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Azusa respiró hondo.
Su pecho subía y bajaba rítmicamente mientras recuperaba el aliento, el miembro entre sus piernas severamente hinchado y flácido recuperaba su atractivo a medida que volvía a engordar, sin estar erecto, solo teniendo espasmo.
Su polla se balanceaba a medida que la erección se formaba, aquello imposible para un pene normal, sin mencionar su forma le había que dar méritos al sobrevivir la dolorosa experiencia.
Él llevó sus manos a su polla.
Su mano izquierda unió sus dedos índice y pulgar hasta formar un círculo estrecho sobre y más pequeño que el glande y su mano derecha se encargó de rodear la longitud del gallo.
No aflojó su agarre en ningún momento, ni cuando simuló las embestidas entre sus manos, no le importaba el dolor. Solo disfrutaba, revivía su experiencia con su rubia ahora, para saber cómo revivirla más tarde.
"Yui-san..."
La dueña de ese nombre incapaz de responder continúo derramando fluidos entre sus pliegues, la sangre opacada por la crema blanca golpeando el suelo se acumulaba. Llamarle leche era deshonroso, era una crema que brotaba.
"¿Así es el sexo? O.. "¿Es diferente?"
Yui buscó otra postura que no involucrara sus rodillas raspadas, algo inusual provocado por baldosas exquisitas dentro de una casa fina, pero nada es imposible, menos con la suficiente fricción.
Yui apenas pudo cambiar de postura, pasó de estar a gatas a estar sentado sobre el semen, empapando más sus nalgas. La frescura del mismo calmaba la irritación por culpa de las estocadas.
Su cuerpo aún se sumía en éxtasis, sus labios entreabiertos dejaban escapar su aliento, el escote de su pijama a medio abrir enseñaba su clavícula y la línea entre sus senos, el final de la pijama se manchaba con semen como si fuera pintura.
El camisón blanco tenía un nuevo encaje.
Las luz apenas llegaba a tocar la escena del crimen, el lugar donde los blasfemos entraron en celo.
Azusa sacudió su polla y acercó más hacia Yui, bombeó eyaculando sobre su escote y arrodillándose al segundo siguiente. Se sentía como el hombre más afortunado del mundo. Uno en un millón.
O al menos, uno de cada diez.
Mientras cada uno se recuperaba del orgasmo y la falta de aliento un par de zapatos negros de cuero estrujó el semen en casa pisada.
Par de locos.
"¿Cómo pudiste?"