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Dos niñeros y una nieta.

Chapter 3: Dos niñeros y una nieta III

Notes:

¡Hola! ¿Cómo están? Espero que muy bien, yo estoy demasiado emocionada. Esta es mi primera actualización larga después de haber contraído COVID (aplausos efusivos)

Costo reincorporarse a la rutina y más aún, retomar mis estudios. Estoy llena de libros, apuntes y trabajos sin terminar, pero quise distraerme, hacer uso del “sino lo veo, no esta” y me puse a escribir.

Acá está el resultado ¿bueno? ¿Malo? Como siempre digo, la última palabra la tienen ustedes, asi que ¡Disfruten de la lectura!

NOTA…

Hay un guiño especial para “Señales”, así que sino leyeron ese fanfic, se los recomiendo (esta en mi perfil) para mayor dosis de diversión.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

 

...

...

...

Dos niñeros y una nieta

III

Se podía escuchar un sonido de TIC-TAC.

TIC TAC

...

TIC TAC

...

Esta componía una melodía, no ruidosa, pero si repetitiva. Las manecillas del reloj se movían, marcando muy lentamente el paso del tiempo. Los ex - shinobis permanecían en el sillón, sentados uno al lado del otro. Ninguno habló o se movía, hasta que nuevamente:

TIC TAC

Otro minuto pasaba.

TIC TAC

Otro minuto en silencio.

TIC TAC. 

Kushina movió inquieta las manos que había dejado sobre su regazo. 

El silencio al que tanto estaba acostumbrado Hiashi, a ella solo la alteraba. 

TIC-TAC, apretó la tela de su falda. TIC-TAC, dejo salir una tos seca. TIC-TAC, lo miro de reojo. TIC-TAC, finalmente se hartó y habló.

–¿A qué hora hay que darle la medicina dattabane?

–A las tres. –respondió él.

–¿Y qué hora es?

–Las dos.

–Ya...

–...

–¿No me estarás mintiendo con los horarios, no Ogro? 

El sonido del reloj, fue acompañado por un bufido seco. Hiashi le reprocho con la mirada pero la mujer a su lado le mantuvo la vista clavada. Ofendido el líder saco de entre sus mangas el papel que le había dado su hija y se lo deteriorar, pero sin soltarlo. 

–A las tres. –señalo una de las oraciones. – ¿Satisfecha? 

Kushina frunció ligeramente los ojos, en un intento de enfocar pero no pudo ni leer la primera palabra, que el hombre volvió a guardarlo. 

–¡Oye! ¡No llegue a leer nada dattabane! –se quejó. 

–Ese es tu problema, no el mío, Habanero. –volvió la vista al frente.

–Ogro idiota. –mascullo entre dientes.

–Te escuche.

–¡Ya sé dattabane! –le grito. –Por eso lo dije. –murmuro lo último entre dientes y se cruzó de brazos.

–Hmmp.

Ninguno volvió a hablar. Por largos y tediosos minutos se mantuvieron así, mirando en direcciones opuestas de la habitación. Hasta que la mujer decidió retomar nuevamente la conversación. 

–¿Qué hora es dattabane? –volvió a preguntar.

–Las dos y media.

Kushina resoplo y se deslizo hundiéndose aún más en el sillón. Dándole una mirada renegada a su rival, finalmente opto por decirle: –Ogro, cuéntame algo.

–¿Algo? 

–¡Sí! –exclamo. –Es que me aburro dattabane.

–Hmmp. No soy tu payaso, Habanero. 

La kunoichi se enderezo y ladeo su cuerpo dando con el perfil inmutable de él. 

–Vamos Ogro, no seas tan amargo dattabane. Hablemos como dos personas adultas, que tuvieron la fortuna...

Hiashi la miro con alzo una ceja y Kushina asintió.

–Tienes razón dattabane.

–Hmmp. – miro al frente

–Dos personas que tuvieron la desgracia de conocerse. –corrigió.

–Por fin coincidimos en algo. 

–Para molestar dejas de ser mudo eh, Ogro. –dijo irónica. –Pero te lo acepto dattabane. –asintió. –Así que cuéntame algo. –sacudió la mano. –Cualquier cosa es mejor que oír ese odioso TIC-TAC.

–...

–¿No vas a hablar dattabane?

–Estoy pensando.

–¡Ay Ogro! –se exaspero. –Deja de analizar todo por una vez en tu vida dattabane. No voy a provocar ningún golpe contra tu clan, de veras. –le aseguro mientras lo miraba pero Hiashi no dio señal de respuesta entonces ella resoplo. –Está bien dattabane, intentamos de otra manera. –propuso. –¿Qué hiciste esta semana? 

Una pregunta sencilla y cotidiana. ¿Él podía con eso, no?

–...

–...

Ya abría la boca para soltar una cantidad de impropios de más creativos cuando Hiashi con voz parca y serena, comenzó a contar: –Los del consejo llegaron a un acuerdo, con shinobis de aldeas aledañas. Traerán un cargamento de armas para...

–¡Espera, espera! –alzo ambas manos.

El Hyuga frunció el ceño.

–¿Ahora qué pasa? 

–¡No me hables de tu clan dattabane! –se quejó. –Eso solo hace que me aburra más, Ogro.

–¿De qué quieres que hable? –la cuestiono secamente.

–No lo sé, tú dime. Algo debe haber dattabane. No creo que tu única actividad en el día sea tomar té ¿no?

–Irrespetuosa.

–¿Acaso lo es? –le cuestiono para luego negar con la cabeza casi con pena. –Qué poca vida social tienes, Ogro.

–Eso no es cierto. –respondió más por orgullo, que por verdad. –A diferencia de ti, yo si tengo obligaciones que no sean comer ramen todo el día, Habanero.

–Entonces dime dattabane. –insistió. –¿Qué grandes e interesantes obligaciones tiene el gran Hyuga Hiashi?

–Deja de ser irónica. 

–¿Lo soy dattabane? –evoco una expresión inocente, que rompía con su tono sarcástico. 

–Hmmp.

–Lo sabía, no tienes nada. O mejor dicho... –aclaro. –Nada que decir que no involucre a tu clan dattabane. 

–...

–...

–Boruto... –dijo el nombre de su nieto pero Kushina lo interrumpió, levantando la mano.

–Hable con él hace dos días dattabane. Estoy segura que no tienes nada para contarme que yo no sepa –se miró las uñas de la mano y después a su compañero.

Este permanecía tieso en el sillón, llegando a soltar uno que otro murmullo, que ella no llegaba a distinguir.

–Ay Ogro, ogro. –negó con la cabeza, soltando un largo y profundo suspiro. –Sabia que eras amargado, pero ahora superaste un nuevo nivel dattabane. Eres el aburrimiento personificado.

Hiashi con el orgullo herido, no tuvo más opción que fruncir el ceño.

– ¿Sabes qué? olvídalo dattabane. –le propuso. –Haz de cuenta que no dije nada, Ogro. –dijo resigno. 

Kushina se levantó, camino a la cocina, saco un vaso del estante y lo lleno de agua. Regreso hasta el sillón y se sentó. 

–...

Se acercó el vaso a los labios y tomo un sorbo. 

–Hanabi tiene novio. 

Escupió el agua y empezó a toser. 

–¡¿Qué cosa?! –le grito ignorando, como se había salpicado la ropa.

–Ya me escuchaste.

–Sí pero... --parpadeo desesperada por juntar las piezas en su cabeza, en la menor cantidad de tiempo. Pero antes... –¡¿Tú querías hablarme sobre el clan teniendo eso dattabane?! –había cosas más importantes.

–No preguntaste por ella. –se excusó. 

–¡¿Qué?! ¡Estaba implícito en la pregunta, Ogro!

Él solo reafirmo el cruce de sus brazos, pegándolos contra el pecho.

–¡Ay ya no importa dattabane! –resoplo ella y se limpió la boca con el dorso de la mano, mientras dejaba el vaso sobre la mesa. –Así que Hanabi-chan tiene novio dattabane. –Sopeso las palabras dichas por el anciano y sonrió. –Eso es muy bueno Ogro. Feli... – se calló. –Oh ya, entiendo.

–Hmmp.

–No quieres que te felicite. 

Hiashi ni negó o afirmo eso, pero Kushina tampoco lo necesito. 

No era necesario, se le veía en la cara. El ceño ligeramente más hundido que lo habitual, los labios cerrados en una línea tensa, postura recta y mirada perdida. Dejaría de comer ramen por toda una semana, si con eso lograba saber que pasaba por la cabeza de su rival. 

–Bueno, tienes razón dattabane. –le reconoció después de un largo silencio y entonces el Hyuga la miro de reojo. –Más que felicitaciones, debo otorgar el pésame... –asintió convencida. –Digo... –una sonrisa ancha, estiro sus mejillas arrugadas. –Para el pobre muchacho, dattabane.

–Hmmp. –volvió la vista al frente. –Debí suponer que te pondrías de su lado.

–¿Hay lados, dattabane? 

El Hyuga la miro como si lo que hubiera dicho, fuera una incoherencia. 

–Siempre hay lados en una batalla, Habanero. Deberías saberlo.

–¿Batalla? –dijo extrañada para después levantar rápidamente ambas manos y negar con la cabeza. –Espera, espera Ogro. ¿Desde cuándo esto se convirtió en una guerra dattabane? –pregunto confundida.

–Desde que pretendió a mí hija. –remarco dedicándole una mirada tan letal y firme, que Kushina se sintió demasiado pequeña en el sillón.

–Pobre chico dattabane. –soltó una risa, mitad nervios, mitad preocupación. –Le será muy difícil tenerte como suegro.

–No digas eso. –la reprendió secamente. 

–¿Qué cosa?

–Suegro. –dijo asqueado.

–Oh... –los nervios se fueron y la burla, no solo retorno sino que también se le instaló en los ojos. –Pero eso es lo que serias, Ogro. –se acercó significativamente y le susurro mientras lo codeaba –Y él sería tu yerno dattabane.

La mirada asqueada y molesta que puso el Hyuga, fue más que suficiente para hacer estallar en risas a la mujer.

–Hmmp. –Fue ingenuo al esperar que ella lo entendiera.

–Ya dattabane. –se secó las lágrimas, aun sin poder parar de reír del todo. –Es claro que no estas contento con la idea.

–Todavía es chica. 

–¿Chica, Hanabi? –Kushina se llevó la mano al mentón y comenzó a sacar cuentas. –Pero ella tiene veintiséis años ¿no?

–...

–Todavía es chica. –repitió. 

–Ay Ogro. –lo gozo, pero también no podía evitar sentirse enternecida. –No tienes remedio eh dattabane. –esta vez no hubo sarcasmo en su voz.

–Hmmp.

–No quiero saber que pensaste cuando mi Naruto, se puso de novio con Hinata-chan.

–Que era un idiota.

–¡Oye! –alzo el puño, pero no hizo más, porque las palabras de él la detuvieron. 

–Pero sabía que cuidaría bien de ella. –le reconoció.

–Hiashi.

–Este hombre no me ha demostrado nada Kushina, aún es muy pronto para fiarme de él. 

–Entonces... –medito bien lo que diría porque sabía que aunque él no lo admitiera la estaba escuchando. –Será cuestión de darle una oportunidad dattabane. ¿Si, Ogro?

–Hmmp.

–Oh, vamos dattabane. –le golpeo el hombro recibiendo una mirada molesta. –Confía un poco de veras. No seas tan "Ogro", Ogro. 

–... –se levantó.

–Y bien dime. 

–¿Qué?

–¿Es enserio?. –se sentía devuelta una gennin. –¡No seas tonto, dattabane! –se estiro en el sillón y puso el codo en él apoya brazos y el mentón en su mano. –¿Cómo te enteraste? Acaso... –lo pensó y se cubrió la boca por la impresión. –¡¿Hanabi-chan te lo dijo?! 

–Tonterías. –respondió desde la altura. –Ella no me menciono nada. –se coló cierto reproche, en el tono de su voz.

–Oh, no me imagino porque dattabane. 

Hiashi frunció el ceño y ella se rio. 

–Ya. –alzo las manos en señal de paz. –Lo siento, mala broma dattabane.

–Hmmp.

–¿Entonces? 

–...

–Ogro.

–Sonrió como ella. –miro a su rival. –Tenía la misma sonrisa.

Realmente no predijo esa respuesta. La diversión que los envolvía, se entrecorto y la sonrisa de Kushina se fue desarmando hasta solo volverse una mueca agridulce.

–Hiashi... –quería decirle algo, pero no sabía que.

–Era bastante obvia, siempre estaba distraída. –volvió a hablar, desviando el tema y Kushina lo entendió.

Fue un acuerdo tácito, él la miro a la espera de una respuesta y ella recompuso la sonrisa como si nada hubiera pasado. 

–Pero espera dattabane. –le dijo. –Hay algo que no entiendo.

–¿Qué cosa?

–Sí Hanabi-chan no te lo dijo ¿Cómo conoces a...? –no termino la pregunta, que se levantó de un salto y grito. –¡Ogro ¿le pediste a tus hombres que la siguieran?! 

–Claro que no. –negó firmemente. 

Kushina soltó el aire que no supo que había estado conteniendo y volvió a sentarse. 

–Oh bien dattabane. –rio nerviosa. –Por un momento creí que actuarias como esos padres sobreprotectores, Ogro. –lo miro. –Ya sabes dattabane, los que siguen a sus hijas y ahuyentan a los pretendientes. –sonrió más relajada. –Pero es bueno ver que cambiaste también eso de ti, Ogro. Te felicito dattabane. –dijo sinceramente. –Ya no eres tan amargado como de joven.

–Hmmp. Conozco a mi hija Kushina. –Se jacto y la kunoichi no pudo más que asentir con la cabeza. –Yo mismo la entrene. –siguió él.

–Por supuesto dattabane. –volvió a afirmar. Por primera vez se sentía orgullosa de su rival. Él Ogro había cambiado. 

–Hanabi es hábil, inteligente...

–Claro dattabane. –le pagaría un plato de ramen, por su buena conducta cuando acabaran con esto. 

–Es demasiado perceptiva. Habría notado hasta al mejor de mis hombres.

–Sí... –pero entonces dejo de asentir, solo parar mirarlo. –Espera ¿Qué dijiste dattabane? 

–¿No creíste que sería tan ingenuo, no Habanero?

Por primera vez en su vida ella no respondió y solo se hundió entre los almohadones, mientras un aire negro la envolvía.

–Ay, Ogro... –él no había cambiado nada en ese aspecto.

Pero parecía que Hiashi no recaía en el error de sus actos y seguía contándolo con orgullo. 

Kushina sintió que volvía en el tiempo. A esa época en que ambos eran unos simples jounnin que competían con el otro por la mayor cantidad de misiones bien realizadas. 

–Solo necesite activar el Byakugan. Sabes que mi rango de visión... 

–Acapara 100 km a la redonda dattabane. –dijo sin energía.

–Sí y...

–Y la aldea tiene un total de 180 km. –volvió a interrumpirlo.

–Veo que estas bien informada, Habanero.

Ella lo miro soltó un largo suspiro. –Ya son muchos años conociéndote Ogro. –dijo resignada. –Y ¿sabes qué? recién lo dudaba pero ahora te lo confirmo dattabane. –lo miro. –Fue una desgracia conocerte.

–Hmmp. –se molestó y alzo el mentón prepotente. –No pedí tu opinión Habanero, además es mi hija. –se justificó. –Sino me lo decía ella, debía averiguarlo por mí mismo. 

–No dattabane, aun así tendrías que haber esperado que ella te lo dijera.

–...

–Sabes que tengo razón, Ogro.

Hiashi la miro y luego volteo el rostro, hacia la otra punta de la habitación. –Ya no importa eso ahora. Lo sé y es suficiente. –soltó un bufido con solo recordarlo. –Además fue sencillo, el hombre...

–Novio de Hanabi, dattabane. –dijo ella.

El Hyuga la miro seco. –Ese hombre. –repitió y Kushina no pudo evitar sonreír. –No fue difícil dar con su identidad. –en un tic sutil golpeo con el dedo índice sus brazos aun cruzados. –Siempre dejaba una estela de chackra cerca de ella. –chasqueo la lengua. –Es tan incompetente que ni pensó en hacer algo tan sencillo como camuflar su chackra.

–Tal vez...

Él la miro y fueron tan duros sus ojos, que Kushina dudo realmente si era buena idea hablar. Pero como nunca se había medido para decirle sus verdades al Ogro cuando eran jóvenes, llego a la conclusión de que menos lo haría ahora que ya ambos estaban viejos. Así que siguió: 

–Tal vez... –repitió y toseo esperando sonar segura. –Tal vez no lo hizo, porque no estaba en una misión dattabane sino en la aldea. –dijo lo que ella creyó que era obvio, pero que el Ogro, se negaba a ver. –Ya sabes dattabane, estar tranquilo, una... cita.

El ceño del Hyuga se endureció aún más.

–Mi hija no va a citas, Habanero. 

–¿Eso también te lo dijo tu Byakugan? 

–Hmmp.

–Lo sabía. –dijo con burla. –Está bien dattabane, no le digas así sino quieres, pero los viste caminando juntos por la aldea ¿no?

–No era una cita.

–¿Estaban tomados de la mano?

–...

Kushina se sonrió. –Era una cita dattabane. –dijo segura. Vio como él abría la boca y sabiendo lo que diría, se adelantó. –Bien no era una "cita". Hanabi-chan solo estaba pasando tiempo de calidad con su no... –Hiashi afilo la mirada y ella se rio. –Con este hombre que no es para nada digno de ella, dattabane. –se corrigió.

–Hmmp 

–Comiendo un gran tazón de humeante ramen de Ichiraku... –detuvo su análisis, solo para decir. –¿Era viernes? 

–Miércoles.

Ella asintió. –Miércoles, dattabane. –repitió y se encogió de hombros. –Bueno si hubiera ido el viernes habrían aprovechado la promoción de 2x1 de Ichiraku. Un tazón extra grande de ramen de cerdo y soba. –comenzaba a salivar. –Tomando algo de sake y...

–Al punto, Habanero.

–Ah sí, perdona dattabane. –se sonrió. –Me distraje. –rio. –A lo que iba con esto Ogro, es que en situaciones así, uno baja la guardia. Así que no puedes culpar a este hombre por no ocultar su chackra correctamente, dattabane. 

–...

–...

–Tonterías. 

Kushina se sonrió. –Claro Ogro, lo que tú digas. –le dio la razón, aunque era claro que la batalla la había ganado ella. –Entonces... –prefirió cambiar de tema. –¿Quién es dattabane? ¿Lo conozco?

–No te lo voy a decir.

–¡¿Qué?! Pero Ogro... –se quejó. –Si cuentas algo debes hacerlo completo dattabane ahora me dejas con la duda. –hizo una mueca.

–Es...

–¿Sí?

–Un idiota. –soltó a regañadientes.

Ella se cayó y rápidamente se levantó, para mirarlo ofendida –¡Para ti todos son idiotas dattabane! –lo señalo con el dedo. –¡No me estás diciendo nada nuevo!

–No es mi problema, Habanero, dedúcelo por ti misma. –emprendió hacia las escaleras.

–¡No quiero dattabane! –alzo la voz para que la escuchara. –¡A diferencia de los Ogros, yo si conozco lo que significa la privacidad!

Hiashi bajo los pocos escalones que había subido, solo para asomar la cabeza por el umbral y decir: –Por supuesto Habanero, la carta que guardas en tu bolsillo, habla muy bien de ello. –y se fue, dejando a la mujer molesta pero sin opción de contraataqué.

Porque al fin de cuentas, ninguno de los dos respetaba la privacidad.

~•~•~•~•~

–¿Qué es eso? –pregunto al verlo volver con algo en la mano.

–Es "Asagao" ( 朝顔 Morning Glory) es una pomada natural. –explico. –Le ayudara a Himawari a descongestionar su nariz. –desenroscó la tapa y en simultaneo, Kushina se agazapo en la otra punta del sillón. 

–¡Cierra eso! –le grito. 

Hiashi la miro y después a la pasta violácea –Estas exagerando. –le dijo. –Su olor es fuerte, pero no es para tanto.

–¿Es enserio? ¡Eso huele horrible dattabane! –se presionó la nariz con ambos dedos. –Dime la verdad Ogro. –la voz le sonó más chillona. –¿A quién mataste para hacerla?

–¿Es enserio? –no sabía si los años la habían vuelto más idiota o solo era defecto de nacimiento. 

–¡Nunca la escuche nombrar dattabane! –se defendió ella. 

Hiashi bufo. –Por supuesto que no, Asagao no se consigue en farmacias, Habanero. –le enseño el menjunje. –Las mujeres Hyuga la hacen con una flor que lleva su mismo nombre, la mezclan con hiervas medicinales después la dejan secar...

–¡¿Pudrir?!

La miro ofendido. –Las hojas se dejan estacionar en el sol, Habanero, no pudrir. –le corrigió entre dientes, para luego volverla a cerrar. –Además la flor de Asagao no dura mucho, florece en el día y se marchita al llegar la noche. –aclaro mirando el pote. –Así que el olor es lo de menos. Es efectiva y eso es suficiente. 

–Aun así... –no estaba convencida. –¡No dejare que le pongas esa cosa rara a mi nieta dattabane! 

–¿Enserio crees que haría algo perjudicial para su salud? –le cuestiono. 

Kushina sabía que no, pero era demasiado orgullosa para responderle eso, por ende prefirió desviar el tema y señalo el reloj.

–No falta mucho para que a Hima-chan le toque el jarabe dattabane. –eran las tres menos diez.

–Hinata ya se lo había dado antes de que llegáramos y tú la viste. Esas cosas nuevas no funcionan. –dijo él. –Se exactamente cada ingrediente que tiene Asagao será de ayuda. La armo siguiendo las indicaciones de... –guardo silencio y Kushina supo exactamente porque lo hizo, quiso responderle, pero Hiashi volvió a hablar como si nada hubiera pasado. –Lo usaba con mis hijas cuando eran pequeñas Habanero ¿Eso te es suficiente para corroborar su efectividad?

–Ogro... Aun así huele horrible, dattabane. –frunció los labios y se cruzó de brazos, más en una rabieta infantil que verdadera. –¿Eh? ¿Ogro? –miro hacia ambos lados al verse sola.

Sin que ella se hubiera percatado, el hombre ya había salido de la habitación. 

–¿Vienes o no? –estaba en el pie de la escalera

–¡Por supuesto que iré dattabane! –se levantó rápidamente, fue a la cocina y volvió con una pequeña botella. –Pero no dejare que intoxiques a Hima-chan. –le mostro el "refresco". –Le daremos los dos dattabane.

–Si insistes. –se encogió de hombros. –Pero te reitero que no es necesario. 

–No me importa dattabane, además... –palmo el bolsillo de su vestido y sonrió al sentir un pequeño bulto. –Yo también traje algo especial para ella, dattabane.

Hiashi se detuvo en la mitad y la miro. –¿Qué cosa? –pregunto.

–No te importa, dattabane. –lo empujo para que siguiera subiendo.

–Hmmp. Los años no han hecho más que volverte loca, Habanero.

–Y a ti más amargado, Ogro

El reloj de la sala sonó. 

TIC-TAC

...

TIC-TAC

Eran exactamente las tres de la tarde. 

~•~•~•~•~

–Himawari.

Hiashi se agacho, aun lado de la cama de su nieta. Los huesos desgastados le sonaron por inclinarse. Kushina a su lado, lo miro divertida y musito un mudo "viejo", que el Hyuga fácilmente leyó, pero decidió ignorar.

–Himawari. –volvió a llamarla. Palpo el pequeño bulto en el que se había convertido su nieta y corrió lentamente la frazada rosada, descubriendo el rostro infantil. 

–¿Abuelito? –entreabrió los ojos, aun adormecida.

–No debes taparte tanto, levantaras fiebre. –le corrió la frazada hasta el pecho. –Es hora de tu refresco, Himawari. –la ayudo a sentarse. 

–Hai.

La voz le sonó un poco menos chillona que a la mañana. El rostro aún lo tenía espolvoreado de rojo, sobre todo en la nariz y mejillas. La mota de cabello negro, desordenado y los ojos un poco más cerrados de lo habitual. Pero aun con todo eso, Himawari evocaba la personificación de lo adorable, hechizando tanto a un abuelo como a otro.

–¿Cómo te sientes, cariño? –Kushina se asomó por el hombro del Hyuga, que se hizo a un lado para dejarla pasar. 

–Un poco mejor, Kushina-obachan. 

–Qué bueno dattabane, mira... –le enseño la pequeña botella. –Tu abuelita te traje el refresco y hasta el puse una pajita solo para ti dattabane. –sonrió rezando internamente para verse lo más inocente posible, mientras le señalaba el tubito de plástico rosa. –Debes beberlo todo Hima-chan y así te curaras muy rápido dattabane. 

Pero ni la sonrisa fue tan confiable o el sueño tan profundo, para que Himawari no la mirara con cierta duda.

–Oh... –jugo con el borde de las sabanas. –¿No es el jarabe, no? 

–No, no dattabane. –negó con la cabeza. –Es un refresco. –le aseguro. 

Himawari fijo los ojos en su acolchado rosa. Kushina sentía como una gorda y fría gota de sudor le baja por la sien. 

–Entonces... –finalmente hablo la niña. –Tú también lo tomaras ¿No, abuelita?

–Claro yo... ¡¿Qué?! –la sonrisa desapareció y los ojos se le abrieron casi el doble de su tamaño. 

–Me lo habías prometido. –dijo Himawari en un susurro, pegando el Shukaku contra su pecho. 

–¡Yo no lo prometí! –arremetió la kunoichi a los gritos. –¡Fue el Ogro que...!

–Kushina. 

No había dicho más que su nombre, pero la ex kunoichi lo sintió. Esa mirada blanca, helada y pesada clavándosele en la espalda 

–¿Ogro? –lo miro de reojo. Jamás suplicaba, pero hoy le resultaba un hermoso día para empezar. –Tú no querrás que yo...

–Sí. –la corto él

–¡Pero Ogro!... –desesperada intento buscar una salida rápida. –El refresco es solo para niñas, dattabane. –puntualizo con una sonrisa tensa. –Y yo ya estoy grande.

–Pero cuando eras una niña lo tomabas ¿no? 

Kushina no supo si él le estaba hablando de verdad, o era una pregunta retórica. Por eso opto por quedarse callada, mientras anulaba el recuerdo de Minato mezclándole, sin que ella se enterara, los jarabes en el caldo del ramen. 

Si de algo estaba segura es que eso no era lo que el Ogro quería escuchar.

–Ni... –dijo una mezcla de "sí" y "no". 

Hiashi alzo una ceja y mantuvo su porte altivo. 

–Ogro...

–Bébelo. 

–Pero...

–Es una promesa. –intervino Himawari. –Tú... –su pequeño labio tembló y los ojos le brillaron. –Tú lo dijiste abuelita.

¡Cruel manipulación! no había otra respuesta. Esa niña sabía cómo sacar provecho a su "adorabilidad" 

–Yo dattabane... –tartamudeo y se odio por ello. Ella siempre había sido una kunoichi que jamás dudaba y ahora se sentía atrapada bajo aquellos ojos azules, que imitaban los de Minato. –Yo ¡Ay! –Soltó un grito frustrada y miro molesta al Hyuga. –¡Esto lo saco de tu familia dattabane, no de la mía!

–Mi familia... –remarco Hiashi. –Tomaba los medicamentos sin hacer escándalo. Tú misma lo dijiste Habanero, eres una adulta. –le devolvió sus palabras. –Así que termina con esto de una vez y bébelo.

–¡Esta bien, dattabane! –grito resignada. –Pero después tú... –señalo a la niña con el dedo. –Te tomas todo el resto dattabane ¿entendido? sino le diré a tus padres cuando vengan.

–¡Hai, Kushina-Obachan! 

La niña sonrió y Kushina estaba segura, que vio un rastro de orgullo Hyuga, implantado ahí. Himawari le había ganado. ¡Una niña de cinco años, la había derrotado! Y ahora ella bailaba en un vaivén constante. 

Orgullo y odio por su nieta. 

Con las manos temblorosas, Kushina sostuvo la pajita y se la acerco a los labios. Mientras lo hacía, dejaba salir uno que otro insulto dirigido hacia cierto hombre de ojos lavanda. Finalmente cerró los ojos, se recordó porque lo hacía y tomo un sorbo...

Tuvo que luchar para tragarlo, era amargo ¡Asqueroso! Casi lo escupió, pero entonces con los ojos aguados y las mejillas hinchadas noto al hombre a su lado.

El desgraciado no dijo nada, pero se leía claramente. 

"Trágalo, ahora" le decía con la mirada acompañada de una amenaza cuidadosamente solapada.

Cerrando los ojos, Kushina finalmente trago el jarabe y soltó un largo suspiro, para camuflar el gesto de asco.

–Ya, dattabane... –sudaba frio. –Ya está. –realmente lo prefería mil veces camuflado en el ramen.

–¡Muy bien Kushina-Obachan! ¿Es muy feo?

–No... –la voz le sonó más aguda ¡le había quedado el sabor en la lengua! –Es... –simulo una tos, para ocultar la arcada. –Muy rico, dattabane. 

–¿Enserio? 

–Hai. –dijo sin fuerzas.

–Entonces... ¿No quieres tomar otro poco, abuelita?

Hiashi noto como una energía roja, envolvía a la mujer. Aun con los años, ese poder no daba muestra de extinguirse. Él podía contradecir en muchas cosas a Kushina, pero había una realidad que era irrefutable y así como él era el "Ogro de ojos blancos", ella siempre seria... El Habanero Sangriento 

–No... –los cabellos de la kunoichi se alzaron, tornándose más rojos de lo habitual y así ocultándole las canas. –Ahora es tu turno, Hima-chan... –la sonrisa tensa se entremezclaba con una voz siniestra. –Bébelo, todo. –le extendió la botella. –Ahora. 

–Hai... 

Su abuelita enojada, daba mucho miedo.

~•~•~•~•~

–¿Cómo te sientes? –pregunto Hiashi.

Himawari le extendió el refresco, ya vacío a la mujer. Kushina lo tomo usando solo dos de sus dedos y haciendo una muesca de asco, lo tiro rápidamente al tacho de basura ubicando aun lado del escritorio. 

–Un poco mejor, abuelito.

–Bien. Traje esto para ti. –le enseño el pequeño frasco café. –Es una pomada. –Himawari se corrió, dejándole lugar para que se sentara. –Te ayudara a respirar mejor ¿puedo? 

–Hai...

El Hyuga abrió la tapa y entonces Kushina, que ya se había alejado, retrocedió aún más espantada, llevándose puesto el escritorio y un par de peluches. 

–¡Se pudrió aún más, en solo quince minutos dattabane! –grito.

–Habanero. –le advirtió, pero ella no se detuvo. 

– ¡Ogro, que tú no tengas olfato no es mi culpa dattabane! –se apretó la nariz con los dedos y su cara adopto un tono verde. –Huele aun peor, de veras. 

– ¿Enserio huele tan mal? –pregunto inocentemente, Himawari.

– ¿Realmente no lo sientes dattabane?

–No. –negó con la cabeza. –No puedo oler nada.

–Por supuesto. –Hiashi miro con el ceño fruncido a Kushina. –Esta resfriada. –remarco.

Kushina musito un mudo insulto entre dientes, antes de tomar más distancia y dejar al hombre hacer lo que quisiera.

Hiashi unto dos de los dedos en la pasta violácea y con cuidado lo esparció de bajo y encima de la nariz de Himawari. 

–Está caliente. –dijo ella.

–Si es una de sus funciones... –cerro la tapa, se limpió los dedos con su bata y arropo a la niña. –Te relajara. –le acaricio el cabello, dejando por un momento la mano quieta y apoyada en la pequeña cabeza. –Te repondrás pronto, Himawari. –le sonrió sutilmente, seguro de que solo ella lo veía. 

–Arigato, Hiashi-ojisan. 

Él asintió y retiro la mano, justo cuando Kushina se acercó.

–Bueno yo también tengo algo dattabane. –dijo emocionada la mujer.

–¿Cuál es tu gran remedio, Habanero?

Fue sutil pero ella noto el sarcasmo impreso.

–Te aseguro que ninguna crema olorosa dattabane. Ahora hazte a un lado, Ogro. –Lo empujo y el Hyuga bufo molesto, pero se levantó.

–No existe cura más rápida para el resfriado que el buen humor, dattabane. –Escucho un bufido seco a sus espaldas y sin dejar de mirar a la niña dijo. –Cosa que a tu abuelito le faltaba mucho Hima-chan y por eso se enfermaba tanto de niño dattabane. 

La niña se rio y el Habanero sonrió triunfante al oír la queja del Hyuga. 

–Abuelita, dime ¿Qué me trajiste? 

–Algo muy especial dattabane. –llevo la mano a su vestido y caso una pequeña bolsa color crema. – ¡Te compre esto, Hima-chan! –abrió el paquete mostrando una gran variedad de dulces. –Traje de todo, dattabane. –fue señalando cada uno, emocionada. –Poifull (Gominolas con sabor a frutas ポイフル ) Kinoko no Yama (galletas cubiertas de chocolateきのこの山), Kani Pan (Pan con forma de cangrejoカニパン) Pinky (Pequeños caramelos picantesピンキー) Tiroru (cuadrados de chocolate de distintos saboresチロル) y no puede faltar ¡Una pequeña caja de Pocky (ポッキー)dattabane!

–¡Sí! –dijo Himawari contenta

–No. –interrumpió alguien secamente

–¿Qué? –dijeron a la vez las féminas, pero Hiashi solamente centro su atención en Kushina.

–No puede comer dulces y lo sabes, Habanero. 

–Oh vamos Ogro, son solo unos pocos dattabane. –sonrió mirando a su nieta que le devolvió el gesto. –No le harán daño.

–He dicho que no. 

–Pero abuelito.

Misma mirada y labio fruncido, solo que la víctima del ataque de ternura, no era ella. 

"Bien pensado, Hima-chan ¡Esa es mi nieta!" pensó orgullosa. "¡Yo también te ayudare!"

–Ogro. –frunció el labio y evoco la misma mirada brillosa y lastimera. Desgraciadamente a diferencia de la niña, solo consiguió que Hiashi frunciera más el ceño. "Creo que no fue buena idea, dattabane" pensó deshaciendo rápido la expresión. 

–Abuelito.

Kushina noto como el ceño del Hyuga se disipaba y su expresión se serenaba.

–Cuando te recuperes, Himawari... –la voz perdió ese tono duro y autoritario. –¿Si?

–Pero... –frunció los labios formando un puchero. –Hiashi-ojisan. –sintió el peso de la mano de su abuelo en la cabeza seguida de una caricia suave y lenta.

– Cuando todo esto pase te llevare personalmente a comer todos los dulces que quieras.

–¡¿A Boruto-nichan también?!

El Hyuga asintió. –A ambos.

–¡Bien! –alzo ambas manos contenta. El líder se sonrió y aparto la mano.

–Pero antes debes alimentarte bien, Himawari. –toda dulzura, se esfumo, cuando miro a la pelirroja. –Y eso no lo hacen unos dulces. –dijo en tono seco mientras la mujer chasqueo con la lengua. –Mientras tanto guardare esto. –le quito la bolsa. 

–Eres todo un "Ogro", Ogro ¿lo sabias dattabane? 

–Lo dices seguido.

–¡Y lo seguiré haciendo dattabane!

–Hmmp, di lo que quieras Habanero, no me importa. –miro a su nieta. –Cámbiale el paño. –señalo la frente. –Mientras yo dejo esto, bien guardado. –enfatizo lo último con una clara advertencia. 

–Ya...

Kushina aguardo hasta el momento en que el Hyuga desapareció por completo de su vista para dejar atrás su expresión ofendida y sonreír orgullosa.

–Lo siento abuelita. Hiashi-ojisan se llevó todos los dulces, pero prometo traerte muchos cuando vayamos. 

–Oh, no te preocupes por eso cariño. –le guiño un ojo. –No será necesario.

–¿Qué?

–Lo bueno de todo esto, es que uno con los años aprende las mañas de los Ogros Hima-chan. –saca una bolsa más pequeña y de color violeta. –Guárdalos dattabane. –miro hacia la puerta asegurándose que él no estuviera. –Sera nuestro pequeño secreto. –susurro. 

–¡Hai! –levanto su almohada y en una sonrisa cómplice, la mujer escondió los dulces abajo.

–Pero solo puedes comerlos después de cenar ¿si dattabane?

–Hai –asintió. –¡Arigato, abuelita!

–¡Esa es mi Hima-chan, dattabane! –sus ojos tomaron forma de corazón, mientras suspiraba. –Eres tan adorable dattabane, ahora solo debo cambiar el paño y después te traeré tu comida así... ¡Ay!

Toda la casa fue la víctima del estridente grito que dejo salir la kunoichi. 

Hiashi salto los escalones en su afán de subir rápido. Con demasiada fuerza, abrió la puerta sacándola por poco de las bisagras y enfrento a ambas mujeres con el Byakugan activado.

–¿Qué paso? ¿Por qué gritaste? ¡¿Himawari está bien?! –con cada pregunta, escaneaba la habitación y los alrededores. Al no encontrar nada, vuelve a mirar a la mujer que le da la espalda. –Kushina ¡Kushina! –la llama pero no obtiene respuesta.

–Abuelito.

La cabeza de Himawari se dejó ver entre el cuerpo de la mujer. Hiashi abrió sus ojos asombrado pero rápidamente dejo salir un suspiro y su postura alerta, se relajó.

–La fiebre alteró tu control de chackra. 

–Hai. –tomo un pañuelo y se sonó fuerte la nariz. –¿Abuelita estas bien?

Pálida, Kushina boqueo pero sin ser capaz de soltar ni una palabra. Su mirada estaba prendada en aquellos ojos ahora blancos y con venas a los costados.

–Tiene, tiene... –tartamudeo. 

Hiashi negó con la cabeza y sin delicadeza alguna, tomo a la mujer del brazo y la hizo levantarse. 

–Himawari, haz esto. –le mostro una seña con los dedos, usando la mano que tenia libre. –Eso deberá ser suficiente. 

–Hai. –la pequeña imito torpemente a su abuelo y el dojutsu desapareció tan rápido como vino. –Kushina-obachan esta...

–Ella estará bien. –Miro a la mujer que continuaba en shock. –Solo está cansada.

–Oh...

–Yo me ocupo, Himawari, tú descansa. –arrastro a la mujer consigo y apago la luz. –En un rato te traeré tu comida.

–¡Hai!

Hiashi le sonrió levemente y cerró la puerta.

~•~•~•~•~

Una vez en el salón, la soltó. Kushina cayó como peso muerto en el sillón y Hiashi fue a la cocina.

–Tiene, tiene... –volvió a tartamudear irritando al hombre.

–Habla claro, Habanero.

–¡Himawari despertó el Byakugan! 

Él volteo a verla, molesto.–No grites, mi nieta está descansando.

–¿Tú nieta? ¡¿Tú nieta?! –grito con la voz quebrada. 

Hiashi rodo los ojos con fastidio. Era lo que se temía, ella había explotado. 

–¡Se lo que piensas Ogro! –lo señalo, despechada. –Pero esto no cambia absolutamente nada ¿me oíste? –los ojos se le empañaron. –Es Himawari ¡Mi Hima-chan! –insistió

Hiashi busco reunir la poca paciencia que tenía. Antes había deseado que ella lo supiera, ser él mismo el que se lo informara y regodearse en ello, pero ahora solo quería escapar de un futuro y muy posible, dolor de cabeza.

Comenzaba a comprender porque Naruto había dilatado el decírselo. Ni el mismo Hokage, podía contra el temperamento de la kunoichi. 

–Mi Hima-chan, mi pobre Hima-chan... –se lamentaba Kushina llevándose las piernas contra el pecho y ocultando el rostro entremedio. 

–Despertó un doujutsu legendario, increíblemente poderoso y tu... –alzo una ceja, entendiéndola cada vez menos. –¿Estas llorando, Habanero? 

–¡Déjame Ogro! –levanto la cabeza. Los cabellos se desparramaron en su frente y los ojos le brillaban de lágrimas e ira contenida. –Tu ¡Tú y tus genes raros dattabane!

–Deja de gritar. –volvió a pedirle.

–¡¿Cómo quieres que no grite?! –dijo histérica. –Si acabo de ver a mi amada Hima-chan con tus ojos de Ogro –comenzó a patalear, en una actitud demasiado infantil para su edad. –La quiero con sus ojitos azules –exigió. –¡Qué vuelva a tener los ojos de Minato ¿me oíste?!

El Hyuga realmente odiaba admitir que la conocía, pero muy en su interior Hiashi supo lo que estaba pasando y por ello estaba seguro que esto recién empezaba. 

Fase 1: Llanto y gritos. 

Fase 2: ¿Preguntas?

Lo vio levantarme más rápido de lo que su edad le permitía y caminar hacia él.

– ¿Hace cuánto lo despertó dattabane? ¿Cómo fue?

Lo sabía. Tomo una gran bocanada de aire y la soltó. 

–¡¿Porque nadie me dice nada?!

No le daba ni tiempo de responder, él solo llegaba a abrir la boca, para que ella lanzara otra pregunta más alocada que la anterior. 

–¿Todos lo sabían? ¿No? ¡Lo hacían, ni tienes que decírmelo Ogro, lo veo en tu cara! ¡¿Por qué Naruto no me lo dijo?!

Con cada exigencia, la casi nula paciencia del líder se evaporaba. El ceño de Hiashi se hundía más y más, acentuando las arrugas de su frente.

–Habanero. –repitió ya por tercera vez, algo impropio en él. –Te he dicho que no grites.

–¡Yo grito lo que quiero ¿me oíste?! –las lágrimas parecieron consumirse por un fuego amenazante. –¡Merezco una explicación dattabane! –apretó ambos puños. –Así que deja tus órdenes de Ogro y habla de una vez, Hyuga. 

Inhala y exhala. Meditación básica.

–Ogro ¡No te quedes callado!

Si se concentraba lo suficiente lograría invocar el sonido de agua cayendo, la brisa del viento de los arboles... Inhala y exhala. Sintió el aire rozarle los labios cuando escapo.

–¡Ogro deja de ignorarme!

Esa voz... Demasiado chillona, demandante, una completa falta de respeto.

Nadie en el complejo se gritaba, él no estaba acostumbrado. 

La serenidad era primordial en su clan, se nacía y de inmediato se inculcaba la importancia del silencio. Los bebes no lloraban, los bebes eran calmados. 

Él escandalo solo era una forma infantil de gastar energía. 

–Ogro, Ogro ¡Ogro!

Le prometió a su hija que la casa se hallaría en las mismas condiciones, en que se la dejo.

–¡Hiashi!

¡Se hartó! 

Dio dos zancadas grandes, llego hasta ella y usando su altura para intimidarla, le dijo entre diente: –No te lo dijeron por la misma razón por la que yo me estoy negando ahora. No sabes callarte y te juro que si despiertas a mi nieta. –remarco lo último mientras el Byakugan tomaba lugar en sus ojos. –Te mostrare lo que estos ojos pueden hacer Habanero ¿entendido? 

Ella finalmente se calló. 

–Bien. –dijo él volviendo a tomar su lugar. Abrió la heladera y rápidamente dio con la vianda que había dejado su hija. Un cuenco blanco, tapado con nailon, que el frio ya había tornado gris. Lo tomo, prendió una de las cuatro hornallas y volcó el contenido en una pequeña olla. Ya organizado volvió a hablar. –Lo despertó hace solo unas semanas. –explico. –Según me conto Hinata, discutió con Boruto y eso hizo que lo activara. 

Ella lo miraba atenta. Él mientras tanto, saco una cuchara de madera del cajón. 

–Noqueo a Naruto –siguió.

–¿Cómo? 

–Le sello los puntos de chackra. –la miro solo para notar, la cara de asombro que puso. Lo entendió porque a él también le había tomado por sorpresa cuando lo supo. –Es una prodigio. –no pudo evitar que el tono de su voz, denotara rastros de orgullo. –No es un ataque sencillo y menos contra alguien con el potencial de Naruto. Debió aplicar bastante fuerza. –comenzó a revolver la comida. –Pero intuyo que fue producto de la adrenalina, porque no recuerda bien lo que paso y tampoco es capaz de reproducirlo a conciencia. 

–Ya veo, dattabane. –sopeso cada palabra.

–Hmmp. 

–...

–...

–Ogro, ella...

No hizo falta que terminara de hablar para que él entendiera a que se refería. 

–Hanabi la entrenará en los complejos, Habanero, pero solo si es lo que ella desea, no la obligaremos a nada.

–Entiendo. 

La vio bajar la mirada y quedar en silencio. Sabía que ella estaba pensando, también sabía que ver a la kunoichi así, le era raro e incómodo porque pocas fueron veces que Kushina se comportaba como su edad demandaba. 

–Ogro.

Por un momento creyó que no hablaría, pero resultaba ingenuo esperar eso de la mujer.

–¿Qué pasa? –siguió revolviendo. La sopa todavía estaba muy liquida.

–Ahora que Himawari despertó el Byakugan... –guardo silencio y él tampoco dijo nada. Ella pensaba como seguir, finalmente se acomodó un mechón de cabello tras la oreja y lo miro con esa seguridad que él siempre había envidiado. –Le contaras sobre el clan ¿verdad? 

Kushina había optado por ser directa, era un tema demasiado importante, como para andarse con sutilezas. Él no le respondió enseguida, pero cuando lo hizo, su voz sonó ligeramente más profunda. 

–No es necesario. –subió al fuego. –Solo puliremos sus habilidades. –seguía mirando la comida.

–Pero ella debe saber...

–Kushina. 

No pronuncio más que su nombre, pero la advertencia fue clara. Sin embargo ella, no la vio o decidió ignorarla, no era seguro, pero lo que sí paso fue que se inclinó ligeramente sobre la barra, como si buscara acercarse a él de alguna manera. 

–Lo sé dattabane, pero estoy preocupada. –le dijo sinceramente. –Mira si alguno de esos ancianos del consejo le dice algo. Ella no es una Hyuga pura, Ogro. No quiero que la discriminen por eso dattabane. 

–Eso no pasara. –le aseguro. –Yo me estoy encargando personalmente de ello.

–...

–...

–¿Los estas amenazando? –le pregunto directamente

–¿Disculpa? –él finalmente la miro y ella le mantuvo la vista fija, dejando en claro que no bromeaba.

–Me escuchaste ¿los estas amenazando? –volvió a preguntar. 

–Habanero.

–Porque sí es así Ogro. –dijo lentamente, cuidando cada palabra. –Por qué si es así dattabane, sabes que esa no es la manera ¿no? ¿Lo sabes?

La urgencia en los ojos de ella, le hizo cuestionarse si realmente solo estaban hablando de Himawari o de algo más.

–No lo hice. –solapo su sospecha con una respuesta armada. –Pero deje en claro mi postura. –agrego.

Se escuchó el sonido seco de la madera, Kushina había alzado el puño y con el golpeado la barra. –¡Lo sabía dattabane! –grito. –Lo sabía. –lo miro. –Ogro puedes estar viejo, pero las mañas de gran líder no se te van. 

–Es mi clan, Kushina. Yo dispondré como intervenir con ellos. No te estoy preguntando. 

–Pero estas cometiendo un error y lo sabes dattabane. Por la fuerza no llegamos a nada, creí... –guardo silencio un segundo, antes de seguir. –Creí que finalmente lo habías entendido Ogro. 

Bajo el fuego, saco la cuchara y la dejo sobre un repasador, apoyo ambas manos contra la mesada y dijo: –A veces hay personas que no escuchan por medio de la palabra Kushina. Puede que yo haya cambiado pero los del consejo tienen muy arraigadas sus tradiciones.

–Lo sé dattabane y por ello te lo digo. Solo los provocas y hablo enserio, Ogro. –en su voz fluyo la preocupación. –Ya no somos jóvenes ¿Qué pasaría si tú o Hanabi-chan no están? No puedes estar alerta las 24hs.

–Suficiente.

–No dattabane

–Te estas excediendo, Habanero. –le advirtió. –Eres mi amiga, pero solo yo conozco bien a mis hombres y tradiciones.

–No me importa. –negó con la cabeza. –Sigue sin parecerme correcto, dattabane. –insistió. –Tienes que subir. –señalo las escaleras. –Tienes que subir y hablar con ella, contarle todo. Hima-chan debe estar preparada. Debe saberlo por si alguno de esos ancianos dice algo, ella deberá ser capaz de responder.

–No olvides que Himawari también es mi nieta. –le recordó. –No eres la única que le importa su bienestar, Habanero. 

–Lo sé...

–...

–...

Hiashi miro la sopa, hervía, brotando burbujas blancas. Tomo la cuchara, revolvió una última vez y apago el fuego. 

–Nadie hará nada, sin que yo lo sepa. –dijo.

–¿Cómo estás seguro?

Él quedo parado, inmóvil con una mano en las puertas de los estantes. No respondió. Finalmente saco un plato. 

–No lo estás dattabane. –dijo ella. –No puedes estarlo. 

–...

–No puedes prometerme, que no juzgaran a Himawari por tener ojos azules dattabane. 

Se escuchó el sonido seco de la cerámica contra la losa. Hiashi había apoyado el plato en la mesada.

–También es mi nieta, Kushina. –le repitió y esta vez las palabras salieron en un siseo seco, que la mujer deliberada mente eligió ignorar.

–Y es una mestiza, eso dirán tus hombres. –dijo frívolamente. –Que no debe entrenar dattabane, que no puedo, que es débil, que no merece siquiera cruzar las puertas del complejo. –dijo una razón tras otra, rápida, sin darle a él la oportunidad de hablar. –Que solo carga deshonra ¡Que no merece ese poder! –grito y después su voz bajo hasta el punto de tornarse más grave. –Callan por ti Hiashi, callan porque te temen dattabane, porque te respetan. –negó con la cabeza. –La razón no importa realmente sino ¿hasta cuándo dattabane? ¿Hasta cuándo podrás protegerla de ello?

Él no hablo y ella lo tomo como una oportunidad de seguir. 

–Es su historia.

–No lo es. –la corto en seco. –No lo es. 

–Si lo es, sus ojos son la muestra de ello dattabane. –insistió. –Y tú sabias Ogro, cuando Boruto y ella nacieron, que esto podía pasar. Por eso mismo dattabane. –tomo aire. –Por eso mismo... –repitió. –Lo mejor es que se entere por ti. Ella lo entenderá si eres tú el que se lo dice. 

–Habanero. 

–Tienes que decirle la verdad ¡Tienes que hacerlo...! para que Hima-chan pueda defenderse. –lo miro a los ojos y con voz serena, dijo. –Hay que contarle sobre el Souke y el Bouke. 

–...

Lo miro él vertía la sopa en un plato. Si la escuchaba, no daba señales de ello, pero aun así Kushina no retrocedió. 

–Debe saber lo que paso entre Hinata y Neji. Nadie le ha explicado porque su tío se cubre la frente ¿Cierto dattabane? ¿Qué pasa si accidentalmente la ve? ¿Le mentiras? 

–...

–No es así como se hacen las cosas Ogro, que las ignores no harán que desaparezcan. Hana-chan diría...

Escucho un sonido seco, el plato estaba partido y la sopa empezó a caer en gotas grandes y espesas ensuciando el piso. Ninguno de los dos miro el enchastre, tampoco amagaron a limpiarlo, se mantuvieron en silencio, con el único propósito de mirarse.

Fue así que ella dejo escapar un susurro bajo y melancólico.

–Tienes miedo de decirle.

–No tengo porque seguir escuchándote. –finalmente le respondió e intento salir pero ella rápidamente le obstruyo el paso. –Muévete.

–No.

–Hablo enserio esta vez, Kushina.

Pero ella seguía mirándolo, insistía como si encontrara más verdades en sus ojos de las palabras que escapaban de sus labios. 

–No te escapes Ogro, habla conmigo. –no elevo el tono. –Por favor. –rogo. –Por favor.

–No tengo nada que hablar.

–Mientes dattabane. Estás enojado. 

Nadie se había atrevido a mantenerle la vista por tanto tiempo, pero ahora Kushina tenía la insolencia de intentarlo. De hacer algo que él solo había reservado para una persona.

Odiaba esto, odiaba que en este día, su recuerdo le hubiera venido más a la cabeza, que en los últimos cuarenta años. 

–Estás enojado. –siguió insistiendo. –Y lo estás porque tienes miedo, dattabane.

–Estas llegando al límite. 

–Lo sé. –admitió. –Y a mí no me da miedo cruzarlo dattabane. ¿Sabes por qué Ogro? Porque si ella no está, yo debo hacerte entrar en razón.

La mirada de él se ensombreció y el enojo comenzó a filtrarse generando grietas en su rostro siempre sereno. 

–Deja de hacer eso. 

–¿Qué cosa? 

–Sabes de lo que hablo.

Ella sonrió, pero no mostros más que una amarga ironía carcomerla.

–¿Aun la recuerdas o ya la olvidaste dattabane? 

–Kushina.

–Es triste sabes dattabane, todo esto...

–Himawari...

–No estoy hablando de ella. –lo miro ofendida. –Es triste ver que ni siquiera te permites nombrarla. –le dijo. –Que no hables de ella, puedo entenderlo dattabane ¿pero que aun niegues su nombre? Te prohíbes mencionarla pero yo no lo haré. –lucho para que la voz no se le quebrara la voz y lo logro porque el enojo era más grande que su angustia. – Mi amiga se llamaba Hana Hyuga y era tu esposa Hiashi.

El porte altivo, la mirada dura ¡Esa mirada! Sin Byakugan. Él la miro asi, con sus ojos de un tono blanco impoluto y vacío. Vacío de todo arrepentimiento, miedo, dolor, amor, vacío... Vacío.

–Esta vez, cruzaste el límite.

Fue el tono de su voz, grave y parca, la mano de él tomándole el brazo con más fuerza de la necesaria y quitándola del camino. 

Fue todo eso, junto con sus ojos lo que revivió en Hiashi al guerrero temerario de antaño.

Kushina se restregó los ojos, intentando anular la humedad que se agolpaba. Vio como él se iba y a los pocos minutos volvía con las cosas para limpiar. 

–Hiashi, escúchame dattabane... –no podía terminar así, siempre huyendo, escondiéndose en la carcasa de un hombre que no era.

–No eres una Hyuga, no hables como si realmente lo entendieras. 

Sus palabras fueron tan duras como su expresión y Kushina sonrió ante el agrio deja vu.

–No, no lo soy dattabane. –le reconoció. –No soy ella... –cerro los ojos evocando la imagen de la mujer. –Pero... ¡Pero soy la abuela de Himawari-chan! y porque la conozco sé que debes decírselo.

Hiashi puso el balde aun lado y saco el trapo. Comenzó a limpiar. 

–Esta historia también le pertenece. Lo bueno y lo malo dattabane, los errores que cometiste Ogro, tus miedo y ella... –todo aire burlón se había disuelto siendo solapado por la agria sabiduría de haber vivido. –Sobre todo ella, también forma parte de la historia de Himawari.

–...

–...

Creyó que no respondería ¡Creyó! Que huiría, pero entonces...

–Me odiara...

Fueron solo dos palabras susurradas casi sin volumen, pero cargadas con tanto, que Kushina sintió el miedo de él como propio.

–No lo hará. –nego con la cabeza, haciendo que su cabello cubriera por un momento su cara. –No lo hará dattabane. –repitió esta vez más segura. 

–¿Cómo puedes estar tan segura? – Él se levantó, tiro el trapo en el balde y se limpió las manos húmedas en su ropa, pero no la miro. –¿Por qué estás tan convencida de que entenderá? 

–Porque eres su abuelo.

–... 

Volteo y con pasos largos se acercó hasta ella. No se detuvo hasta que la tuvo a pocos centímetros, prisionera entre la barra y su cuerpo, pero Kushina no bajo la cabeza, no se amedrento. 

–Pero antes fui un hombre, Kushina. –siseo. –Era el primogénito de Takahiro Hyuga, heredero del Souke y líder del clan.

–Ya no eres ese hombre. Cambiaste dattabane.

–Pero eso no borra lo que hice. Quieres que le cuente a Himawari...

–Ogro...

Él apretó los labios, como si solo decirlo le provocara repugnancia.

–Quieres que vea a mi nieta a los ojos y le diga... –cerro los ojos un momento y fue como si en ese instante, pudiera ver cuarenta años proyectados en un minuto. –Quieres que le diga lo que los Hyugas hemos hecho por generaciones para preservar el Byakugan. 

–Yo no dije...

Él dejo caer su puño en la barra y ella no pudo evitar sobresaltarse por el sonido.

–No, no lo hiciste, Kushina. 

Hiashi Hyuga se había ganado el respeto de sus hombres, no solo por nacer primero, ese solo fue el primer paso. ¡No! La razón de porque los hombres lo respetaban y no contradecían era... porque le temían. Porque Hiashi Hyuga había entrenado hasta el cansancio, anulado con cada muerte y misión realizada, su parte humana hasta casi extinguirla por completo.

Y ahora, tal vez de forma inconsciente o no, se lo estaba recordando a ella

–No tienes idea de lo que hablas ¡No sabes nada! –grito. –Yo cometí actos horribles e imperdonables, por mi clan. Decisiones que aun hoy no me dejan dormir y las acepto.

–Hiashi...

–Convivo con las consecuencias que acarrearon mis acciones, pero mi nieta y escúchame bien esto que te digo, Kushina. –se inclinó hasta que el espacio entre ellos fue casi nulo. –Ella no tiene nada que ver con esto ¿entendido? –sentencio. –Ni tú ni nadie le dirá nada. –Se alejó y ella soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo. 

–Nunca te creí tan cobarde.

Las palabras le brotaron antes de que las pensara, pero estaba tan cansada de los silencios que no pudo contenerse.

Estaba harta de los Hyuga y sus normas ¡Estaba harta! de ver la esencia del líder del Souke socavar y corromper en el Ogro. 

Realmente eran muchos "estaba" que se acumularon y ya no quería hacerlo. Ya no más. 

Vio como él se detuvo y la miro. Lo hizo como lo hacía con sus hombres, imponiendo su autoridad.

–Kushina.

Pero ella fue inmune. 

–No. –negó. –Yo te escuché Ogro y ahora tú harás lo mismo conmigo. 

No daría marcha atrás, no repetiría el mismo error de antaño ahora. Le haría ver a Hiashi, lo evidente, eso que por estar sumergido en su propia necedad y orgullo, se negaba a reconocer.

–Estoy enojada ¡Estoy furiosa dattabane! ¿Sabes por qué? Porque siento una impotencia. –se golpeó el pecho. –La he sentido aquí. Se ha quedado aquí conmigo durante décadas, se achica por momentos, pero no se va, jamás se va ¡Porque no hablas! No hablas conmigo... –se restregó el rostro, molesta consigo misma, por verse tan desarmada. –Y ahora utilizas a mi nieta ¡Porque también es mi nieta, Hyuga! La usas de excusa para escapar.

–Yo no...

–¡Si lo haces dattabane! –le grito con voz ahogada. –Si lo haces. –rechino los dientes y los ojos le llamearon, con una ira propia de otro tiempo. –Quieres escapar Ogro, esconderte. Te acobardas y quieres huir antes de enfrentar verdaderamente el problema. Por eso te conviertes en esto. –lo señalo. – Por eso amenazas a todos.

–Eres la abuela de mi nieta y es por respeto a ella que estoy dispuesto a ignorar todo esto, solo si te callas. Es mi última advertencia Kushina.

Ella vivió, Kushina realmente a sus casi sesenta años podía decir que tuvo una vida difícil pero buena. 

Se equivocó, muchas veces ¡demasiadas! Algunas por necedad, otras por orgullo, o estupidez, pero más veces fueron las que amo que en las que se equivocó. Amo de formas diferentes, pero lo hizo. Se enamoró de Minato, quiso a los Byakugan dos por uno, extrañaba a Hana.

Así que poniéndolo ahora todo en la balanza, error y amor, elegía por primera vez correr el riesgo de equivocarse por amor, amor por su amigo y rival. 

–¡No me importa dattabane! –grito decidida. –No me interesa sino quieres volver a verme ¡No es algo que no hayas hecho antes dattabane! Yo no te tengo miedo Hyuga Hiashi, se realmente quien eres. –le aseguro. –Y tienes razón, jamás seré una Hyuga, pero eso no me va a impedir que te enfrente ¡Hare lo que sea necesario para que lo veas dattabane! –los ojos le picaban. –Puedo entender que estés asustado por lo que Hima-chan te dirá. Pero yo seguiré insistiendo que todo eso es ridículo.

–Siempre creí que eras aunque sea un poco inteligente. No mucho, pero si lo suficiente como para no decir semejantes idioteces. Ahora veo que me equivoque contigo Uzumaki, no eres más que una forastera.

Ella rio pero no hubo ni una pincelada de gracia en ello.

–Claro dattabane, intenta lastimarme si eso te hace sentir mejor ¡Humíllame, Oh líder del Souke! Sé que sabes cómo hacerlo.

Él frunció el ceño y ella alzo el mentón. Se estaban batiendo a duelo, sin ataque físico de por medio. Esta lucha era diferencia, nacía de un dolor archivado y empolvado por los años. Era la pequeña caja de pandora, que podía destruir todo si era abierta.

–No dices más que idioteces. 

–¡Acá el único que no deja de decir idioteces eres tú dattabane! –lo acuso. –No paras de hacerlo.

–No sabes de lo que hablas.

La caja había sido abierta, pandora dejaba libre los resabios y dolores añejos y ninguno de los dos, ni el Habanero, ni el Ogro, quisieron cerrarla. 

–¿Piensas que deliro cierto, dattabane? ¡¿Qué solo sirvo para decir tonterías y me estoy burlando?!

–Si ¡Sí! –respondió harto, ya a esta altura no le importaba levantar la voz, ni mostrarse enojado. –¡Esperas que una niña tan pequeña comprenda las aberraciones que hice y no solo eso sino que me perdone después de oírme! –la enfrento. –¡Yo no soy el loco aquí Kushina, la ingenua aquí eres tú por creer lo contrario!

–¡Eres tan terco y orgulloso que no lo ves! –grito molesta.

–¡¿Qué se supone que debo ver?!

–¡Qué la miras de la misma manera que hacías con ella!

Lo descoloco, vio lo shockeado reflejado en sus ojos y como trastabillo, fue sutil, pero él dio un paso atrás y ella en vez de sentir pena, arremetió aprovechando las grietas ¡Avanzo con todo lo que tenía! y dio justo en el flanco débil del ¿enemigo o amigo?:

–Niégamelo ¡Hazlo dattabane! Dime que cada vez que estas con Himawari-chan no ves a Hana en ella. 

Él no respondió, pero ella tampoco lo espero.

–No puedes hacerlo dattabane... –dijo convencida. –No puedes mentir cuando se trata de ellas, Ogro. Las amas y lo sé porque lo vi dattabane. Amas tanto a Himawari-chan que te da pánico tan solo la idea de decirle que te equivocaste.

–Suficiente.

Pero ella siguió y siguió...

–Hay tanta dulzura en esa mirada, es tan cálida Ogro y está cargada de tanto...

–¡Ya basta!

–De amor. –susurro. –De tanto, tanto, tanto amor dattabane. –lo miro a los ojos y ahí encontró resabios de un amigo perdido. –Por eso amenazaste al consejo, por ello te enojas cuando solo lo menciono. Te da pánico la sola idea de decirle, porque de hacerlo perderías el único lazo que te queda de Hana. Ogro...

Quiso acercarse, abrazarlo, pero él se alejó y entonces ella lo vio. Su amigo volvía a desaparecer, el Ogro se escondía bajo la fachada de líder y si antes le dolió lo que le dijo... Ahora no se veía nada. –No te escondas, por favor.

–Te lo advertí Uzumaki, pero no escuchaste. 

–No ¡No te dejaré ir dattabane! –por impulso lo tomo con fuerza del brazo. –No te dejaré solo otra vez Ogro, Hana-chan no lo hubiera querido.

Él la miró con indiferencia, como si ese nombre no significara nada.

–Han pasado 40 años. –dijo él.

–Sí, lo sé dattabane pero no te lo diría si supiera que ya hoy no te culpas por ello. Yo no lo olvido, no puedo hacerlo. –apretó el agarre. Las lágrimas le pendían en los borde de los ojos, pero se negó a dejarlas ir. –Y sé que tú tampoco.

–Han pasado 40 años. –repitió.

–Hay veces que pienso en ella dattabane y me preguntó si podría haber hecho más.

–¡Han pasado 40 años, Kushina! –grito.

–Ogro.

–¡Ella está muerta! –se soltó con fuerza, empujándola. –Mi esposa está muerta y de nada sirve traer fantasmas a la vida, así que hazme un favor y dejar de decir su nombre.

Él huía, terco y orgulloso, escapaba, entonces Kushina exploto. 

–Hana. Hana. Hana –repitió histérica. –¡Hana! ¡HANA! –grito. –Dilo conmigo ¡Dilo conmigo maldito Ogro egoísta! ¡No te escapes! Dilo, dilo... –la voz se le quebró y ya ni fuerza le quedo. –Dilo. –susurro. –Solo permítete decir su nombre.

Pero él no lo hizo, sino que en cambio, reafirmo el triste final.

–Ella está muerta, Kushina. Ella, está muerta.

Lo vio encaminarse hacia el umbral, alejarse y era muy irónico que justo ahora el sol entrara por las cortinas de la sala y le alumbrara ligeramente la espalda.

–Sabes...

Él se detuvo, pero no volteo. 

–Creerás que soy ingenua dattabane, pero por un momento quise creer que te habías ido, Hiashi. Que finalmente había recuperado a mi amigo dattabane. –sonrió de forma rota. –Pero no, solo te habías escondido... Líder del Souke. –dijo con asco, secándose molesta las lágrimas. –Lo intente dattebane. –dio un paso atrás y hubo más significado en ese pequeño movimiento, que en todo lo que había dicho.

Él la miro de reojo por sobre su hombro. 

–Realmente lo hice, pero... –sonrió con amargura. –Yo no tengo ese poder dattabane. –se sonó la nariz. –No, no lo tengo pero por suerte Hima-chan heredero algo más que el Byakugan de los Hyuga. Ella... –las lágrimas finalmente resbaló junto con un sollozo ahogado. –Ella convierte a los Ogros en Príncipes al igual que hacia su abuela, dattabane. Igual que lo hacia tu Hana... Ojala algún día, Hima-chan merezca tu confianza.

No dijo más, arrastro los pies y retomo su lugar sentada en el sillón. Él volvió la vista al frente y con voz parca dijo.

–Prepárale la cena.

Ella solo asintió, mientras lo veía tomar la dirección a las escaleras.

–Y Uzumaki, cuando termines retírate. No quiero verte, me encargare de ella yo solo. –y con paso calmo comenzó a subir los escalones.

En ese corto trayecto, en ese pequeño momento que tuvo antes de perderlo completamente de vista, Kushina lo vio, vislumbro a su amigo en esos ojos cansados de tanto ocultarse tras la fachada de líder. 

"Ogro"

Continuara ...

 

Notes:

Y hasta aquí llegamos

¿Están llorando o soy la única?

Fue toda una montaña rusa de emociones ¿no creen? Pasamos del humor, a Hiashi sobreprotector y terminamos con una discusión muy tensa.

¿De qué tratara ese pasado, que estos dos amigos-rivales, comparten?

Lo único claro, es que Hiashi amo profundamente a su esposa y debió hacerlo demasiado como para sentir que no merece decir su nombre después de la muerte de ella ¿no creen? Sé que este capítulo dejo más dudas que certezas, pero no se alarmen, yo y mis neuronas estamos trabajando en ello… Solo será cuestión de un tiempo.

Notes:

Y es así como inicia esta aventura, con algunos tropiezos pero como dicen aquí “Una vez en el baile, no queda otra que bailar.” Hiashi y Kushina tendrán que poner su rivalidad aun lado por un bien mayor, el cuidado de Himawari.
¿Ustedes que creen? ¿Lo lograran?
¡Ahora es mi turno de leerlos!

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