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Ése era su propósito, matarlo. No había ningún otro objetivo, ésa era su misión, ése era el motivo por el cual había sido arrojado a esa dimensión. No ocupaba más que fingir un poco, sacar sus dotes de actuación que lo llevaron año tras año en la interminable experiencia y, finalmente, cumplir con su tarea cueste lo que cueste. A veces tomaba años, pues ¿de qué otro modo perfeccionaría su técnica? El Complejo de Corrección de Errores y Viajes en el Tiempo le tenía muy presente una sola orden y ésa era acabar con el problema antes de la fecha límite, el día del accidente, atentado, lo que fuera a suceder, teniendo la opción de acercarse unos años antes para vigilar el perímetro acabando con el objetivo lentamente o asesinándolo minutos antes del acontecimiento, dejándolo como una muerte sospechosa, igual que sucedió con el presidente estadounidense cuyo nombre no recordaba, por allá, en los años sesenta. De cualquier modo, el punto era generar una intimidad con éste, lo suficientemente profunda para poder actuar, teniendo algún que otro detalle del mismo a partir de investigación hecha por aquellos detrás del escritorio.
Por lo general, era sencillo, fácil. Hound era el interno que más misiones había cumplido, con un récord de 353 asesinatos perfectos, sin una muestra específica de su presencia, sin alterar la línea temporal a la que fue enviado desde un inicio. Solía acoplarse bien a los nombres que se le pedía que tomara, Walter, Phillip, Albert… Pero, su favorito, el nombre que por lo general escogía era Naib Subedar, el cual le recordaba a su casa, su pasado antes de que fuera reclutado. Como un sabueso fiel al complejo, asistía a todas las reuniones, a todos los puntos en común, viendo vidas pasar, morir, modificar… No todos llegaban a la cantidad de misiones que él había llegado, no porque fueran ineptos o incapaces, sino que todos encontraban algo a lo que apegarse, un lugar donde quedarse, un “hogar”. Solía compartir mucho con Nidhogg antes de que ella decidiera tan sólo marcharse igual que todos a una línea temporal donde nada la molestara, donde poder terminar sus días en paz bajo un nombre y una identidad que le sepa cómoda. Él era el único activo en su camada, tanto así que en ocasiones lo llamaban para reuniones, eventos donde nuevos reclutas iban y escuchaban. Su vida tenía ese monótono tinte, aburrido, rutinario… Y, como cada año, una misión pesada cayó sobre sus hombros, con unas indicaciones lo suficientemente cuidadosas a la hora de ser cumplidas.
Es por eso que estaba en esa época, en ese año, cuatro antes de que la Tragedia de Steam City se ejecutara, leyendo por última vez la lista de tareas para destrozarla en pedazos y arrojarla en un contenedor, camino a un edificio, mirándolo fijamente, observando hacia arriba, notando la cantidad de pisos. Ahí es donde su objetivo trabajaba, en búsqueda de un nuevo asistente, alguien que se ocupara de él. Según los informantes con los que había hablado, es en ese edificio, en una de las contadas entrevistas de trabajo, donde el jefe de la empresa M.M contrataría a un interno joven, bien parecido, de características similares, llamado Spring. Juntos, intimarían lo suficiente para que el destino de la empresa cambiara sus iniciales a M&S y finalmente juntos provocarían la destrucción completa de la ciudad a través de un fallo intencional sobre las instalaciones, matando a miles de personas, procediendo a escapar tan pronto como les fuera posible.
La premisa sonaba a una historia típica, una especie de Bonnie y Clyde, aunque lejos de robar bancos, ellos se ocuparían de cobrarse de vidas de inocentes para desaparecer en la nada y retomar ese trabajo de manera constante, porque estaban locos, enfermos… Y su trabajo era que, en lugar de que Spring fuera contratado, lo contrataran a él, para cambiar parcialmente la línea del tiempo y asesinar al jefe mucho antes de que volvieran a encontrarse. Porque sí, incluso si varios internos ya habían intentado cambiar las tornas, el hecho de que ellos dos se cruzaran era inevitable, todo para realizar cosas ilícitas, tanto que hasta parecía mentira el hecho de que en todas las líneas posibles, siempre fueran a cruzarse.
Hound suspiró, luego de comunicarse con la recepcionista, la cual le indicó que la entrevista sería en el último piso, aprovechando la soledad para pensar en paz acerca de todo lo que fue informado. En los archivos se mencionaba acerca de una supuesta banda clandestina de viajeros en el tiempo y eso no le sorprendía; en varias ocasiones se notaba con claridad el sabotaje que hubo entre hechos que cambiaron el mundo, decisiones tan ligeras y sencillas que cambiaron el destino del mundo como tal. Incluso las anomalías temporales, todo aquello era bastante importante y necesario de ser destacado, después de todo, ¿cómo podrían hacer correctamente su trabajo si corrían el peligro de ser asesinados por algunos pares? Pero al Complejo no le importaba sus trabajadores y, al contrario, proponían sólo continuar el trabajo, dejando a los de alto rango ocuparse de esos asuntos. Incluso Nidhogg había sido honesta con él al confesarle que hace tiempo veía movimientos extraños en los números cuando aún trabajaba, teniendo que apartar dichos pensamientos de su cabeza al escuchar el ligero “ding” en la campanilla del ascensor.
Al cruzar el umbral, otra recepcionista le recibió, con una sonrisa. Ésta era diferente a la anterior, mucho más bajita y de rasgos asiáticos, bastante seria. En absoluto amable en contraste a la mujer de la planta baja.
—El señor Campbell lo entrevistará hoy —anunció ella, luego de revisar sus archivos. No le sorprendió eso, pero actuó como si lo hiciera, asintiendo.
Pretender era otra cosa muy característica de su trabajo, cosa que hacía muy bien. Para viajar en el tiempo, las clases de teatro comenzaban a tener fuerza, junto con las de imitación, el arte, la historia… Con algo tan sencillo, todas las ramas de las ciencias exactas y no exactas procedían a converger, en un todo completamente nuevo, diverso, extraño… Hound tenía una facilidad en esto, tanto que manipular su rostro y pretender normalidad lo hacían ver tan fresco y merecedor de toda esa gloria y éxito. Es entonces que pronto cruzó la puerta, viendo dentro a un hombre mirando hacia afuera, jugando con una pelota, volteando a mirar al castaño. Él se veía ciertamente risueño, divertido, como si fuera el primer entrevistado de aquel día, pero a juzgar por el número de personas en la lista de la recepcionista, estaba seguro que no lo era.
—Vaya, es la primera vez que alguien abre la puerta sin tocar para una entrevista —rió él, casi teniendo un ambiente y un aire muy jovial, incluso si la ficha de edad sugería unos treinta años. Eventualmente fingió sumisión, vergüenza, agachando la mirada, como un perro regañado por haber cometido un error, pues era parte del plan, pues según los registros, Spring hizo lo mismo, cosa que marcó algo de carisma en el jefe.
—Yo… Disculpe, señor —lamentó, aclarando su garganta, oyéndolo suspirar.
—No hay nada de qué disculparse —sostuvo con completa calma, levantando la mirada, viendo esos ojos oscuros brillar, como si el destino estuviera sellado. Creía que estaba a su favor, pero era muy temprano para señalar que estaba equivocado—. Por favor, toma asiento.
La entrevista marchó como estaba planeada, tanto así que para cuando salió, la mañana ya iba por la mitad, doblando por la esquina, viendo a Spring bajar de un taxi. Pero no fue para Hound una sorpresa saber que, en efecto, los inconvenientes que metió en su camino provocaron un grave retraso, tanto que para su llegada, las entrevistas estaban cerradas hasta la próxima pasantía.
I
Los primeros meses en su puesto de trabajo no tuvieron ninguna clase de avance, más que el de acoplarse y seguir un papel ya estipulado por el consejo. Hizo de amistades, teniendo cierta cercanía con una mujer similar a Nidhogg pero muy diferente en demasiados aspectos, tanto así que hasta le generaba algún que otro rasgo de nostalgia en el pecho. Su jefe aún no presentaba el interés debido, por lo que sus reportes al Complejo sólo se dedicaban a ser sobre su comportamiento, sutil y normal, nada fuera de lo común. No fue hasta pasado un año desde su contratación que logró un avance más considerable, siendo invitado por su jefe por una cerveza, cosa que no rechazó y aceptó sin rechistar en absoluto.
Casi a mitad de ese mismo año, en Julio, para un festival, la relación entre ambos era mucho más profunda y estrecha que tan sólo una amistad. Parte del mismo Hound estaba en conflicto, pues si bien era un buen actor y sus notas en la Academia del Complejo eran de cien sobre cien, había un rasgo nuevo y diferente en su interior que nunca antes había experimentado, al menos no hasta que esos ojos chocolate se fijaron en él, en aquella feria de vacaciones. Fue entonces que formalizar se volvió inevitable, concluyendo su noche con un beso, una marca muerta que el Complejo felicitó, enviándole más regalos que proporcionarle a su jefe, aquel hombre del colmillo dorado. Todavía le quedaban un año y medio más para acabar con él, por lo que notificó necesitar más tiempo, porque “el señor Mole era un hombre muy desconfiado y cerrado, difícil de convencer para sugerir la convivencia”. Lo cual, sin duda, era una mentira, una falacia que ni siquiera el mismo Hound se daba cuenta que estaba haciendo. No lo decía, pero él quería quedarse, olvidando una de las bases más importantes de su trabajo en relación a las víctimas.
No lo estaba viendo, pero el amor fingido, a la larga, se estaba estructurando más allá de sus límites… Y así como se sentía en el aire cuando sus besos dibujaban la figura de su cintura y caderas, su misión no haría más que cayera, estrepitosamente, miles y miles de metros abajo sin un paracaídas.
II
Cuando tan sólo faltaban seis meses para el momento exacto de la reunión entre Spring y Mole, un comunicado formal del Complejo lo sorprendió una mañana, de camino a una panadería local, a donde estaba yendo con el fin de prepararle el desayuno a su amado. Éste anunciaba que el futuro había cambiado, con lo mucho que la misión se estaba retrasando, por lo que se le exigía acabar tan pronto como lo era posible con el objetivo, pues en tan sólo quince días, Mole y Spring se conocerían en un bar local, según lo investigado por el visionario en jefe, Mr. White. Tan sólo leyendo ese nombre, tragó gordo mientras un escalofrío dibujaba un rastro sobre su espalda, a sabiendas de que si Mr. White se había involucrado al caso, significaba que ya sabían todo lo que había estado haciendo para alargar su estadía, por lo que, en shock, sólo se quedó viendo el sobre, deshaciéndose del papel igual que la primera vez que estuvo ahí, en aquella dimensión tan lejana de la suya. Fue entonces que lo supo, ya no le quedaba otra opción… Sólo le tocaba completar su trabajo tal y como el Consejo le había ordenado, descubriendo lo miserable que era… Sin embargo, ¿qué otra cosa podía hacer? Lo único que hacía era prolongar algo que, le gustase o no, sucedería de todos modos.
Recordaba ese día a la perfección, tan fijo en su memoria, deteniéndose a pensar en éste en ahora su futuro (algo muy divertido tomando en cuenta la cantidad de viajes que él mismo había hecho), poniéndole un detenimiento y una noción compleja que no dejaba de derribarlo emocionalmente. El noticiero daba las indicaciones para ese fin de semana, donde ambos se encontraban de vacaciones, en la casa de campo que hace mucho convenció a Mole de comprar, para completar su objetivo. Hacía calor, por lo que Norton estaba sentado en la sala, con las ventanas abiertas, las luces apagadas, tomando un vaso de whisky con hielo, el cual estaba derretido. Sus ropas sólo eran una camiseta sin mangas de color blancas, con sólo sus boxers, pues en la mañana lo habían hecho, sintiendo ese aroma a sexo todavía fresta en su piel, mientras tarareaba una canción que bien sabía que era su favorita.
Con cautela, se acercó a él por la espalda, ya que estaba sentado en su sillón favorito, una extravagancia, igual que todo lo que él tenía. Ya tenía en su bolsillo la carta de suicidio como había planeado escribir luego de copiar su letra, junto con su coartada memorizada, al igual que otros datos, pero no lo demostraba y en lugar de eso sólo lo abrazó por detrás peligrosamente, oyéndolo reír, dedicándole el pelinegro una mirada fija con esos ojos chocolate, los cuales le daban cosquillas en su estómago.
—Qué lindo te ves desde aquí abajo —dijo Mole, risueño, acariciando sus manos, besándolas. La forma dulce en la cual tocaba la piel de sus manos a partir de sus labios sólo provocaba que sintiera una extrema calma, la misma antes de la tormenta. Su silencio como respuesta hizo que se preocupara, viéndolo fruncir el ceño—. ¿Todo bien, cielo? ¿Sucede algo?
—Yo… Estoy bien —mintió, a lo que Mole respondió rodando los ojos, tirando de su brazo para hacerlo girar, sentándolo sobre sus piernas.
—Oh, vamos, ¿por quién me tomas, Naibu? —repuso él, negando con la cabeza—. Me hablas como si nos hubiéramos conocido ayer, ¿qué es lo que sucede, pasa algo? Pareciera que quieres decirme algo.
No fue capaz de usar las palabras, simplemente lo abrazó en silencio, siendo correspondido por su amado quien no dejaba de decirle que todo estaría bien, sin saber que aquel acto era para sacar del escondite detrás del sillón su arma, poniendo el cañón sobre su cabeza tan pronto como se alejó de él, quedándose pálido al oír cómo quitaba el seguro. Hasta el sonido de la televisión sonaba lejano hasta estas alturas, viendo sus pupilas contraerse, recibiendo esos ojos de ciervo en su dirección, con sus manos sobre su muslo.
—Oh… Naib, yo… —Aclaró su garganta, para tratar de encontrar las palabras, tragando saliva—. Está bien, está bien, yo… Vaya, esto es nuevo y…
—¿Podrías tan sólo callarte? —bramó el castaño, frunciendo el ceño—. Estoy… Simplemente harto de fingir que éste no era el propósito de estar contigo, que todos estos años no fueron sólo para buscar… Asesinarte. Así que, por favor, ni se te ocurra mirarme así, no quiero que lo hagas, ¿me entendiste?
La pausa y el silencio se adueñaron de todo. Todo ocurría de manera tan lenta y tan rápida como su corazón en ese momento, el cual marcaba el ritmo de la canción que su cabeza tenía. No podía olvidarlo, ni el sudor en su frente y manos, ni el sudor del vaso que a un lado de ellos se derretía. Mucho menos olvidaría cómo la mano de Mole, ésa que cariñosamente ahora lo acariciaba, viajaba con suavidad hacia el arma, la cual temblaba, como lo solía hacer en sus primeros años de servicio. Él seguía muy tranquilo, como si no le importara morir, serenando sus expresiones, tomando su otra mano, suspirando con cuidado para luego sonreírle con cierta amargura.
—No hay algo que yo pueda hacer para detenerte —dijo Mole, lamiendo sus labios, sin dejar de ver al castaño—. Pero al menos… ¿Podría tener unas últimas palabras?
Aquello lo tomó por sorpresa, provocándole ira, rabia. ¿Cómo ese hombre tenía el descaro de actuar como si nada, cuando el supuesto amor de su vida estaba a punto de acabar con su existencia en ese momento? Estaba dispuesto a gritarle, decirle miles de cosas desde el veneno de su alma, pero la misma confusión que tuvo con él desde un principio lo hizo trastabillar, logrando que algo muy distinto saliera de su boca.
—Adelante, habla antes de que me arrepienta. —Y ahí venían, las palabras e imágenes que jamás olvidaría, ni aunque pasaran un millón de años, las que lo acompañarían todas las noches antes de dormir y todas las mañanas al despertar, en cualquier momento, en cualquier lugar, siempre, durante el resto de su miserable vida.
—Yo siempre supe que un día me matarías —dijo con audacia, acariciando su mano contraria, moviendo sus dedos ligeramente a través de los suyos, entrelazando su mano con la ajena—. Estaba seguro, no es la primera vez que me encuentro con un sicario como tú, enviado por el Complejo, pero… ¿Sabes? Estoy cansado de tan sólo huir, de mentir, de fingir… Decidí retirarme y esperar a que me enviaran a alguien perspicaz, alguien capaz de realmente acabar conmigo… Y me terminé encontrando con alguien que me dió amor antes de morir, justo lo que necesitaba antes de concluir con mi miserable vida… Y realmente estoy agradecido de que ese alguien haya sido alguien como tú.
Lo que sucedió después, fue tan rápido que en sus memorias sólo hay partes que el shock mantuvo en su cabeza. Los dedos gruesos de Mole empujaron el gatillo que Hound estaba dudando, en todos sus años de experiencia, por apretar. Su sonrisa era el único fantama que había quedado en su rostro, mientras la bala atravesaba toda ésta, manchándolo todo, incluso al vaso con whisky que tenían a un lado, en esa mesa de madera caoba, acabando por completo con su existencia en este mundo, frente a sus ojos. Un hombre maravilloso estaba muerto frente a él y él sólo se quedó en silencio, viendo cómo todo su cuerpo perdía la fuerza alguna, dejando su cabeza muda, con un pitido que lo ensordecía al punto de darle la sensación de que el mundo se había detenido por tan sólo un segundo. Y sí, eso había sucedido, porque incluso si a futuro tan sólo era un criminal, ese criminal también era la única persona que en todos estos años había derretido su duro y frío corazón. Y ahora, muerto ahí, en un sofá que por capricho compró, uno que tenía historias de ellos dos, de varias cosas que hicieron sobre el mismo, ahí yacía su precioso cuerpo, destruyendo su psiquis por completo. Y para toda su vida.
III
No fue difícil para él actuar durante el funeral, ni mucho menos aferrarse a su coartada inventada, después de limpiar su ADN de él. Fingir que Norton tenía depresión no era difícil, era un hombre poderoso, sin amigos, que lo único que tenía era a su secretario, un hombre que lo amaba y con el que tenía vistas de casarse, según algunos rumores, quienes lamentaban la pérdida de Hound, diciéndole que le darían todo su apoyo. Pero todas esas personas sólo eran desconocidos, gente que no importaba, porque su trabajo ahí estaría hecho y sólo en unos meses tendría que regresar a su dimensión, al Complejo. Sólo que esta vez, con sus 354 misiones completadas, se retiraría de una vez por todas… Y pasaría sus días aislado en alguna isla, para ya morir y, tal vez, reencontrarse por aquel amor que perdió una vez, ese criminal que en poco tiempo logró mostrar más rasgos en él que nadie más en toda su vida.
Sólo cabía lástima, dolor y depresión en su herido corazón. Y no necesitaba más de esa mierda, nunca más. El Complejo podía meterse sus misiones por el culo, pues ya jamás regresaría… Nunca más.