en riesgo.
Aegon levantó una ceja divertido. —¿Su vida corre peligro?, Maestre.
—Creo que por el momento no, pero es más fácil para usted deshacerse de un hombre como yo, que de un hombre como Orwyle —soltó con algo de tristeza—. Una palabra suya y el príncipe Aemond me corta la cabeza.
El platinado quiso echarse a reír por las conjeturas tan acertadas de aquel hombre. Aegon no se atrevió a emitir un solo sonido de burla, pues el beta frente a él, claramente no se sentía bien sabiendo aquello.
No quería enterar a Lord Corlys de algo como aquel asunto, pero si no le preguntaba al Maestre Tallad, no podría resolver sus dudas con nadie más. Era imposible preguntarle a Orwyle, y mil veces impensable hacerlo con algún Maestre de la Casa a la que pertenecía su futuro esposo.
Su futuro esposo. El mismo al que tenía que convencer de no morderlo durante la consumación de su matrimonio.
Jodida situación. Entre Targaryen no se podían morder, pero si el futuro Señor de los Ríos se lo pedía, ¿cómo se iba a negar?
Tenía que pensar en evitarlo.
—Es usted muy prudente, Maestre, dígame, ¿qué le dirá a Lord Corlys si le pregunta sobre nuestra charla?
—Le diré que era una revisión de rutina. Lo usual luego de su ciclo.
Aegon asintió complacido, pero antes de articular algo más, la cámara fue irrumpida por su castaño y pequeño sobrino.
—¡Sobrino! —exclamo poniéndose de pie, mientras abría los brazos para recibirlo—. ¿Qué te trae por aquí?
Tallad se puso de pie manteniendo la cabeza gacha, mientras Aegon se acercaba al otro omega para palmearle el hombro.
—Lamento si interrumpí algo —dijo el castaño intercalando la mirada entre el platinado y el Maestre—. No sabía que estabas ocupado.
—Tonterías —Aegon hizo un gesto restándole importancia—. El Maestre ya se va.
—Mis príncipes —habló el viejo acercándose, para luego pasar y salir de la cámara.
Aegon se adentró a la habitación, haciendo que Lucerys lo siguiera.
Por las mejillas entintadas del castaño, el mayor supo que no era él a quien estaba buscando. Este movía la vista con algo de reserva y timidez por toda la extensión del cuarto.
—¿Y bien? —volvió a preguntar Aegon.
—Estoy buscando a mi tío Aemond, pero me alegra ver que luces mejor, ¿te sientes mejor tío?
El platinado se encogió de hombros. El castaño era un mentiroso. De seguro ni siquiera recordaba esa cámara estaba designada a él.
—Hace tiempo que Aemond se fue a pasear por la playa con la encantadora hija de lord Daeron, ¿cómo se llama?, recuérdamelo sobrino.
—Daenaera Velaryon —respondió con Lucerys.
—Lady Daenaera —repitió Aegon chasqueando los dedos como si hubiese encontrado la respuesta por cuenta propia—. Se fueron hace un rato, quizá si los busca aún estén en la playa
—No sabía que ellos eran así de cercanos —comentó el omega con algo de desconfianza—. Nunca los vi interactuar más allá de lo común.
Una sonrisa ladina se dibujó en los labios del mayor.
—También me tomó por sorpresa. Aemond fue tan amable con ella, que incluso dejó una conversación inconclusa conmigo con tal de complacerla.
—¿C-complacerla? —preguntó el menor frunciendo un poco el ceño—. ¿Lady Daenaera dijo lo que quería charlar con él?
Aegon negó. —No dijo nada, pero a juzgar por la insistente forma en que deseaba que mi hermano la acompañara, puedo asegurarte que realmente está interesada en su compañía.
El platinado vio a Lucerys bajar la mirada en completo silencio.
Lo estaba asimilando.
Determinando su próximo movimiento.
—Iré a buscarlos a la playa —dijo con cierta resolución en su voz—. Nos vemos después.
Aegon vio a su sobrio salir de la cámara preguntándose si, al igual que Aemond, aún no era consciente de lo que sentía.
…
Lucerys vislumbró ambas figuras a la distancia.
Los labios de Daenaera se movían, y Aemond se veía completamente sumergido en lo que sea que ella le estuviera diciendo.
Algo frío subió por su garganta. Era una sensación completamente displacentera.
Su naturaleza parecía disgustada con la escena frente a él, pero Lucerys no se atrevía a dar por sentado aquello. Podía hallarse molesto por saber a la omega digna de la atención del alfa, o bien por el tema que lo había llevado hasta ahí.
Era confuso. Difícil de sábelo.
Lo único de lo que tenía certeza en ese momento, era que no quería ver a Daenaera tan cerca de Aemond.
Con esa confianza. Con esa intimidad.
—Mi príncipe —saludó la omega con una enorme sonrisa.
—Lady Daenaera, me gustaría hablar con mi tío —dijo sin regresar el saludo o siquiera verla. Su atención se hallaba enteramente centrada en el alfa—. … a solas.
Lucerys vio el rabillo del ojo la mirada que la omega le dio a su tío antes de partir. Un gesto ligeramente imperceptible, pero que no pasó desapercibido para él.
Esperó con paciencia hasta que su tío volvió a prestarle atención. Al parecer necesitaba verificar que la omega llegara con bien a su destino.
—Fui a buscarte a la cámara del príncipe Aegon, tío —habló Lucerys mirándolo al ojo—. Me dijo que estabas aquí. Desconocía tu cercanía con lady Daenaera. No sabía que se hacían confidencias.
—No somos cercanos, y tampoco nos hacíamos confidencias —resolvió Aemond con simpleza—. Compartimos opinión en algunas cuestiones. Discutíamos sobre eso.
«¿Y esas cuestiones implicaban no quitarle la mirada de encima?», se preguntó el omega dentro de su haber, más no dijo nada.
—Bueno, siendo amigos es normal que sean compatibles en algunos aspectos, ¿cierto?
Aemond sonrió dando un par de pasos para estar más cerca de Lucerys.
El omega sintió el peso de la cercanía del otro caer sobre él. Una dicotomía peculiar en ese sin sentido de sensaciones.
Por un lado, estaba ese frío gélido atascado en su garganta, y por otro, un abrasador alivio derivado de encontrarse nuevamente así de cerca del alfa.
Calma y caos.
Tranquilidad y desosiego.
Era doloroso sentir todas esas emociones derramarse sobre él.
—Dudo mucho que hallas dejado a tus invitados de lado solo para increparme sobre lo que hablo con lady Daenaera —comentó el alfa con tono burlón—. No nos hemos visto en días, sobrino. Es tan frío de tu parte hacerme esa clase de reclamos sin sentido.
El omega carraspeó desviando la mirada. Era cierto. No estaba ahí para hablar de Daenaera. Quería tocar otro tema.
Lucerys recobró la compostura reparando nuevamente en él. Se llenó de aire los pulmones haciendo caso omiso al fuerte olor de su tío que se pegaba a él sin un ápice de piedad.
—Quiero… quiero agradecerte —comenzó a decir el castaño—. El tío Aegon me dijo que lograste hablar con Jacaerys sobre su asunto. Yo no lo sabía y aun así honraste el trato que hicimos. Te lo agradezco.
—Estuve realmente tentado a no hacerlo, sobrino —admitió el alfa uniendo las manos atrás de la espalda—. Pude haber conseguido muy buena información. Era una buena oportunidad.
Lo era.
Lucerys creyó que a Jace y Aemond les tomaría más tiempo resolver el asunto que tenían. No pensó que la situación terminaría por resolverse a esa velocidad.
Ambos eran tercos y realmente difíciles de manejar cuando se lo proponían. Era una suerte que el tema entre ellos quedara zanjado por el momento.
—Pudiste haberlo hecho —repitió Lucerys—. Pero no lo hiciste, y eso lo agradezco.
—¿Me agradeces por cumplir con mi promesa?
Lucerys no cayó en cuenta del momento en que Aemond se había vuelto acercar, tampoco fue consiente del cosquilleo en la parte sensible de su cuello y hombro, hasta que el alfa ya se hallaba tocándolo demasiado cerca.
La mirada del platinado estaba centrada en él. Estaba estudiándolo. Parecía interesado en terminar de cerrar el espacio entre ellos, hasta consumir la brecha que aún los separaba.
Parecía casi impaciente por acariciarle el rostro. Por comprobar que el omega fuera real, y no un producto de su imaginación por la larga abstinencia de los días que estuvo lejos de él.
—Hay algo que debemos discutir —se atrevió a decir el omega mientras Aemond le acariciaba la mejilla con el pulgar—. No es solo el tema de mi hermano por lo que vine aquí. Hay… hay algo más.
El platinado asintió sin dejar de palpar la suave piel de su sobrino. —Te escucho.
Que los dioses lo ayudaran. No sabía cómo empezar.
—Es probable que la princesa Rhaenys se acerque a ti para proponerte un trato —comenzó a explicar a pesar del nerviosismo que comenzaba a sentir—. Te solicito amablemente que no aceptes sus términos.
Lucerys oraba porque Aemond no le prestara la suficiente atención como para preguntar.
El castaño no quería hablar de eso en voz alta. No era su deseo hacerlo.
—¿Qué clase de trato es? —preguntó a pesar de que los enormes orbes azules de su sobrino lo veían con suplica—. ¿Por qué te preocupa si acepto?
—Es un asunto que involucra demasiadas complicaciones a futuro. Lo mejor es no alterar ningún evento por venir.
Aemond dejó de acariciarle el rostro para escrutarlo con duda y cierta cautela.
—¿Qué es lo que la princesa Rhaenys desea? —volvió a preguntar, esta vez, mostrándose más interesado—. Si te has tomado el tiempo de venir a pedirme que no acepte, debe ser algo que no te convence.
Mal momento para intentar apelar a la disposición del alfa.
Aemond no dejaría el tema tan fácilmente. Incluso si Lucerys se retractaba de enterarlo, el alfa era capaz de ir en busca de las respuestas hasta los confines de la isla.
Quizá era mejor darle la información, e intentar negociar con él. Podía ofrecerle algo lo suficientemente llamativo a cambio de no aceptar.
Después de todo, estaba acostumbrado a perder una parte de él con tal de proteger a los demás.
—La princesa… ella, ella quiere —las palabras se le atascaron en la garganta, se vio obligado a inhalar y exhalar, para comenzar a disminuir la angustia que amenazaba con salirse de control. Aemond no le hacía fácil la tarea, estaba ahí, frente a él, mirándolo con duda y algo parecido a la preocupación—. … ella quiere que nuestra boda se celebre cuanto antes. Piensa proponértelo en cuanto tenga la oportunidad.
El alfa se quedó en completo silencio. Lucerys no registró ningún cambio en su semblante. Estaba en blanco. En completa calma.
Eso disparó las alarmas de Lucerys.
¿En qué estaba pensando?, ¿iba aceptar?
Estaba perdido si Aemond aceptaba la propuesta de su abuela. Estaría en la ruina.
¿Qué iba a ofrecerle?, ¿Qué tenía para darle?
De pronto, las palabras de su abuelo se agolparon empujándolo con fuerza.
“Cuándo ese hombre cruel y despiadado vuelva a ponerte en una posición poco honorable, como lo hizo al compartir el lecho contigo, ¿tomaras cartas en el asunto?, ¿vas a salvaguardar tu bienestar y el de esta Casa?”
—¿Por qué no te convence la propuesta? —preguntó el alfa inusualmente tranquilo, sacándolo por completo de sus cavilaciones—. ¿Por qué no quieres que acepte?
—Es demasiado apresurado. Mi madre no lo sabe, la reina tampoco. No estoy seguro de que tan prudente es adelantar algo que ni siquiera se ha planificado de la manera correcta.
Vaya excusa burda y sin sentido.
—La corona no tomará represalias contra nosotros, pero a juzgar por lo nervioso que te sientes, hay algo más ¿cierto?
¿Nervioso?, ¿cómo sabía eso?, ¿estaba siendo demasiado obvio?
Lucerys sintió que su estómago se hundía. No había manera de abordar el tema de otra forma. No había manera.
—Quiero casarme bajo las circunstancias correctas —dijo Luke con tono melancólico—. No quiero hacerlo por que necesite frenar el avance de los nietos ilegítimos de la Serpiente Marina. Al menos debería tener eso.
—Los matrimonios siempre se han realizado como alianzas políticas y estratégicas —señaló Aemond—. Unidos bajo la fe de los siete, seré enteramente tu protector y nadie podrá objetar si termino cortándole la cabeza a esos dos bastardos.
Lucerys sintió como nuevamente el pánico le apretó la garganta.
Esa era la razón principal para no celebrar un matrimonio. Aemond estaría dispuesto a mentir, manipular, asesinar, y hacer lo que fuese necesario con tal de acabar con los que ya había declarado como sus fervientes enemigos.
—Es peligroso volverse a enfrentar a ellos —dijo para tratar de eliminar esa idea—. Los derramamientos de sangre a ese nivel son innecesarios… así comienzan las guerras.
—¿Crees que no soy capaz de defenderte? —espetó Aemond con brusquedad—. ¿Crees que esos bastardos pueden pelear contra mí y ganar?
El omega tragó con preocupación. —Crecieron en un astillero. Son fuertes, sabrán cómo defenderse.
Aemond soltó un gruñido por lo bajo, y de pronto, la histeria se apoderó de Lucerys al sentir algo de ese enojo vibrar en su propio pecho.
¿Qué estaba pasando?, ¿qué era eso?
—No son rivales para mí, y sabes a la perfección que lo único que me detiene de terminar con ellos, eres tú y tu sangrante ideal de remediar las situaciones de forma pacífica. Si estuvieras en su posición, ellos ya te habrían sacado arrastras de High Tide.
—No tienes forma de saberlo —se defendió el omega de esas palabras cargadas de ira—. No todos piensan igual.
“Sé que pondrás todo tu empeño en ello, Lucerys, pero, ¿qué puedo esperar de un hombre que no se tentó el corazón para derramar la sangre de mi familia justo frente a mí?”
—Dime una buena razón para creer en la buena voluntad de dos bastardos que intentan robarte lo que es tuyo. Dímelo.
—No sólo se trata de ellos —dijo cepillándose el rostro completamente desesperado—. Mi abuelo… t-tu, no le agradas. Él puede, él puede…
—Defenderlos —terminó de decir el alfa acercándose a Lucerys para sostenerle el rostro. El alfa hizo que lo mirara—. ¿Temes que tu abuelo haga algo?
—No soy el único que piensa eso —admitió con tono triste—. Mi abuela cree que debemos tomar lugar en el asiento de Driftwood, una vez que estemos casados. No lo mencionó, pero tengo la certeza que no solo me lo dijo para entender la estrategia de apartar a los bastardos. Sabe que mi abuelo tomara represalias contra quien aún no sea parte de la familia. Es su forma de protegernos a todos.
El omega bajó la mirada navegando en el desosiego. Había algo dentro de su naturaleza, que le clamaba entender la necesidad de Aemond por protegerlo.
Y de alguna forma, entendía lo que el alfa deseaba hacer.
Era aterrador de admitir, pero ambos bailaban en una línea que de a poco comenzaba a volverse difusa.
Lucerys no deseaba que Aemond cargara con la muerte de dos personas inocentes, y Aemond parecía estar más que dispuesta a convertirse en una espada.
—La usurpación es una situación a la que no quieres llegar. No quieres hacerle eso a Lord Corlys.
—Es indigno —el omega volvió los ojos nuevamente al rostro del alfa—. No puedo usurpar a mi propia familia y esperar que el resto lo acepte, ¿eso cómo me deja?... sería un traidor de la sangre. Lord Corlys catapultó la Casa Velaryon a una riqueza más elevada. Las personas lo estiman. Lo aman.
Y a él lo odiarían.
Bastardo y traidor.
Maravillosa combinación.
—Te lo prometo —dijo el alfa con aplomo sosteniendo el rostro del omega con firmeza. Lucerys inhaló la esencia de Aemond absorbiéndola por completo—. Una vez casados, no accederé a tomar el asiento de Driftwood. Si tú no lo quieres, ni siquiera el Rey podrá obligarme.
El silencio impuesto por Lucerys, comenzó a carcomerlo por dentro. Estaba titubeando, estaba siendo un mentiroso con Aemond por que ese no era el único motivo para no aceptar el matrimonio.
Para el castaño era complicado verbalizarlo. Desentrañar cada detalle hasta explicarlo, lo dejaría expuesto ante el alfa. Vulnerable.
Y Lucerys vacilaba. Dudaba de las ambiciones de Aemond. De su razonamiento. De sus verdaderas intenciones.
De la venganza que estaba en pausa porque estaban ahí. Ahí sobre la playa de aquel mar desolado, deliberando si debían unirse apresuradamente para darle cierre a esa terrible situación.
—¿Puedes prometerme que no dañaras a Addam y Alyn? —preguntó con la voz trémula y las lágrimas amenazando con salir—. ¿Puedes hacerme la misma promesa?
Las manos de Aemond abandonaron el rostro del omega, y este sintió que un vacío inminente se abría de golpe entre ellos.
—No —sentenció el alfa—. Ellos quedan fuera de toda discusión.
—¿Por qué? —cuestionó el omega limpiándose el ligero rastro de lágrimas que tenía—. ¿Se terminó tu generosidad?
—No me apetece. Así de simple.
¿Por qué era tan terco?, ¿por qué no solo decía que sí?
—¡¿Por qué insistes en asesinarlos?!, —exclamó el omega perdiendo la moderación—. No tienes que llegar tan lejos. Existen otros métodos.
—¡Son bastardos, Lucerys! —gruñó el alfa—. Te están amenazando, abandona tus absurdos deseos pacíficos, ¿qué es lo que tanto te atormenta de ellos?, estabas dispuesto a hacer lo que fuera para proteger a tu familia, ¿dónde está toda esa resolución?, ¿qué hiciste con ella?
—Es mi resolución la que no permita que te conviertas en un homicida, Aemond —aseveró el castaño al tiempo que la respiración comenzaba a pesarle en el pecho. Algo del enojo del alfa ardió en él. Lo apretaba. Lo ceñía—. No eres una herramienta que se usa y se desecha. Eres más que eso. Eres… no eres lo que dicen de ti.
Todo el rostro del alfa se endureció. Una profunda oscuridad se hizo en sus facciones. Lucerys apretó la mandíbula recordando esa mirada. Esa expresión.
No sabía si lo que decía realmente encajaba con lo que pensaba o sentía.
Aemond era cruel, mezquino, manipulador no tenía duda de eso… pero también era leal, amable, inteligente.
¿Cómo podía tener todas esas facetas?, las historias en los libros decían que las personas eran buenas o malas. Malvadas o benevolentes.
Pero Aemond era todo. Y su cabeza no dejaba de pensar, pensar y pensar.
—¿Crees que no soy suficientemente fuerte? —increpó elevando el mentón—. No me subestimes, Lucerys.
El castaño negó. —No te estoy subestimando.
Aemond estrechó la mirada sobre él. —¿Qué es entonces?, ¿por qué no quieres tomar la propuesta de la princesa Rhaenys?
—Es apresurado y peligroso.
—No te creo —dijo el alfa sin titubear—. Estas mintiendo.
—Así no deberían ser… hay otras formas… h-hay.
Aemond se acercó repentinamente cerrando el espacio entre ellos. —¿Te has enamorado del bastardo de Addam?, ¿es eso?
Lucerys dejó escapar un jadeó de sorpresa.
¿Cómo podía pensar eso?, no era ni remotamente una posibilidad.
—No, él y yo… nunca.
—¿Tienes miedo?
—No.
—¿Lord Corlys te amenazó con algo referente a tu herencia?
La cabeza de Lucerys daba vueltas. El aroma de su tío era demasiado fuerte.
Demandante
—No, el no haría eso.
—¿Que es entonces? —demandó saber el alfa—. Habla claro.
—No es nada.
El estómago le dolió. No se sentía bien.
—¡Dilo!
—No.
—¡Habla!
—¡No me quiero casar contigo!... —gritó reculando dos pasos hacia atrás.
Lucerys se quedó frío ante su propia confesión. No se creyó capaz de decirlo. Tragó saliva y la garganta le dolió. Una pesada melancolía inundó su cuerpo haciendo que por fin un par de lágrimas comenzaran a deslizarse por su rostro.
Aemond lo observó en silencio, parecía estar aturdido… parecía estar entendiendo, asimilando la información.
Todo era confuso.
Pesado.
Las manos de Lucerys comenzaron a temblar, cuando quiso alcanzar a Aemond para tocarlo, pero este se retiró rechazando el contacto. La indiferencia lo golpeó de lleno. Le acalambró el pecho.
—… no quiero hacerlo por el momento —intentó explicar mientras se abrazaba a sí mismo para consolarse—. No cuando el traidor está por ahí y puede hacer uso de ese recurso para hacernos daños. Casarnos ahora para solucionar el problema que hay aquí, puede causar estragos en el futuro. Tenemos planes… planes para después que atrapemos al traidor.
Habían prometido acabar con el traidor y luego resolver sus problemas personales.
La venganza de Aemond estaba en espera. El matrimonio no era la solución.
No así.
—Espera a que estemos de regreso a King’s Landing para notificarle al Rey de tu decisión —dijo Aemond con el gesto serio—. Es peligroso hacerlo ahora. Lo mejor es informarle cuando estemos de vuelta.
El aire escapó del cuerpo de Lucerys.
No.
No hablaba de cancelar los planes. Solo era momentáneo. Solo eso.
—N-no me refería a… —trató de encontrar las palabras correctas, pero Aemond no quitaba esa expresión sombría de su rostro—. … no es lo que piensas.
—Tienes razón, sobrino. Ahora que lo mencionas, es verdad. Para que nada nos separe, que nada nos una.
Aemond se giró dándole la espalda, Lucerys estiró la mano para alcanzarlo, pero antes de que pudiera tocarlo, el alfa se detuvo.
—Rechazaré la propuesta de la princesa Rhaenys si me lo llega a proponer. Tienes mi palabra —dijo sin mirarlo y retomó su andar.
Lucerys lo vio partir sintiendo como algo dentro de él se desgarraba.
Se llevó la mano al pecho. Su corazón galopaba. El dolor emocional le debilitaba las piernas… el cuerpo.
Eso no debía salir así de mal. No era lo que quería.
El castaño tragó una bocanada de aire, apretó la mandíbula, y con la más asfixiante sensación de angustia y vacío asaltando su cuerpo, se obligó arrastrar su humanidad de regreso al castillo.