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Había una vez un joven al que la gente le gustaba apoderar Cenicienta; él vivía junto a sus hermanastros y su madrastra en una enorme vivienda. No eran una familia normal, ya que, para su desdicha él no era valorado en aquella casa. Aunque él sentía que quería revelarse ante aquella injusticia llegó un punto que se reprimió de tal manera que se terminó por acostumbrar a ser tratado de esta manera. Ya prácticamente nadie le llamaba por su nombre, algo que le hacía extrañar la cálida compañía de su difunto padre.
Una mañana donde se encontraba limpiando el gran salón uno de sus hermanastros pisó todo aquello que estaba recién fregado para ir corriendo junto a su otro hermano. — ¡Hermano! ¡Ha llegado la carta! — Pero antes de que pudiera hacer algo más el otro hermano, muchísimo más alto que él, lo detuvo apretándose la mandíbula con la mano derecha, provocando el silencio en su tan ruidoso hermano.
— No grites, inútil. — Pronunció con asco. Con desdén tomó la carta de sus manos para ojear su contenido. Pero antes de que pudiera decir algo más apareció la madre de ambos. Aquella mujer se acercó a donde estaban y se sentó en el sofá más cercano. Su mirada podía intimidar al animal más feroz, era como si la propia maldad se hubiese rencarnado en una única persona.
— Nobuyuki, lee. — Ordenó la madre y con un ligero tembleque el mencionado volvió a tomar la carta de las manos de su hermano.
— Querida familia Midousuji, están invitados al baile real del príncipe Ishigaki Koutarou que se realizará el día de mañana a las ocho de la tarde. En este mismo se realizará la recerca de la pareja del propio príncipe. Aun así tenemos preparado una velada para cualquiera que haya recibido la invitación. Esperemos que tengan un gran recuerdo de esta memorable noche. — Con algunas complicaciones, debido a los ligeros tartamudeos del joven de cabellos marrones, el mensaje se transmitió a la familia. Los ojos de la matriarca brillaron.
— Es nuestra oportunidad. — Ambos hijos la miraron, incluso Cenicienta se sorprendió ante tales palabras. Antes de que el joven que acababa de leer le preguntara su madre se adelantó a responderle. — Solo tenéis que esposaros con el príncipe, de esa manera podríamos vivir de los lujos de palacio.
Él suspiró lentamente, ella solo podía pensar en el dinero. No era ninguna sorpresa.
— Pero, ¿no estará buscando esposa? — Su madre le sonrió.
— Hay muchos rumores de que este príncipe no muestra ningún interés en las mujeres, mucha gente rumorea sobre ello. Y además... — Señaló la carta que su hijo aún seguía teniendo entre sus manos. — ¿Por qué nos invitaría a esa fiesta sabiendo que todos mis hijos son varones?
Los demás se quedaron en silencio. Él decidió que había llegado la hora de hablar.
— Entonces, ¿el plan es que uno de nosotros se espose con el príncipe? — Él sabía perfectamente cómo era la situación y no le interesaba para nada. No había gran cosa que le interesara sobre ese baile real, y menos sobre el príncipe.
Su madre se cruzó de brazos, esperando que uno de ellos fuera el que hablara. Uno tenía claro que no hablaría, así que él otro fue casi forzado para no seguir manteniendo el silencio. — ¡Yo lo haré, madre! — Pronunció el mayor de los hermanos mientras él otro se iba de la sala, no sin antes mirar de reojo a Cenicienta y su expresión de tristeza.
El día llegó y todos los miembros de la familia, totalmente elegantes y bien vestidos, marcharon. Cenicienta también quería ir, pero se pasaba su vida reprimiéndose, luchando contra sus impulsos y simplemente obedeciendo ordenes. El deseo de Cenicienta era tan grande que consiguió que desde el mundo de la magia viniera un hada madrina a ayudarle a tener la oportunidad de ir a dicho baile real. Le brindó una carroza y un vestuario con el que ni él mismo se había atrevido a soñar; llevaba un vestido azul cielo que le llegaba hasta los pies, suave y delicado, acompañado de unos zapatos de cristal. Nunca se había atrevido a vestirse así pero sentía que por un día podía ser él mismo. Cenicienta se sintió agradecido por haber tenido la oportunidad y antes de que el hada madrina le dejara partir le imploró saber su nombre, ya que suponía que no era su nombre real. — Soy Kishigami Komari — mencionó con una sonrisa Cenicienta.
Al llegar al baile, una hora antes del momento acordado, los hermanos decidieron separarse, uno quedándose con su madre y él otro alejándose de toda aquella falsedad que lo único que conseguía era que se sintiera más miserable.
Recorrió el castillo en busca de un momento de relax, de alejarse de todo. Todo aquello que lo envolvía era precioso; jardines repletos de diversa variedad de flora, fuentes y areas de descanso que desprendían ese aire de realeza en toda su integridad. Para relajarse y despejarse era un lugar idóneo, además toda la gente que había venido se encontraba dentro del castillo así que Midousuji se sentía aislado, justo como quería. No estaba del todo seguro que su hermano tuviese suerte conquistando al príncipe; él sabía que lo hacía por su madre, no había mostrado hasta ahora ningún indicio de querer una relación o cualquier cosa justo como él. Y, para colmo, los rumores no eran del todo reales, pues diversas personas fueron convocadas en aquel lugar independientemente de su edad y su genero. Así que las oportunidades se hacían cada vez más nulas.
Justamente cuando paseaba por los jardines alguien que iba a una gran velocidad interceptó contra él. Ambos cayeron al suelo tras el choque y Midousuji suspiró asqueado; no habían chocado contra él sino que también habían destrozado su soledad y tranquilidad. Antes de que se diera cuenta tenía al culpable de su caída frente a él, ofreciéndole su mano derecha para ayudarle a levantarlo. Era un chico más o menos de su edad, quizás le sacaba uno o dos años, apuesto y con una sonrisa pura. Por un momento él se sintió cohibido, ¿quién era esa persona? Rechazó su mano para levantarse por sí mismo. — Discúlpame, no iba por donde iba. — A pesar de haber sido rechazado insistía en conversar con él.
— Ni que lo digas. — Menciono con asco mientras lo miraba de arriba a abajo. Sus ropajes eran caros aunque no eran nada llamativos, como si no quiera llamar la atención, aunque la calidad de ellos lo delataban. Posiblemente era un noble. El joven sonrió ante el comentario desagradable, provocando más incomodidad en el otro.
— ¿Qué haces por aquí? — Midousuji no tenía ninguna intención de responder. Prosiguió: — ¿Por qué no estás en la fiesta?
Midousuji decidió al menos contestar a una de sus preguntas. — No se me ha perdido nada en este castillo. — Volteó a su alrededor. — No estoy aquí porque quiera, pero no me apetece estar rodeado de tanta falsedad. Me da asco.
El joven de su lado rió, provocando que el otro lo mirara fijamente. — Entonces estamos en las mismas.
Por una extraña razón que el alto no supo comprender se quedó a su lado. Quizás era la esencia que transmitía que no le hacía sentirse incomodo del todo. Cerca del castillo había un lago y decidieron remojar sus pies mientras hablaban. Midousuji se dedicaba a escuchar mientras que él otro hablaba y le sonreía. Sentía que esa sonrisa no escondía ningún mal, era pura y sincera. Le recordaba a ella. Se sentía dividido, porque aunque seguía incomodo le envolvía una sensación totalmente placentera.
Por otro lado Cenicienta llegó a palacio. Dentro de el mismo se estaba celebrando un baile algo desconcertante. De un momento a otro, antes de que el príncipe hiciese su aparición, todos miraban a los lados buscando al príncipe. Pues aunque mucho se rumoreaba de él, no se sabía con certeza como era su apariencia. Cualquiera podría decir que era el príncipe. Aquel baile era como una búsqueda del tesoro, bestias en busca de su presa. De un momento a otro un joven, algo nervioso, dio su aparición desde lo alto de las escaleras. Todos se dedicaron a observarle fijamente mientras bajaba por las escaleras acompañado. Se encontraba llevando una mascara que cubría parcialmente su rostro. Al llegar las personas empezaron a amontonarse y a apresurarse a llegar a su altura. Cenicienta fue empujado y cayo al suelo dejando caer su zapato de cristal. Volvía a sentirse mal, en el suelo, como siempre lo hacían sentir. Pero por un momento sé quedó sin aire. Cuando dirigió la mirada hacía arriba se encontró al príncipe. Con algo de nerviosismo le ofreció su mano para poder ayudarle a incorporarse. Cuando al fin Komari estaba arriba el joven hincó la rodilla al suelo y agarró su zapato. Le sonrió y le puso el zapato de cristal. Al pobre Cenicienta sentía que tenía hasta las orejas ruborizadas. Se incorporó y lo miró a los ojos. Se sentía nervioso, sabía que no estaba haciendo bien pero aquel chico que se encontraba frente a él con ese bello vestido estaba haciendo latir su corazón a mil por hora. Aún quedaba mucha fiesta por delante.
— ¿Estás aquí por tu madre?— Midousuji y su acompañante seguían teniendo una calmada charla mientras aún remojaban sus pies.
— Sí, bueno, ella solo piensa en el dinero y en los beneficios que se le puede sacar a todo. Y mi hermano solo la sigue como un perrito. — Explicaba sin mucho entusiasmo mientras veía como el agua se mecía por el ligero viento que adornaba ese paisaje. — Pero tampoco me queda otra, ella es la única familia que me queda. — Midousuji observó la mirada del joven y, como si el rato que llevaban ahí y el hechizo de sus ojos inocentes fueran decisivos, decidió abrirse ante él. — Ella no es mi verdadera madre, el tampoco es mi hermano. Solo compartimos el mismo padre. Mi madre murió cuando yo era pequeño y, aunque mi padre ya tenía otra familia para entonces... igualmente tuve que quedarme con él. También tenemos otro hermano en casa pero... con él no comparto nada. — El joven escuchaba atentamente el relato.
— Sois una familia bastante extendida.
— Sí, pero no nos llevamos bien, mi madre solo quiere sacarnos algún beneficio, solo le valemos para eso. Cenicienta incluso terminó siendo nuestro criado.
El joven le sonrió y Midousuji se sintió incomodo, ¿por qué tras saber su verdadera naturaleza se seguía mostrando igual? — Si me dices todo esto es porque no estás de acuerdo con ese comportamiento. ¿Verdad?— Se quedó callado. — ¿Cómo era tu madre?
Él seguía en silencio. ¿Cómo podía responder a esa pregunta?
— Si no quieres decirlo está bien. Tranquilo.
— Era amable, siempre me sonreía. Era la única que estaba ahí, la que me creía y me hacía sentir bien. — Le dolía hablar de ello, no sabía gestionar sus sentimientos y prefería ignorarlos y pasar de ellos. Le era más fácil. Su madre era importante para él pero se tenía que mantener fuerte y huir de aquello que le hacían ser débil. De esa forma terminó siendo de la manera en que era ahora.
— Espero... de todo corazón, que puedas volverte a sentir así con alguien. — Jugaba con sus manos. — Poder sentirse así por alguien tiene que ser magnifico. Muy especial. — Rió y miró al castillo. — Por eso ese baile no tiene sentido.
— ¿El baile? — Preguntó el alto confundido.
— Sí, como esperan que el príncipe encuentre alguien con quien pasar el resto de su vida... en un par de horas. ¿Cómo se supone que debe hacerlo? ¿Qué debe sentir? ¿Cómo debe dejarse guiar para escoger bien?— Midousuji lo interrumpió.
— Quizás por las sensaciones que te hagan sentir... — el joven larguirucho se encogió en sí mismo mientras hablaba. — Una sensación que te haga sentir cómodo, relajado, algo que te haga sentir que podrías pasarte mucho tiempo con esa persona. Si el color que te transmite te genera paz y tranquilidad...
Su madre le transmitía ese color amarillo que le hacía sentir como en casa, tranquilo y querido. En aquel momento se sentía intranquilo e incomodo, pero de una misma forma había algo que lo atraía al joven que se encontraba a su lado. Quizás era su sonrisa y mirada pura, parecida a su difunta madre. Pero había algo más que no sabía concretar con exactitud.
—Entiendo... Me aterra equivocarme ya que es una decisión tan importante. — Midousuji se tensó al escuchar sus palabras, ¿a qué se refería?
Antes de que pudiese decir algo escucho una voz a sus espaldas.
— ¡Príncipe!— El joven, con su mascara en la mano, se acercaba a paso apresurado hasta donde estaban ambos, Midousuji de un momento a otro se quedó sin habla.
— Yamaguchi, ¿qué haces aquí? — Increpó el joven mientras miraba nervioso a Midousuji.
— No puedo seguir suplantándole en el baile, esta noche debe elegir a alguien señor. — Confesó sin aliento tras la carrera que había hecho hasta aquí. Yamaguchi se sentía mal, se seguía pasando más tiempo cerca de aquel joven del vestido azul... iba a terminar lamentándolo su el príncipe Ishigaki lo elegía al final. ¿Teniendo sentimientos por la pareja del príncipe? ¿Teniendo sentimientos en general y dejar a un lado sus obligaciones? No podía seguir con ello aún si sus latidos seguían acelerándose al pensar en el de cabellera azulada.
— Entonces debo irme... — Miró por última vez aquel al que creía que nunca más volvería a ver. — Espero que hayas tenido una bonita velada aquí... Espero volver a verte Midousuji. — Le sonrió con una sonrisa tan cálida que sintió como le temblaban las rodillas.
No podía ser posible. Tanto Yamaguchi como Ishigaki se fueron dejándole completamente solo en aquel lugar. ¿Había estado teniendo una conversación profunda con el príncipe? ¿Había estado sintiendo cosas por el príncipe? No quería creerlo. Esa sonrisa... ¿y si era mutuo? Quizás debería ir corriendo hacía él y soltarle todo lo que estaba pensando pero el miedo lo absorbió de golpe: ¿y si creía que hacía esto por mi familia justamente como le había dicho?
Se sentía fatal, estaba dividido. La opción más razonable era olvidarse de todo aquello y poner el punto final a ese momento. Pero algo dentro de él no podía, algo le estaba gritando que dejara atrás todos sus miedos y se decidiera a hablar. Entonces después de unos largos minutos decidió actuar.
Quedaban algunos minutos aún para las doce y aunque ya estaba dentro del palacio no había forma de encontrarle. De repente escuchó unos pasos de tacón. "Mirad allí está el principe", llevaba un traje más noble y reconocido y una mascara en su rostro, persiguiendo a otro muchacho que para lastima de Midousuji sabía quien era perfectamente.
Y deseó haber sido cenicienta. Porque si alguien tenía que ser el protagonista de ese cuento, no iba a ser él.
A los días siguientes se hizo una búsqueda masiva por el reino en busca del joven que tras su famosa huida había dejado caer un zapato de cristal a medida. Midousuji se sentía vacío, impotente. Miraba como Cenicienta estaba ido, pensativo, se encontraba totalmente fuera de ese mundo. Los celos le llenaban pero no podía hacer nada. Si la elección del príncipe ya estaba hecha solo quedaba esperar a que llamaran a su timbre.
Y así sucedió. Midousuji decidió esconderse, no quería tener que ver esa dichosa escena. No venía él solo, iba acompañado de aquel chico que vino a buscarlo, supuso que se trataba de su mano derecha. Nobu decidió intentarlo primero pero para la sorpresa de nadie no le cabía. La madre de ambos decidió buscar a Midousuji pero antes de hacer nada un plató cayó al suelo. Cenicienta se quedó petrificando. Aquella señora se acercó malhumorada y cuando iba a reñirle el príncipe habló.— ¿También es hijo tuyo, señora?
— Sí, bueno...
Antes de que pudiese hacer nada Yamaguchi se acercó con gentiliza hasta donde estaba aquel muchacho sonrojado. Hincó la rodilla en el suelo y con suavidad colocó el zapato en el pie del joven de cabellos azulados. Komari sentía el impulso de querer llorar. Yamaguchi con ternura sonrió a Cenicienta. — Eres tú.
Su madre con rapidez se puso al lado de la cenicienta. — Vaya, que sorpresa, príncipe la persona que has elegido es nuestra cenicienta. Ay hijo mío, como me alegro.
Yamaguchi algo incomodo volvió al lado del príncipe. Este decidió inclinar la cabeza en señal de disculpas. — Perdone las molestias, pero no estoy aquí por mí. Mi fiel acompañante necesitaba encontrar a su hijo, y si él quisiera...
— ¿No eres tú el que quiere a este? — Pronunció la madre sin ninguna muestra de cariño. — Mira, lleváoslo, tampoco lo vamos a echar de menos. Lo que me sorprende es que hayas tenido tú la insolencia de mirar a ninguno de mis hijos.
— Disculpe, fue culpa mía ya que me ausenté del baile. No estaba preparado para una decisión como esta tan temprano y he causado problemas a todos. No sabe lo arrepentido que estoy. — Midousuji sentía que se le iba a salir el corazón del pecho. ¿No era cenicienta? — A diferencia de mi compañero, aún habiendo encontrado a alguien que despertara un sentimiento inexplicable en mí... no tengo ninguna pista de donde encontrar su paradero. Así que lo siento, pero ahora mismo necesito encontrar a esa persona antes de fijarme en alguien más.
¿Hablaba de él? ¿Podía tener esperanzas de que hablaba de él? Tenía miedo de salir y llevarse una mala experiencia. ¿Por qué alguien como él, tan cálido, tan puro, podía fijarse en alguien tan marchitado como él?
— ¿No tenéis más hijos? — Preguntó el príncipe Ishigaki a su madre. Midousuji se tensó. Su madre respondió rápidamente y tras verse envuelto en un callejón sin salida decidió salir de su escondite.
Ishigaki se quedó sin habla cuando lo vio salir. — ¿Dónde estabas? — Le recriminó su madre. Midousuji miraba al suelo, no podía atreverse a mirarle a la cara. Ishigaki con lentitud se fue acercando hasta quedarse frente a él. Con dulzura tomó sus manos con las suyas. Midousuji solo quería huir de allí.
— Te encontré. — Su sonrisa era tan dulce que pensaba que iba a morir de diabetes. Ignorando todo su alrededor dejó ir el agarre de su mano derecha para reposar la misma en la mejilla del muchacho, provocando así que ambos se miraran a la cara. — Pensaba que no iba a volverte a ver. — Midousuji no podía decir nada, tan solo pensaba que de un momento a otro iba a despertarse. — Al final decidí seguir tu consejo y dejarme guiar por todas esas sensaciones pero cuando estaba apunto de volver a palacio me di cuenta que ya las había experimentado... contigo. Volví corriendo al sitio donde estuvimos juntos, pero tu ya no estabas.
— Pero estuviste con Cenicienta. — Recalcó Midousuji. El joven Ishigaki rió ligeramente con algo de culpa.
— El príncipe que todo el mundo vio durante todo el baile no fui yo, en todas las ocasiones fue Yamaguchi... aunque... — Volteó a verle, estaba junto a Komari, tomados de las manos. — No creo que vaya a enfadarse conmigo por eso.
Midousuji aún no se lo creía pero antes de poder argumentar nada lo acercó más a él.
— Sé que todo esto es muy rápido, pero no quiero agobiarte... solo quiero quedarme contigo el tiempo que sea... Solo si tú quieres. — Se le notaba nervioso, muy nervioso. Midousuji no pudo controlarlo más y lo abrazó. No podía creerlo.
— El tiempo que haga falta... nunca pensé que volvería sentirme así... — Se separó de él lo justo para quedarse cara a cara. — Gracias. — Soltó con dulzura antes de brindarle un tierno beso. Un beso en el que ambos se fundieron y se sintieron terriblemente afortunados de encontrarse el uno al otro.
Komari y Midousuji abandonaron su casa y fueron a palacio, aunque su hermano y su madre se llevaron riquezas de ello no fueron tantas como a la madre le hubiese gustado. Al tiempo decidieron darle sitio en palacio a su hermano y alejarle de toda la influencia que podría otorgarle la madre. Ella terminó aprendiendo que después de tanto daño lo único que obtienes es quedarte solo.
Komari y Yamaguchi se casaron, al tiempo, siempre estaban juntos. Pero nuestros protagonistas tardaron un poco más, ya que estaban más interesados es pasar tiempo el uno con el otro sin necesidad de pensar en otras cosas.
Y vivieron felices y comieron perdices.