Chapter Text
El alfa caminaba con firmeza al tiempo que las gotas de lluvia bañaban su rubia melena. Sus pequeños ojos azules bailaban de un lado al otro mientras su nariz se sofocaba con el aroma típico de esa casta. Las campanas de la Iglesia sonaban frente a él, de manera solemne, anunciando con tristeza algo que aún no era capaz de deducir.
Se logró colar entre la multitud de personas, afilando su mirada, tratando de nadar en el mar de gente hasta la puerta de madera del recinto. Un simple vistazo al interior y finalmente pudo notarlo: ahí, a los pies del altar, acomodado de grácil manera dentro de un féretro abierto, yacía la figura del rubio omega, enfundado en un hermoso traje blanco, rodeado de miles de flores doradas y velas que hacían juego.
Dylan retrocedió un paso, dos. Las personas detrás de él se quejaron, pero él no prestó atención, no cuando sus piernas ya corrían lejos de ahí mientras su cabeza maquilaba una sola idea: debía decirle al castaño, debía informarle cuanto antes.
[ ... ]
El auto le mantenía adormilado. El pequeño ruido del motor le mantenía en aquella duermevela en la que se sumía desde que habían abandonado Mantua. El dolor en su pecho se había extendido con extraña celeridad. El solo recuerdo de su ángel de dorada melena era el único que le mantenía ahí, consciente. El deseo de volver a hundir la nariz dentro del pequeño cuello de Thomas, grabarse nuevamente su aroma y susurrar con lentitud la agonía de sentimientos que carcomía su interior, lograba mantenerlo a flote.
Apretó los labios mientras dejaba que sus parpados le permitieran observar a su alrededor: Tyler estaba a su lado, con sus ojos fijos en la ventanilla, más adelante en el asiento del conductor, Hoechlin conducía, dedicándole un par de miradas de vez en cuando por el retrovisor.
Volvió a permitirse tomarse de la mano con el cansancio, mientras llevaba la diestra hasta su pecho. Durante un segundo fue capaz de sentirlo: su ser entero deseó detenerse un instante, su alfa aulló de dolor y subió con lentitud rasgando, arañando, destruyendo todo a su paso. El gemido de agonía que brotó de sus labios por aquel instante, fue capaz de alertar al alfa que se hallaba junto a él.
Tyler saltó de su asiento, llevando sus manos hasta el otro alfa, tratando de calmar las extrañas convulsiones a las que su cuerpo se había sometido.
El auto se detuvo de manera abrupta al segundo en que el estúpido aparato móvil comenzó a sonar. Dylan lo ignoró, Tyler lo ignoró, fue Hoechlin el único que se permitió buscar el aparato, contestando al instante.
Su mirada color verde paseó por el cuerpo del alfa en agonía, deteniéndose al momento en que la voz del otro lado del teléfono finalmente soltaba la bomba de la verdad. El alfa de cabellos negros apretó los labios antes de susurrar un par de respuestas cortas, terminando la llamada tras ello.
Hoechlin se permitió guardar silencio mientras Tyler finalmente lograba calmar a Dylan, quien se había quedado extrañamente quieto, semi recostado sobre el cuero del asiento trasero.
—No podemos volver —el susurro del alfa de ojos verdes fue escaso, su mirada se clavó una vez en el castaño que parecía estar dormido. Su pecho subía y bajaba con extraña lentitud—. Es mejor mantenerlo lejos de Londres.
Tyler le observó achicando los ojos, como si dudara de las palabras del otro. Aun debían encontrarse con Kaya, aun debían finiquitar el extraño asunto del que la beta no había podido expresar por teléfono.
—Debemos llevarlo a ver a la beta. Ella así lo urgió —el moreno mostró los dientes, dispuesto a desafiar a su compañero y uno de sus mejores amigos, sin embargo, el otro alfa negó con suavidad, llevándose la diestra hasta la mandíbula.
—Me temo que Sprayberry se ha adelantado —Hoechlin volvió a apretar los labios mientras daba un pequeño vistazo al inconsciente alfa por milésima ocasión—. Si llevamos a Dylan a ese lugar lo llevaremos a una muerte segura. Debe mantenerse lejos de los Sangster, lejos de Londres, lejos de...
—¿Lejos de qué? —el escaso murmuro que brotó de los labios del castaño logró obtener la atención de los ahí presentes.
El mayor de los tres volvió a gruñir con exasperación, terminando por llevar sus manos hasta el cuero del volante, clavando las uñas en este. Si debía hacerle un favor a su amigo, era ahora. El alfa no podría soportarlo, no en el actual estado en el que se hallaba.
—Los Sangster se han reunido en la Catedral de San Pablo —sus palabras cesaron un instante, sus ojos verdes parecieron rehuir de la mirada de los alfas que se hallaba en la parte trasera del vehículo—. Lloran la perdida de uno de sus miembros...
—¿Will? —Dylan habló de nuevo al tiempo que sentía como su corazón luchaba por continuar funcionando, estaba seguro que de un segundo a otro, el órgano vital tendría una falla masiva.
—Dylan, tu omega murió, una alfa le asesinó.
[ ... ]
La lluvia le nublaba la vista. Sus castaños cabellos se adherían a su húmeda piel. Sus pies se movían y aun no entendía la razón. Debía llegar, debía verlo, debía contemplar una vez más a su adorado ángel.
Tyler se había negado, Hoechlin lo había secundado. Fue una pelea de alfas, fueron gruñidos, un auto casi estrellado y un alfa huyendo en el medio del torrencial. No le importaba, no cuando estaba tan cerca de él.
¿Acaso podría acercarse a su adorado omega? ¿Acaso quedaría algún rastro de su precioso aroma? ¿Podría volver a hundir la nariz en la cascada de dorados cabellos?
Apretó los labios al tiempo que elevaba la diestra y tiraba de su melena. Era irreal, era una pesadilla, aquello no estaba sucediendo. Se detuvo cuando sus fuerzas se acabaron. Quería sentirlo una vez más entre sus brazos, quería contemplar los bellos ojitos pardos una vez más, solo una. ¿Pedía demasiado a aquella entidad de los cielos que parecía regocijarse con su desdicha? El alfa volvió a aullar, dejando que su naturaleza llorara y se revolcara dentro de su pecho.
Cuando sus rodillas tocaron el frío asfalto, un auto se detuvo a su lado. Escuchó pasos, una voz extrañamente familiar: a su lado se hallaba el pequeño alfa de ojos azules. El rubio había pasado un brazo en su cintura, ayudándolo a ponerse de pie, a entrar en el pequeño auto que este conducía.
Dylan estaba aturdido, siquiera había puesto demasiada atención a las acciones del otro. Cuando su cabeza finalmente se apoyó contra el forro del asiento, el castaño finalmente se permitió observar al hombre a su lado.
—¿Dylan? —era extraño pronunciar su nombre, aquel que ambos compartían por alguna extraña coincidencia de la vida.
El rubio alfa le observó en silencio durante un instante antes de asentir con suavidad. Sus pequeños ojos azules estaban aun fijos en la figura del castaño, como si comprendiera a la perfección: y realmente lo hacía, él había perdido a su omega, cuando esta le había permitido a otro alfa que la marcase.
—Debo llevarte de regreso a Mantua, Dylan, estarás mejor si...
—No —el castaño le observó con atención, sus cejas estaban juntas, su mandíbula se hallaba tensa, parecía que el alfa estaba a punto de atacarlo: pero era todo lo contrario, era un telón que se encargaba de cubrir el verdadero caos que se desataba en su interior—. Llévame a Londres, a la casa de los Hennig.
El rubio no quiso cuestionar más, no cuando ya había encendido el auto y su atención ya se centraba en el camino frente a él.
Silencio total. Entre los alfas no existió intercambio de palabras, Dylan no se atrevió a cuestionar más del espectáculo que el menor había sido capaz de presenciar. ¿Qué podría decirle él que no se imaginara ya?
Su bello omega, dormido a los pies del altar, con sus pequeñas manos entrelazadas, sosteniendo el rosario con la insignia de su familia. Su cuerpo sin vida, frío, ausente. Sus labios rosados teñidos con el suave colorete que seguramente, se habrían encargado de poner ahí.
Cerró los ojos ante la idea de la imagen, llevándose la diestra hasta el rostro con el único afán de borrar la tristeza que su solo semblante, derramaba por aquel instante. Pero tuvo que detenerse de manera abrupta justo al segundo en que el auto del rubio lo hizo.
Los mieles de Dylan vagaron en la fachada de la sencilla casa donde la conocida beta vivía. Se deslizó con premura fuera del auto, ayudándose de la oscuridad que ya caía sobre su cabeza.
Un toque, dos. La puerta de madera se abrió con premura, develando la figura de la chica que tanto tiempo atrás, había conocido.
—¿Qué haces aquí? —Shelley le observó con ambas cejas arrugadas poco antes de dar un rápido vistazo a su alrededor—, te buscan en todo Londres, no deberías estar aquí. Largo.
Debía suponer, que la ex pareja de su primo respondería de aquella manera. El alfa simplemente sonrió y negó con suavidad.
—No estoy aquí para causar más problemas de los que ya enfrentas. Pero he de pagarte lo suficiente para salir de tus deudas, a cambio de que me proporciones la mezcla más mortífera y definitiva que poseas dentro de tu mercancía.
La beta le observó con duda poco antes de hacerse a un lado y permitir que alfa accediera al pequeño recinto.
Los enormes estantes de madera estaban por todo el lugar, cientos de frascos descansaban con matices llamativos en su interior. Más abajo, se encontraban un singular número de plantas, cuidadosamente colocadas para poder obtener el espacio y cuidados adecuados. Dylan dejó de prestar atención a esos detalles cuando la beta se halló de nuevo frente a él, extendiendo la diestra y ofreciendo un pequeño frasco de tonalidad oscura.
—Ni el alfa más fuerte podría resistir esta mezcla. Unas cuantas gotas en el arma con la que habrás de cegar la vida del otro, y será suficiente. Bastaran unos cuantos minutos antes de que los órganos fallen en su totalidad. La muerte es segura —la castaña hizo una pausa y desvió la mirada—. ¿A quién deseas asesinar, O'Brien?
Pero no existió una respuesta para esa pregunta, no cuando el alfa ya se hallaba colocando un fajo de billetes en la mano de la chica, para después, abandonar el lugar.
Dylan guardó el pequeño frasco dentro de sus prendas, apresurándose a subir una vez más al auto del otro alfa, quien casi de manera instantánea, le observó inquisidor.
—Llévame a la Catedral de San Pablo.
El pequeño rubio negó con suavidad, arrugando las cejas mientras volvía a observar al castaño a su lado.
—Le han colocado en el mausoleo familiar apenas unas horas atrás. Si tu objetivo es volver a ver a tu omega, me temo que deberás profanar una tumba para ello.
Dylan apenas y reaccionó ante ello, no faltó más que un suave asentimiento con la cabeza para dar a entender, que estaba dispuesto a abrir la tumba familiar de los Sangster si de esa manera, era capaz de volver a perderse en la figura de su omega. Después, solo después, habría de sumirse en el sueño eterno, junto a él: sí, juntos una vez más, juntos por la eternidad.
El delirio nubló sus sentidos, la fantasía de su muerte anunciada comenzó a devorarlo con extraña lentitud. Todo dejaba de tener sentido ante cada minuto transcurrido, todo dejaba de importar: su familia, la empresa, todo.
No le interesaba figurar como el alfa más patético de la historia, no le interesaba lo que dirían de él cuando exhalara su último aliento, al final, estaría donde quería estar, donde por derecho debía estar.
¿Qué hubiese hecho el príncipe si Blanca Nieves no despertaba? ¿Qué hubiese pasado si Eric no salvaba a Ariel?
La comparación le pareció estúpida, sus ojos agotados vagaron en el auto, deteniéndose una vez más cuando el ruido del motor lo hizo: delante de ellos, se alzaba la entrada del cementerio de Highgate, con sus horribles vergas de color oscuro que solo parecían la puerta al más tétrico lugar del planeta.
El alfa se deslizó fuera del auto, no sin antes dedicarle una última mirada al rubio que se hallaba a su lado. Dylan pareció entender la muda despedida, terminando por extender la mano y otorgar un último apretón al alfa, que, había cuidado de él por años. No hubo más tras ello, el auto simplemente volvió a encenderse y se deslizó con suavidad por el camino de adoquines, perdiéndose con lentitud en la lejanía.
El castaño no prestó más atención a ello, no cuando sus pies comenzaron a cobrar vida de nueva cuenta, guiándolo al interior del desolado paraje. El crujir del metal le pareció indiferente, el olor a humedad que llegó a él casi de manera instantánea, no pareció tener el mismo efecto que solía tener antes. A ese punto solo se movía por mero reflejo, como si el combustible en su interior se hallara en estado de reserva, obligándole a mover los motores de su cuerpo con los horribles restos de la gasolina quemada.
Se detuvo cuando finalmente se halló frente a la construcción en la que descansaban los Sansgter. Cerró los ojos un instante antes de atreverse a observar el enorme memorial donde los restos de cientos de generaciones de aquella familia, descansaban. Analizó el precioso ángel tallado en mármol, ese que justo en el medio de la fachada, se hallaba sosteniendo un arpa con la diestra, mientras que la izquierda señalaba un punto en el horizonte.
El alfa recogió los últimos gramos de fuerza antes de permitirse abrir la enorme puerta de metal, siendo recibido por el aroma de las flores frescas que decoraban todo del lugar.
Las paredes del interior yacían plagadas de nombres, de las generaciones enteras que aquella familia había colocado en ese lugar. Bajó los escalones, deteniéndose cuando fue capaz de divisar el altar de concreto, donde se encontraba el féretro tallado en madera de pino.
El cuerpo de su omega se hallaba en el interior de la madera sellada, descansando, esperando por volver a encontrarse con él. El corazón se le apretó en menos de un instante, los ojos del alfa volvieron a llenarse de lágrimas al tiempo que el último atisbo de energía se esfumaba de su sistema. Cayó de rodillas al piso, llevándose las manos al rostro al tiempo que finalmente, el dolor volvía a estallar en su pecho. No más, ya no más.
¿Cómo era posible que alguien pudiese soportar el suplicio de perder a su destinado? ¿Acaso alguien lo había hecho?
Probablemente la respuesta estaba ahí, vagando dentro de su cabeza: nadie, nadie lo hacía. Por eso él estaba ahí, dispuesto a perder la vida que se le había otorgado.
—Descuida, Tommy, pronto estaré contigo.
La promesa le supo amarga, vacía. El alfa se puso de pie reuniendo fuerzas de algún recóndito lugar de su sistema. El sonido de sus botas contra el mármol del piso se detuvo al segundo en que se halló junto al lugar de descanso eterno de su omega. Sus manos se deslizaron con suavidad por las inscripciones talladas sobre la madera: el símbolo familiar de los Sangster. ¿Por qué debían esforzarse en marcarlo aun después de la muerte?
La naturaleza del castaño lloraba por la vida desdichada que aquella familia había dado al omega.
—Apestas.
La voz que brotó desde arriba de las escaleras, logró que los mieles del alfa viajaran hasta esta: ahí, de pie y enfundada en un vestido de color negro, se hallaba la alfa de rubios cabellos, observándolo con una actitud que el castaño no quiso definir.
—Apestas a debilidad, O'Brien. ¿Sabes? —la mujer de los labios rojos comenzó a descender, permitiendo que los tacones de sus botas sonaran contra el frío mármol del piso—. Nunca imaginé que esto sería tan fácil. Claro, que el omega muriera no estaba en mis planes —continuó—, pero darme el imperio de tus padres en bandeja de plata... —la alfa cerró los ojos durante un momento, como si disfrutara la situación más de lo que se esforzaba en aparentar—. Adelante, ¿qué harás? ¿Te ayudo? —la de los rubios cabellos sonrió, terminando por sacar una pequeña beretta de entre sus prendas, apuntando al alfa que pese a todo, se hallaba completamente aturdido por la situación.
—¿Quién...? —ella olía a Thomas. El aroma de su omega aun se había prendido de la piel cubierta de tatuajes, dándole paso a la incertidumbre, a la duda, y lentamente, a un sentimiento más profundo y desgarrador.
—Oh —los labios rojos de la chica hicieron un pequeño círculo antes de que esta volviese a sonreír con suavidad—. Su padre lo entregó a mí, debo admitir que tenía mis dudas. Pero va, el omega era demasiado delicioso, ¿cómo podría haberme negado? —la rubia ladeó el rostro, sonriendo con burla, con desdén—. Fueron dos noches extraordinarias, pero lamentablemente, mi marca no borró la tuya. Debió entregarse a mí, estaría vivo, ¿sabes? Quizá hasta le hubiese permitido ir contigo, pero no, el imbécil omega debía aferrarse al estúpido alfa desterrado, ¿acaso no es un estúpido cliché?
Aquello bastó para que la mezcla de pena y dolor se transformara por completo en rabia sórdida y sin sentido. Dylan no meditó del todo sus acciones, no cuando su alfa había dominado sus acciones, empujándolo contra la chica de rubios cabellos. Bastó un segundo antes de que el castaño detuviera sus acciones, justo cuando el arma de la chica apuntó en su dirección.
La alfa rió por lo bajo antes de que el castaño se atreviese a concretar sus acciones, esquivando el primer disparo que bramó de la boca del arma.
La mujer no demoró mucho más en abandonar la beretta, dejándola caer al piso. Al siguiente segundo, sus manos se hallaban ocupadas forcejeando con el castaño. Ambos gruñían, dientes y miradas afiladas amenazaban con determinar el escenario cuando uno de los dos alfas, perdiera la concentración.
[ ... ]
Oscuridad total. Cuando abrió los ojos se halló en un espacio miserablemente reducido. El olor a flores llegó a él casi de manera inmediata, movió los dedos y fue capaz de percibir el pequeño ramo de rosas que sostenía entre estos.
Bastaron dos segundos para darse cuenta del lugar en qué se hallaban. Sus manos abandonaron la grácil posición en la que habían sido colocadas, poco antes de que fuesen a parar contra el satín aterciopelado que adornaba el interior del féretro.
La desesperación hizo acto de presencia en menos de un segundo: estaba solo, estaba en la oscuridad y tenía los minutos contados. El oxígeno no sería eterno, el volver a estar en los brazos de su alfa parecía un sueño lejano a ese punto. No, no, no podía acabar así.
Thomas se apresuró a golpear el interior del ataúd, tratando de manera inútil de mover la estúpida tapa de madera que se alzaba encima de él.
—Mamá... Mamá... —con la angustia derramándose por cada uno de sus poros, los sollozos del omega no hacían más que alentar la desesperanza que ya se anidaba en el fondo de su pecho. Un minuto, dos—. Dyl... Dyl... Dylan... ¡Dylan! —el nombre de su alfa brotó desde el fondo de su garganta, desgarrando sus cuerdas vocales en el proceso.
A ese punto, era capaz de percibir el aroma metálico que la sangre de sus uñas destilaba. No, no.
Cuando los pardos comenzaron a aguarse finalmente, fue capaz de escuchar el horrible ruido del chirrido, de la tapa del ataúd cediendo con lentitud, abriéndose. El omega casi gritó de gozo antes de que un par de delgadas manos le ayudasen a sentarse sobre la base de su prisión momentánea.
—Quién lo diría —la alfa observó al omega con una enorme sonrisa en sus labios. El aroma a sangre manaba de la herida que portaba en uno de sus hombros, haciendo juego al horrible conjunto en color negro que vestía y que, a ese punto, yacía destruido.
Bastaron apenas unos minutos antes de que los pardos del omega fueran a parar hacia la figura que yacía en el piso: ahí a unos cuantos metros de donde él estaba, se hallaba Dylan, sosteniendo su costado, observándole en agonía.
—Dyl... —las palabras cesaron de los labios de Thomas al segundo en que la mano de la alfa se posicionó sobre estos. Los pardos del omega le observaron en silencio, con la angustia de la imagen de su alfa aun rondando en su cabeza.
—Shh, estará bien. ¿No lo ves? Solo es una herida, para nosotros los alfas, no significa nada. Además, tiene mucho por lo que vivir ¿no lo crees? —la alfa deslizó la izquierda libre hasta el vientre del omega, permitiendo que sus dedos vagaran sobre la superficie aun enfundada en el hermoso traje blanco que portaba—. Mi cachorro, está aquí.
Thomas rió aun debajo de la palma que yacía sobre sus labios, logrando que la alfa le observara desconcertada. Un segundo después, y la mano se había retirado del rostro del omega, mientras que los ojos de la mujer, le observaban en búsqueda de una grata respuesta al desplante de hacía unos segundos.
—Tantos años de medicación ¿y tú consideras que llevo a tu estirpe en mi interior? —el rubio negó con suavidad, apartando la mano de la alfa, quien aún, a ese punto, le permitía hablar—, estás frente a una maravilla de la naturaleza: un omega estéril.
Apenas las palabras terminaron de brotar de los labios del británico, la alfa no había demorado en terminar por estrellar su diestra contra la quijada de este. El gemido de dolor que brotó de la boca del omega bastó para que la naturaleza de Dylan reaccionara: de un instante a otro se halló sujetando el cuerpo de la alfa, tirándolo hasta el otro extremo del recinto sin siquiera detenerse a medir su fuerza.
El omega observó la escena en silencio, saboreando el metal de su sangre contra el paladar. No había empatía para aquella mujer, ni aun cuando los puños de Dylan la habían dejado inconsciente contra la una de las placas de algún antepasado que siquiera le importaba. Cerró los ojos durante un instante, poco antes de finalmente, sentir como los brazos del alfa se cerraban a su alrededor.
Dylan estaba ahí, con él, apretándole contra su pecho, susurrando algo en su oído.
¿Dónde estaba Kaya? ¿Por qué la alfa estaba también ahí?
Thomas apenas fue capaz de reaccionar, terminando por elevar los brazos, por enredarlos detrás de la nuca del castaño.
—Thomas, Tommy, estás aquí, estás conmigo... —el alfa susurró contra su oído, poco antes de que los besos mermaran sus palabras y murieran contra toda la línea del cuello del omega. Su marca intacta aun seguía clamando a quien pertenecía, en vida y muerte.
—¿Dónde...? —el efecto de lo que sea que Kaya le hubiese dado, aun seguía presente. Se sentía débil, cansado, pero la sola voz de su alfa contra su piel, le permitía mantener los ojos abiertos, disfrutando de las suaves caricias que este instalaba en la curvatura de su espalda.
El omega se permitió cerrar los ojos durante un instante, sin atreverse a soltar al alfa. La sola idea de perderlo frente a la furia sinsentido de la rubia, aun le comía las entrañas. La duda abordaba sus pensamientos, ante la variedad de escenarios que se hubiesen presentado si el castaño no hubiese llegado a él., si le hubiese dejado abandonado en aquel lugar. Pero no tenía más caso pensarlo, no cuando finalmente sus pies se deslizaban hasta el mármol del piso, manteniéndose de pie gracias al agarre de Dylan.
Los pasos detrás del alfa lograron que Thomas volviese a la realidad, abriendo los pardos tan solo para contemplar la figura de su beta, quien, con sus hermosos ojos azules, barría la escena en silencio total.
—Se suponía que Tyler debía llevarte conmigo, Dylan —la beta arrugó sus pequeñas cejas mientras se aproximaba a la mujer inconsciente, terminando por colocarse en cuclillas para examinarla en silencio—. Katherine los está esperando afuera, yo me encargaré de esto.
[ ... ]
El sonido del motor del auto le adormecía. A ese punto, ya había perdido la cuenta de cuantas horas llevaba en el horrible asiento del Cadillac.
Dylan parecía estar concentrado en la carretera, mirándole de vez en vez, como si esperara que de él brotaran las palabras que requería escuchar. Las vendas eran visibles aun por debajo de la sencilla playera blanca que el alfa portaba, logrando que el omega se odiara increíblemente por ser el causante de tan deplorable estado en el que se hallaba el otro.
—Tommy... —el nombre del omega brotó de los labios de Dylan al segundo en que este, finalmente, se atrevía a extender la diestra, buscando la pequeña mano del omega. Fue la diestra de Thomas apartándose, la que logró que el alfa finalmente detuviese el auto a un lado de la carretera.
Era como si la chispa de su ángel se hubiese apagado, como si el pequeño omega hubiese muerto en aquella gélida tumba, escupiendo a un ser tan hermoso como desconocido para él.
—Estuve a punto de perderte por mis decisiones sin sentido... —el murmuro que brotó de los labios del rubio lograron que la atención del alfa se centrara en el porte de este, en sus hombros caídos, en los bonitos ojos color chocolate que se hallaban a nada de romperse en el medio de un mar de agua salada—. Si ella te hubiese hecho algo yo... —no existieron más palabras, no cuando Dylan calló el pesar del omega con su boca.
El alfa fue capaz de percibir como las pequeñas manos del omega se anclaban a sus hombros, como sus dedos se hundían en sus prendas, dejando seguramente, un par de marcas en su piel. Su destinado temblaba contra su cuerpo, despertando el sentimiento de protección que su naturaleza clamaba.
—Cuando te pensé muerto —Dylan comenzó a hablar, interrumpiendo el efímero beso—, mi mundo se acabó, Tommy. Estaba dispuesto a bailar con la muerte y dejarme arrastrar por ella —una pausa, justo cuando los pardos del omega le escrutaban en silencio, como si tratara de comprender lo que decía por aquel instante—. Estaba dispuesto a mantener la promesa de nuestra unión en esta vida y en la otra —no había duda en su tono, no cuando el omega se mordía el labio inferior y arrugaba su nariz, regalándole esa faz que amaba con locura—. Pero estás aquí, conmigo, Tommy.
—Manchado —murmuró el omega al tiempo que se alejaba, terminando por llevarse la diestra al cuello, justo al lugar donde las múltiples heridas de la alfa aun se negaban a desaparecer: pero ahí, debajo de todas ellas, continuaba descansando la unión de ambos—. Y probablemente, no muy útil como omega —añadió arrugando las cejas, recordando las palabras que el beta de blanco le susurró antes de que el celo le nublara por completo los sentidos.
Dylan suspiró de manera audible, poco antes de permitirse llevas las manos hasta la cintura de su omega, obligándole a montarse sobre su pelvis, a quedar frente a frente con él.
—Te amo con tus virtudes y defectos, Thomas —Dylan se permitió aproximar su rostro al del omega, dejando que la punta de su nariz rozara con la del otro—, y no, no eres un omega perfecto y convencional para el mundo, pero para mí.... —una pausa, un escaso beso descansó sobre la mandíbula apretada del rubio—, representas el universo.
Los labios del omega cobraron vida poco a poco: elevó una comisura con lentitud, antes de que la otra le secundara. Una preciosa sonrisa se instaló en los labios rosados antes de que la boca de Dylan se encargara de darle otro uso.
—Te amo, Thomas Brodie-Sangster —el susurró del alfa brotó sobre las cenizas del beso recién otorgado, logrando que el omega ríera contra los labios del otro.
—Te amo, Dylan O'Brien —un beso, dos, tres, el omega perdió la cuenta de los suaves movimientos que sus labios efectuaban contra la boca del otro. Aquello era perfecto a su manera—. Vamos a casa.