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Hoy es un día de celebración, de alegría y risas, gritos de júbilo y aclamaciones. Hoy anor brilla fuertemente en el cielo azul, y las aves surcan el aire en júbilo; niños cantan y doncellas bailan, y hombres sonríen y bromean. Hoy el corazón de todos rebosa en felicidad, y sus vidas adquieren un nuevo significado. Hoy es la mañana del solsticio de verano en la blanca ciudad de Minas Tirith, y el rostro de Elessar Telcontar resplandece en dicha, mientras Arwen camina hacia él y se para a su lado ante el altar. Hoy los Primeros y Segundos nacidos hijos de Eru vuelven a mezclar su sangre en sagrado matrimonio.
Hoy mi corazón se retuerce de dolor más que nunca porque esta unión representa la promesa rota entre un hombre y un elfo. Hoy debo sonreír a pesar de que mi espíritu llora lágrimas de sangre.
Mientras está de pie ante Gandalf quien consagrará su unión, Aragorn gira su cabeza hacia atrás para buscar mi mirada, y yo fuerzo una sonrisa a mi rostro. No debo mostrar mi dolor a él, no sería justo para Aragorn en este día tan feliz. Pero mientras veo que sus ojos se nublan un poco, sé que mi fingida sonrisa no lo ha engañado, así es que trato de dar una más sincera y brillante, y ahora él sonríe también, y vuelve a girar hacia su amada.
Una ruda mano presiona mis dedos en consuelo, girando mi cabeza miro hacia abajo para ver el rostro de Gimli sonriéndome débilmente, y sé que con él no tengo que fingir, solo aprieto su mano en repuesta, y vuelvo a girar mi mirada hacia los esponsales de los reyes de Gondor.
Siento movimiento detrás de mí, y no tengo que girar mis ojos para saber que los gemelos hijos de Elrond están detrás. La apenas perceptible sensación de una mano en la base de mi espina me hace estremecer levemente antes de retirarse apresuradamente. Elladan o Elrohir, uno de los gemelos, está ofreciéndome su simpatía, y esperará que me una esta noche a uno de ellos, para dejar escapar mi dolor en la manera de los elfos, dando placer a nuestros cuerpos. Pero no aceptaré, no puedo aceptar, no mientras esté en Minas Tirith, no mientras esté en la Tierra Media... no mientras lo tenga aún a él, aunque esté fuera de mi alcance...
La voz de Mithrandir, grave y profunda, se alza en oración, invocando a los Valar y Eru el Único, más mi mente no sigue sus palabras, mi corazón vuela meses atrás... ¿Sólo meses han pasado? Se siente como edades. Mis recuerdos me regresan a Lothlorien, cuando la Comunidad del Anillo permaneció por un entero mes... un mes de dicha... un mes de felicidad. Dicen que el tiempo pasa volando cuando se es feliz, y así fue mi tiempo en Lorien la bella. Parecieron solo días para mí ya que estaba en los brazos de mi amado, y en ese tiempo solo los dos existíamos en Arda, en todo Ea...
Un murmullo quiebra mi ensueño, y mi ojos giran levemente hacia atrás y hacia la derecha, mi mirada cayendo sobre Rumil y Orophin, quienes han llegado aquí acompañando a su Señora Galadriel, y mientras los observo vuelvo de nuevo atrás a Lorien, y los veo alegres y juguetones como elfitos, y no con los solemnes rostros que ellos portan hoy. Como si sintiendo mi mirada, ellos voltean sus ojos hacía mí, y yo rápidamente desvío mi vista porque no quiero que vean el dolor en mis ojos, aunque es en vano porque ellos saben.
Siento como mi mente se lanza a la deriva de nuevo, aunque sé que no es justo para Aragorn, ya que estoy parado en la primera línea de la compañía élfica asistente a esta celebración, junto con Galadriel y Celeborn y Elrond, después de todo tengo que dar el ejemplo de nuestra altiva raza, así es que hago un esfuerzo y me paro más erguido y noble, y doy a mi rostro una expresión de suma concentración, pero dejo a mis ojos nublarse en ensueño, y vuelvo a días más felices.
Alta hierba rodeándonos y el cabello de mi amante brillando con la luz de Ithil, mientras descansamos nuestros cuerpos después de habernos amado a través de la noche. Dulces palabras de cariño, susurradas naderías en un oído para hacer al otro reír en deleite. Desnudos cuerpos débilmente destellando de sudor, y saciadas sonrisas en nuestros rostros, mientras nos mirábamos mutuamente con nuestros ojos llenos de amor y devoción.
Yo era inmensamente feliz, y mi amado también.
No había guerras, ni Señor Oscuro, ni Anillo Único en nuestras noches de éxtasis, solo nuestra piel frotándose eróticamente mientras uno exigía al otro en la danza más antigua del mundo, la danza de los cuerpos unidos en pasión, en deseo, en amor...
Noche tras noche nos entregábamos el uno al otro, reconociéndonos con nuestros corazones, tratando de unir nuestros espíritus, pero no era posible aún, había un camino adelante por recorrer, un camino lleno de peligros, riesgos, que podía guiar a la destrucción o a la victoria, así es que esperaríamos el resultado, y al final nuestros fëar serían uno, como siempre debió haber sido.
Una noche, a la orilla de un tintineante arroyuelo encontré a Aragorn, cabizbajo, meditabundo. Pensé que la muerte de Mithrandir aún pesaba en su corazón, así es que pasé un brazo sobre su hombro, e instantáneamente su cabeza descansó en el mío, y permanecimos así un buen rato, en cómodo silencio. Mi mirada posándose distraídamente en el fluyente pequeño arroyo, mi mente sosegada por la belleza de las tierras de Celeborn y Galadriel. Más un movimiento debajo de mi brazo llamó mi atención, y vi como los hombros de Estel se sacudían levemente, quedos sollozos saliendo de entre sus labios.
Esta vez lo abracé con más fuerza, ambos brazos alrededor de su cuerpo, mientras atraía su oscura cabeza hacía mi pecho, y levanté mi voz en canción, para sosegar su corazón de cualquier angustia que lo afligiera. Al cabo de un rato, calmado ya, Aragorn habló. “Nos espera destrucción adelante. No lo lograremos.”
Nunca lo había oído hablar así, y mi corazón se acongojó en su desesperado tono. “Ten fe, Aragorn. Ayudaremos a Frodo a destruir ese malhadado anillo. La gracia de Elbereth está con nosotros.”
“¿Como puedes estar tan seguro? ¿Cómo puedes sonreír así, mientras el camino que se extiende delante de nosotros puede ser nuestro camino a la muerte?” Estel se había levantado, y ahora paseaba en un ir y venir delante de mí, ante el riachuelo.
“Porque amor llena mi corazón, Aragorn. Y me da esperanzas de que triunfaremos.”
“Amor también está en el mío, y sin embargo no puedo ser tan optimista como tú. ¿Qué si morimos? Este amor se acabará con nosotros”
“¿Y que si vivimos?” Refuté. “Este amor florecerá con nosotros.”
Aragorn sonrió al fin, y volvió a sentarse a mi lado. “Eres hermoso, Legolas. Me sorprende que todo Lorien no esté detrás de ti, como casi pasó en Rivendell, si no fuera por Elladan y Elrohir.”
Ese comentario había traído una alegre risa a mis labios. “Hace muchas centurias que no iba a Rivendell, y pienso que los bellos Noldor pensaron que seguía en mis antiguas andanzas. Más mis queridos amigos se encargaron de cambiar sus mentes. Y, bueno aquí, tú sabes que ellos saben que mi corazón ha sido conquistado.”
Aragorn había sonrío más ampliamente, antes de que los penumbroso pensamientos volvieran a nublar su rostro. Tratando de evitar que cayera en fúnebres meditaciones, hablé apresuradamente. “Hagamos una promesa, Estel tithen.”
Al oír el sobrenombre que yo le había otorgado en su infancia, Aragorn giró su cabeza rápidamente hacia mí, y su cara brilló en placer ante gratos recuerdos de su niñez. “¿Y que es, oh gran príncipe Legolas?” preguntó juguetonamente.
“Luchemos.” Dije, obviando su leve tono burlón. “Luchemos por el amor que está en nuestros corazones, peleemos por conservarlo puro hasta el final, salgamos victoriosos ante la Sombra, y así el deseo de nuestros corazones se hará realidad. Luchemos por amor.”
Los ojos de Aragorn brillaron ante mi entusiasmo, mis ojos notando claramente como el fuego se encendía en sus ojos, y su mano se alargó hasta coger una mano mía, y darle un afectuoso apretón. “Sí,” dijo con una convicción que hace tiempo no escuchaba en su voz. “Luchemos por amor.”
Nuestros ojos estaban fijos en cada otro, pupilas bailando con emoción, amplias sonrisas adornando nuestros rostros, y varios momentos después nos dimos cuenta que solo faltaba algo para darle el último toque a nuestro voto, y eso era un par de copas de hidromiel para levantarlas en brindis, y ambos estallamos en alegres risas al voltear como uno hacia el agua clara del arroyuelo... un pobre sustituto para una dulce bebida... pero no nos quejamos.
Así la promesa que nos unía a Aragorn y a mí había sido hecha, y mi corazón abandonó Lorien en altos espíritus y con mucha esperanza. Venceríamos a la Sombra, y sería por amor.
Más, mi confianza no duró mucho, y fue en el abismo de Helm, donde todo cambió. Una dura batalla nos esperaba, y nuestro número era muy inferior al del enemigo. Los Hombres de la Tierra de los Caballos estaban desesperados, los únicos manteniéndose firmes eran Aragorn y Theoden Rey. El fuego en los ojos de Estel, una vez encendidos en Lorien, no se había apagado, y yo me regocijaba en ello. Pero nuestra lucha parecía inútil, y las horribles garras de la derrota empezaban a estrujar nuestros corazones, y fue con corazones llenos de temor y desánimo que escuchamos un cuerno élfico, y vimos con ojos llenos de maravilla y renovada esperanza un gran ejercito élfico entrar por las grandes puertas de la fortaleza, guiadas por el bello capitán de Lothlorien, y mi corazón se llenó de alegría y temor al ver a gente de mi raza.
Los Primeros Nacidos de Eru lucharían y morirían esta noche.
Antes de que comenzara la lucha robé unos pocos momentos con mi amado. Nuestros cuerpos se unieron en apresurada pasión, pero siempre con amor, palabras de preocupación y temor pasaron por nuestros labios, ambos temiendo el resultado de la batalla, y el bienestar del otro. Nuestros corazones hablando al otro, y nuestros espíritus mezclándose efímeramente como lo hacían nuestros cuerpos, nuestros besos urgentes, nuestras caricias apresuradas.
Y luego la batalla del abismo de Helm había empezado, y yo cerré mi mente a todo lo demás, concentrándome solo en la lucha, en ganar al enemigo, Gimli a mi lado, y para aligerar mi corazón de la preocupación por la vida mi amado, competí con el señor enano, que ahora era ya un gran amigo mío, sobre quien mataba más orcos que el otro.
Gimli me ganó por uno.
El ejército de Eomer llegó al alba, y ganamos la batalla. Mi corazón se remontó por los cielos, habíamos vencido una casi perdida lucha, y busqué a Aragorn y a mis parientes élficos para celebrar, una amplia sonrisa en mis labios. Más cuando hallé a Estel, mi sonrisa cayó, sus ojos hablaban de algo horrible que había sucedido. Y cuando sus ojos giraron para mirar a un lado, yo seguí su mirada, y a unos cuantos metros pude divisar a la gente de Lorien, y entre ellos a Rumil y Orophin, quienes estaban arrodillados en el piso bañado de sangre y fango.
Empecé a dar unos pasos hacia la dirección donde se hallaban los plateados elfos, y mi aguda vista vio que en la tierra, a un lado de Orophin, se hallaba un destrozado manto élfico de un rojo profundo, el manto de capitán. Y mis pasos fallaron, y mis piernas temblaron tanto que caí de rodillas al piso. Mi corazón empezó a latir tan fuerte que tapaba mis oídos, sentí que unos brazos me rodearon, más mis ojos seguían clavados en el manto desgarrado. Oí que alguien susurraba a mi oído, pero no podía distinguir las palabras, era como si no tuviera control de mi cuerpo, y todo lo que pasaba a mi alrededor era algo muy distante y extraño.
Traté de recobrar mis sentidos, y forcé a mis ojos cambiar su dirección, y al levantar mi mirada, mis confundidos ojos se posaron en un lloroso rostro élfico. Rumil, antes despreocupado y alegre, tenía los ojos desesperados que miraban dentro de los míos en súplica. Y ahí fue cuando conocí la verdad.
Haldir estaba muerto, y mi corazón con él.
Traté de ponerme de pie, pero mis piernas no me sostendrían, así es que a pesar de los brazos que me detenían, me arranqué de ellos como pude, y comencé, en manos y rodillas, a acercarme hacía donde estaban reunidos los elfos de Lorien. Que visión habré presentado, un príncipe de los elfos arrastrándose por el lodo, avanzando a tropezones como un pequeño niño humano que aún no aprendía a caminar.
Aún me faltaban unos pocos pasos para llegar al pequeño grupo cuando estos se apartaron y revelaron a mis ojos lo que descansaba en el sucio suelo. Un noble rostro, aún hermoso en el sueño de la muerte, yacía en el regazo de Orophin. Mis manos ya no me sostuvieron, y mi cuerpo superior cayó abruptamente al húmedo suelo, mi boca probando el agrio sabor de la batalla librada allí. Rápidamente fuertes brazos me arrancaron del piso, y el rostro de Aragorn apareció dentro de mi visión, mientras él me depositaba en su regazo. Yo veía como sus labios se movían apresuradamente, hablándome, susurrando palabras que no podía entender, no podía escuchar, quise girar mi cabeza a un lado, para observar la terrible visión más allá, pero Aragorn no me lo permitió, continuaba hablándome, urgiéndome, instándome, ¿A que? Hasta ahora no le he preguntado.
Mi espíritu no pudo más, y me rendí al agotamiento del cuerpo y de la mente. Lo sé porque no vi ni sentí más... y eso fue un alivio... claro, hasta que desperté de nuevo.
Cuando volví a abrir mis ojos, Aragorn estaba a mi lado, sujetando ligeramente una de mis manos. “Legolas, por Elbereth, al fin has despertado.” Fue lo primero que salió de sus labios, mientras él se inclinaba hacia mí para mirarme de más cerca.
Yo sólo lo miré fijamente, como no entendiendo mi presencia en una cama desconocida, en un cuarto no familiar a mí. Mi cuerpo se sentía como si un entero regimiento de orcos me hubiera pasado encima, adormecido y dolorido, nunca me había sentido tan cansado en mi entero milenio de vida. Quise decir algo, pero mi garganta parecía estar seca, mi boca no se abriría, y mi cuerpo no parecía obedecer la orden que mandaba a mi mano de apretar la mano de Aragorn para tranquilizarlo, ya que el dunadan parecía volverse más frenético, mientras los minutos pasaban y no podía conseguir una respuesta de mí.
Entonces sólo me dediqué a mirarlo, tratando de expresarme a través de mis ojos, y a tratar de respirar niveladamente. Nunca el tomar aliento a través de mi nariz se había sentido tan difícil, adentro y afuera el aire iba, teniendo que ordenar a mi cuerpo la simple función de abastecerse del necesitado aliento de vida.
“Legolas, respóndeme, meldir. Sé lo que esto significa para ti, pero no debes rendirte. Él no lo querría así.”
Él, Aragorn había dicho, él, quien ya no estaba sobre esta tierra y bajo este cielo, él, por quien mi corazón se sentía frío, y mi espíritu gritaba en desesperación. Él, el deseo de mi corazón que ya no estaba a mi lado.
“Rompí... mi... promesa.” Alcancé a decir a Aragorn. Mi voz ronca, mis palabras arrastradas.
Estel me miró sin entender al principio, pero mientras lo miraba, vi la comprensión entrar a sus ojos, y estos se abrieron enormemente al entender mi significado. Vi como las lágrimas se reunían en los ojos de Aragorn, y dos surcos de líquido se deslizaban fluidamente por sus mejillas. El cuerpo de Estel se movió rápidamente, y jaló mi cuerpo de la cama para estrecharme contra su pecho, mientras empezaba a murmurar palabras que no podía entender, y una de sus manos acariciaba mis cabellos sueltos. Yo lo deje hacer, no ofrecía resistencia, ni lo animé. Es así como los mortales ofrecen consuelo a los suyos.
“Tienes que ser fuerte, Lasernil. No puedo continuar sin ti.”
Lasernil, Príncipe Hoja. Mi corazón se calentó un poco al escucharlo llamarme así, ya que desde que Estel dejó su niñez detrás no me había vuelto a llamar por el apelativo que me había otorgado en su infancia. Un guerrero de los dunedain del norte no podía estar llamando a un príncipe elfo por un sobrenombre otorgado por un niño, había dicho un joven Aragorn, y aunque yo había entendido entonces, mi corazón se había entristecido al perder a mi querido niño, pero también se había alegrado en orgullo por mi joven amigo.
La puerta se había abierto en ese momento, y dos elfos entraron a la habitación, Aragorn me depositó gentilmente en la cama, y giró su rostro a un lado para que los recién llegados no vieran sus lágrimas de pesar. Yo giré mis ojos para ver a los dos elfos, y reconocí a Orophin y Rumil, los hermanos de él. Mis ojos los siguieron hasta que uno de ellos se sentó a mi lado en la cama, y el otro se arrodilló al lado de su hermano, ambos mirándome con angustiados ojos.
“Has estado inconsciente por un día y medio, mi príncipe. Rumil y yo estábamos sólo esperando tu despertar antes de partir de regreso a Lorien.” Orophin era el que hablaba, mis ojos lo miraban detenidamente, mientras una de sus manos se extendía y empezaba a acariciar mi mejilla. “Sólo un tercio de los que llegamos estamos regresando. Nuestros muertos ya han sido enterrados, y no tenemos más asuntos que nos aten a este lugar.”
A sus palabras, mi mente pareció despejarse, y retomé el control de mi cuerpo. Reconocí las palabras de Orophin por lo que habían sido, un intento de sacar mi mente de su estado de conmoción en el que me hallaba sumido, y sus palabras funcionaron bien, ya que con todas las sensaciones vino también el dolor que solo levemente había estado presente en mí. Ahora era como si una compuerta se hubiera abierto, y la inundación ahogando mi espíritu era inmensa, tanto que tuve que gritar para no quedar abrumado físicamente.
Brazos alcanzaron por mi y me rodearon, manos sosegando mis cabellos y mi rostro, dulce y triste canto élfico llegó a mis oídos. “Llora Legolas, deja escapar la pena en llanto, bello príncipe. No lo guardes dentro de ti. Llora.” Era la voz de Rumil, y como solo esperando sus palabras, mis ojos estallaron en abundante llanto, y mi pecho se sacudió con desgarradores sollozos.
No había llorado aún desde que vi a mi amante muerto, yaciendo en el sucio suelo. Ahora mis lágrimas parecían no tener fin mientras de mis ojos caía líquido dolor por la partida del más valeroso guerrero élfico, por el deceso del deseo de mi corazón. Por la muerte de Haldir de Lothlorien, mi amado.
¿Cuanto tiempo lloré? No lo sé, y no he preguntado, solo recuerdo mi insistencia en ver a mi amado de nuevo, más Orophin no había mentido, y los muertos de la raza élfica ya habían sido enterrados, y lo único que hicieron los hermanos fue guiarme hasta un lugar donde, bajo un gran árbol, estaba enterrado el cuerpo de Haldir. Ahí me dejé caer de rodillas, Aragorn, fielmente acompañándome, se arrodilló a mi lado, y sin saber bien lo que estaba haciendo, con mis desnudas manos empecé a arañar la tierra, tratando de apartar el obstáculo que me separaba de ver a Haldir una vez más. Sin embargo fuertes brazos me detuvieron, y varias manos me jalaron del piso. Yo grité, grité para que me dejaran con Haldir, grité para que me dejaran ver a mi amado, a mi futuro esposo, más solo me alejaron unos pocos pasos. Aragorn me balanceó en sus brazos hasta que consiguió calmarme.
Pasó un día entero y los elfos que llegaron a combatir al abismo de Helm partieron, Orophin y Rumil a la cabeza. Me pidieron ir con ellos pero yo no partiría, no dejaría a Haldir. Desde que llegué al lugar donde yacía mi amado, no me había movido de allí. Ni los ruegos de Aragorn, ni los pedidos de Gimli podían alejarme de él.
Un gran manto cubría mi cuerpo, mientras me recostaba contra el árbol y le hablaba a mi amado. Yo sentía como poco a poco la llama de mi espíritu se iba apagando, más no me importaba, y más aún, lo ansiaba, así es que pacientemente esperaba al lado del túmulo de Haldir, el momento en que mi fëa volara a los Salones de Mandos.
Y fue ahí cuando primero lo sentí.
Era uno de los pocos momentos en los que me encontraba solo, sin Aragorn o Gimli a mi lado, o alguna doncella enviada por el Rey de Rohan para atender a mis necesidades. Yo contemplaba las nubes que surcaban el cielo, recordándole a mi amado de una de sus visitas a mi hogar, donde nos habíamos amado bajo el sol de la temprana primavera, y fue ahí que lo sentí. La sensación de una leve, casi imperceptible, fría caricia a mi mejilla.
Me estremecí levemente y miré a mi alrededor. No había nadie. Atribuí la extraña sensación al frío viento de la tarde. Volví mi mirada al cielo.
Y lo sentí de nuevo, la misma fría caricia, pero está vez con el débil y distante sonido de mi nombre susurrado al viento. “¿Haldir?” Pregunté extrañado. ¿Era esto consecuencia de la enfermedad élfica? ¿Con el languidecimiento del espíritu llegaba también la locura? ¿Mi mente todavía no aceptaba la muerte de mi amado, que ahora creía escucharlo pronunciando mi nombre? ¿Llamándome?
Con dificultad me incorporé a mis pies, ya que llevaba muchas horas en la misma posición. Con la ayuda del árbol, alcancé a pararme, y a mirar alrededor de mí. Yo estaba completamente solo, rodeado por unos cuantos árboles en este desierto plano cerca de la fortaleza de Helm. Varios elfos más yacían rodeando a Haldir, elfos que nunca más verían su amado hogar ancestral.
Suspiré profundamente y cerré mis ojos, y la caricia volvió, está vez un frío roce a una de mis manos. No abrí mis ojos, y la caricia duró un poco más. ¿Era posible? Mi nombre otra vez en el viento, está vez susurrado muy débilmente cerca de uno de mis oídos. Y entonces lo supe. Haldir no había ido hacia las Estancias de Mandos. Su fëa había permanecido aquí, conmigo, en los planos de la Tierra Media.
Yo había escuchado cuentos sobre Fëar que no acudían a la convocatoria de los fríos salones, espíritus élficos que desoían el llamado de los Valar, gran ofensa contra los Poderes, renunciando al renacimiento en la Tierra Bendecida, y se quedaban vagando las tierras del lugar donde nacieron o frecuentaron.
Los elfos evitaban estos fëar Sin-Hogar, como se les llamaba, porque ellos tenían las mismas necesidades que nosotros, más no tenían un hröa, cuerpo, con que satisfacerlos; y yo también había oído lúgubres historias de eldar que fueron tentados por estos espíritus, y casi expulsados de sus propios cuerpos por los Sin-Hogar, quienes ansiaban un hröa que habitar de nuevo.
Apenas sosteniéndome en pie, apoyado contra el fuerte árbol, sentí como mis sentimientos giraban casi fuera de control en mi mente. ¿Qué significaba esto? ¿Cómo pudo haber pasado? No podía ser cierto. Mi amado no podía habernos condenado a tan funesto destino. De súbito sentí una mano posarse firmemente en mi hombro, y mis ojos volaron abiertos apresuradamente, solo para ver a Aragorn, parado frente a mi, observándome con preocupación.
“Quiero descansar, Aragorn.”
Vi como sus ojos se iluminaron brillantemente ante mis palabras, y fue ahí que me di cuenta de que mi espíritu no huiría a los Salones de Espera.
Una vez que me hallé sólo, acostado, en la pequeña habitación que me habían dado, después de asegurar a un conmovido Gimli, y un incrédulo dunadan de que desea dormir, mis pensamientos volvieron a lo que me había sucedido bajo aquel árbol que custodiaba a mi amado. ¿Lo había imaginado todo? ¿Mi propia mente estaba jugando trucos a mi espíritu en un desesperado intento por permanecer en las Tierras de Aquí? Y como si para responder mis dudas el toque espectral volvió. Un frío roce contra mis pálidas mejillas.
“Haldir” murmuré. “Haldir, ¿Eres tú?”
Otra vez la fría caricia, acompañada del débil susurro de mi nombre. No me moví, más mi corazón empezó a latir febrilmente. Mi amado estaba aquí, a mi lado. ¿Pero a que precio? Las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos de nuevo, mientras el total significado de todo esto empezaba a hundirse en mi mente. “No puedes permanecer aquí, meleth nin.” Dolor quemaba a mi espíritu al pronunciar las palabras, yo mismo le estaba pidiendo a mi amado partir. “Debes ir a Mandos. No es correcto demorarte aquí.”
Ahora las lágrimas fluían de mis ojos en pequeños riachuelos, y mi corazón se estremecía en dolor y temor de que mi amado hiciera caso a mis palabras, y en ansiedad de que no me escuchara. “Ve a los Salones de Espera, meleth nin. Ve y espérame allí. Pronto llegaré a ti”
El helado roce a mi mejilla volvió, pero esta vez más pronunciado, y claramente pude escuchar una incorpórea voz susurrando.
Legolas... continúa...
“No sin ti.” Los sollozos saliendo de mis labios sacudieron mi cuerpo entero, mis ojos ya no veían a causa de las lágrimas que habían creado un acuoso velo cegándome al mundo. Y fue allí donde sentí otra fría caricia, esta vez en mi frente, e hizo mi cuerpo estremecerse con una extraña sensación que no pude reconocer entonces, y no quiero recordar ahora, y otra vez la espectral voz en mi oído, presente, antes de que la sensación me arrullara dentro de un sueño de curación.
Conmigo...
A la mañana siguiente, cuando Aragorn entró a mi habitación me miró extrañado, y yo alcancé a forzar una lánguida sonrisa a mis labios. “¿Cuando Partimos?” pregunté, y él solo atinó a llegar corriendo hacia mí, y abrazarme apretadamente. Gimli llegó después, y el señor enano dejó a un lado su gran hacha para llegar a mi encuentro. “El camino es largo, debemos de movernos pronto.” Dije, una vez que ambos me liberaron de sus brazos.
“Ayer supe que te recuperarías, Legolas.” Me dijo Aragorn con una acuosa sonrisa. “E hice planes para que una pequeña partida de Rohan te acompañe hasta los bordes de Lorien.”
“Estoy lo suficientemente fuerte como para continuar, Aragorn, y ese es mi deseo. Aunque he roto mi promesa a ti en Lorien de luchar por amor, aún deseo llegar hasta el final, y pararme a tu lado. Debo luchar ahora por la amistad que nos une a Gimli y a mí, y por el amor al Señor del Árbol Blanco.” Mis palabras fueron firmes, y mis ojos determinados, y Aragorn entendió que aunque quisiera no podría convencerme de lo contrario.
“Tomaremos los Senderos de los Muertos. Partiremos pronto.”
“No temo a los Espectros de los Hombres. Te seguiré.” Respondí, más no pude decir lo que mi corazón sentía al pensar en los Fëa Sin-Hogar, los espíritus élficos.
Así emprendimos el viaje, y yo, aunque débil aún, tenía la fuerza suficiente para cabalgar y seguir a Aragorn, y a la Compañía Gris que se nos unió en el camino, Elladan y Elrohir con ellos. Los Hijos de Elrond quisieron mostrarme consuelo, más yo no los dejé mencionar lo que había sucedido. Mi corazón aún portaba gran dolor, y mi mente mucha confusión.
Cuando acudieron los Muertos que Aragorn llamó para cumplir su juramento, yo los pude observar claramente, débiles y frágiles me parecieron, más mi aguda mirada detectó algo, y fue un extraño vacío que se hacía a un lado de la compañía espectral, y forzando mis ojos pude detectar una sombra más alta que los Muertos de los Hombres. No pude distinguir un rostro, más la forma era élfica, y el porte altivo, siguiendo y marchando solo, ya que los demás espectros parecían rehuirle. Mi corazón se estremeció en mi pecho y quise detener mi caballo a pesar de las protestas de Gimli, más avanzábamos rápido y era urgente poner prisa en nuestros pasos, así que refrené mi ímpetu y continué. Él también seguiría...
Fue una travesía por demás extraña la que seguí a partir de ahí. Cuando quiera que mi corazón desfallecía, y mi espíritu ansiaba por mi amante, las frías caricias volvían, y la espectral voz no se cansaba de llamar mi nombre. Y su presencia se hizo más fuerte, sus toques más firmes. Aún cuando estaba en medio de una batalla sentía la fría presencia, y a pesar de todo, yo empecé a ansiar el contacto de los fríos roces contra mi piel, de la espectral voz murmurando en mi oído.
Era de noche cuando más fuerte lo sentía, y los roces se volvieron más atrevidos, las caricias más íntimas, era como si la presencia cobrara más fuerza mientras pasaba más tiempo a mi lado, y yo no me oponía, es más, lo codiciaba. Más mi espíritu seguía llorando por mi amado, porque a pesar de la presencia, no tenía la sonrisa de Haldir conmigo, sus palabras de amor y su entretenida conversación.
Al ganar la guerra y derrotar al Señor Oscuro, gracias a Frodo y su esfuerzo por destruir el Anillo, todos celebraban, y sin embargo, aunque yo no había muerto, ya no era el mismo de antes, y esto trajo preocupación a los corazones de mis amigos.
Aquí, parado, rodeado de risas y alegría, de celebración y bullicio, observando a mi mejor amigo unirse en júbilo al deseo de su corazón, Legolas Thranduilion, príncipe de los elfos, no es más que una sombra del elfo audaz que una vez fue. Se podría decir que también ahora me he convertido en uno de los espectros de los Muertos.
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Como había ansiado estar solo por fin en estos bosques de Ithilien. No, no solo. Nunca solo.
Decidí morar en estos bosques, en los cuales mi corazón, al verlos, halló un poco de paz, y la promesa a Aragorn de ayudarlo, y no abandonar la Tierra Media antes de que él pasara más allá de este mundo, hizo a Ithilien un lugar perfecto para habitar; y algunos elfos de mi tierra y Lorien se me unieron aquí, y me nombraron su Señor.
Más la verdad era otra. No regresaba a mi hogar porque mi padre se daría cuenta de la presencia que me sigue día y noche. Elladan y Elrohir ya habían empezado a sospechar algo mientras yo estaba en Minas Tirith. Y mi promesa a Aragorn de no dejar la Tierra Media, era en parte una media verdad, ya que aunque el llamado del mar era fuerte en mí, no podía abandonar estas tierras, por amistad al Rey de Gondor, pero más aún porque mi fiel compañero fantasmal no podría seguirme, no cuando él había renegado de la convocación de los Valar.
Él no me dejó, yo no lo dejaré. Nunca conoceré la Tierra Bendecida de Amán.
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Es de noche y me encuentro solo en mi lecho, y él está aquí conmigo. Su presencia es más fuerte, y sus caricias son más firmes, tanto así que empiezan a despertar un fuego en mi interior, un fuego que creía muerto junto con mi corazón.
Legolas, susurra mientras fríos toques comienzan a recorrer mi cuerpo desnudo. Desde que las caricias de la presencia se han vuelto más atrevidas, he empezado a ir al lecho a dormir sin ropa alguna.
Pero esta noche es diferente, me lo dice el corazón, ya que mientras me encuentro en algún lugar entre el mundo conciente y los sueños de Irmo, las sensaciones en mi piel y mente se elevan, y soy más receptivo al contacto del espectro que una vez fue mi amado.
Sus frías manos me acarician, recorren mis muslos en un lento ascenso hasta llegar a mis caderas, donde permanecen frotando pequeños círculos. Mi piel se eriza mientras el espectral toque continúa, subiendo por mi abdomen y llegando a mi pecho. Yo trato de forzar mi mente a despertar completamente, pero las caricias han encendido mi deseo, y entre brumas siento mi miembro viril endurecerse, mientras fríos dedos frotan rudamente los guijarros de carne que adornan mi pecho.
Gimo en placer, mis ojos se entreabren mientras unas de mis manos trata de estirarse y tocar a la presencia, pero sé que es fútil y me falta voluntad, y mi mano cae de vuelta al lecho, al mismo tiempo que mis ojos vislumbran una sombra difusa inclinada sobre mi. “Haldir...” murmuro, y un frío toque de labios roza mi boca llegando a mi como un gélido aliento, me fuerzo a girar mi cabeza a un lado, y parece entender que no deseo eso, y los fríos besos descienden por mi cuello, las invisibles manos bajando hasta llegar a mi miembro completamente erecto ahora.
Cierro con fuerza mis ojos, las espectrales caricias firmemente forzando gemidos de pasión de mi boca. Mi cuerpo se estremece, siento que esto no es correcto, pero también esto es lo único que me queda de él, y me rindo al deseo, al deseo por mi amado.
Siento leve movimiento, y parece como si mi cama se hundiera bajo un extraño peso, entreabro mis ojos de nuevo, y veo la sombra más claramente ahora. Cabello largo y suelto, cuerpo robusto de largos brazos y piernas, dicen que el fëa no olvida fácilmente sus recuerdos de cuando habitaba un Hröa, y sin duda este espectro no lo hacía aún cuando había desoído el llamado de los Oscuros Salones. No puedo distinguir colores, el cabello podría ser negro y no el hermoso plateado de Haldir, los ojos podrían ser oscuros, y no sus preciosos color miel, el cuerpo es de un guerrero sin duda ¿O podría ser el de un erudito? No había forma de decirlo, las formas eran vagas e imprecisas.
Mi cuerpo entero tiembla, incrédulo, mientras la cabeza espectral se coloca sobre el duro deseo entre mis piernas. Mis párpados pelean por abrir más ampliamente mis ojos, y una extraña y placentera sensación rodea mi túrgido sexo mientras la espectral manifestación me engulle. Frío calor me aprieta, inmovilizándome y aprisionándome.
“Haldir...” gimo, mientras gélidas manos aprietan mis caderas. Legolas, escucho, y la presencia empieza a mover su fantasmal boca conmigo dentro.
Oh Elbereth, esto es indescriptible. Placer y tormento al mismo tiempo, mientras los lánguidos movimientos aprietan de arriba abajo mi miembro, trayendo goce a mis hipersensibles sentidos. Mi clímax me alcanza rápido y grito en deleite, sintiendo como exploto derramando mi semilla. Inmediatamente el peso encima de mí se retira, y mientras permanezco jadeando sobre la cama, tratando de recuperar mi aliento, unos fríos brazos rodean mis piernas y frente a mis deslumbrados ojos las levantan, extendidas y abiertas, dejando al descubierto la entrada a mi cuerpo, y sin demora siento algo penetrándome sólidamente.
Lentamente ingresa, sin detenerse, y mi boca se abre en un silencioso grito de tortura y gozo. El miembro empalándome es grande, muy grande, enorme, y frío, helado, gélido, y estira mi interior hasta el punto del dolor. Totalmente dentro de mí se detiene, y la espectral forma inclina mis piernas con su peso hasta mi pecho, moviendo su columna de carne un poco dentro de mí, y hace quejidos de sufrimiento y disfrute escapar de mis labios. Mis ojos están muy abiertos ahora, aunque deslumbrados, y el único sonido en la habitación son mis audibles jadeos y débiles lloriqueos. Miro hacia el difuso rostro de la presencia, y me parece ver el destello de unos oscuros ojos. “Haldir...” murmuro entre jadeos. Mío, responde él, y mi corazón tiembla ante su posesividad.
Pausadamente el espectral sólido sexo se retira de mi interior, solo para volver a entrar con un vigoroso empuje que me hace gemir fuertemente mientras hiere con eficacia mi interior lugar de placer. Las embestidas cobran velocidad y profundidad, y empiezo a gritar en placer continuamente, mientras mi cuerpo se sacude con cada poderosa penetración. Me retuerzo en el lecho, los empujes son brutales ahora, y mis sentidos ansían de nuevo por el pináculo del éxtasis, fuerzo a mis caderas a moverse para alcanzarlo. Él me toma con maestría y dominio, mis voz grita a cada momento su amado nombre, y en un final esfuerzo mi espalda se arquea increíblemente mientras perlado líquido expresa mi feliz conclusión, mi voz grita en dicha y mis sentidos se nublan hasta que todo desaparece en la oscuridad.
Despierto a la mañana siguiente, cansado, en mi frío lecho, cubierto con una manta, pero extrañamente incómodo. Tiro a un lado la manta que me cubre y veo mis propios fluidos, secos en mi piel. Mirando más detenidamente veo unas raras marcas en mis caderas y el revés de mis piernas...
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Ni una sola noche pasa sin que mi permanente compañero espectral goce de mi cuerpo, y me proporcione delicioso placer en retorno. En mi semiinconsciente estado disfruto de placeres impíos, mientras su forma se funde con la mía en el remedo del amor de dos amantes. Mi corazón duele menos, pero duele aún.
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La colonia de elfos aquí en Ithilien me mira como su Señor, pero solo lo soy en nombre ya que mi mente divaga, y concentrarme en asuntos mundanos me resulta difícil, y mis ojos de vez en cuando se nublan con lágrimas, y ya no río, me he olvido de como sonreír aún. En mi propia manera soy una callada sombra deambulando por los bellos bosques de esta provincia, y a veces pienso que debería adentrarme entre los árboles y vivir en soledad, pero ellos no me dejaran.
Los elfos de la colonia siempre tratan de distraerme de mis eternas meditaciones y sombrío humor, más no los escucho. Elladan y Elrohir vienen de visita de vez en cuando, y como antiguos amigos míos buscan sacarme de mi auto impuesta soledad entre personas, sólo consiguen pocas palabras de mí.
Invitaciones llegan de Gondor, Elessar pidiéndome ir a él, no olvidarlo en mi tristeza, más no puedo encontrar dentro de mí el ánimo ni el deseo de emprender el viaje, por lo tanto permanezco, la presencia siempre a mi lado.
Pero la verdad la puedo ver en sus ojos, de todos los elfos que me ven caminar y respirar día a día, si bien apenas parezco vivo. Y es que, los que nos vieron a mi amado y a mí juntos, en nuestros tiempos felices, no pueden entender como no he muerto de pena tras la partida del deseo de mi corazón. Otros aún lo consideran una falta que yo viva, que yo respire, interpretándolo como desamor hacia mi plateado capitán. No me importa lo que piensen, ellos no pueden ver dentro de mi corazón, no pueden sentir mi desolado espíritu.
Si permanezco aún vivo es por él. Él se ha condenado. Él nos ha condenado. No puedo dejar a mi espíritu morir e ir a Mandos, y no sé si podría convertirme en un Fëa Sin-Hogar como él. Me conformo con lo que puedo tener de él, aunque mi espíritu y corazón ardientemente desean más, los momentos pasados con mi espectral amante solo dejando un gusto en mi boca, solo ofreciendo unas simples gotas de agua al que se está muriendo de sed.
Los años pasan y Elladan y Elrohir aún sospechan cuando me visitan, sus penetrantes ojos siempre me observan y examinan, siempre me preguntan porque rechazo todo consuelo, en especial él de ellos. “Haldir no te reprocharía si yacieras con nosotros. Solo tratamos de sosegar tu doliente espíritu con nuestras caricias.” Más yo me niego aunque conozca el toque de los gemelos en mi piel, y es que fueron mis amantes antes de que Haldir llegara a ser mío. Además ¿Cómo podría rendirme a ellos cuando mi fantasmal amante exige toda de mi física energía y me da placer?
Cansado me levanto algunos días, y otros no me levanto en absoluto, y ellos sospechan. ¿Qué? Ni ellos mismos saben, pero sospechan... y me vigilan.
Ahora los hermanos de mi amado sospechan también, más aún Orophin que Rumil. Ambos galadhrim me ayudan a regir el pequeño hogar de elfos permanecientes en la Tierra Media. Ellos deberían recibir el título de Señores de la colonia, y no yo, más respeto es lo que me mantiene con el título sobre mi cabeza, y también la sangre real de los Teleri que corre por mis venas.
Los más sorprendidos de saber que yo seguía con vida fueron justamente los hermanos de Haldir. Una vez Rumil me confesó que cuando dejaron el Abismo de Helm, se despidieron de mí pensando que mi espíritu huiría a los Oscuros Salones para reunirse con su compañero. ¿Cómo podría yo cuando mi compañero continúa aquí? Claro, ellos no lo saben, y seguro sus mentes tejieron cuentos de que realmente nunca amé a mi amante. Me lo insinuaron, pero nunca me justifiqué, no tenía energía entonces... no la tengo ahora.
Veinte años han pasado ya, y siempre busco excusa para permanecer en mis habitaciones. Él me posee allí. Mientras los años pasaban su presencia se ha vuelto más sólida, tanto que algunas veces si me concentro puedo sentir que toco su piel, a pesar de que es gélida, también es algo. Algunas veces trato de buscar conversación con mi fantasmal compañero, pero sólo me responde murmurando mi nombre con esa incorpórea voz, y rara vez pronuncia otras palabras. ¿Desgastará la energía del Sin-Hogar tratar de entablar una conversación? ¿Más que el físico acto de placer carnal? No lo sé, pero he desistido ya de alguna vez tener una iluminante conversación con él.
Siempre permanezco desnudo cuando estoy en mis aposentos, ansío su frío toque. Él me ha tomado en todas las formas concebidas para dos amantes. Me basta con escucharlo susurrar mi nombre y me entrego a la presencia sin queja y con ardor. Sobre mi estómago, posicionado en mis manos y rodillas, contra el muro, de rodillas en el piso, inclinado sobre la mesa, en mi espalda, siempre poseyendo mi cuerpo con fuerza; a veces me resulta extraño porque Haldir disfrutaba conquistar tanto como rendirse, más ¿Que sé yo de los Sin-Hogar? No soy un erudito, y no puedo consultar con alguien que sepa. También ya no necesito estar semidormido para sentirlo. La espectral presencia es casi sólida y yo no me quejo en absoluto.
Sé que esto es lo que me mantiene vivo, y evita que la locura me alcance. ¿O ya estoy loco? Tal vez sí, pero es una buena locura. Ante este pensamiento la primera débil sonrisa en años aparece en mi pálido rostro.
Orophin siempre me ha resentido desde que elegí a su hermano sobre él hace muchas centurias. Haldir ganó mi corazón, si bien Orophin primero ganó mi cuerpo; sin embargo, cuando mi amado y yo confesamos nuestro amor él uno al otro, nuestra relación se tornó exclusiva y no he tomado otro amante desde entonces. No pude entregarle mi corazón, y Orophin me ha resentido desde entonces.
Pero ahora la actitud del segundo hermano de mi amado ha cambiado. Busca más mi compañía aún mientras yo no la deseo, trata de arrancarme de mi auto impuesta soledad donde yo solo quiero más tiempo con mi fantasmal amante. Adorna mi habitación con flores, cocina dulces para mí, escribe canciones y las canta en mi delante, cuando puede roza mi cabello, mi piel, y siempre busca mis ojos a cada momento. Me está cortejando, pero ¿Qué está pensando? Bien sabe que yo tengo dueño. Y sin embargo, lo hace igualmente. Rumil está preocupado.
Yo no protesto. No tengo energía para ello.
El tiempo continúa su curso, y ya han pasado sesenta años desde la muerte de mi amado, sesenta años de que vivo esta muerte en vida.
Exteriormente parezco casi totalmente recuperado de mi pena, pero un atisbo a mi interior atemorizaría hasta al más valiente guerrero. La presencia continua a mi lado, más atrevida que nunca, y Orophin continúa como un pretendiente, y para la sorpresa de todos no lo rechazo, más tampoco lo animo. No tengo fuerzas...
Me encuentro sentado frente a un delicioso arroyo en uno de los claros de los bosques de Ithilien. Mi espalda apoyada contra un sauce, y mi mirada desenfocada sobre las fluyentes aguas. Siento la fría caricia de mi espectral amante, y sé lo que él quiere. Mis ropas caen al piso, mientras me desnudo para él. Nunca la presencia había impuesto sus deseos a campo abierto, pero yo carezco de voluntad para negarme. Además, es un claro relativamente lejano y no recibe muchas visitas.
Me paro desnudo y expuesto ante la fresca brisa de la tarde, mi piel estremeciéndose bajo las deliciosas y frías caricias que recorren mi cuerpo. No duro mucho en pie y me dejo caer de rodillas, y una helada mano me empuja hacia delante, y me sitúo en manos y rodillas como él parece quererme hoy.
Helados dedos recorren mi cuerpo, y un frío aliento toca la entrada a mi cuerpo. Me estremezco y gimo en placer, y de pronto, sin aviso, el gélido y enorme miembro de la presencia penetra dentro de mí con fuerza.
Gritó fuertemente en placer y dolor. Ai, como he aprendido a ansiar esto. La entrada fue tan poderosa que me empuja a través de la suave hierba, mis manos no me sostienen y mi cuerpo superior cae al piso de hierba. Frías manos mantienen mis caderas en el aire e inamovibles, y siento como empieza a retirarse de mi cuerpo solo para empujar brutalmente dentro. Grito de nuevo, no puedo hacer más. Estoy a su merced, a su voluntad. Me posee, me toma, me tiene, soy suyo...
El duro miembro se abre paso dentro de mí con vehemencia, quemando su camino hacia el interior de mi cuerpo, abriéndome y empalándome de forma despiadada, y dolor se esparce por mi abusado pasaje, y con todo exquisito placer consume mi cuerpo. Nunca había sido tan a fondo tomado.
Mi cuerpo empieza a ser impelido hacia delante por la fuerza de las embestidas, mis rodillas quemando al ser arrastradas por el pasto, y él se detiene, lo siento pulsando dentro de mí con increíble claridad, su enorme y helada columna de carne manteniendo la entrada a mi cuerpo abierta. No tengo fuerzas, y aún no he obtenido el pináculo de mi placer. Lo dejo hacer lo que quiera conmigo.
Sus gélidas manos se mueven hacia mi pecho, y con incrédula sorpresa siento que empieza a moverse. ¡Por Elbereth Gilthoniel, mi fantasmal amante se está levantando y me esta alzando con él, su hinchado deseo aún dentro de mí! ¡Nunca había pasado esto! Mis pies dejan el suelo, y mi espalda es presionada contra un sólido pecho, y estoy prácticamente levitando en el aire. Cierro mis ojos apretadamente en temor, mientras él empieza a subirme y bajarme sobre su enorme y gélido miembro, entra y sale con violencia arrancando gritos de dolor y renuente placer de mi garganta. No debo temer me digo, es Haldir, no debo temer. Mío, él murmura como si en respuesta a mis pensamientos.
Mi cuerpo se relaja y ahora hay solo placer, ya no tengo miedo y disfruto las embestidas dentro de mi cuerpo, voceando mi aprobación con fuertes gemidos y agudos gritos. Es exquisito. La culminación corre hacia mí, y sublime placer se dispara a través de mi cuerpo mientras libero mi líquida satisfacción al aire, y riego la verde hierba con mi simiente. Todo mi cuerpo cosquillea en dicha, y siento como soy bajado lentamente al piso al lado de mis ropas, y la presencia me deja disfrutar los deliciosos estremecimientos que recorren mi cuerpo después de tan placentero acto, mientras mis ojos lentamente empiezan a nublarse en sueño.
Mis ojos se abren mientras alguien me despierta con leves sacudidas, y veo el rostro inquieto de Orophin inclinado sobre mí. “Legolas, ¿Que ha pasado? ¿Alguien te ha atacado?”
“¿Atacado?” pregunto. Mi mente está confundida, pero cuando las somnolientas telarañas se apartan de mi cabeza, me doy cuenta sobre la visión que debo presentar ante el preocupado Orophin. He dormido algún tiempo parecería, el sol ya ha descendido fuera de vista, y mientras me incorporo y me siento en la hierba, los brazos del hermano de mi amado me rodean, y me presionan contra su pecho, depositando un beso sobre mi deslumbrada cabeza. Lo dejo hacer, y mi mirada cae a mi lado, hacía la pila que forma mi ropa y mi mano se estira para atraerla y comenzar a vestirme.
“¿Qué ha pasado?” pregunta de nuevo, con un casi inaudible murmullo. Se lo que pasa por su mente. Hallarme desnudo, dormido en la hierba, cabello desordenado y con mis propios fluidos manchando mi cuerpo, debe de ser desconcertante para él. No se que contestar, pero no puedo permanecer callado tampoco.
“Tengo un amante, Orophin.”
“No lo tienes.”
Me sorprende su rápida respuesta, y levanto mi rostro para observarlo. Sus ojos brillan en la tenue luz de Ithil, proyectando tristeza. “¿Como puedes estar tan seguro?”
“Siempre estoy pendiente de ti, mi príncipe, desde tu primer día en Ithilien. No has tenido íntimo contacto con nadie.”
No me asombra su replica, tal vez la esperaba. Pero que equivocado está, desde mi primer día en Ithilien he sido poseído por mi espectral amante. No digo nada más, no sabría como explicárselo, solo me alegro que no haya llegado en el momento cuando fui ferozmente poseído por la presencia. Salgo de su abrazo gentilmente, me pongo mis ropas y comienzo mi camino hacia la colonia. Orophin me sigue, y desde ese día me vigila más cercanamente.
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Desde los últimos cuarenta años, he vuelto a visitar a menudo Minas Tirith, junto con Gimli. Aragorn me sacó de mi auto impuesto exilio viniendo un día a la colonia élfica, y prácticamente arrastrándome a la Ciudad Blanca, manteniéndome cautivo un año entero. Fue desconcertante para mí, nunca me habían obligado a hacer algo contra mi voluntad, pero ahora le agradezco tanto a Estel, siento que he recuperado mi vida. El dolor en mi corazón se ha adormecido, y la presencia, si bien sigue a mi lado, mientras estoy visitando a mis amigos es menos exigente conmigo.
Eldarion es un joven encantador, y las hijas de Elessar y Undomiel son bellas y fascinantes. Sé que secretamente Aragorn y Arwen desean que pida a una de las dulces princesas como mía, más no puedo evitar decepcionarlos. Sigo amando a mi galadhel, en las noches todavía su presencia me conforta y me posee.
Pero he vuelto a reír, y mi espíritu ha hallado relativa calma, aunque mis ojos volvieron a derramar líquida pena también, porque extrañaré a varios amigos, a Merry, a Pippin, a Faramir, a Imrahil, a Eomer, a Eowyn...
Esta noche es por demás extraña, y mientras me encuentro acostado en mi lecho, en mi habitación de Minas Tirith, la presencia se echa sobre mí, y siento fríos labios sobre los míos. Nunca me ha besado, no así, y yazco dócilmente en mi cama mientras sus labios recorren amorosamente mi cuerpo, y su frío toque me llueve con tiernas caricias. Legolas, susurra una y otra vez, como si mi nombre fuera la palabra más preciada en el mundo, y siento como abre mis piernas lentamente, y se introduce dentro de mi cuerpo con delicadeza. Siento su incorpóreo peso asentarse sobre mi entero cuerpo, y yo levanto mis piernas para acomodarlo mejor en mi interior.
Abro mis ojos y veo su brumosa silueta, y mi mirada se conecta con sus espectrales ojos. Lo miro y él me mira. Siento sus fantasmales cabellos rozar mi rostro, y levanto una de mis manos para tocarlo, mis dedos tantean suaves hebras, y me sorprendo. Nunca él ha sido tan tangible a mí como esta noche. Mis ojos no dejan sus destellantes ojos, y mientras una de mis manos se enreda con confianza entre sus cabellos, la otra desciende por su musculosa espalda, y todo el tiempo él se mueve dentro de mí, lenta y cadenciosamente, amándome como no lo hizo la entera centuria que ha estado a mi lado.
Suspiro y gimo en placer, animándolo con mis manos y mis piernas a incrementar la rapidez y el poder de sus embestidas, pero su ritmo es inquebrantable, y me rindo al amoroso acto. Lo siento extraño, y de alguna manera equivocado, pero mi cuerpo lo disfruta y así yo lo hago. Lo siento tan grande dentro de mí, siempre me ha parecido increíblemente enorme, y mi cuerpo siempre ha quedado estirado y doliente después de la cópula, pero sumamente complacido también. Y frío, siempre tan frío. Enorme y frío, son dos cosas que nunca creí asociar con mi élfico amante. Si bien Haldir era bien dotado y un excelente amante, jamás pensé que amando su fëa incomodaría a mi cuerpo, que después de cien años se ha acostumbrado a su medida. ¿Pero, repito, que sé yo de los Sin-Hogar? Y esto no es una queja, solo una observación.
Sus cuidadosos empujes me traen exquisito placer, y arqueo mi espalda apretando mis piernas alrededor de él para sentirlo más profundo aún en mi interior. Él acelera un poco sus deliciosas embestidas, y siento una fría mano atrapar mi excitado miembro y acariciarlo hábilmente. Grito en placer. ¡Nunca la presencia me ha tocado así, tan afectuosamente!
Disfruto esta unión como ninguna otra, y mi cuerpo se estremece mientras mi clímax avanza hacia mí. “Te amo, Haldir.” Susurro fervientemente, y mi espalda se arquea fuera de la cama, y luz explota en mis ojos, mis brazos y mis piernas lo aprisionan a mi cuerpo, mientras mi esencia se derrama entre nosotros. Caigo sin fuerza y totalmente drenado al lecho, y él se retira de mí, coloca una manta sobre mi desnudo y satisfecho cuerpo. Siento un frío y amoroso beso en mis labios, aún mientras mis ojos se nublan en sueño.
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Él se ha ido, su presencia ya no está a mi lado.
Hace más de una semana que no lo siento conmigo, y en las noches extraño sus caricias. Al principio casi entré en pánico al notarlo ausente, pero ahora tengo un torbellino de emociones en mi interior. Preocupación al no saber donde ha ido, ansiedad por su destino. Temor, de no volverlo a sentir nunca más, alivio, al ya no sentirme atado a él. Deseo, al extrañar su placentero, si bien frío toque, extrañeza, de estar al fin solo y no saber que hacer. Pero extrañamente no siento dolor en mi corazón al saber que ya no está conmigo, no siento pena en la falta de su presencia. Siempre todo esto me pareció algo profano, siempre sentí que ambos estábamos condenados al entregarnos así a cada otro. Pero no más, él se ha ido, y con todo mi corazón espero que su fëa por fin haya escuchado la convocatoria de los Valar, y haya ido a los Salones de Espera.
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Elessar ha muerto, mi querido amigo no está más en Arda. Todos lloran y yo también lo lloro, su amor y amistad hicieron que me recuperara de mi pena. Ahora solo me queda Gimli. No creo que pueda soportar otra perdida más.
Elladan y Elrohir están aquí en Ithilien, hablan de construir navíos para navegar al oeste. ¿Ansío partir? Sí, no hay duda en mi corazón. Algo me dice que debo ir a la Tierra Bendecida, siento que algo me llama desde allá.
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Jubilosa. No hay otra palabra con que pueda describir la Tierra Bendecida mientras mis ojos la miran por primera vez sobre la proa del barco. Hay tanta gente reunida para recibirnos, mis ojos recorren la multitud, y mi corazón casi se detiene en mi pecho. Allí está, el deseo de mi corazón en carne y hueso y fëa, todo junto, ondeando como loco sus manos, y con una enorme sonrisa en su bello rostro.
Grito en felicidad, y no espero a que el barco haya anclado, y salto de la proa hacia el agua, y nado el corto trecho hacia tierra, pero a medio camino me encuentra mi amado. En medio de las olas nuestros cuerpos se tocan después de tantos años, mis brazos lo rodean y lo aprietan a mí, mi mejilla enterrada en sus húmedos cabellos. Lo escucho sollozar, y lloro también.
Soy inmensamente feliz.
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Saciado y dichoso descanso entre las sábanas del lecho de mi amado. Mi lecho también de ahora en adelante. Mi amado me ha tenido y yo lo he tenido, mi cuerpo, mi corazón y mi espíritu nunca han sentido tanta dicha. Mi mente ansía preguntarle sobre lo que ocurrió entre nosotros en la Tierra Media, pero mi corazón quiere olvidar, y así es que me dedico a disfrutar de mi amado, que pronto será mi esposo. Hemos estado de acuerdo en unir nuestros espíritus al siguiente atardecer.
Lo amo y él me ama. Soy tan feliz. Gracias Eru, gracias por devolvérmelo igual que siempre. Mi corazón temió hallarlo cambiado por nuestro extraño encuentro en las tierras del otro lado del mar, pero él es todo lo que amé cuando me enamoré de él, eso y más. Soy tan dichoso.
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Estoy nervioso y muy emocionado. La ceremonia que lo hará mi hervenn será dentro de una hora, y él está con sus hermanos, alistándose, y yo estaba con mis padres y Gimli, pero quise salir a tomar un poco de aire. Soy tan feliz de que este momento haya llegado, que necesito despejar un poco mi mente, antes que me comporte como un tonto.
El bosque detrás de nuestro hogar me parece perfecto, y aquí estoy caminando entre los árboles, y hablando con ellos. Les cuento de mi felicidad.
Veo una figura más adelante, y curioso, mis pasos me acercan a ella. Mientras más cerca llego un sentido de intranquilidad se apodera de mí, tanto así que detengo mis pasos y estoy a punto de darme la vuelta y volver por donde vine, más el extraño empieza a caminar hacia mí, y ante la luz del sol que empieza su lento descenso en el cielo, mis ojos parecen reconocer al elfo que se acerca a mí.
“No...” un grito estrangulado sale de mi garganta, y mis ojos se abren enormemente, aterrorizados. Intento retroceder, retirarme apuradamente ante está visión que sin duda Melkor mismo a puesto en mi camino, más tropiezo y caigo. Mis elegante y finas ropas golpeando conmigo la fresca hierba del bosque.
El extraño corre hacia mí, y no es otro que la presencia, ahora con un cuerpo tan substancial como el mío. Me agarra de un brazo, y yo forcejeo su asimiento, más estoy tan confundido y atemorizado que me jala como si yo fuera un niño, y me abraza a su pecho. “Legolas.” Susurra, su voz ahora definida y lírica.
Yo peleo en sus brazos, tratando de salir de ellos. “No, suéltame, suéltame.” Imploro débilmente. Su aparición me ha quitado las fuerzas, y no puedo zafarme de su apretado abrazo. Él empieza a besar mis cabellos, y yo sollozo contra su pecho en desesperación. No tengo más energía, y mi cabeza cae pesadamente contra su hombro.
“No llores, mi amado.” Me dice, y yo sollozo ante el amor en su voz. “He venido por ti, mi príncipe. Eres mío.”
“No... no... no.” Me quejo y lloro, y mis fútiles intentos de escape vuelven a empezar cuando él posa sus labios contra los míos. Sacudo mi cabeza vigorosamente, negándome a su oral caricia, y él entiende, y se conforma con besar mis cabellos.
“Déjame ir.” Susurro frágilmente, mi cabeza ha vuelto a descansar pesadamente en su hombro. Mi cuerpo inerte en sus brazos.
“No.” Es su firme repuesta.
Él comienza a balancear nuestros cuerpo de atrás hacia delante, ambos arrodillados en el piso, sus brazos a mi alrededor. Murmura palabras cariñosas en mi oído que no entiendo, o no quiero entender, y mi mente empieza a trabajar apresuradamente.
Él es alto, más así que Haldir o yo, más aún que mi padre que es alto aún para nuestra raza. Su cabello es largo, muy largo, y le llega hasta la cintura, y negro, por Elbereth, su cabello es negro, y sus ojos también. Ahora entiendo porque siempre me pareció tan oscuro cuando era un fëa Sin-Hogar en la Tierra Media. Todo en él es oscuro, excepto su piel, que es pálida y tersa. Y con todo él es hermoso más allá de toda descripción. Su nariz bien formada y altiva, sus ojos delicadamente formados rodeados de largas y espesas pestañas, su frente amplia y despejada, su boca elegantemente delineada y de un suave tinte rosado.
“¿Quién eres?” Es lo que mi mente alcanza a formular. Ya que no puedo escapar, al menos quiero saber quien es mi captor.
“Lomion.” Responde él, sacando su rostro de entre mis cabellos, y mirándome con sus oscuros y penetrantes ojos. “Más conocido soy con el nombre de Maeglin.”
“Maeglin.” Murmuro. Ya sabía quien era desde que me dio primero el nombre que le puso su madre. Así es que Maeglin es mi apresador, y fue mi amante por toda una centuria en la Tierra Media cuando yo pensaba que era el fëa de mi amado. Ahora todo se explica por sí mismo. La ansiedad, oscuridad, vehemencia, desesperación, brutalidad, energía, y tantas cosas, y mientras lo escucho susurrar palabras afectuosas en mis puntiagudos oídos, entiendo también la última noche que pasamos juntos. Su corazón llego a sentir amor hacia mí.
Él suspira cansadamente, y sus ojos, mientras vuelven a buscar los míos, brillan con humedad y reflejan amor y tristeza. Él levanta una mano y acaricia tiernamente mi mejilla, inconscientemente mi rostro se inclina hacia la caricia, tan familiar es en su simplicidad, y él sonríe, y yo tiemblo.
“No me temas.” Dice Maeglin. Y él sabe que no temo su nombre ni su pasado, sino lo que él representa al estar ahora presente ante mí.
Yo suspiro y él besa tiernamente mi mejilla. “Sé que no estas destinado para mí, Legolas.” Él dice, y estás palabras traen esperanza a mi corazón, esperanza de que no todo está perdido, él lo nota y sonríe tristemente. “Sé que lo amas, lo he conocido siempre. ¿Como no saberlo si te encontré muriendo de pena en su tumba, y durante los cien años de nuestra extraña convivencia no dejaste de mencionar ni un solo día su nombre? En celos te hacía mío despiadadamente, y te hacía disfrutar y ansiar nuestra copulación. Te llegué a amar, Legolas, y este amor me ha salvado... Aún te amo”
Sus ojos tienen tanta pena, y mi corazón se entristece. Por mi propia voluntad levanto una de mis manos, y acarició su mejilla como él ha acariciado la mía. Sus brazos han aflojado su apretado mantén, pero aún me sostienen contra su sólido pecho. Ahora todo es cálido. Sonrió ante el pensamiento, y mis ojos lo miran inquisidoramente. “¿Por qué viniste a mí? ¿Por qué me hiciste creer que eras Haldir?”
Él suspira de nuevo, esta vez pesadamente. “Solo la verdad te diré, mi HojaVerde, y es esta. Cuando te vi sobre el túmulo de tu amante, mi espíritu te encontró hermoso, y te deseé. Hace tiempo que mi fëa deambulaba por La Tierra Media, y deseo así, milenios que no lo sentía. Pero tú estabas decayendo rápidamente, y la única forma de mantenerte vivo era engañarte. Jugando con tu mente y hacerte creer que era el fëa de tu amante...”
“Y funcionó.” Interrumpí irónicamente.
“Sí.” Dijo él arrepentidamente. Tomó un profundo aliento y continuó. “Más, mientras el tiempo pasaba y tú entregabas más de ti, mi fëa adquirió la suficiente fuerza como para expulsar tu fëa y apoderarme de tu cuerpo. Pero extrañamente no deseaba eso, y empezó a perturbarme el amor que sentías por tu amante. Quería que me desearas a mí, y varias veces estuve a punto de revelar mi verdadero nombre ante ti. Más no lo hice, y los años pasaron y te llegué a amar, y ya no podía tratarte como antes, ya no podía lastimarte y disfrutarlo. Así es que me entregué libremente a ti, mi amor que nunca había entregado a nadie, ni siquiera a ella, mi bella prima Idril, lo que creí amor en ese tiempo fue solo avaricia. Y mientras más amaba tu cuerpo con mi corazón, más algo cambiaba en mi interior, hasta que un día, ya cien años de nuestra unión, escuché el llamado de los Valar... de nuevo. Y no sin dolor en mí te dejé, pero sabía que ya estabas seguro, y Mandos me acogió en sus Salones, y me dijo que esta desinteresada acción, aún cuando no fuera así en un inicio, me había salvado, y que en verdad el amor puede absolverlo todo.”
Escuché con asombro su explicación. Maeglin, un príncipe de la antigua Gondolin, y su destructor, me amaba. Y sonreí cálidamente a él, porque todo amor, aún si este no es correspondido, da felicidad al corazón. Ladeé mi cabeza y bese su frente, y lo escuché suspirar en contento.
“Como dije, mi amado. Sé que no es mi destino estar a tu lado. Otro lo ganó legítimamente. Pero he venido a ti, depositando mi amor a tus pies y con una petición en mis labios. Y es que seas mío ahora, y me dejes amarte por primera vez con mi cuerpo, y me dejes sentir tu placer en mi interior también.”
Me estremecí ante su petición. “No... No pidas esto de mí.... No puedo... Yo amo a...” Sus dedos sobre mis labios acallaron mis palabras, y él volvió a sonreír tristemente.
“Lo sé. Como sé que hoy te unirás a él por toda la eternidad. Por eso estoy aquí hoy, mi bello príncipe. Aún no eres su bereth, por lo tanto puedes ser mío... al menos por unos momentos.”
Sus ojos imploran a los míos, y sus manos ruegan con suaves caricias a mi rostro. “No puedo...” Susurro débilmente, porque la duda ha entrado a mi corazón.
“Sólo una vez, mi HojaVerde... al menos hazme tuyo.” Suplica casi desesperadamente, y ante el dolor en su voz, estoy perdido.
Escondo mi angustiado rostro entre sus oscuros y abundantes cabellos, y él sabe que he accedido, me conoce tan bien, ha tenido toda una centuria para conocer todo de mí. “Él entenderá, mi amor. Él entenderá porque te ama.”
No puedo hablar, mi aflicción se manifiesta en lágrimas acudiendo a mis ojos, obstaculizando las palabras que deberían salir de mi garganta. Él baja su rostro al mío, y para mi eterna censura lo deseo como antes, sino más. Perdóname Haldir. Mi corazón grita, “Lo hará, meleth nin. Él te perdonará.” Maeglin contesta a mis pensamientos, sin duda me conoce bien.
Sus manos empiezan a desvestirme con cuidado, atento a no arrugar mi traje... mi traje de boda. Mientras me desnuda besa cada pedazo de mi piel expuesta a él, mientras susurra palabras de amor a mis oídos. Mis manos cobran vida por si mismos, y yo empiezo a despojarlo de sus prendas también, más yo no soy cuidadoso, y tiro y jalo, en prisa por ver el bello cuerpo de mi antes espectral amante.
Los árboles nos rodean, como si para darnos privacidad, y estoy agradecido a ellos, porque este bosque es frecuentado. Él me tiende sobre la espesa hierba, y posa su cuerpo sobre el mío suspirando en dicha. Mis manos acarician su espalda, ávidas, vehementes, y mis piernas se abren para acomodarlo entre ellas. Yo no lo beso, más él recorre con sus suaves labios cada porción de mi cuerpo revelado a él.
“Eres tan hermoso, mi Legolas.” Maeglin se levanta sobre mí, sostenido en ambos brazos, y su mirada recorre mi cuerpo desnudo y anheloso. Su cabello cayendo en cortina sobre sus hombros, escondiéndonos del mundo. Mis manos alcanzan por él, jalándolo hacia mi cuerpo de nuevo, impaciente por sentirlo una vez más. Más él me detiene. “Despacio, mi amor. Déjanos disfrutar nuestro momento juntos.”
“No. Rápido.” Refuto, y él me mira tristemente, con pesar en su mirada, y yo deseo no haber hablado.
“Por favor.” Es lo único que dice, y yo me rindo, e inmovilizó mis impetuosas manos.
Lentamente él empieza a recorrer de nuevo mi cuerpo con sus labios, besando, lamiendo, saboreando, y yo suspiro en contento, en pasión. Desde la punta de mis pies hasta la punta de mis cabellos él explora, para luego girarme sobre mi estomago y empezar el recorrido de nuevo, sondeando territorio no menos conocido a él, pero estudiando y aprendiendo a fondo ahora. Todo el tiempo yo muestro mi apreciación con suaves suspiros y animosos gemidos. Él vuelve a girarme sobre mi espalda y atrapa mis labios en un dulce beso, y yo me rindo ante su amor y lo beso tan fervientemente como soy besado.
Él nos gira alrededor, y ahora soy yo quien está sobre su cuerpo, y mi corazón late fuertemente en mi pecho, porque esto nunca había pasado antes... no había sido posible. Yo sonrió, y acarició su rostro con ternura, y mis labios descienden a explorar su piel suave y tentadora. Mi boca desciende por su pecho, y estoy orgulloso de mí mismo al escucharlo gemir en placer. Beso ávidamente su plano abdomen y al fin alcanzo mi meta. Mis ojos se abren enormemente al observar su túrgida columna de carne, erecta, entre sus piernas. Es impresionante. ¿Cómo pudo haber cabido todo eso dentro de mí antes, aunque él fuera solo un Fëa Sin-Hogar? No me sorprende ahora la profunda incomodidad que sentía atrás entonces. En simples palabras, él es inmenso. Mis manos se aferran a su duro deseo y empiezo a acariciarlo lentamente. Alzo mi mirada y lo veo levantado sobre sus codos, observándome, sus ojos nublados con pasión, y su boca entreabierta en disfrute.
Subo de nuevo sobre su cuerpo, esta vez a horcajadas sobre sus caderas y me posiciono dispuesto a introducirlo dentro de mí, más él me detiene. “No... Tómame primero... Quiero ser tuyo.” Él susurra, y yo me niego. No puedo poseer a otro que no sea mi amado. Esto, yo puedo permitirlo porque ya ha pasado antes, él ya me ha tenido antes, y es solo la justa consecuencia de todos nuestros encuentros anteriores. Mi libre albedrío y mi mente clara, son los regalos que le puedo dar a mi cautivante salvador ahora, y con una tierna sonrisa en mis labios empiezo a bajar mi cuerpo sobre su ardoroso miembro.
Lastima... es tan grande... y me abre y estira como ningún otro. Sigo bajando lentamente mientras centímetro por centímetro empieza a penetrar sólidamente en mi cuerpo. Sus manos, ahora muy cálidas y bienvenidas, vuelan a mis caderas, sosteniendo, afirmándome, apoyándome en mi atormentante descenso hasta que estoy firmemente sentado sobre él, respirando con dificultad. Está tan vivo, tan caliente, tan palpitante dentro de mí, llenándome casi insoportablemente. Él permanece inmóvil y yo también, ambos disfrutando esta comunión de nuestros cuerpos. A pesar de que él no se mueve yo gimo piadosamente en placer, su enorme carne presionando firmemente el delicioso lugar en mí que me trae delicioso éxtasis. ¿Cómo podría no hacerlo, si todo de él toca cada parte de mi interior y parece crecer más aún, enterrándose en mis profundidades como si no deseara salir jamás?
Al fin abro mis ojos, y mi mirada desciende a su rostro. Sus ojos brillan con humedad, y su boca está abierta y jadeante. Me inclinó hacia delante con la intención de alcanzar sus labios, y su poderoso miembro se mueve en mi interior, haciéndome gemir sonoramente en placer. “Eres tan enorme...” Le dijo besando sus labios. Él ríe bajito, y me besa con pasión.
Lomion nos gira alrededor de nuevo y ahora estoy en mi espalda una vez más, con él alojado hondamente en mi cuerpo. Mis piernas vuelan para abrocharse detrás de su espalda, y mis brazos aprietan su cuerpo al mío. “Tómame.” Le digo, y él así lo hace.
Es tierno y considerado, donde antes fue brutal y despiadado. Entra y sale de mi cuerpo con firmes y deliciosos empujes, mientras no cesa de besar cada parte de mí a su alcance. Mis gemidos son continuos ahora, y suaves gritos de pasión escapan de mis labios con cada embestida dentro mi cuerpo. Empiezo a moverme con él, deseando el éxtasis que está tan cerca de mí, y él entre besos susurra cuanto me ama, y como siempre permaneceré en su corazón. Sus empujes son más fuertes y apasionados, con todo amorosos, ahora, y mis gritos acompañan su continua entrada y salida de mi interior, mi espalda arqueándose para recibirlo más profundamente si es posible. Estoy tan cerca y él lo sabe, y con una final, vigorosa embestida mi clímax llega sobre mí, y grito su nombre en pasión, mientras él grita él mío. Por primera vez siento su esencia inundando mis profundidades, y lloriqueo débilmente en la íntima sensación.
Cuidadosamente él se retira de mi cuerpo, pero igualmente gimo ante la pérdida, sintiéndome extrañamente vacío. “Mi hermoso amado.” Murmura, mientras sus labios bajan a beber la esencia que he derramado sobre mi abdomen, y lloriqueos vuelven a escapar de mis labios ante la erótica visión.
Me siento tan exhausto, y el sueño crepita sobre mí, nublando mis ojos, pero no quiero dormir aún. “Lomion... yo...” Intento hablar, más él no me deja.
“No digas nada, melmenya. Gracias por este maravilloso regalo, no sabes cuan feliz me hace.” Dice con lágrimas en los ojos, y yo también lloro, aún mientras el sueño desenfoca mi vista. “Descansa y sé feliz...” Es lo último que escucho antes de que me rinda a los sueños de Irmo.
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Soy despertado por manos sacudiendo mi cuerpo, y abro mis ojos para ver a un perturbado Orophin frente a mí. “Legolas ¿Qué ha pasado? Ya es tarde, y me han enviado en tu búsqueda.”
Sé lo que él ve, y sus ojos se niegan a creerlo. Mi cuerpo yace desnudo en la hierba, junto a mis ropas, y recuerdo un tiempo donde él me halló en una situación similar. Casi puedo leer la misma pregunta en sus ojos, y que ahora su boca no se atreve a pronunciar. ¿Alguien te ha atacado? Me preguntan sus ojos, y no Orophin, ahora como en ese entonces nadie me ha atacado, pero tampoco puedo contarte lo que ha sucedido.
Me incorporo lentamente, sé que él puede ver claramente los fluidos de pasión manchando mi cuerpo, pero no me avergüenzo. Hice lo que mi corazón me dictaba, y mi conciencia está tranquila.
“Iré a la casa, Orophin. A asearme y arreglarme. Por favor, lleva palabra a Haldir que deseo hablar con él, que me alcance en nuestro hogar”
“Legolas, no irás a...”
No lo dejo terminar. “No, Orophin. Mi corazón anhela una unión esta tarde, más yo no lo forzaré si él decide lo contrario.” Y mi corazón tiembla ante la posibilidad de que mi amado me repudie, pero yo moraré por sus deseos sean los que fueren.
Y así Haldir llega a mí, y yo ya he bañado mi cuerpo de todo signo exterior de pasión, y estoy pulcramente vestido en mis formales ropajes, mi dorado cabello tejido de nuevo en las elaboradas trenzas de mi linaje.
Y yo abro mi corazón a Haldir, y le cuento todo lo que ha pasado, no solo hoy, sino los últimos cien años. Y él me escucha, y puedo ver el dolor en sus ojos, y puedo sentir la pesadez en mi corazón. Me odio momentáneamente por ser la causa del dolor de alguien a quien amo más que a mi propia vida. Termino de hablar, y él permanece en silencio, dándome la espalda. Dolor aprieta mi corazón, y las lágrimas acuden a mis ojos y descienden por mis mejillas. Hay una silla cerca, y torpemente me siento porque mis piernas ya no pueden soportar mi peso.
Y en eso escucho su amada voz, teñida de dolor y angustia. “¿Lo amas, Legolas? ¿Has decidido abandonarme para ir a él? Ai, amado mío. ¿Para qué volver a la vida solo para morir de nuevo de un corazón roto?”
Mi amado galadhel gira su cuerpo hacia mí, y puedo ver su rostro bañado en lágrimas, mientras un sollozo fuerza salida de su garganta.
Asustado corro a él, y lo abrazo tan apretadamente que estoy seguro lo lastima. “No... Haldir. No, amado. ¿No lo entiendes? Todo el tiempo fuiste tú, todos esos años fuiste tú, solo tú. Sólo hoy fue él. Sentí que de alguna manera que se lo debía, y también fue como una especie de clausura de todo lo que pasamos juntos. Te amo Haldir. Te amo, deseo de mi corazón.”
Mi amado me aprieta contra su pecho, sus brazos rodeándome como los míos lo rodean, su cara hundida entre mi cuello y hombro. “¿Estás seguro, meleth nin? ¿Estás seguro de que es a mí a quien amas?” susurra en mi oído, sus palabras desesperadas, su voz quebrada.
“Ai, Haldir. Perdóname por causarte este dolor, melmenya. Y sí, estoy seguro. Mi corazón te pertenece y mi fëa ansia por su compañero.” Murmuro en su puntiagudo oído, y él me aprieta más estrechamente en sus brazos, y siento como poco a poco se va calmando, y sus sollozos se disipan.
“¿Aún... aún te unirás a mí, amado mío?” Haldir pregunta temerosamente, y yo levanto su rostro de mi cuello para mirar firmemente a sus ojos, para que él pueda ver la verdad en los míos.
“Solo si tú todavía me tendrás, meleth nin.”
Él sonríe brillantemente, y es como si Anor estuviera saliendo para iluminar el entero cielo con su brillantez. Su beso es apasionado, como si deseara borrar todo vestigio de otro de mi ser, y sé que eso es precisamente lo que pasa por su mente. Rindo mis labios a él, después de todo soy suyo, y él puede hacer lo que quiera conmigo, y mientras su beso se profundiza, gimo suavemente en felicidad. Ninguno puede traerme tanta dicha con un solo beso, nadie puede hacerme flotar por las nubes con sólo esta amorosa caricia como él. Mi Haldir.
Él rompe nuestro beso, y yo lloriqueo en protesta. “Debemos arreglarnos, amado de mi corazón. La Señora Galadriel espera, y no se debe hacer esperar mucho a una Dama.”
Yo sonrió brillantemente en acuerdo, y ambos nos arreglamos para luego salir del brazo, juntos y felices, rumbo a nuestra boda.
Después de todo Maeglin tenía razón. Haldir entendió, él me ama.
El amor lo absuelve todo.
El Fin