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Sergio caminaba por un sendero rodeado de árboles frondosos y flores de colores llamativos que se mecían con el aire fresco y limpio que corría suavemente. El sonido de un arroyo cercano le daba una sensación de paz que no había sentido en mucho tiempo, como si el quedarse allí para siempre fuese a arreglar todos sus problemas. Siguió el sonido del agua corriendo, sintiendo que algo en su interior le decía que debía seguir adelante.
Después de unos minutos, el sendero se abrió a un jardín precioso. Flores de todo tipo y color enmarcaban una preciosa fuente de piedra que conectaba directamente con el arroyo que había oído. Frente a la fuente había un banco de hierro y madera donde había sentado un hombre que a Sergio le resultaba extraña e inquietantemente familiar. El señor se giró brevemente al oír unos pasos y sonrió hacia Sergio, haciendo que este sintiera que le faltaba el aire.
—Papá... –Murmuró Sergio con la voz quebrada por la emoción.
—Sergio, hijo.
Jesús Marquina se levantó del banco y abrió los brazos para refugiar a su hijo. Sergio no dudó ni un segundo y corrió hacia él, abrazándolo con tanta fuerza que casi lo derriba. Sintió las lágrimas correr por sus mejillas, pero no podía importarle menos. El abrazo de su padre era cálido y reconfortante, como si todo el dolor y la incertidumbre desaparecieran en ese simple gesto que había extrañado tanto. Había muerto cuando Sergio era apenas un niño y por mucho que fingiera llevarlo bien, en el fondo siempre extrañaría a su padre.
—Papá ¿Dónde estoy? ¿Dónde está Raquel? ¿Y Andrés? –Preguntó cuando se separó de él–. ¿Qué es esto?
—Este es un lugar entre mundos, como un refugio para las almas que están en transición. Ven, siéntate. –Jesús lo miró con ternura mientras se sentaba a su lado en el banco y le acarició el cabello–. Dime, ¿Qué haces aquí?
Sergio trató de recordar, pero su cabeza estaba en blanco, como si en ese lugar no pudieras recordar nada para evitar el sufrimiento. Sin embargo, al llevarse una mano al pecho las imágenes de lo sucedido comenzaron a fluir en su mente, como fragmentos de un sueño.
—Lo último que recuerdo es el disparo. –Se estremeció–. Alicia me disparó cuando íbamos a detenerla… Y ya no recuerdo nada más.
—La novia de Andrés ¿No?
—¿Lo sabes? –Frunció el ceño.
—Algo sé. –Sonrió–. Pero dime, ¿Cómo estás tú? ¿Qué ha sido de tu vida?
Sergio sonrió ante aquello pues siempre había hablado solo esperando que su padre pudiera oírle, y ahora por fin podía decírselo cara a cara. Las palabras salían de su boca con una mezcla de orgullo y nostalgia, queriendo contárselo todo a la vez.
—Me he convertido en antropólogo forense, como nos gustaba. –Sonrió–. Ahora trabajo en un laboratorio, Resistencia, pero también colaboramos con la policía. Estos últimos meses he estado investigando el asesinato de Ágata Jiménez.
—Así que antropólogo forense y policía… –Jesús sonrió con un brillo de orgullo en sus ojos–. Si hubiera sabido que las películas policiacas que veíamos juntos en el hospital te iban a llevar a trabajar en eso, te habría puesto otras donde se hicieran cosas más… seguras.
Sergio rió, sintiendo como su corazón se calentaba ante el recuerdo. Recordaba como si fuera ayer aquellos momentos con su padre en el hospital viendo películas y soñando con curarse y ser uno más de ellos, rogando ver otra película más cada vez que acababan una para poder escapar de la realidad en la que se encontraba atrapado.
—Trabajo en lo que me gusta, papá. –Sergio sonrió cuando este asintió–. Y, además… Gracias a eso conocí a Raquel.
—Raquel, ¿eh? Es la segunda vez que la mencionas. –Jesús levantó una ceja, interesado–. Háblame de ella.
Sergio sonrió pensando en su novia mientras sus ojos brillaban con un amor y una admiración que no pasaron desapercibidos para su padre.
—Raquel es increíble, papá. Te habría encantado conocerla. –Sonrió tristemente al saber que aquello nunca pasaría–. Nos conocimos en un momento… raro, por decir algo. No nos llevamos muy bien al principio, pero con el tiempo me enamoré de ella… y sé que ella de mí también. Es la persona más fuerte e inteligente que conozco, te lo juro. Se parece a la inspectora de aquella película que vimos una vez que nos encantó…
—¿La casa de papel?
—Esa. –Ambos rieron brevemente.
—¿Cómo es? ¿Es guapa? –Le dio una mirada cómplice.
—Papá… –Sergio se sonrojó.
—Vamos, Sergio.
—Es guapísima. –Tosió nervioso–. Y también tiene un corazón enorme, que es lo importante. –Alzó las cejas, dándose cuenta una vez más de lo parecidos que eran su padre y su hermano–. No puedo imaginar mi vida sin ella.
Jesús asintió, feliz de que su hijo hubiese encontrado la felicidad que merecía después de haber sufrido tanto durante toda su vida. Podía ver la sinceridad en los ojos de Sergio y sabía que su amor por Raquel era recíproco, por lo que sentía que podía irse en paz.
—Me alegro un montón. –Sonrió acariciando el hombro de su hijo–. Raquel parece ser una mujer maravillosa.
—Lo es.
—Entonces, ¿Qué haces aquí en vez de estar con ella?
Sergio bajó la mirada, sintiéndose un poco perdido. La pregunta de su padre resonaba en su mente, llenándolo de una incertidumbre que sorprendentemente no había sentido hasta ese momento. La presencia de su padre lo había distraído hasta tal punto que no se había parado a pensar qué hacía allí. ¿Dónde estaba?
—No lo sé, papá. –Dijo mirando a su alrededor–. No sé cómo salir de aquí.
—Tienes que encontrar la forma de salir, hijo. –Jesús lo agarró de las manos y lo miró a los ojos. Su mirada era firme, pero llena de un amor que iba a extrañar–. Todavía no es tu momento, Sergio. Raquel te necesita, y tú tienes mucho por vivir.
Sergio asintió y Jesús lo abrazó con fuerza, susurrándole al oído cuánto lo iba a echar de menos..
—Te quiero, hijo. Siempre estaré contigo, no importa dónde estés.
Sergio cerró los ojos, sintiendo el amor de su padre envolverlo por la que sabía que iba a ser la última vez. Cuando los abrió de nuevo, el jardín había desaparecido y estaba de vuelta en el hospital, con el sonido de los monitores y las voces de los médicos a su alrededor.
Sabía que tenía una segunda oportunidad y no la desperdiciaría por nada del mundo. Raquel lo estaba esperando y él iba a hacer todo lo posible por volver a su lado.
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La sala de espera del hospital era un lugar frío y desolador. Las paredes, pintadas de un blanco sucio, reflejaban la luz fluorescente que parpadeaba de vez en cuando, añadiendo una mayor sensación de inquietud al ambiente. Las sillas de plástico, alineadas en filas ordenadas, estaban casi vacías, salvo por unas pocas personas que, como Raquel, esperaban noticias de sus seres queridos.
Raquel estaba sentada en una de esas sillas, con las manos temblorosas aún llenas de sangre y los ojos llenos de lágrimas. No podía dejar de pensar en Sergio, en todo lo que habían vivido juntos y en lo pronto que la vida se lo había arrebatado. Recordaba como si fuera ayer la primera vez que casi se besaron en la fiesta de Andrés y los nervios durante los días siguientes cada vez que estaban cerca. Cuando se atrevió a dar el primer paso y fue a buscarla, dejando a un lado sus dudas y sus pocas habilidades sociales. La primera vez que hicieron el amor y se sincronizaron de manera perfecta, como si hubiesen estado haciéndolo durante toda su vida. Pero, sin duda, sus momentos favoritos juntos siempre serían las noches en vela hablando de todo, sin quedarse nunca sin tema de conversación.
En aquellos momentos sentía como si sus niños interiores se estuvieran abrazando, encontrándose por fin con alguien con los mismos miedos, sueños e intereses. Recordaba la primera vez que Sergio le había dicho que la quería, cómo su corazón había latido con tanta fuerza al escuchar esas palabras en mitad de una discusión que parecía que se iba a salir de su pecho y cuánto le rompió el alma no poder devolvérselo en aquel momento Pero ahora sentía como si el tiempo se hubiera detenido, como si todo lo que habían construido juntos estuviera a punto de desmoronarse.
Aquello no podía acabar así. No eran una historia trágica que alguien escribe con el corazón roto, no eran los personajes de una película dramática que te deja con el corazón encogido. Eran dos personas reales que se amaban y que para ellos el “toda la vida” se les quedaba corto. Habían pasado por tanto juntos, y ahora, cuando finalmente estaban en un buen momento, todo se había venido abajo. No podía soportar la idea de perderlo, de no tener más tiempo para vivir su amor. Raquel dejó caer más lágrimas en una mezcla de dolor y rabia. Se iba a encargar personalmente de que Alicia se pudriese en la cárcel, de que pagase por todo el dolor que les había causado durante tanto tiempo.
En ese momento, la puerta de la sala de espera se abrió y entraron Andrés junto a Martín, Aníbal, Silene y Mónica, por lo que entendía que ya habían avisado de que el caso se había resuelto y las consecuencias de ello. Andrés, con el rostro pálido y preocupado, se acercó a Raquel, mientras Mónica se sentaba a su lado y la abrazaba.
—Raquel, mi vida ¿Cómo estás? –Preguntó la rubia con su característica voz suave.
Raquel se aferró a ella, sintiendo un poco de consuelo en su abrazo. Dejó escapar el sollozo que había aguantado, refugiándose en el cuello de su amiga. Mónica compartió una mirada triste con el resto, dándose cuenta de lo afectada que estaba la inspectora.
—Se lo han llevado corriendo al quirófano –Dijo con voz quebrada tras unos minutos–. Hace horas que no sé nada. No sé si está bien, si va a sobrevivir… No puedo perderlo, Mon.
Raquel volvió a abrazar a su amiga. Andrés se arrodilló frente a ella, acariciando su rodilla para que le prestara atención. Tomó sus manos entre las suyas cuando esta lo miró con los ojos hinchados.
—Raquel, lo siento tanto. –Dijo tragándose las lágrimas–. Alicia ya está en prisión preventiva y no va a salir más.
La rubia asintió, pero sus pensamientos seguían con Sergio. No podía dejar de imaginarse lo peor, de pensar en todas las cosas que aún no habían hecho juntos, en todos los momentos que podrían perderse. Silene y Aníbal fueron a la cafetería para comprarse un café y conseguirle a Raquel una manzanilla para calmarla. Martín, Andrés y Mónica se quedaron con ella. De repente, la puerta se abrió de nuevo, pero esta vez era el médico. Raquel se levantó rápidamente, yendo hacia él con el corazón latiendo con fuerza.
—¿Familiares de Sergio Marquina?
—Aquí. –Se acercó a él mientras los tres la seguían–. ¿Cómo está? –Preguntó con desesperación.
El médico sonrió ligeramente, tratando de tranquilizarla.
—Puede respirar tranquila, Sergio está bien. –Sonrió al ver sus hombros caer aliviados–. La operación fue complicada, pero, por suerte, todo ha salido bien, aunque está bastante delicado. Podrán verlo en unas horas.
—Muchas gracias, doctor.
Raquel dejó escapar un suspiro de alivio, sintiendo que una gran carga se levantaba de sus hombros. Se volvió hacia sus amigos con lágrimas en los ojos, todos sonriendo entre sí.
—Está bien. –Susurró abrazando a los tres, dejando caer algunas lágrimas sin llegar a creerse del todo la suerte que habían tenido–. Está bien.
Esperaron a Silene y Aníbal antes de irse, prometiendo que volverían por la mañana para ver a Sergio. Raquel apenas durmió esa noche, había vivido demasiadas emociones en muy poco tiempo y su cerebro estaba demasiado excitado para calmarse. Consiguió dormitar una media hora, pero se despertó con el primer rayo de sol que se filtraba por la ventana. Se levantó lentamente, sintiendo el bajón de adrenalina después de tantas horas. Caminó hacia el baño y se miró en el espejo, notando las ojeras bajo sus ojos y la palidez de su piel. Necesitaba una ducha para despejarse.
El agua caliente corrió por su cuerpo, llevándose consigo parte de la tensión acumulada. Mientras se enjabonaba, sus pensamientos volvían una y otra vez a Sergio. Recordaba el momento en que lo vio caer, el sonido del disparo resonando en sus oídos. Cerró los ojos con fuerza, tratando de apartar esos recuerdos y concentrarse en el hecho de que hoy podría verlo, hablar con él, asegurarse de que estaba bien.
Se maquilló ligeramente, intentando ocultar las pruebas de la noche en vela y se puso la camiseta de cuello de tortuga blanca que sabía que a Sergio le encantaba. El trayecto al hospital fue un torbellino de emociones. Cada semáforo en rojo, cada minuto de espera, se sentían como una eternidad, pero, finalmente, llegó al hospital y se dirigió directamente a la habitación de Sergio.
Al llegar a la puerta, se detuvo, su corazón latiendo con fuerza. Sergio se giró cuando oyó la puerta abrirse, abriendo los ojos ampliamente y sonriendo al ver que era Raquel. Ambos se miraron profundamente, tomándose un momento para apreciar que estaban allí, que su historia no había acabado.
Sergio, a pesar de su debilidad, abrió los brazos para recibirla. Raquel no pudo contenerse más y corrió hacia él, abrazándolo con fuerza. Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas mientras sentía el calor del cuerpo de Sergio contra el suyo.
—Sergio... –Susurró en su pecho con la voz quebrada por la emoción.
Sergio la apretó más fuerte contra él. Ni siquiera sentía el dolor de estar haciendo fuerza; Raquel estaba allí. Enterró la nariz profundamente entre sus mechones rubios, inspirando el aroma que tanta paz le daba. No pudo evitar que algunas lágrimas rodasen por sus mejillas mientras sonreía.
—Estoy aquí, Raquel. –Dejó un beso en su cabeza, en un intento de calmarla–. Está todo bien.
Se separaron tras unos minutos que para ellos parecieron apenas unos segundos. Sergio le agarró la cara con suavidad y le limpió las lágrimas con los pulgares, sonriendo mirando cada parte de su rostro. Sin esperar más, la besó con ternura, como si quisiera asegurarse de que todo era real. Raquel agarró su nuca e intensificó el beso, sin tener nunca suficiente de él.
—¿Cómo estás? –Preguntó Raquel al separarse con la voz aún temblorosa—.
—Me duele un poco el pecho, pero estoy bien. –Sonrió acariciando su mejilla.
—Dios, Sergio, tenía tanto miedo de perderte. –Raquel se abrazó a él de nuevo, sin poder parar de tocarlo–. Cuando cerraste los ojos y no los volviste a abrir… –Raquel se estremeció–. Pensaba que te había perdido para siempre.
Sergio acarició su espalda con cariño, sintiendo su corazón acelerado. Ni siquiera podía imaginarse en su lugar. Si le hubiesen disparado a ella, Sergio se hubiese ido detrás de ella. Solamente con pensarlo su piel se erizó. La separó de él, mirándola profundamente a los ojos.
—Lo siento por haberte hecho pasar por eso, Raquel. –Su voz estaba llena de arrepentimiento.
—No es tu culpa, Sergio. Solamente tienes que prometerme que esto no va a volver a pasar. –Sergio se rió tímidamente, frunciendo el ceño. Raquel se rió entre lágrimas también, negando con la cabeza–. Te lo digo enserio, Marquina. No sabes el miedo que he pasado… –Tomó una respiración profunda y comenzó a hablar, dejando salir todo lo que había guardado en su corazón–. Te quiero tanto, Sergio. Quiero estar contigo, siempre. Toda esta situación me ha hecho darme cuenta de cuanto siento todo el tiempo que hemos perdido.. de cuánto siento no haberte dicho antes lo importante que eres para mí.
Sergio la miró con los ojos llenos de amor, sin creerse que aquella mujer le quisiese hasta tal punto de querer pasar el resto de su vida junto a él. Sonrió como un niño que recibe su juguete favorito en navidad, con los ojos brillantes y una sonrisa de oreja a oreja.
—Sé que igual parezco tonta al decírtelo ahora, pero no puedo imaginar mi vida sin ti…
Sergio, sin poder contenerse más, la interrumpió.
—¿Quieres casarte conmigo?
Raquel se quedó en silencio, sorprendida. Luego, una risa nerviosa escapó de sus labios, derramando más lágrimas. Sergio, al ver su reacción, decidió disculparse, sintiéndose como un tonto por haber dejado salir aquello sin pensarlo dos veces antes.
—Lo siento, Raquel. –Sergio desvió la mirada, la vergüenza se apoderó de él–. Tal vez pienses que es demasiado pronto, pero yo lo tengo claro… Casi me muero, Raquel, y esto me ha hecho ver que no quiero pasar ni un día más sin ti. Si no piensas igu-
—No, no, no. –Raquel se apresuró a corregirle, sonriendo aún más–. Sí quiero, Sergio. Sí quiero.
—Si quieres… –Murmuró incrédulo.
Raquel le agarró la cara y lo besó repetidamente, provocando nada más que risas entre ambos. Sergio agarró su rostro y la besó como es debido, permitiéndose explorar su boca con su lengua.
—Dios, Raquel, que cutre… Te mereces una pedida mejor. –Sergio se pasó una mano por la cara avergonzado–. Si tengo hasta el anillo.
—¿Tienes el anillo?
—Sí… –Sonrió tímido–. Te lo he dicho, puede que te parezca pronto, pero yo tengo claro que eres el amor de mi vida y que no quiero nada más que casarme contigo, vivir juntos… y tener muchos hijos. –Ambos se rieron nerviosos pero, sobre todo, completamente enamorados–. ¿Te imaginas? Niños rubios como tú o… con gafas como yo.
Raquel se rió enternecida por la imagen.
—Dios, Sergio, que yo nunca he tenido instinto maternal... –Raquel se apoyó en su pecho, volviéndose tímida de repente. Nunca habían hablado de tener hijos previamente, pero tener la prueba de su amor entre sus brazos, con los rasgos y personalidades de ambos mezclados, era algo que no podían esperar a vivir–. Pero ahora no puedo dejar de pensar en tener un bebé contigo. Que tengan tus ojos, tu nariz.. –Rozó con los dedos cada parte de su rostro que nombraba, terminando besándolo con intensidad.
—Tengo muchas ganas de vivir esto contigo, Raquel. –Sonrió–. Vamos a ser muy felices, te lo prometo.
Raquel se inclinó y lo besó de nuevo, sintiendo que todo el dolor y la incertidumbre de los últimos meses se desvanecía. Estaban juntos, y eso era lo único que importaba.
En ese momento, la puerta de la habitación se abrió de golpe y entraron Andrés, Martín, Silene, Aníbal, Julia y Mónica, interrumpiendo su momento íntimo. Silene llevaba un ramo de flores en las manos y sonrió al ver a Sergio.
—Bicho malo nunca muere, dicen. –Dijo Silene acercándose a la cama. Al ver a Sergio rodar los ojos, sonrió.
—Tienes más vidas que un gato, hermanito. –Andrés, que ya había pasado hacía una hora a ver a su hermano, posó una mano en su hombro.
—Me alegro de que estés bien, Sergio. –Mónica le saludó con cariño–. Te hemos traído flores.
Sergio se rió, sacudiendo la cabeza de broma al ver a sus amigos reírse con cariño del miedo que habían pasado en las últimas horas.
—No hacía falta, de verdad. –Sergio sonrió–. Pero muchas gracias, de verdad.
—Las compramos de parte de Resistencia. Y no te preocupes, lo hemos comprado con una parte del bote de la apuesta que hicimos sobre cuándo ibais a liaros tú y Raquel. –Julia lo miró con una sonrisa traviesa.
—¿Una apuesta? –Sergio abrió muchos los ojos, mirando a su novia.
—Lo sé, yo tampoco me lo creía cuando me lo dijeron. 200 euros había en juego. –Respondió alzando las cejas.
—Con perdón, pero sois todos unos hijos de puta. –Sergio negó con la cabeza mientras sonreía.
Todos rieron, aliviando un poco la tensión en la habitación. Tomaron asiento donde podían, queriendo saber cómo había acabado todo en el caso, qué había pasado con Alicia y qué iba a ser de ellos ahora. De repente, Martín llamó la atención de todos.
—¡Poned la tele! –Dijo levantando la cabeza del móvil–. Raquel, mira las noticias.
La rubia cogió el mando y encendió la televisión rápidamente, intrigada por la insistencia de su compañero. La periodista en la pantalla estaba dando una noticia de última hora.
“El inspector Alberto Vicuña ha sido detenido esta mañana por múltiples delitos…”
Sergio inmediatamente agarró la mano de Raquel y la miró con preocupación. Pero, para sorpresa de todos, Raquel sonrió al ver las imágenes de su exmarido esposado.
—¡Por fin! –Exclamó con una sonrisa de alivio.
Todos la siguieron, riendo y celebrando la noticia. A pesar de todo lo que habían sufrido esos meses, todos habían acabado en el lugar correcto. Alicia estaba en la cárcel y Alberto iba de camino a esta después de tantos años. Por el rabillo del ojo, Raquel notó que Andrés y Martín se miraban tímidamente con una pequeña sonrisa, y supo que allí empezaba a nacer algo que llevaba en la mente del argentino más tiempo del que creía. Sergio, a su lado, la miró con ojos brillantes y la abrazó con fuerza, viendo que su plan había salido a la perfección y Raquel no podía estar más feliz.
Había sido duro, por supuesto que sí, pero quizás todo debió ser así.
A veces, la vida nos pone a prueba de maneras que no entendemos en el momento. Sergio y Raquel habían pasado por las peores situaciones que una pareja podía pasar, por un sufrimiento que había llegado a parecer interminable. Las noches de lágrimas, las discusiones que parecían no tener fin, y las dudas que se cernían sobre su relación como nubes oscuras…
Sin embargo, en medio de todo ese dolor, había nacido algo precioso entre ellos. Encontrar al amor de tu vida a los 40 no era algo fácil. Raquel había pasado por relaciones que no funcionaron, por una relación abusiva y por la búsqueda constante de algo que parecía inalcanzable. Sin embargo, todo cambió el día que conoció a Sergio.
Raquel se sorprendía a sí misma sonriendo sin razón aparente, sintiendo mariposas en el estómago cada vez que pensaba en Sergio, como si volviese a tener 15 años de nuevo.
Sergio, por otro lado, también estaba profundamente enamorado. Admiraba la fuerza y la belleza de Raquel, su inteligencia y su sentido del humor. Seguía asombrado por haber encontrado a alguien con quien podía ser completamente él mismo, sin máscaras ni pretensiones.
Enamorarse locamente puede suceder en cualquier momento de la vida, demostrándoles que, cuando es sano y correspondido, es una de las experiencias más hermosas y transformadoras que se pueden vivir. Encontraron en el otro un compañero de vida, un confidente y un amante, y en ese amor, descubrieron una felicidad que nunca habían conocido.
Confiaba en que todo el dolor que habían experimentado había sido necesario para llegar a ese punto, como si el universo estuviera preparando el terreno para algo mucho más grande. Sin ello no habrían podido apreciar la profundidad de la felicidad y la plenitud que ahora sentían.
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6 MESES DESPUÉS
Habían pasado seis meses desde aquel fatídico día en que Raquel pensó que había perdido a Sergio para siempre. El día amaneció con un cielo gris y nublado, como si el mundo supiera perfectamente lo que iba a pasar aquel día.
Sergio había insistido en organizar un funeral para Ágata como una forma de disculpa, a pesar de que Raquel, Andrés y su psicóloga habían tratado de hacerle entender mil veces que no había sido su culpa. Aunque empezaba a aceptarlo, aún sentía la necesidad de hacer algo por Ágata, de darle un último adiós digno.
En el cementerio estaban todos los de Resistencia y los compañeros de la comisaría. Además, Santiago había ido junto a Axel, el hijo de Ágata, y sus padres adoptivos, quienes querían incluir a Ágata en la vida de Axel de cualquier manera. Sergio se colocó frente a todos estos, tomando aire y mirando brevemente a Raquel para reunir fuerzas.
—Ágata es más que una víctima de un caso. Hoy estamos aquí para recordarla, para honrar su memoria y para asegurarnos de que su legado no sea olvidado. –Raquel le sonrió brevemente cuando le vio dudar–. Todos los que la conocían sabían que Ágata era una mujer fuerte, valiente y llena de vida. Aunque ya no esté con nosotros, esa vitalidad seguirá viva en nuestros recuerdos. No estamos aquí para decirle adiós, estamos aquí para asegurarle de que no la vamos a olvidar. Ella repetía siempre que solo muere quien es olvidado ¿No? –Todos asintieron y sonrieron recordando a la morena–. Descansa en paz, Ágata.
Las palabras de Sergio resonaron en el aire, llenando el espacio con una mezcla de tristeza y esperanza. Al terminar, Sergio se apartó, buscando un momento de soledad para calmar la ansiedad que había sentido durante el discurso. Se dirigió a una parte del cementerio desde donde se podían ver las colinas a lo lejos, viendo el sol aparecer entre las nubes negras. Raquel lo vio irse desde lejos y decidió seguirlo, sabiendo que necesitaba consuelo
—Lo has hecho muy bien, mi amor. –Dijo suavemente, abrazándolo por detrás–. ¿Estás bien?
Sergio asintió girándose hacia ella y la abrazó con fuerza, dejándose consolar por ella. Pasaron unos minutos así, abrazados, mirando a su alrededor como todos se habían juntado y charlaban tranquilamente. Se permitieron ese momento de intimidad.
—Esto pone punto final al caso, por fin. –Sergio rompió el silencio.
—Parecía imposible. –Raquel sonrió apoyando su cabeza en el pecho de su prometido.
Su prometido.
Aún le parecía increíble que se fuesen a casar en apenas un par de meses. Puede que a la gente le pareciese una locura al conocerse desde hace tan poco tiempo, pero no podía importarles menos. Se amaban y eso era lo que importaba.
—Lo hicimos bien. –Sergio apoyó su cabeza en la suya, mirando al resto de personas desde lejos.
—Sí, y no solo le hemos hecho justicia a Ágata, sino que este caso también nos has dado amistades... familia…
—Si.. –Sergio asintió sonriendo–. Supongo que la policía y Resistencia se han convertido en una especie de familia… Rara, pero una familia.
Raquel se separó un poco de él y lo miró a los ojos, con una sonrisa enigmática.
—No me refería solo a eso.
Sergio frunció el ceño, confundido.
—¿Te refieres a Andrés y Martín?
—Bueno, sí, pero no me refería a ellos concretamente. –Raquel rió mirando a sus cuñados.
Cuñados, en plural. Martín había acompañado a Andrés en su retiro en un monasterio italiano, así que a nadie le sorprendió cuando volvieron y les dijeron que estaban juntos. Sergio era el único que no se lo esperaba incluso cuando Raquel se lo había dejado caer varias veces tras llamadas que habían hecho los cuatro para ponerse al día.
—¿Entonces?
—Estoy embarazada, Sergio. –Raquel tomó sus manos y las colocó sobre su vientre, ganándose una mirada confundida de Sergio.
Los ojos de Sergio se abrieron de par en par y una sonrisa de pura felicidad se extendió por su rostro.
—¿De verdad? ¿Vamos a tener un bebé? –Agarró el rostro de su futura mujer sin poder contener la emoción.
Raquel asintió, con lágrimas de alegría en los ojos. Sergio la abrazó con fuerza, riendo y llorando al mismo tiempo.
Mientras se abrazaban, Sergio reflexionó sobre cómo había cambiado su vida en ese último año. Había enfrentado peligros, había perdido a gente, pero también había encontrado al amor de su vida. Y ahora, con un bebé en camino, sabía que su vida iba a cambiar una y mil veces más, pero, por primera vez en su vida, no podía tener más ganas de que todo cambiara.
El funeral de Ágata no solo marcaba el final de un capítulo doloroso de sus vidas, sino también el comienzo de uno nuevo, lleno de amor y cambios. Sergio y Raquel se miraron a los ojos, sintiendo que, a pesar de todo el dolor, habían encontrado algo puro y verdadero en medio del caos.
Caminaron juntos hacia sus amigos y familiares, dando por finalizado aquel caso, sabiendo que el futuro les deparaba una vida llena de amor, aventuras y, sobre todo, la certeza de que se tenían el uno al otro para siempre.
FIN