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Memorias - Trish Una

Summary:

❝ Recordar a Narancia era algo hermoso para ella, pero también significaba el tener que enfrentarse al pasado y tragarse las lágrimas. ❞

A cinco años de la muerte del chico que más amaba, Trish, luego de un día lleno de recuerdos agridulces, decide viajar a Nápoles.

Work Text:

Sus ojos miraban fijamente hacia afuera, perdida entre pensamientos indescifrables y recuerdos borrosos. Miraba la lluvia, las gotas heladas que con rapidez viajaban sobre el cristal transparente como si de una carrera para ver quién llegaba primero al suelo mojado se tratase. Su mente reproducía los recuerdos de aquél fatídico día en el que su primer y único amor fue arrebatado de sus brazos poseyendo un cuerpo que no era el suyo.

Era 6 de abril de 2006. Cinco años habían pasado desde que su enamorado, Narancia Ghirga, había muerto gracias a las ambiciones insanas su padre. Cinco años desde que, aunque fue solo por un corto tiempo, pudo sentir la calidez en sus rostros y el latido desenfrenado de su corazón por última vez. Trish lo amaba como nunca había amado a nadie en sus escasos quince años de vida, por lo que fue muy duro para ella el aceptar su cruel destino y la idea de que no podría verlo nunca más.

Recordó cuando se vieron por primera vez, el momento en el que, si bien fue bizarro y violento, sus ojos se conectaron por un instante. Verde y morado de pronto se hicieron uno solo, y en sus mejillas el ardiente color rojo hizo acto de presencia. Porque lo suyo fue a primera vista, sabían que en sus corazones pronto florecería el amor. Trish no quiso aceptarlo en un principio, pero era consciente de todas las sensaciones que se apoderaban de su pecho y los pensamientos tan dulces que se apropiaban de su mente. Amaba su aroma y su voz, sus ojos y labios, su físico y su personalidad. Bajo su punto de vista, Narancia era la perfección hecha persona, así como para Mista lo era Giorno y Bruno, para Leone.

Narancia, a su vez, siempre velaba por la seguridad de la chica, no solo porque eran órdenes de Bucciarati, Pericolo y el mismísimo jefe que el mundo entero desconocía, sino también porque sentía aquella necesidad intensa de protegerla de todo aquello que osara mirarla con maldad o dañarla de alguna manera. Verla triste era su perdición, se veía en la obligación de actuar de inmediato y hacerla reír o mínimo cambiar su expresión por un momento. La desdicha de Trish pronto se convirtió en su desdicha y, aunque fue una de las cosas más difíciles en su vida, aquel día en Venecia tomó la decisión de estar con ella por toda la eternidad. Renunció a su mejor amigo, a su libertad, incluso renunció a su propia vida para protegerla. Y para él valió la pena, porque con su amor todo lo pudo hasta el final de sus días, en el coliseo, cuando el cuerpo que le pertenecía a Giorno fue perforado por los barrotes, cuando su alma poco a poco abandonaba el mundo, cuando King Crimson lo asesinó vilmente.

—No me abandones —suplicó Trish en voz baja. A los ojos de un tercero, parecía que Mista era quien lloraba la agonía, que pronto se convirtió en pérdida, de su ser amado, pero era ella. Era ella quien lloraba. Era ella quien sentía el enardecido deseo de gritar, expresar su dolor. Era ella quien necesitaba acabar con quien decía ser su padre para vengar la muerte de su amado chico.

La ira había florecido en su alma y en su cuerpo de turno. Gruesas lágrimas de impotencia y tristeza caían de sus ojos. ¿Qué haría sin él? ¿Cómo podría seguir sin él? No tenía un destino fijo al cual aferrarse; lo único que quería era triunfar en la vida junto a su chico… y ahora ella sola seguiría adelante. Tras dejar el coliseo con el cuerpo de Narancia protegido por hermosas flores creadas por Giorno, los sobrevivientes corrieron en busca de Chariot Réquiem para acabar de una vez con todo y salir victoriosos finalmente.

Pero de un momento a otro se vió aprisionada por el Stand de su padre. Luego de un grito de su parte comenzó lo que creyó que sería su final. En un parpadeo su destino podría cambiar drásticamente.

Podía recordar aún el horrible dolor que experimentó a través de Spice Girl. Podía recordar aún como la sangre salía poco a poco del cuerpo de Mista. Podía recordar como llegó a volar por los aires. Podía recordar aún como, por tan solo un instante, una hermosa figura alada le sonreía dulcemente mientras susurraba un «Hola» y saludaba con su mano. Podía recordar como en sus ojos se acumulaba un mar de lágrimas nuevamente, no solo porque tambaleaba en el delgado hilo de la vida, sino también porque lo había visto de nuevo, lo escuchó hablar, lo sintió acariciar su alma casi muerta y despedazada.

Entonces lo miró por última vez. No se movía, no era capaz de hacerlo.

—Narancia… —susurró Trish con tristeza.

—Trish… No estés así por favor —Narancia se acercó, secó las lágrimas en las pálidas mejillas de Trish y le entregó una sonrisa sincera junto con una mirada tranquila. Trish tomó su mano. Quería sentirlo, saber si en realidad lo tenía en frente y no era un sueño nada más—. Por mí, ¿sí?

Trish asintió una vez mientras acariciaba suavemente la mano ajena. Pronto dejó de llorar, sonrió para tranquilizar al chico.

De pronto la figura de Narancia comenzó a volverse traslúcida. Y eso solo significaba que era momento de volver. Su destino no era la muerte; debía despertar y celebrar el éxito de su amigo, festejar la derrota de su malévolo padre.

—Yo te cuidaré desde aquí todos los días, Trish. Nunca olvides lo mucho que te amo y te amaré siempre —Narancia juntó las manos de ambos y besó delicadamente los labios rosados de su amada por primera y última vez. Trish parpadeó dos veces, incrédula de lo que acababa de pasar—. Addio, amore mio.

—Narancia… Ti amo

Y se alejó de la ventana ahogando un sollozo. Recordar a Narancia era algo hermoso para ella, pero también significaba el tener que enfrentarse al pasado y tragarse las lágrimas. Sabía que a él no le gustaría verla así, mas le era imposible ocultar el dolor. Quería estar a su lado, sentir su suave respiración, escuchar su dulce risa, jugar con su cabello… Aún no estaba lista para aceptarlo.

Decidió ir a dormir para ya no tener que sentirse mal. Necesitaba un poco de descanso de todas esas fuertes emociones que se desataban con la ferocidad de un lobo en su interior. Caminó hacia su habitación con tranquilidad, escuchando la pacífica voz de su Stand asegurándole que todo estaría bien. Lo siguiente fue cambiarse y acostarse, dispuesta a tomar un respiro de todo.

En la madrugada sintió que los paisajes y objetos en sus sueños se desintegraban frente a sus ojos. Sintió que poco a poco iba despertando. Sintió de nuevo una suave caricia fantasmal como en aquel reencuentro con Narancia hace cinco años. Entonces abrió los ojos y lo vio.

Su adorado chico la miraba con dulzura, arrodillado al lado de su cama y con un brillante aura rodeándolo. Trish no pudo evitar sentir como de sus ojos comenzaron a caer lágrimas una vez más, lágrimas que aquel hermoso ángel se encargó de limpiar. Lo que menos quería era verla sufrir.

—¿Cómo es posible que tú…? —Se atrevió a preguntar la chica de rosados cabellos luego de unos segundos de silencio.

—Vine a verte —dijo él aún con una bella sonrisa adornando su jovial rostro—. Sentí que era un buen momento y decidí venir.

Trish no dijo nada, solo se abalanzó sobre Narancia y lo atrapó entre sus brazos. Cayeron bruscamente al suelo de madera, pero no les importó. De nuevo el llanto empapaba sus mejillas, también el hombro de su amado. Ambos se aferraron el uno al otro, expresando su amor en silencio. Al separarse sus miradas se cruzaron. Otra vez verde y morado se hicieron uno. Las pálidas manos de la chica sostuvieron el rostro moreno de aquel ángel que hace tiempo había prometido cuidarla por toda la eternidad.

—Me haces tanta falta… —confesó Una con un hilo de voz. Sonreía, pero de igual modo se estaba rompiendo lentamente—. Esto no habría pasado si yo…

—Nada de esto pasó por tu culpa. Fue simplemente el destino quien quiso que esto pasara. Trish, no quiero que vuelvas a pensar que tú fuiste quien causó esto.

Acarició una de sus manos con suma delicadeza, como si tuviera miedo de dañarla con un solo toque. Lentamente se acercó a su rostro, notando como sus ojos brillaban expectantes de lo que pasaría a continuación. Narancia y Trish se unieron en un tímido beso lleno de amor. Vida y muerte demostraron todo lo que sentían con una acción, negándose a separarse incluso después de que el beso haya acabado.

—Quédate conmigo, por favor. Tan solo por esta noche.

Narancia rió por lo bajo.

—Tus deseos son órdenes.

Se levantaron del suelo. Trish y Narancia pronto se abrazaron una vez más y se acurrucaron juntos. No necesitaban nada más, el silencio los hacía sentir bien. Una se sentía protegida, Ghirga se negaba a soltarla.

El resto de la noche Trish soñó, teniendo a su ángel guardián cuidándola como había jurado.


 

—¿Narancia? —Fue lo primero que dijo Trish al despertar.

—Ya no está —Spice Girl apareció en un rincón de la habitación, sentada y abrazando sus piernas. Hablaba con calma, como siempre lo hacía—. Antes de que amaneciera comenzó a desvanecerse… y de un momento a otro desapareció.

Trish pudo jurar que su corazón se achicó por un momento. ¿Realmente había sucedido? ¿El alma de Narancia realmente la había visitado y protegido en sueños? No habló, simplemente se quedó estática, pensando en todo lo que había pasado la noche anterior. Spice Girl caminó hacia su cama y se sentó a su lado, sabiendo que algo pasaría, su portadora iba a expresar un deseo reprimido.

—Quiero volver a Nápoles. Quiero visitar la tumba de Narancia.

Se levantó de golpe de su cama. Su Stand desapareció con rapidez, dejando a Trish en la soledad de su habitación. Esta caminó hacia su tocador. Tenía un teléfono de línea rosado ahí. Con emoción floreciente marcó, iba a llamar a Giorno para que la acompañara.

Buenos días —saludó un somnoliento Mista del otro lado de la línea. El sonido del teléfono de Giorno lo había despertado de un profundo y bello sueño.

—¿Mista? —Trish rió por lo bajo—. Vaya, no me esperaba que tú respondieras.

¿Qué quieres, Trish? ¡Son las siete de la mañana! —Mista de pronto se alteró. Su amiga no lo sabía, pero en sus morenas mejillas había aparecido el color.

—Quiero ir a ver a Narancia, pero necesito compañía. ¿Giorno y tú pueden venir conmigo?

Un suspiro se escuchó del otro lado de la línea. Suponía que la respuesta del chico sería un «No».

Lo lamento, pero hay mucho trabajo que hacer. Giorno debe atender unos asuntos pendientes y yo debo encargarme de unos tipos que al parecer están vendiendo droga…

Trish no dijo nada. Por un momento solo las respiraciones de ambos se escuchaban en el teléfono, pero Mista habló nuevamente.

Sin embargo, Fugo no tiene trabajo hoy.

—¿Crees que él quiera venir conmigo?

Claro. Eres su amiga y te admira mucho. Además, ¿quién no querría acompañar a la gran Trish Una a cualquier lugar? —Mista habló de manera burlesca, ocasionando que ambos rieran en un tono un poco alto.

¿Mista…? —Ahora quien hablaba con somnolencia era Giorno, que había despertado gracias a sus ruidosos amigos.

Buenos días, amor mío —le dijo Mista a su pareja luego de alejarse un poco del teléfono. Luego de saludarlo con un beso, devolvió su atención a la plática con Trish—. Le diré a Fugo que en una hora esté en la puerta de tu casa.

—¡De acuerdo! Adiós, Mista. ¡Saluda a Gio de mi parte!

Y colgó el teléfono. Rápidamente se dirigió a su armario y preparó la ropa que planeaba utilizar. Me pregunto si Fugo aún se sentirá afectado por la pérdida de Narancia. Espero que él lo haya sobrellevado mejor que yo, pensaba mientras se desvestía y, luego, se envolvía en una toalla blanca.

—Me pregunto si tendré el valor de ver su tumba cuando lleguemos —dijo en voz alta sin notarlo, caminando distraídamente al baño de su solitaria casa.

Trish nunca había tenido el valor de visitar el cementerio en los pocos años en los que vivió en Nápoles. No quería ver los nombres de Bruno, Narancia y Leone grabados en piedra. No quería que la culpa la invadiera. No quería desear que la oscura neblina de la muerte se la llevara del mundo al que se aferraba. No quería que los recuerdos de aquella semana de abril inundaran su mente y la hicieran llorar.

Los minutos pasaban lentamente para Trish. La ducha, aunque fue corta, para ella duró una eternidad. Esa hora que debía esperar para poder viajar hasta Nápoles con Fugo no llegaba. Es más, parecía que el tiempo se había detenido un poco antes de que su amigo se parara en su puerta. Tal vez eran los nervios, la incertidumbre o la tristeza que sentía; no estaba segura, pero tampoco estaba muy interesada en averiguarlo.

Se estaba secando el cabello cuando el sonido del timbre llenó sus oídos. Con fingida calma se acercó a la puerta y recibió al joven de traje con un fuerte abrazo. Sentía sus latidos resonando en su interior, necesitaba sentir de nuevo un poco de contacto. Los nervios la invadieron; los recuerdos reaparecieron clavándose en su mente como alfileres oxidados.

—Ha pasado mucho tiempo —Fugo decidió hablar luego de unos dos minutos de silencio. Cautelosamente se distancia de su amiga, un tanto incómodo por su acción. No estaba acostumbrado a los abrazos—. Supe por Giorno que sacaste una nueva canción.

¿De verdad? Me sorprende que te hayas enterado gracias a un tercero. Mista me dijo por teléfono que eres mi admirador —comentó Trish. Una sonrisa vergonzosa comenzó a asomarse en sus labios rosados luego de observar que Fugo se había encogido de hombros—. Puedo firmarte un autógrafo luego.

Ambos rieron ante ese comentario. De pronto sintieron que el ambiente comenzó a relajarse, más aún había cierta melancolía rodeando a los jóvenes amigos. Fugo no visitaba el cementerio desde hace cuatro años y medio, no sabía si estaba listo para volver. La última vez que había resultado con una lápida tirada y sus nudillos ensangrentados. Al aire gritaba y maldecía como nunca lo había hecho antes. Aquel arrebato iracundo había sido horrible.

Sin decir nada, ambos se dirigieron al auto del alcalde y, durante dos horas, Trish cambió el paisaje que luego de tanto tiempo volvía a ver. Nuevamente se perdió entre sus más profundos pensamientos cuando su frente tocó la ventanilla. Habían pasado muchas cosas ...

Su vista se posó en el asiento de Fugo, quien le daba la espalda. Miraba atentamente el camino y no hablaba, ni siquiera un suspiro cansado se dignaba a salir de su boca. La última vez que lo vió fue en su cumpleaños número dieciocho, un poco antes de que ella decidiera marcharse a Roma. En todo ese tiempo, en esos tres largos años, Fugo había cambiado; ella también. ¿Cómo se vería Narancia ahora si siguiera vivo? Bucciarati, Abbacchio… Ellos quizá seguirían siendo iguales, pensó.

Frenaron de golpe. Fugo la miró desde el espejo retrovisor. Sus ojos, por un instante, brillaron de preocupación; creyó que no había sido cuidadoso y la habría lastimado sin querer.

—Lo lamento mucho, Trish. ¿Te encuentras bien? —preguntó Fugo sin apartar la mirada del espejo. Trish asintió con la cabeza, manteniendo una expresión neutral—. Eso me alegra.

Luego de dar un suspiro, Fugo devolvió su vista al frente. Avanzó una vez más; la razón por la que había parado era porque había un semáforo cuya luz roja brillaba. No deseaba tener que pagar una multa.

Unos minutos más tarde llegaron a su tan esperado destino. Compraron unas cuantas flores, luego entraron al cementerio. El ambiente se tornó un tanto lúgubre y en Trish nuevamente surgieron aquellas emociones negativas: angustia, culpa, ira… impotencia. Por más dolor que llegaba a sentir en su pecho y garganta, dió un paso al frente y secó sus lágrimas. Caminó entre nombres desconocidos y flores marchitas, tensándose cada vez más a medida que se acercaba a la tumba que deseaba ver.

—Aquí es —dijeron Fugo y Trish al unísono con un deje de tristeza.

Frente a ellos se encontraban tres lápidas. Todas tenían grandes cantidades de flores y uno que otro regalo. Leone Abbacchio, Bruno Bucciarati y Narancia Ghirga, esos eran los nombres que cuidadosamente habían grabado en losas. Trish se arrodilló frente a ellas al igual que Fugo, rezando para sus adentros a pesar de que, en realidad, no era una persona muy creyente en Dios.

Dejaron las flores y miraron una vez más a las lápidas que se encontraban cuidadas tan perfectamente. Trish giró un poco la cabeza para ver a Fugo; este tenía los puños cerrados y temblaba un poco. Tal parece que ninguno de los dos puede creerlo aún , creían. Fue sin pensarlo, no estaba dentro de sus planos, pero sabía que era necesario. Con muchísimo cuidado rodeó el cuerpo del alcalde con sus brazos y lo atrajo a ella, murmurando promesas que no sabía si podría cumplir. Fugo, aunque estaba a punto de apartarla, correspondió a su abrazo con un poco más de fuerza. Se aferró el uno al otro como dos niños faltos de afecto, deseando desesperadamente que todo fuera una farsa, que nunca hubieran muerto en realidad. 

Y, como si sus plegarias hubieran sido escuchadas, sintieron una caricia fantasmal en sus cabellos; sintieron que, de repente, al abrazo se unió alguien más. El alma de Narancia volvió a aparecer, esta vez junto con las de Abbacchio y Bucciarati. Llegaron a ellos nuevamente para brindarles el cariño que sabían que necesitaban y para recordarles una vez más que nunca estarían solos.