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Seokjin había conseguido aquel lujoso y elegante departamento gracias a la herencia de una tía que, por falta de hijos y nietos, lo había elegido a él como heredero de todo cuanto poseía, al momento de morir. A menudo Jin agradecía que su querida tía no hubiera muerto allí mismo ya que se hubiera rehusado a aceptar tan maravilloso lugar, con una hermosa vista de la ciudad, si el alma de ella aún merodeaba por allí. No creía que su corazón pudiera soportar tal pavor.
Ubicado en uno de los barrios más prestigiosos de Seúl y codiciado por muchas personas que quisieron comprárselo a su tía durante toda su vida, el departamento era el lugar en donde Jin siempre había soñado vivir. No muy lejos de la academia de música donde trabajaba, en un lugar bastante tranquilo a pesar de ser céntrico y con las arterias del transporte público a tan solo metros de allí, se encontraba en el 13° piso y medio perímetro exterior estaba compuesto por amplios ventanales brindándole una hermosa vista de la ciudad mientras le daba la sensación de estar flotando en el aire, o viviendo en una burbuja.
El departamento era demasiado amplio para él solo, pero luego de asentar el piano de cola frente a aquellos ventanales, haciendo de ese rincón una especie de estudio abierto para componer y practicar todas las tardes, cubrir las estanterías con su numerosa colección de libros y las paredes con los cuadros que había ido comprando desde adolescente, y otras tantas cosas decorativas más a lo largo de pasillos y habitaciones, sintió al lugar como el hogar ideal para pasar el resto de su vida tranquila y cómodamente. Estaba perfectamente aislado acústicamente (para que sea sencillo tanto para él al momento de practicar como para sus vecinos al convivir con un músico), y tenía muy buena acústica dentro de él. Eso era lo que no le permitía a Seokjin dormir por las noches. Por alguna extraña razón que no podía descifrar, el departamento se tornaba espeluznante por las noches para desgracia de su susceptible y altamente asustadiza personalidad, y la perfecta acústica traía a sus oídos toda clase de aterradores sonidos impidiéndole dormir pacíficamente.
Sin embargo, Jin era muy feliz allí.
Donde sea que observara, cada rincón de aquel espléndido lugar brindaba una cálida y acogedora sensación a hogar. Su hogar. Donde pensaba pasar el resto de su vida, tal vez casado y con hijos, y luego cuando finalmente llegara su tiempo de retirarse, se convertiría en su refugio donde se dedicase a tocar el piano únicamente por placer cuando solo le diera la gana y sus artríticos dedos lo permitieran. Siempre pedía a los cielos que eso fuera en un futuro muy lejano, a una edad avanzada, luego de disfrutar plenamente de una vida dichosa. Pero a pesar de haber puesto especial esmero en esos detalles y estar rodeado de sus cosas, las noches seguían siendo igual de aterradoras, sin que pudiera hacer nada por mejorarlas, y Jin era incapaz de pegar un ojo por los sonidos que resonaban en toda la casa y que cada vez parecían acercarse más a su habitación que mantenía celosamente con la puerta cerrada.
Aquellos hechos aislados habían comenzado a suceder a la semana de su mudanza.
Las ventanas se abrían repentinamente en cualquier momento del día, y cuando no lo hacían las cortinas igualmente se movían y flotaban como si estuvieran abiertas recibiendo corrientes de aire. Las puertas chirriaban desesperada y desagradablemente al moverse por su propia cuenta a cualquier hora. Los objetos se movían solos, o desaparecían repentinamente, para aparecer horas, días, semanas después, en otro lugar. El ambiente cambiaba repentinamente su temperatura, y ya había perdido la cuenta de las veces que se había quemado, o congelado, mientras se bañaba, porque los grifos habían decidido cerrarse de repente por voluntad propia. Y no quería detenerse siquiera a prestar atención a lo que decían los murmullos que oía como si alguien estuviera susurrándole constantemente al oído.
La única explicación que Seokjin le encontraba al sorprendente hecho de no haberse infartado del miedo aún, era la poderosa negación que ejercía su mente para no admitir que lo que estaba sucediendo era realmente lo que creía que era, porque sabía que su corazón no resistiría el terror que ello le causaría. La otra explicación (que más que explicación era una indulgencia) era que todos los escalofriantes sucesos parecían detenerse durante sus prácticas por la tarde. Las horas que Jin pasaba sentado frente al piano tocando todas las melodías de su repertorio, el departamento (que parecía embrujado) le daba una tregua, permitiéndole hacerlo en paz y armonía. Tal vez por eso Seokjin no había perdido la cabeza aún. Eso y el hecho de que había puesto un esfuerzo enorme en ambientar ese lugar como su hogar soñado, como para que unos simples ruidos lograran que lo abandonara.
Jin practicaba religiosamente sus lecciones de piano todos los días al atardecer.
Había algo simplemente encantador en los hermosos colores de la hora mágica en el cielo de Seúl que provocara que quisiera tocar a esa hora, con los últimos rayos del sol rebotando en los altos edificios como si deseara aferrarse a ellos y permanecer sobre el horizonte unos minutos más sin ponerse del todo aún, y el lugar frente a los amplios ventanales donde había situado el piano hacían posible ese pequeño placer diario que se daba a sí mismo, y que siempre lograba relajarlo e inspirarlo, olvidándose que tal mal pasaba las noches allí.
No era necesario que tuviera horarios tan rigurosos para sus prácticas, pero Jin lo hacía sin falta todos los días al atardecer. Se sentaba al piano horas antes para que cuando los colores de la hora mágica comenzaban a aparecer por el horizonte a través de los amplios cristales de las ventanas, dándole al cielo una sensación de pintura a la acuarela, con hermosas pinceladas en purpuras y lilas, rosas, amarillos y naranjas a los que el índigo de la noche comenzaba a devorar lentamente mientras se salpicaba de estrellas diminutas y brillantes, lo agarrara en pleno momento de inspiración y éxtasis musical y sentir que acababa de ingresar a una dimensión absolutamente distinta, llena de sensaciones y colores y notas musicales rodeándolo dulcemente. Jin pasaba horas y horas sentado al piano, abandonándose a la música sin ser consciente del paso del tiempo, olvidándose de todo lo demás, hasta que su estómago era el único responsable de indicarle que había caído la noche y que necesitaba alimentarse e irse a la cama a descansar.
Y aquella fatídica tarde no fue diferente a las anteriores.
Reconocía que le faltaban horas de sueño y buen descanso, pero no podía perderse su práctica por nada del mundo, así que aquel día forzó un poco más de lo habitual sus límites. Su próximo concierto estaba tan solo a días, y no podía permitirse ninguna falla, por lo que hizo a un lado el estrés, el cansancio y el hambre, para entregarse una vez a la música. Como tantas otras veces, Jin se abandonó a la música, pero esta vez con el claro objetivo de despejar su mente del embrollo de ideas que lo tenían al borde del colapso, y a su ser del cansancio y de la frustración que venía arrastrando en el último tiempo. Todo pronto acabaría y su esfuerzo habría rendido frutos. Con suerte todo acabaría con el concierto y podría tomarse unas merecidas vacaciones antes de comenzar su temporada nuevamente.
Jin toco su pieza magistralmente. Sus dedos no arrancaron más que perfección del hermoso instrumento situado frente a los ventanales desde donde se podía ver completamente la hermosura de Seúl que, teñida de violetas, lilas e índigos, comenzaba a encender sus luces y destellaban frente a él como amatistas suspendidas en el horizonte. La melodía fue armoniosa y la entonación justa, el tempo estuvo milimétricamente medido en todo momento, y sus manos ágiles y gentiles sobre las teclas del piano no se detuvieron ni un segundo. Con cada nota acertada, su ser se vaciaba de toda la toxicidad que sentía sobre él, las presiones y exigencias de su trabajo, la soledad y amargura que frecuentemente solían dejarlo sin aire, y su mente se despejaba de la confusión y las ideas sombrías que tanto lo abrumaban, relajando su cuerpo, serenando su alma.
Jin tocó como si estuviera haciéndolo en el concierto, dando lo mejor de sí mismo como siempre.
Tocó como si fuese la última vez que lo haría.
Y así fue.
En cuanto sus manos se detuvieron sobre las lustrosas teclas del instrumento, con las últimas melódicas notas aún resonando a su alrededor en el aire de la silenciosa sala, un ferviente y entusiasmado aplauso resonó a sus espaldas, felicitándolo por tan exquisita pieza musical y el pequeño concierto ofrecido a tan reducido público. El sonido resonó potentemente en sus oídos perforando el profundo silencio que había a su alrededor, generándole una fría sensación de terror que congeló sus venas y atravesó su pecho como una daga de hielo, mientras entumecía su cuerpo. La sorpresa y el espanto provocaron que sus manos se apoyaran inconscientemente sobre las teclas del piano, arrancándole un lastimoso y desafinado “ clank ”, y de que su visión se fuera repentinamente a negro y cayera inconsciente al suelo deslizándose de la banqueta.
5 AÑOS DESPUES.
Taehyung había pasado décadas solo en aquel lugar. Tanto, que ya no recordaba con exactitud de cuanto se había tratado, solo que se había limitado a existir solo y aburrido, sin un amigo.
Siempre había deseado compañía. Simplemente era un alma diseñada para socializar, incapaz de estar sola, y estaba convencido que nunca había tenido problemas con ello y sus métodos para lograrlo, hasta que decidió acercarse a Seokjin con la esperanza de que pudieran ser amigos.
Tae había intentado de todo para llamar su atención.
Le abría las puertas a lo largo de la casa cada vez que el joven se trasladaba de una habitación a otra, o las cerraba cuando las olvidaba abiertas luego de salir de ellas. Lo mismo con las ventanas, cada vez que deseaba que el ambiente renovara el aire y Seokjin pudiera apreciar la brisa que ingresaba por ellas. Corría las cortinas cuando era de día para que la luz natural inundara el organizado y amplio departamento, y las cerraba de noche o cuando notaba que la luz incomodaba a Jin cada vez que deseaba tomar una siesta en el sillón. Movía los objetos de lugar para que Jin pudiera hallarlos con mayor facilidad ya que solía olvidarse el lugar en donde los había dejado por última vez. Las llaves eran uno de los objetos que Tae siempre le “alcanzaba” , al igual que los alimentos y objetos en la cocina para que le resultara más práctico y rápido cocinarse por las noches cuando estaba tan cansado de haber practicado toda la tarde. Tae siempre se preocupaba por el bienestar y la comodidad de Seokjin dentro del departamento, por ello siempre intentaba que estuviera cálido cuando notaba que tenía frío, o fresco cuando lo notaba acalorado. Y cada vez que lo notaba decaído intentaba animarlo al hablarle. Taehyung amaba hablar, pero el joven músico simplemente lo ignoraba, ¡como si él no existiera!
En los únicos momentos en los que Tae mantenía distancia con Jin era por las tardes durante las practicas del joven en el piano, porque prefería sentarse a su lado y contemplarlo tocar mientras disfrutaba de hermosas y melodiosas piezas musicales. Taehyung amaba la música, siempre lo había hecho y se había emocionado mucho cuando notó que Seokjin ubicaba el gran piano y hacía de aquel rincón frente a los amplios ventanales desde donde tanto le gustaba ver la ciudad, su pequeño estudio. Una sensación cálida se había derramado en él cuando notó que era el rincón favorito de Jin también. Taehyung aguardaba ansiosamente todas las tardes para sentarse cerca de Jin y presenciar sus prácticas porque amaba oírlo tocar el piano. Eran los momentos en los que permanecía en absoluto silencio, dejando que las dulces melodías inundaran su alma y lo elevaran a otro plano, lleno de colores, sensaciones y notas musicales rodeándolo dulcemente como pequeñas y destellantes lucecitas.
Siempre se abstenía de intervenir incluso luego de ello porque le encantaba observar la paz y la felicidad suavizando los rasgos del hermoso rostro de Seokjin como si aún se encontrara en trance, flotando dulcemente en otro plano y estuviera arribando lentamente de él hasta aterrizar nuevamente en la tierra, pero aquel día no había podido evitarlo. Seokjin había puesto alma y corazón en las piezas que había tocado, conmoviendo profundamente a Taehyung.
Y lamentablemente Tae supo que de algún modo había cruzado más de un límite cuando, dejándose llevar por el deleite y la maravilla de aquella magnífica pieza musical tocada magistralmente por el joven, no pudo contenerse y aplaudió fervientemente, deseando transmitirle al joven concertista cuan magnífica, cuan exquisita, cuan perfecta le había parecido la melodía. Jamás se hubiese esperado una reacción tan desagradable por parte del mayor, por supuesto, pero en el último tiempo había sido habitual para él recibir ese tipo de reacciones en las personas. Era por eso, que la anterior dueña de aquel departamento, había decidido mudarse y ponerlo en sucesión de manera inmediata.
Al menos la anciana había tenido un corazón mucho más fuerte que el de su sobrino.
Ahora, Taehyung pasaba los días intentando acercarse a Jin que, a pesar de las nuevas circunstancias, aún seguía ignorándolo, profundamente ofendido con él. Tae no lograba comprender a qué se debía. Él solo quería un amigo con quien charlar y reír, y pasar el resto de la eternidad...
Taehyung encontró a Jin, como todas las tardes desde el incidente del aplauso, en su habitual rincón, de pie frente a los ventanales del departamento observando la hermosa vista de Seúl y se acercó a él. El piano a sus espaldas, había permanecido intacto en su lugar los últimos cinco años sin que nadie le hubiera dado uso y no pasaba desapercibido para Taehyung el esfuerzo sobrehumano que Seokjin realizaba constantemente para no ceder a la tentación y voltearse a observar fijamente el instrumento, lamentándose por todo lo que había perdido, y añorando lo que podría haber sido.
A pesar de ello, jamás abandonaba la habitación y pasaba horas de pie a los amplios ventanales, observando el lento movimiento de la ciudad a sus pies.
-Hyung…- llamó Tae susurrando con su grave voz, intentando no sorprenderlo.
Seokjin siempre le había parecido sobrenaturalmente hermoso, pero desde hacía cinco años, cuando se colocaba todos los días frente a los cristales a observar el atardecer (ya que era lo único a lo que podía limitar su existencia ahora), y los colores de la hora mágica bañaban su traslúcido ser, dándole un aire de purpúrea aurora boreal y el mágico brillo de un ópalo, Taehyung sabía que en toda su fantasmal existencia no había visto nada más hermoso que aquella visión.
Y como todas las tardes desde hacía cinco años, el rostro de Jin se endurecía notablemente ante su llamado, sus facciones se oscurecían al oír su voz, sus ojos se cerraban un instante, como si pidiera clemencia y las fuerzas necesarias a los cielos para soportar un día más y comunicarle con voz fría y apretada que por nada del mundo lo quería cerca suyo.
Taehyung sabía que Seokjin lo rechazaría y a pesar de que eso dolía demasiado, debía seguir intentándolo. Sabía que en algún momento dejaría de ignorarlo y finalmente cedería. Había esperado toda una eternidad para poder tener un amigo, esperar un poco más, no le haría ningún daño.
-Ahora no- murmuró Jin con dientes fuertemente apretados, ceño fruncido y la severa mirada aun fija en el paisaje exterior. La hora mágica de Seúl comenzaba a pintar el cielo y Taehyung notaba la amargura con la que el otro observaba los colores que tanto le habían gustado en un pasado. -Necesito más tiempo, Tae-.
Seokjin apretaba temblorosamente el agarre contra su cuerpo en el sector donde tenía sus brazos cruzados sobre su pecho y Tae no pasó por alto el segundo esfuerzo titánico que Jin hacía para que su voz sonara con una serenidad que no sentía en aquellos momentos y evitar herir de más sus sentimientos. A Taehyung aún le producía profundo dolor recordar lo crueles que habían sido los primeros meses luego de conocerse.
Luego de cinco años, Seokjin finalmente estaba llegando a un duro acuerdo con el luto por su humanidad perdida y a Tae le alegraba saber que al menos ahora lo llamaba por su sobrenombre a diferencia de los primeros años en los que él mayor lo había sorprendido con todo tipo de insultos que ni él en sus largos años de existencia había oído.
Eran pequeños pasos que debían darse y el hecho de que no representaran un gran avance, no significaba que fueran menos importantes para Taehyung que aun guardaba esperanzas de que todo mejorara entre ellos.
-De acuerdo, te dejaré solo entonces- murmuró Taehyung incapaz de enmascarar la tristeza en su temblorosa voz, mientras se alejaba de Jin y se disponía a abandonar la habitación con un único pensamiento en su mente:
" Algún día...” .