Chapter Text
Gerard estaba encerrado en su estudio. Habían despertado temprano y aprovecharon para salir a desayunar con Ian, quien fue la razón por la que despertaron. Fueron al IHOP que estaba cerca del edificio. El pelinegro era agradable, en varias ocasiones había logrado que a Frank se le fuera el aire por la risa y sus ojos se llenaran de lágrimas. En cuanto terminaron de desayunar, regresaron al departamento, se despidieron de su vecino, y Gerard entró a su estudio, cerrando la puerta detrás de él.
Frank entendía, había pasado antes. Era una de esas ocasiones en las que la inspiración llegaba al escritor, por lo que pasa horas encerrado en su estudio, bocetando y escribiendo borradores. El menor aprovechó para darse una ducha antes de ir a la clínica. Después de haber salido de la regadera, y mientras metía sus cosas a una mochila, vio la que Derek le dio el día anterior y mordió su labio inferior. Sin pensarlo mucho, sacó el primer libro que vio y lo metió junto con sus demás cosas.
Antes de salir del departamento, escribió una nota para Gerard y la dejó en el refrigerador.
**
Gerard salió de su estudio al mediodía. Había visto su reloj por primera vez y se sorprendió al ver la hora. Ya tenía un par de semanas desde la última vez que había pasado tanto tiempo en esa habitación. Cansado, estiró sus extremidades hasta que escuchó que algo en él tronaba, dejó el banco donde estaba sentado y fue a la cocina, buscando algo que beber.
Cuando estuvo frente al refrigerador, vio la nota de Frank y no pudo evitar sonreír. La dobló y la guardó en el bolsillo trasero de su pantalón. Sacó el jugo de naranja y bebió directo del cartón, aprovechando que el menor no estaba para regañarlo por la acción. Después, sin estar muy seguro de qué hacer, caminó a su habitación dispuesto a darse un baño.
Mientras buscaba ropa que ponerse, notó la mochila con la que había llegado Frank el día anterior. Sabía que no era de ninguno de los dos, por lo que sintió una enorme curiosidad por saber qué era lo que contenía dentro… también sabía que estaba mal revisar cosas ajenas, pero la reacción que había tenido el menor cuando le preguntó por ella, sólo hacía que su lado curioso aumentara.
— No tiene por qué enterarse… — Murmuró el azabache para sí mismo, mientras caminaba hacia la mochila y la subía a la cama. — Esta será la primera y última vez que hago algo como esto. Lo prometo. — Dijo solemnemente. Llevándose una mano al pecho y manteniendo la otra levantada.
Cuando vio que eran puros libros, sintió como una pequeña sensación de decepción crecía en él, ya que no estaba seguro de qué esperar, pero obviamente no era encontrarse con tantos libros. Sin embargo, cuando vio la portada de uno, la decepción rápidamente abandonó su cuerpo y fue remplazada por un intenso sonrojo.
“Hombres amando hombres.
Una guía para el sexo gay.”
— ¡Oh! — Exclamó. Sintiendo como la vergüenza calentaba su cuerpo y le impedía apartar la mirada del título. — Oh, Dios…
Y la portada no ayudaba mucho, ya que eran dos hombres desnudos que estaban frente a frente, uniendo sus frentes en un íntimo gesto y tocándose respetuosamente, pero era obvio el deseo que sentían el uno por el otro.
Sin pensarlo dos veces, Gerard abrió el libro y revisó el índice, sintiendo cómo sus mejillas se sonrojaban más y más.
Masturbación, 49.
Técnicas. Para ti mismo. 55
Técnicas. Cuando estás con otros. 61
Felaciones. 65
Sesenta y nueve. 82
Sexo Anal. 83
Fisting…
— Oh, Dios mío… — Exclamó. Cerrando la portada y recargando su cabeza contra la pared. Por algo no tenía que andar revistando cosas ajenas…
Cerró los ojos y trató de no pensar en el hecho de que Frank tenía estos libros en su posesión, en el motivo de porque tenía esos libros y en cómo su pantalón comenzaba a apretarle un poco. Se maldijo por lo bajo. ¿Por qué el cuerpo tenía que ser tan débil?
Y está bien, sabía que era inútil no pensar en porque Frank tenía esos libros. Era bastante obvio y se odiaba poquito por eso, ya que, con inseguridades y todo, Gerard también tenía ganas de avanzar un paso más en su relación con el castaño. Sin que pudiera hacer nada para evitarlo, recordó la mano de Frank sobre su erección, la manera en que sus dientes mordieron con delicadeza sus pezones y en lo maravilloso que se sentía todo eso.
Y, odiándose nuevamente, no pudo evitar comparar ese breve momento con las ocasiones en que intentó estar con Dennis. Todo se había sentido tan mal con ella y ahora comenzaba a sospechar que no era porque fuera inseguro, sino por su inexistente atracción por el género femenino.
Aun con los ojos cerrados, recordó el torso bien formado de Frank, la manera en que sus músculos se tensan y en los huesos de su cadera que se marcan con facilidad. Ante la imagen, su mano viajó hasta los botones de su pantalón, los desabrochó con delicadeza, tratando de imaginar que son los delgados dedos de su novio los que lo están haciendo.
Se bajó el pantalón y el bóxer y, dejando a un lado la culpabilidad de imaginar a Frank de esa manera, cerró firmemente su mano alrededor de su erección. Soltó un pequeño gruñido cuando comenzó a mover su mano de arriba abajo, sintiendo como se endurecía más y más. Mordió con fuerza su labio inferior, tratando de contener los gemidos que amenazan con escapar, sin embargo, cuando su mano comenzó a moverse con más rapidez, fue imposible contener el “Frankie” que emanó de sus labios.
Imaginó a Frank, sentado sobre sus muslos y pasando su pulgar lentamente sobre la punta de su pene, sonriendo juguetonamente, completamente consciente de lo que estaba provocando en él. Rápidamente, ante los oscuros ojos avellanas del Frank de su imaginación, Gerard sintió como su cuerpo se tensaba, el calor lo invadía y su visión se volvía negra mientras otro Frank se escapaba de él.
Permaneció acostado por un largo momento, escuchando su agitada respiración y sin poder recordar cuándo fue la última vez que se había masturbado. Cuando abrió los ojos, el calor de la vergüenza lo volvió a invadir.
**
Salió de la clínica un poco antes del mediodía, pues había sido un día lento. Al parecer Donald sólo había pedido que fuera para felicitarlo por su cumpleaños, darle su regalo (una laptop para sus tareas, lo cual, wow, nunca dejaría de sorprenderse por el cariño que el hombre sentía por él) y su cheque.
Caminó de regreso al departamento de Gerard, ya que no quedaba lejos y aprovechó para continuar con su lectura del libro: “Peculiaridades del sexo gay.” Después de la vergüenza inicial que había sentido al tocar el tema con Derek, ahora se sentía más seguro y, debía admitirlo, tonto. Ya que se dio cuenta que no sabía absolutamente nada, y que era dañino quedarse con lo que ve en los vídeos porno, ya que ahí no muestran la preparación con la que el libro insiste tanto: No hagas nada si no tienes lubricante a la mano. Morirás.
O al menos así fue como lo interpretó Frank.
Así que, cuando pasó frente a la farmacia que quedaba justo en la esquina del edificio donde vivía Gerard, se detuvo por completo, mordiéndose las uñas mientras meditaba un momento sobre lo que estaba a punto de hacer. Decidió que no podía ser malo, además, no tenía que usarlo en un futuro cercano. Era una medida de precaución. Sí, eso era lo que era.
Con ese pensamiento entró a la farmacia y trató de saludar al encargado sin demostrar su nerviosismo. El chico, quien era más grande que él por unos cuantos años, le dedicó una amplia sonrisa con la que le mostraba todos sus dientes.
— Buenos días. — Saludó de vuelta. — ¿En qué puedo ayudarte?
Sintiendo cómo la valentía con la que entró amenazaba con irse, Frank habló rápida y atropelladamente, por lo que fue normal que el chico que lo atendía riera, aunque el castaño no distinguió burla alguna.
— ¿Perdón? Lo siento, pero no logré entenderte. — Dijo el chico, Frank sólo pudo suspirar.
— Eh, me preguntaba si tienes lubricante. — Dijo finalmente, tratando de no romper el contacto visual con el otro chico, para demostrar que no estaba nervioso, aunque falló completamente en cuanto vio cómo los ojos del chico brillaban por alguna extraña razón.
— ¡Oh, por supuesto! — Exclamó. Alejándose un momento del mostrador para ir a buscar algo en las repisas que estaban fuera de la vista de Frank. El castaño exhaló aire, sintiendo que lo peor había pasado.
Minutos después regresó el chico. Tenía tres cajas en sus manos y las colocó sobre el mostrador, manteniendo su sonrisa.
— Mira, como es una farmacia, sólo tenemos lubricantes de agua, pero los tenemos en sus tres presentaciones. — Comentó, moviendo sus manos alrededor de las cajas como si fuera edecán de esos productos que anuncian en televisión. Frank no pudo evitar reír.
— Eh, ¿cuál me recomiendas? — Preguntó al final el oji-avellana, ya que no estaba seguro cuál era la diferencia entre las tres presentaciones. Sorprendido, vio como la sonrisa del chico se ensanchaba aún más.
— Mira. Este de aquí, — dijo, señalando el que estaba próximo a su mano izquierda. — es líquido. Como verás, es transparente, por lo que es más fácil de limpiar que el resto, pero lo malo es que se seca más rápido. Este de en medio, — dijo mientras lo tomaba en sus manos para mostrárselo mejor al castaño. – es crema. Lo bueno de este es que tiene un poco de silicón, por lo que no se seca tan rápido, lo malo es que eso provoca que tenga un sabor amargo, por lo que no te lo recomiendo si vas a practicar sexo oral.
Ante la mención de lo último, aunque un poco apenado, Frank asintió. Tratando de tomar eso en cuanta para futuras referencias.
— ¿Qué hay del último? — Cuestionó Frank, señalando el que estaba a la derecha del chico.
— Ah, es lubricante en gel. — Contestó mientras lo tomaba con orgullo. — Personalmente, es el que recomiendo, ya que tiene menos agua, por lo que dura más que los demás, además, es perfecto para el sexo anal, ya que brindan un… — se detuvo un momento, buscando la palabra adecuada. — efecto amortiguador. — Dijo finalmente.
Frank no necesitó meditarlo tanto y agradeció mentalmente por haber encontrado a este chico y no a cualquier otra persona que pudiera haberlo juzgado.
— Está bien. Me llevaré ese. — Dijo, sacando su cartera de la mochila y sacando un par de billetes para pagar. — Eh, ¿también me podrías dar unos condones? — Pidió, sintiendo como la vergüenza lo iba dejando de una buena vez. Con la enorme sonrisa que lo caracterizaba, el chico asintió mientras tomaba unos en su camino a la caja.
En cuanto pudo salir de la farmacia, con sus compras a salvo en su mochila, entró al edificio y fue directo al elevador. Mientras estaba ahí, leyó un poco más del libro, aprovechando que estaba solo. Justo cuando llegó a la parte donde hablaban de las enfermedades de transmisión sexual, el elevador se detuvo en su piso.
Haciendo uso de las llaves que Gerard le había dado, entró al departamento. Normalmente no las usaba, ya que sentía que aún no tenía derecho de entrar como si nada a casa de su novio, sin embargo, recordando que el azabache se había encerrado en su estudio, decidió que era momento de usarlas para no llegar a interrumpir su momento de inspiración.
— Frankie…
Extrañado, ya que pensó que el mayor no lo había escuchado entrar, caminó hacia la habitación de Gerard. Se detuvo un momento frente a la puerta, escuchando la respiración del oji-olivo. Estaba agitado y por un segundo Frank se preocupó.
— ¿Gerard? — Llamó mientras abría la puerta. Rápidamente, se congeló en su lugar, justo a tiempo para ver cómo Gerard apretaba la mandíbula, provocando que una vena en su cuello resaltara sobre su piel blanca, la cual estaba ligeramente ruborizada.
La boca del menor se secó y sintió un nudo formándose en su garganta. Sin ser capaz de controlarse, recorrió con la mirada el cuerpo de Gerard, deteniéndose en la mano que estaba alrededor de su erección. Tragó duro, sintiendo cómo su propio cuerpo comenzaba a calentarse lentamente.
Al parecer el azabache no lo había escuchado, ya que permaneció acostado tranquilamente por unos minutos, permitiendo que los pantalones de Frank comenzaran a apretar justamente en la entrepierna. Cuando Gerard abrió los ojos, ambos chicos sintieron sus mejillas calentarse gracias al sonrojo de haber sido descubiertos.
— Lo siento… — Farfulló rápidamente el castaño. — Yo… no sabía…
Con la mente incapaz de razonar por la vista que tenía frente a él, Frank comenzó a acercarse sin estar completamente consciente de lo que estaba haciendo. Simplemente quería tocar la blanca piel de su novio, quien aún respiraba agitadamente. Una vez que estuvo frente a la cama, se sentó en el espacio que estaba libre y besó a Gerard.
Fue capaz de percibir el sabor salado del sudor que se concentró en la parte superior del labio de Gerard, así como del ligero temblor del cuerpo del mayor. Por lo que tomó su rostro entre sus manos, en parte para estabilizarlo, y en parte para impedir que se alejara de él.
Lo besó con deseo, tratando de saborear la combinación que hacían el sudor y la saliva del mayor. Introdujo su lengua entre los labios del azabache, sediento de él. Gerard, al parecer apenas despertando de su estupor, colocó sus manos alrededor de la cintura de Frank, apretando fuertemente los costados de este con sus dedos. El azabache soltó un pequeño jadeo en cuanto el menor mordió con fuerza su labio inferior.
Sin perder más tiempo, Frank se colocó encima de Gerard y comenzó a restregarse contra el cuerpo del otro. La respiración de ambos comenzó a acelerarse más y los jadeos hicieron acto de presencia. En cierto momento, cuando el oji-avellana comenzó a frotarse con más fuerza, escuchó como el mayor soltaba un pequeño quejido, provocando que se detuviera.
— ¿Qué es lo que pasa? — Preguntó preocupado. El oji-olivo hizo una breve mueca.
— Bájate, por favor. — Pidió.
Con temor y, debía de admitirlo, con cierta desilusión, hizo lo que le pidió y se hizo a un lado. Antes de que fuera capaz de disculparse, se detuvo asombrado, ya que sintió como los dedos de Gerard comenzaban a desabrochar sus pantalones y los bajaba junto con su bóxer.
— La mezclilla me estaba lastimando. — Fue lo único que dijo. Frank, ahora sin ropa de la cintura para abajo, no pudo evitar reír mientras se arrojaba al otro, volviéndolo a besar con más fervor.
— Dios, Gerard. — Logró a decir entre besos. — Eres encantador, no sabes cuánto.
El mayor sonrió en medio del beso, sin saber qué más hacer. Frank se separó un momento de él para poder quitarse la playera que llevaba puesta. El azabache sintió que el aire se le escapaba ante la vista del cuerpo desnudo de su novio. Volvió a mirar el rostro de Frank, quien le dedicaba una sonrisa dulce, aunque sus ojos estaban oscuros por la excitación. Después, Gerard fue capaz de distinguir cómo el menor se mordía los labios con nerviosismo. Sin estar muy seguro del porqué, esperó que hablara.
— ¿Puedo? — Preguntó el castaño. Gerard alzó una ceja.
— ¿Qué cosa? — Preguntó él de vuelta. Frank volvió a morderse los labios y se pegó de nuevo a su cuerpo, esta vez tomando el final de la playera del mayor. Gerard comprendió. — Oh…
— Si no quieres estará bien, Gerd. — Murmuró Frank contra su oído, provocando que la piel del azabache se erizara.
Cerró los ojos por un momento. No queriendo pensar tanto en la situación, por lo que trató de enterrar sus inseguridades y miedos muy, muy en el fondo de su mente y asintió levemente, tratando de mostrarse seguro.
— Claro que puedes, Frankie. — Murmuró en cuanto notó que el menor se había quedado callado. Abrió sus ojos y vio como las avellanas de su novio brillaban.
Con una rapidez increíble, Frank se deshizo de la playera del escritor. Llevando su boca casi de inmediato al pecho de este y comenzando a morder y succionar ligeramente su blanca piel. Gerard se dejó hacer, así como permitió que Frank lo volviera a acostar sobre la cama.
El mayor sintió como la sangre se concentraba de nuevo, logrando que su erección creciera mientras Frank continuaba succionando su piel de su pecho, de su torso, incluso la que cubría los huesos de su cintura. Frank iba bajando más y más, hasta llegar a los muslos de Gerard.
— Nunca he hecho esto. — El castaño confesó entre murmullos nerviosos y con cierta inocencia que hicieron que el pecho de Gerard se hinchara de amor.
— No te preocupes, Frank. — Respondió el mayor, buscando una almohada para ponerla debajo de él y así ver mejor a su novio. — Siempre hay una primera vez para todo.
Ante las palabras del mayor, el oji-avellana no pudo evitar soltar una risita y comenzó a succionar suavemente la piel de los muslos de Gerard. Este llevó una de sus manos a la cabeza de Frank, enredando sus dedos entre el cabello castaño del menor. Ante esto, Frank comenzó a lamer el largo del pene del escritor.
— Dios, Frank… — Susurró entre gemidos el mayor. — Oh, Dios. — Volvió a exclamar en cuanto sintió la rosada lengua de Frank en la cabeza de su pene. — Así, corazón. Ahora mételo a tu boca.
Obedientemente, el castaño hizo lo que le pidió y lo llevó lo más profundo que pudo. Cuando estuvo seguro que no se iba ahogar, comenzó a succionar como había hecho con la piel, esta vez con más cuidado pues no quería lastimar a Gerard.
— Oh, así, Frank. Sí, sí. — Siseó por lo bajo el azabache, enredando más sus dedos entre el cabello del oji-avellana. Comenzó a mover su cadera, consciente de ser cuidadoso para no ahogar al menor.
Mientras seguía succionando y lamiendo, Frank comenzó a tocarse. Movía su mano a la misma velocidad que lo hacían las caderas de Gerard. Al estar tan excitado, comenzó a proferir gemidos ahogados por la erección del escritor. Al parecer, esto le gustó al mayor, ya que comenzó a moverse más rápido y a murmurar algo muy parecido a “OhsíFranksigueasíDios.” Alentado por esto, los movimientos de su mano se volvieron más veloces y errantes, sentía que estaba cerca de venirse.
— Frank… — Gimió Gerard, quien ahora tenía ambas manos aferradas a las sábanas de su cama.
Al escucharlo, Frank dejó de succionar y en vez de eso, con su mano libre, comenzó a masturbarlo al mismo ritmo con el que él se estaba tocando. De esta manera fue capaz de ver cómo Gerard apretaba con fuerza sus ojos, provocando que una arruga se formara en su frente por la fuerza con la que lo hacía. También notó cómo su cuerpo se volvía a tensar de la manera en que lo encontró y eso fue todo lo que pudo soportar, pues su vista también se nubló y sintió como su propio semen caía por su mano.
Necesitó unos momentos para recordar cómo respirar. No fue hasta que sintió las manos de Gerard sobre sus hombros que fue capaz de acostarse junto a él y dejarse abrazar por el mayor.
Permanecieron en silencio un gran tiempo. Escuchando cómo sus respiraciones iban volviendo a la normalidad. Cuando los movimientos del pecho del mayor fueron casi imperceptibles, Frank se estiró para plantar un sonoro beso en la mejilla del azabache, quien sonrió débilmente.
Su cabello negro estaba pegado a su frente gracias al sudor, sus mejillas estaban sonrojadas y se veía jodidamente encantador.
— Eres demasiado guapo, Gerard. — Dijo con voz ronca. — Muy, muy, muy guapo.
Pasaron varios segundos antes de que Way contestara.
— Por el momento te creeré ya que hiciste que mi cerebro se derritiera o algo así. — Contestó finalmente el mayor. Provocando que una risa escapara del castaño.
— Consideraré eso como mi mayor logro hasta el momento. — Respondió, después agregó: — Tal vez hasta lo incluya en mi curriculum.
Esta vez fue el azabache quien rió. Fue una risa larga, alegre y que hizo que el estómago de Frank se contrajera con orgullo al saber que era él, Frank Iero, quien había sacado esa risa del escritor.
— No me quiero mover nunca. — Dijo Gerard. Frank asintió. Él tampoco quería hacerlo.
— Hay que quedarnos aquí, abrazados y pegajosos hasta que el hambre nos invada. — Propuso el menor, recibiendo un beso en la cabeza como respuesta.
— Me parece perfecto. — Respondió Gerard. — Creo que me voy a quedar dormido.
Frank rió suavemente. Se encontraba contento… no, más que eso, estaba que irradiaba alegría. Comenzó a pensar en que, si estaba así por haberle practicado sexo oral a Gerard, no se imaginaba cómo se sentiría después de estar dentro de él… probablemente se sentiría como niño en Navidad o algo por el estilo.
Cansado, feliz y escuchando la suave respiración de su novio, Frank cerró los ojos y se quedó dormido casi de inmediato.